/ domingo 19 de enero de 2020

Optimismo contra pesimismo, la guerra mundial más antigua

Nos podemos quejar porque los rosales tienen espinas o alegrarnos porque los espinos tienen rosas

Abraham Lincoln

Antes, muchas veces, he hablado y escrito, con suficiente sustentación, acerca de lo demagogos que son los políticos en general. Asimismo, que los sistemas políticos, unos y otros tienden a sacudirnos con los intereses de los gobernantes de turno, que le sirven de caldo de cultivo a los magnates más en su interés para beneficiarse de la los ciudadanos que beneficiarlos, pero sí los utilizan para sus propósitos. Sin embargo, es frecuente escucharlos decir: hay que ver con optimismo. De hecho, también lo creo; no obstante, somos recurrentemente víctimas de la guerra mundial más antigua, el optimismo contra el pesimismo.

Procuraré abandonar todo posible viso de subjetividad y evitar hacer conexiones desde supuestos. Si bien parto del hecho que muchas de las dificultades que impiden que haya crecimiento y desarrollo personal, así como colectivo, es el suponer.

El suponer es una derivación desde las referencias particulares que dan como hecho lo que se supone, creyendo que eso que se experimento acarreará que vuelva a suceder lo mismo en otro escenario con factores similares. Pero no es así porque cada evento tiene sus propios componentes. El conocimiento y la habilidad, entre otros factores pueden darle un giro al supuesto. Y esto tiene que ver con el empeño y capacidad de cada quién.

Por lo tanto, en una aceptación de haber creído tener soberbiamente la razón acerca de hechos revisados de la conducta y actitud de muchos políticos y empresarios, quisiera acercarme a una mirada menos tendenciosa, para procurar entender estos conceptos (optimismo y pesimismo) desde la filosofía, o sea desde la causa.

Esto me permite recuperar de Wilhelm Leibniz (filósofo, matemático, jurista, teólogo, y otras aptitudes) una frase célebre suya en la que ubica el optimismo: “el mundo en el cual vivimos es el mejor de los mundos posibles.” Parafraseando su pensamiento sostiene que Dios tuvo la posibilidad de crear el mundo de otra forma o en otra parte; sin embargo, decidió éste. Luego en la búsqueda de crear su obra más perfecta creó lo que tenemos, por lo tanto, es el mejor mundo de los mundos posibles.

De tal manera que lo que corresponde es que los seres humanos hagamos lo propio con el fin de vivir en el mundo que tiene todas las posibilidades y todos los componentes para que vivamos felices, dado que Dios en su creación -más que limitar- dotó al ser humano de lo que necesitara para que contara generosa y bondadosamente con todo durante su existencia.

Como sostiene Federico Mana, en Minutouno, en su artículo “El mejor de los mundos posibles” haciéndose eco de Leibniz: “Claramente, la visión optimista de la vida nos enseña a no perder las esperanzas, a confiar en nuestra capacidad de cambio y a entender que el poder de la transformación radica en nuestras manos, afirmaciones que tal vez no estaríamos dispuestos a discutir. Pero ¿qué sucede cuando el optimismo interfiere con nuestra perspectiva de lo real? ¿Es lícito que ponderemos el venturoso futuro por sobre el ruinoso presente?

Vivimos en tal confusión humana que en la búsqueda de la felicidad nos perdemos en un árbol cargado de frutos. Cada quién procura obtener lo que le beneficie porque no podemos, y quizás no sabemos dar fe de que contamos con todas las posibilidades de lograr transformar para trascender.

Por el otro lado, están los que no creen que esto sea posible, y mejor vivir hoy como se pueda antes que todo acabe. Precisamente, el pesimismo contra el optimismo es la guerra mundial más antigua. ¿Le suena? Sigue la próxima semana.

Nos podemos quejar porque los rosales tienen espinas o alegrarnos porque los espinos tienen rosas

Abraham Lincoln

Antes, muchas veces, he hablado y escrito, con suficiente sustentación, acerca de lo demagogos que son los políticos en general. Asimismo, que los sistemas políticos, unos y otros tienden a sacudirnos con los intereses de los gobernantes de turno, que le sirven de caldo de cultivo a los magnates más en su interés para beneficiarse de la los ciudadanos que beneficiarlos, pero sí los utilizan para sus propósitos. Sin embargo, es frecuente escucharlos decir: hay que ver con optimismo. De hecho, también lo creo; no obstante, somos recurrentemente víctimas de la guerra mundial más antigua, el optimismo contra el pesimismo.

Procuraré abandonar todo posible viso de subjetividad y evitar hacer conexiones desde supuestos. Si bien parto del hecho que muchas de las dificultades que impiden que haya crecimiento y desarrollo personal, así como colectivo, es el suponer.

El suponer es una derivación desde las referencias particulares que dan como hecho lo que se supone, creyendo que eso que se experimento acarreará que vuelva a suceder lo mismo en otro escenario con factores similares. Pero no es así porque cada evento tiene sus propios componentes. El conocimiento y la habilidad, entre otros factores pueden darle un giro al supuesto. Y esto tiene que ver con el empeño y capacidad de cada quién.

Por lo tanto, en una aceptación de haber creído tener soberbiamente la razón acerca de hechos revisados de la conducta y actitud de muchos políticos y empresarios, quisiera acercarme a una mirada menos tendenciosa, para procurar entender estos conceptos (optimismo y pesimismo) desde la filosofía, o sea desde la causa.

Esto me permite recuperar de Wilhelm Leibniz (filósofo, matemático, jurista, teólogo, y otras aptitudes) una frase célebre suya en la que ubica el optimismo: “el mundo en el cual vivimos es el mejor de los mundos posibles.” Parafraseando su pensamiento sostiene que Dios tuvo la posibilidad de crear el mundo de otra forma o en otra parte; sin embargo, decidió éste. Luego en la búsqueda de crear su obra más perfecta creó lo que tenemos, por lo tanto, es el mejor mundo de los mundos posibles.

De tal manera que lo que corresponde es que los seres humanos hagamos lo propio con el fin de vivir en el mundo que tiene todas las posibilidades y todos los componentes para que vivamos felices, dado que Dios en su creación -más que limitar- dotó al ser humano de lo que necesitara para que contara generosa y bondadosamente con todo durante su existencia.

Como sostiene Federico Mana, en Minutouno, en su artículo “El mejor de los mundos posibles” haciéndose eco de Leibniz: “Claramente, la visión optimista de la vida nos enseña a no perder las esperanzas, a confiar en nuestra capacidad de cambio y a entender que el poder de la transformación radica en nuestras manos, afirmaciones que tal vez no estaríamos dispuestos a discutir. Pero ¿qué sucede cuando el optimismo interfiere con nuestra perspectiva de lo real? ¿Es lícito que ponderemos el venturoso futuro por sobre el ruinoso presente?

Vivimos en tal confusión humana que en la búsqueda de la felicidad nos perdemos en un árbol cargado de frutos. Cada quién procura obtener lo que le beneficie porque no podemos, y quizás no sabemos dar fe de que contamos con todas las posibilidades de lograr transformar para trascender.

Por el otro lado, están los que no creen que esto sea posible, y mejor vivir hoy como se pueda antes que todo acabe. Precisamente, el pesimismo contra el optimismo es la guerra mundial más antigua. ¿Le suena? Sigue la próxima semana.