/ domingo 22 de diciembre de 2019

Panamá, 20 de Diciembre de 1989 (poema propio)

“A Panamá, treinta años pos invasión.”

Aquel 20 de diciembre de 1989 olía a vísperas de nuevas ilusiones.

Pese a las ráfagas de poco haber había sueños, no espejismos.

En ese esperar, bajo los brazos de éstos, las esperanzas, nosotros.

Aquellos que tenían pinturretadas sus caras con matorrales de mentira irrumpieron en caída libre con sus alas de tela y cuerdas; cayeron con sus hierros y sus ojos de luz verde y una furia sin razón.

¡Qué les hicimos, carajo! Sólo defender nuestros lienzos de afanes.

No era su tierra, cayeron sobre ella como verdugos estimulados en su trabazón con la orden de zanjar los alientos connacionales.

Se fueron llevando en nones y pares montañas de afanes.

El miedo enajenó los olores, se confundieron los propósitos, se trastornaron los sentidos; ya no hubo cordura.

Fueron momentos oscuros, la noche estaba herida de muerte; la muerte rondaba las casas.

De muchos hogares emergieron lápidas repentinas; los dos mares, el Pacífico y el Atlántico se convirtieron en un sólo mar de bombas y muertos.

El terruño estaba lesionado, la patria se moría, las almas saltaron de los cuerpos y quedaron abandonados; quedaron fríos con sus almas despojadas.

Algunos cuerpos arropados con pasivas mantas fueron divisados sobre las calles; mantas manchadas de rojo y más rojo miraban al cielo.

Dolor aquel indescriptible al ver los cuerpos arruinados.

Me pregunto ¿qué sintieron aquellos que un día nacieron nuestros, después se convirtieron en estrellas de la otra bandera?

¿Qué atravesó dentro de su corazón cuando vieron las nubes de gente con miedo sin saber qué hacer?

¡Qué dolor, estábamos siendo mancillados con el permiso de los propios nuestros!

Aquellos gritaron libertad cuando éramos asediados, secuestrados y asesinados.

Sonrisas de libertad timoratas empaparon su traición.

Con su triunfo enterraban un deleite sin gloria mientras el triunverato esperaba estoico.

Al otro lado, los morrales en las espaldas de la conciencia estaban llenos de furia e ímpetu; el pensamiento alojado en miles y miles era: ¿cómo aniquilar a los testaferros?

Aquellos tocaban la felicidad con la yema de sus dedos.

No habrá venganza pero seguro serán engullidos por su greda.

Desde el guardamontes envilecían tiro a tiro sus antojos inhumanos que llamaron Causa Justa.

Se iba quedando el peso del pasado en las cajas selladas; el peso que muchos no hubieran querido vivir.

Ahora emergía el desahogo por los poros y las huellas.

Los rostros exclamaban sus discursos sin decir nada; el lenguaje corporal los delataba.

La satisfacción había cambiado de pies a patas de felinos.

¡Cabrones! Por decir lo menos, dije entonces.

El pueblo se había bañado de rabia e impotencia.

Por las calles la muerte caminaba erguida; la patria sigilosa se esculpía andando.

Las almas saltaron de los cuerpos y quedaron abandonados, solos.

Uno era sumado donde reposaban los otros; cuerpos sobre cuerpos, cuerpos sobre cuerpos amontonados; cuerpos sobre cuerpos amontonados, enterrados juntos; aquellos socavones se tragaron muchos sueños.

El Jardín de Paz alojó las huellas de la guerra convencional.

¡Utama! ¿¡Qué guerra podría haber entre desiguales!?

Ahí los tiraron como si fueran páginas sin historia.

Pero aquellos se equivocaron, se equivocaron aquellos; se equivocaron porque hojas tras hojas se reviven los propósitos que también nos dieron vida.

Las nuevas cumbres ven otra luz.

Los mosaicos de arena y agua salada de nuestros mares y el agua dulce de nuestros ríos fertilizan nuevas vidas.

Los pensamientos altruistas andan tras el rescate de las huellas abandonadas.

La Patria insigne implora; Panamá sigue de duelo para no olvidar la infamia.

*Consultor y Asesor en Comunicación Política y Organizacional; jdelrsf@gmail.com; Twitter: @jdelrsf

“A Panamá, treinta años pos invasión.”

Aquel 20 de diciembre de 1989 olía a vísperas de nuevas ilusiones.

Pese a las ráfagas de poco haber había sueños, no espejismos.

En ese esperar, bajo los brazos de éstos, las esperanzas, nosotros.

Aquellos que tenían pinturretadas sus caras con matorrales de mentira irrumpieron en caída libre con sus alas de tela y cuerdas; cayeron con sus hierros y sus ojos de luz verde y una furia sin razón.

¡Qué les hicimos, carajo! Sólo defender nuestros lienzos de afanes.

No era su tierra, cayeron sobre ella como verdugos estimulados en su trabazón con la orden de zanjar los alientos connacionales.

Se fueron llevando en nones y pares montañas de afanes.

El miedo enajenó los olores, se confundieron los propósitos, se trastornaron los sentidos; ya no hubo cordura.

Fueron momentos oscuros, la noche estaba herida de muerte; la muerte rondaba las casas.

De muchos hogares emergieron lápidas repentinas; los dos mares, el Pacífico y el Atlántico se convirtieron en un sólo mar de bombas y muertos.

El terruño estaba lesionado, la patria se moría, las almas saltaron de los cuerpos y quedaron abandonados; quedaron fríos con sus almas despojadas.

Algunos cuerpos arropados con pasivas mantas fueron divisados sobre las calles; mantas manchadas de rojo y más rojo miraban al cielo.

Dolor aquel indescriptible al ver los cuerpos arruinados.

Me pregunto ¿qué sintieron aquellos que un día nacieron nuestros, después se convirtieron en estrellas de la otra bandera?

¿Qué atravesó dentro de su corazón cuando vieron las nubes de gente con miedo sin saber qué hacer?

¡Qué dolor, estábamos siendo mancillados con el permiso de los propios nuestros!

Aquellos gritaron libertad cuando éramos asediados, secuestrados y asesinados.

Sonrisas de libertad timoratas empaparon su traición.

Con su triunfo enterraban un deleite sin gloria mientras el triunverato esperaba estoico.

Al otro lado, los morrales en las espaldas de la conciencia estaban llenos de furia e ímpetu; el pensamiento alojado en miles y miles era: ¿cómo aniquilar a los testaferros?

Aquellos tocaban la felicidad con la yema de sus dedos.

No habrá venganza pero seguro serán engullidos por su greda.

Desde el guardamontes envilecían tiro a tiro sus antojos inhumanos que llamaron Causa Justa.

Se iba quedando el peso del pasado en las cajas selladas; el peso que muchos no hubieran querido vivir.

Ahora emergía el desahogo por los poros y las huellas.

Los rostros exclamaban sus discursos sin decir nada; el lenguaje corporal los delataba.

La satisfacción había cambiado de pies a patas de felinos.

¡Cabrones! Por decir lo menos, dije entonces.

El pueblo se había bañado de rabia e impotencia.

Por las calles la muerte caminaba erguida; la patria sigilosa se esculpía andando.

Las almas saltaron de los cuerpos y quedaron abandonados, solos.

Uno era sumado donde reposaban los otros; cuerpos sobre cuerpos, cuerpos sobre cuerpos amontonados; cuerpos sobre cuerpos amontonados, enterrados juntos; aquellos socavones se tragaron muchos sueños.

El Jardín de Paz alojó las huellas de la guerra convencional.

¡Utama! ¿¡Qué guerra podría haber entre desiguales!?

Ahí los tiraron como si fueran páginas sin historia.

Pero aquellos se equivocaron, se equivocaron aquellos; se equivocaron porque hojas tras hojas se reviven los propósitos que también nos dieron vida.

Las nuevas cumbres ven otra luz.

Los mosaicos de arena y agua salada de nuestros mares y el agua dulce de nuestros ríos fertilizan nuevas vidas.

Los pensamientos altruistas andan tras el rescate de las huellas abandonadas.

La Patria insigne implora; Panamá sigue de duelo para no olvidar la infamia.

*Consultor y Asesor en Comunicación Política y Organizacional; jdelrsf@gmail.com; Twitter: @jdelrsf