Como cada año que arranca, el Gobierno Federal se confronta inevitablemente, con la pregunta de qué cosas debían cambiar y cuales podrían permanecer en el sector educativo.
La única vía sensata para responder era, desde luego, evaluar con los datos disponibles, así fuera de manera sucinta, los resultados de reformas a la educación Nacional.
En una sociedad abierta la educación de los niños le concierne a la sociedad entera y una reforma a la educación debe resultar de un proceso de deliberación en la esfera pública.
En un Estado de Derecho democrático los funcionarios no pueden convertir en razón de Estado ninguna teoría, enfoque o concepción pedagógica. Su función es otra: promover la justicia, la equidad, la pluralidad, la transparencia, el consenso.
Los asuntos públicos imponen obligaciones argumentativas a los funcionarios del Estado, a los investigadores, a los especialistas y a la opinión pública.
Tal como ocurre con las modas, la reforma curricular llanamente se anunció en el programa educativo de Gobierno. Nadie puede decir que fueron incapaces de argumentar el cambio y de presentar buenas razones para reformar el currículo, porque simplemente no se presentaron ninguna.
En lo educativo el pasado ha dejado de arrojar luz sobre el futuro, un pasado que tuvo que cambiar la forma de enseñar y entrar a las nuevas tecnologías. Al eliminar el diagnostico se eliminaron las posibilidades de obtener enseñanzas del pasado.
Acaso supongan que no existe aquello de lo no se habla, que el silencio preserva a la reforma de la crítica, o que el silencio es irrefutable. Acaso laste actuar sobre el prejuicio que repiten en reuniones y eventos: los problemas son conocidos, lo que requerimos son soluciones.
En una democracia el Gobierno tiene obligación de dar razones acerca de lo que hace y de lo que se propone hacer. Está obligado por razones de ética política, así como por la demanda de la oposición y presión de los investigadores, especialistas y de la opinión pública.
Hoy resulta claro que las reformas curriculares anteriores, al igual que las que se realizaron en décadas pasadas han tenido como objeto los enfoques de enseñanza y los de aprendizaje, los programas, los libros de textos, incluso la resolución editorial de los nuevos materiales, pero han resultado pocas sus estrategias de comunicación con los maestros y han dejado una sombra de poco avance en la educación.
Todavía se ha carecido de una propuesta sobre el cambio posible en la educación y de un planteamiento de evaluación acorde con el enfoque que se propongan.
No se pueden transformar las interacciones tradicionales en la educación. Sus promotores creyeron que la nueva explicación de cómo aprende el niño se podía convertir en acción dentro de la educación. Pero no consideraron la lógica y estructura de las prácticas y hábitos del maestro. Creyeron que los maestros podían transformar su quehacer tomando cursos donde tuvieran intercambio de experiencias de aprendizaje acorde con el nuevo enfoque, diseñaran planes de clases y secuencias didácticas.
Lo que ha faltado es la construcción del conocimiento de los niños, en base a una teoría de cambio posible en la educación y una adecuada motivación de los maestros en esa dirección.
*Doctor en Educación.