/ martes 5 de marzo de 2019

PRI, festejo postergado

Sumergido en el peor momento de su larga, y diríase que prolífica historia, el Partido Revolucionario Institucional cumplió este lunes 90 años de su fundación. Los festejos, desde luego, se reservarán para mejor ocasión.

Surgido el 4 de marzo de 1929 bajo el nombre de Partido Nacional Revolucionario, a instancias del expresidente Plutarco Elías Calles, el PRI afronta actualmente una severa crisis, de mayor hondura incluso a la que vivió en el 2000 cuando perdió por primera vez en 71 años su hegemonía en una elección presidencial, tras la inesperada asunción del panista Vicente Fox.

Hace 90 años, el entonces PNR fue proclamado como el partido de los revolucionarios, ungido como el cauce natural para la transición de la política dominada por caudillos y caciques, a la institucional.

Nueve años después, el presidente Lázaro Cárdenas reorganizó al organismo político, le cambió el nombre a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y creó los llamados sectores corporativos: obrero, campesino, popular e incluso militar.

En 1938, Manuel Ávila Camacho y el recién nombrado candidato a la presidencia, Miguel Alemán Valdés, impulsaron una nueva reforma bajo la premisa de que el ahora Partido Revolucionario Institucional tuviera como uno de sus ideales alcanzar una auténtica justicia social en un entorno de libertades y democracia.

Vinieron entonces los tiempos del “partidazo” que dominaba todo el escenario nacional al gobernar en las 32 entidades federativas y la inmensa mayoría de los municipios, además de contar con absoluto predominio en las cámaras alta y baja.

Así fue hasta 1989, cuando perdió las elecciones en el estado de Baja California, primera entidad que dejó de gobernar y de ahí, a la derrota en el 2000 que dio fin a doce comicios, catorce presidentes y más de setenta años en el poder.

Si bien mantuvo aún presencia en el ámbito legislativo y se conservaba el mandato con importantes gubernaturas, hubo entonces quienes le dieron al PRI sepultura y presagiaron su exterminio.

Nada de eso ocurrió tras dos sexenios panistas – Fox fue la gran decepción y luego Felipe Calderón nubló su mandato con una guerra fallida contra la delincuencia organizada- y el PRI resurgió de sus cenizas con Enrique Peña Nieto, quien recuperó la silla presidencial y la mayoría en el Congreso, con un amplio margen de votación.

No obstante, el retorno del PRI resultó efímero. Ya con la oleada incontenible de Morena y con un Andrés Manuel López Obrador agigantado, los mexicanos castigaron la gestión peñista marcada por altos índices de violencia y claros signos de corrupción e impunidad.

En la elección de 2018 el PRI registró su votación más baja en su larga historia; apenas casi 9 millones de votos, contra los 19 millones 200 mil que seis años atrás había obtenido Peña Nieto para arrasar en el 2012.

Ahora el PRI solo gobierna en 12 estados, la mayoría con el menor número de habitantes, mientras Morena tuvo los mejores resultados, pues ganó cinco gubernaturas de las nueve en disputa, y además ganó los estados más poblados como la Ciudad de México y Veracruz.

A esta debacle se suma ahora una situación económica de extrema precariedad por la reducción de sus prerrogativas, que cayeron de casi mil millones de pesos a apenas 500, por lo que se ha visto obligado a solicitar créditos para solventar sus gastos de operación.

En este patético escenario llega el PRI a sus 90 años y con la obligación de renovar su dirigencia, que habrá de definirse mediante una elección interna, dicen que ahora sí por la vía democrática a través del voto abierto y directo de su militancia y con la participación reguladora del Instituto Nacional Electoral.

Figuran entre los aspirantes el exrector de la UNAM y exsecretario de Salud, José Narro Robles y varios exgobernadores: de Yucatán, Ivonne Ortega Pacheco y el de Oaxaca, Ulises Ruiz. También el actual mandatario de Campeche Alejandro Moreno Cárdenas, quien preside ahora la Conago; y los coordinadores de las bancadas priistas en el Senado de la República y en la Cámara de Diputados, Miguel Ángel Osorio Chong y René Juárez Cisneros, respectivamente, así como el actual secretario general del instituto político, Arturo Zamora.

Demasiados contendientes quizá para un PRI en plena agonía, que deberá recomponerse para el 2021 bajo el riesgo de la migración de sus mejores alfiles hacia Morena, como ha venido ocurriendo, o ahora sí, a su definitiva extinción. Ese año habrá elecciones en siete entidades, incluyendo la extraordinaria por la gubernatura de Puebla donde no tiene posibilidad de ganar, y otras tres en el 2022.

En este contexto, el proceso para definir a la dirigencia será crucial para el futuro inmediato. Y José Narro, por su experiencia y probidad podría ser la mejor alternativa.

Ya vendrán después los proyectos estratégicos para resarcir la imagen mediante una reforma interna a fondo que observe la necesidad de aniquilar las viejas prácticas y hacer que el partido deje la simulación para reconfigurarse con quienes se han mantenido fieles a su militancia y leales a sus principios.

Para reinventarse, el PRI necesita ser un partido de ciudadanos y formar nuevos y renovados cuadros, especialmente con jóvenes pero especialmente debe adecuarse a las necesidades y circunstancias actuales, lo cual implica también asumir honestamente su rol de oposición crítica, constructiva y responsable.

La tarea para intentar hacer resurgir al PRI es gigantesca, más no imposible. Por lo pronto, la celebración de su 90 aniversario quedó postergada para mejor ocasión.

Sumergido en el peor momento de su larga, y diríase que prolífica historia, el Partido Revolucionario Institucional cumplió este lunes 90 años de su fundación. Los festejos, desde luego, se reservarán para mejor ocasión.

Surgido el 4 de marzo de 1929 bajo el nombre de Partido Nacional Revolucionario, a instancias del expresidente Plutarco Elías Calles, el PRI afronta actualmente una severa crisis, de mayor hondura incluso a la que vivió en el 2000 cuando perdió por primera vez en 71 años su hegemonía en una elección presidencial, tras la inesperada asunción del panista Vicente Fox.

Hace 90 años, el entonces PNR fue proclamado como el partido de los revolucionarios, ungido como el cauce natural para la transición de la política dominada por caudillos y caciques, a la institucional.

Nueve años después, el presidente Lázaro Cárdenas reorganizó al organismo político, le cambió el nombre a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y creó los llamados sectores corporativos: obrero, campesino, popular e incluso militar.

En 1938, Manuel Ávila Camacho y el recién nombrado candidato a la presidencia, Miguel Alemán Valdés, impulsaron una nueva reforma bajo la premisa de que el ahora Partido Revolucionario Institucional tuviera como uno de sus ideales alcanzar una auténtica justicia social en un entorno de libertades y democracia.

Vinieron entonces los tiempos del “partidazo” que dominaba todo el escenario nacional al gobernar en las 32 entidades federativas y la inmensa mayoría de los municipios, además de contar con absoluto predominio en las cámaras alta y baja.

Así fue hasta 1989, cuando perdió las elecciones en el estado de Baja California, primera entidad que dejó de gobernar y de ahí, a la derrota en el 2000 que dio fin a doce comicios, catorce presidentes y más de setenta años en el poder.

Si bien mantuvo aún presencia en el ámbito legislativo y se conservaba el mandato con importantes gubernaturas, hubo entonces quienes le dieron al PRI sepultura y presagiaron su exterminio.

Nada de eso ocurrió tras dos sexenios panistas – Fox fue la gran decepción y luego Felipe Calderón nubló su mandato con una guerra fallida contra la delincuencia organizada- y el PRI resurgió de sus cenizas con Enrique Peña Nieto, quien recuperó la silla presidencial y la mayoría en el Congreso, con un amplio margen de votación.

No obstante, el retorno del PRI resultó efímero. Ya con la oleada incontenible de Morena y con un Andrés Manuel López Obrador agigantado, los mexicanos castigaron la gestión peñista marcada por altos índices de violencia y claros signos de corrupción e impunidad.

En la elección de 2018 el PRI registró su votación más baja en su larga historia; apenas casi 9 millones de votos, contra los 19 millones 200 mil que seis años atrás había obtenido Peña Nieto para arrasar en el 2012.

Ahora el PRI solo gobierna en 12 estados, la mayoría con el menor número de habitantes, mientras Morena tuvo los mejores resultados, pues ganó cinco gubernaturas de las nueve en disputa, y además ganó los estados más poblados como la Ciudad de México y Veracruz.

A esta debacle se suma ahora una situación económica de extrema precariedad por la reducción de sus prerrogativas, que cayeron de casi mil millones de pesos a apenas 500, por lo que se ha visto obligado a solicitar créditos para solventar sus gastos de operación.

En este patético escenario llega el PRI a sus 90 años y con la obligación de renovar su dirigencia, que habrá de definirse mediante una elección interna, dicen que ahora sí por la vía democrática a través del voto abierto y directo de su militancia y con la participación reguladora del Instituto Nacional Electoral.

Figuran entre los aspirantes el exrector de la UNAM y exsecretario de Salud, José Narro Robles y varios exgobernadores: de Yucatán, Ivonne Ortega Pacheco y el de Oaxaca, Ulises Ruiz. También el actual mandatario de Campeche Alejandro Moreno Cárdenas, quien preside ahora la Conago; y los coordinadores de las bancadas priistas en el Senado de la República y en la Cámara de Diputados, Miguel Ángel Osorio Chong y René Juárez Cisneros, respectivamente, así como el actual secretario general del instituto político, Arturo Zamora.

Demasiados contendientes quizá para un PRI en plena agonía, que deberá recomponerse para el 2021 bajo el riesgo de la migración de sus mejores alfiles hacia Morena, como ha venido ocurriendo, o ahora sí, a su definitiva extinción. Ese año habrá elecciones en siete entidades, incluyendo la extraordinaria por la gubernatura de Puebla donde no tiene posibilidad de ganar, y otras tres en el 2022.

En este contexto, el proceso para definir a la dirigencia será crucial para el futuro inmediato. Y José Narro, por su experiencia y probidad podría ser la mejor alternativa.

Ya vendrán después los proyectos estratégicos para resarcir la imagen mediante una reforma interna a fondo que observe la necesidad de aniquilar las viejas prácticas y hacer que el partido deje la simulación para reconfigurarse con quienes se han mantenido fieles a su militancia y leales a sus principios.

Para reinventarse, el PRI necesita ser un partido de ciudadanos y formar nuevos y renovados cuadros, especialmente con jóvenes pero especialmente debe adecuarse a las necesidades y circunstancias actuales, lo cual implica también asumir honestamente su rol de oposición crítica, constructiva y responsable.

La tarea para intentar hacer resurgir al PRI es gigantesca, más no imposible. Por lo pronto, la celebración de su 90 aniversario quedó postergada para mejor ocasión.