/ domingo 29 de septiembre de 2019

Prosaica realidad

El padre jesuita Luis Coloma (1851-1915) escribió en 1884 que la novela “es perjudicial en todas sus manifestaciones. Las novelas, aun las buenas, las verdaderamente morales, fomentan un falso idealismo, contrario a la prosaica realidad. Quédense para aquellas personas superficiales.”

Como bien se sabe, Luis Coloma es el autor de la célebre novela “Pequeñeces…”, publicada en 1890, en Bilbao, por la Administración de El Mensajero del Corazón de Jesús.

Esta obra es leída en México con gran interés desde 1891; tengo a la vista el ejemplar publicado ese año por la Imprenta Cosmopolita de Nueva York y también la edición de la imprescindible editorial Porrúa, colección Sepan Cuantos, datada en 1968.

El libro de 1891 lleva una sentida dedicatoria autógrafa, en azul cerúleo, que dice: “Para la biblioteca particular de la Señorita Profesora Felicitas Zozaya. Su amiga que mucho la quiere. R. Cirlos. Debajo de estas líneas un sello, de tinta sepia, anuncia: “Donado por Biblioteca particular de la Señorita Profesora Felicitas Zozaya. Profesora de Canto.”

El tema de esta obra es la corrupción de la sociedad que acepta como pequeñeces el vicio y la estupidez.

Es un boceto, un mural grotesco de la sociedad aristocrática de su tiempo a través de la presentación de criaturas especulares que reflejan el talante de personajes históricos del Madrid del XIX. La trama de la novela florece durante el tiempo del reinado de Amadeo de Saboya y utiliza para su discurso la estructura simple del folletín y, además, personajes alegóricos, continentes de las pasiones y las virtudes, al modo de los autos sacramentales.

Leo en el ejemplar de 1891, que tiene ya tiene muy deterioradas sus páginas por los muchos lectores que han abrevado en sus amarillentos folios. Como ustedes recordarán, las primeras líneas de la novela son éstas:

“Lector amigo: Si eres hombre corrido y poco asustadizo, conocedor de las miserias humanas y amante de la verdad, aunque esta amargue, éntrate sin miedo por las páginas de este libro; que no encontrarás en ellas nada que te sea desconocido o se te haga molesto. Mas si eres alma pía y asombradiza; si no has salido de esos limbos del entendimiento que engendra, no tanto la inocencia del corazón como la falta de experiencia; si la desnudez de la verdad te escandaliza o hiere tu amor propio su rudeza, detente entonces y no pases adelante sin escuchar primero lo que debo decirte. Porque témome mucho, lector amigo, que, de ser esto así y si no te mueven mis razones, te espera más de un sobresalto entre las páginas de este libro. Yo dejé correr en él la pluma con entera independencia, rechazando con horror, al trazar mi pintura, esa teoría perversa que ensancha el criterio de moralidad hasta desbordar las pasiones, ocultando de manera más o menos solapada la pérfida idea de hacer pasar por lícito todo lo que es agradable; mas confiésote de igual modo que, si no con espanto, con grave fastidio al menos, y hasta con cierta ira literaria, rechacé también aquel otro extremo contrario, propio de algunas conciencias timoratas que se empeñan en ver un peligro en dondequiera que aparece algo que deleita. Porque juzgo que, por sobra de valor, yerran los primeros, en no ver abismos donde puede haber flores; y tengo para mí que, por hartura de miedo, yerran también los segundos, en no concebir una flor sin que oculte detrás un precipicio.”

Cierto es que el padre Coloma ha sido acusado de ser un “católico integrista” a causa, entre otras, de la siguiente opinión suya:

“El origen de la confusión que prima en esta época está en la orgullosa suficiencia propia, en el desprecio de la autoridad legítimamente constituida, en la falta de profundidad y método en los estudios básicos y superiores, y, de manera ominosa, en el magisterio superficial, intruso, interesado y vulgar de los periódicos.”

Amigo lector, tal vez ya sea el tiempo de abandonar los esquemas ideológicos anticlericales y concederle posibilidad de verdad a las palabras del padre Coloma.

Me despido con este párrafo de las “Pequeñeces”:

“Es cierto, ciertísimo, lector pío y discreto, que peca de inmoral y merece toda censura el autor que encomia a los ladrones y recomienda sus hurtos y los facilita; o el que protestando contra ellos y reconociendo su inmoralidad, traza, sin embargo, con buenas intenciones y poquísima prudencia, cuadros de peligrosa belleza, de tentación seductora, que ejercen sobre el lector incauto, y aun sobre el que por tal no se tiene, la atracción siniestra del abismo.”

Discreto lector, coloca el nombre del novelista contemporáneo a la moda en el pasaje anterior y acertarás.

El ideal estético de Coloma es no escapar: aceptar la prosa de la vida.

El padre jesuita Luis Coloma (1851-1915) escribió en 1884 que la novela “es perjudicial en todas sus manifestaciones. Las novelas, aun las buenas, las verdaderamente morales, fomentan un falso idealismo, contrario a la prosaica realidad. Quédense para aquellas personas superficiales.”

Como bien se sabe, Luis Coloma es el autor de la célebre novela “Pequeñeces…”, publicada en 1890, en Bilbao, por la Administración de El Mensajero del Corazón de Jesús.

Esta obra es leída en México con gran interés desde 1891; tengo a la vista el ejemplar publicado ese año por la Imprenta Cosmopolita de Nueva York y también la edición de la imprescindible editorial Porrúa, colección Sepan Cuantos, datada en 1968.

El libro de 1891 lleva una sentida dedicatoria autógrafa, en azul cerúleo, que dice: “Para la biblioteca particular de la Señorita Profesora Felicitas Zozaya. Su amiga que mucho la quiere. R. Cirlos. Debajo de estas líneas un sello, de tinta sepia, anuncia: “Donado por Biblioteca particular de la Señorita Profesora Felicitas Zozaya. Profesora de Canto.”

El tema de esta obra es la corrupción de la sociedad que acepta como pequeñeces el vicio y la estupidez.

Es un boceto, un mural grotesco de la sociedad aristocrática de su tiempo a través de la presentación de criaturas especulares que reflejan el talante de personajes históricos del Madrid del XIX. La trama de la novela florece durante el tiempo del reinado de Amadeo de Saboya y utiliza para su discurso la estructura simple del folletín y, además, personajes alegóricos, continentes de las pasiones y las virtudes, al modo de los autos sacramentales.

Leo en el ejemplar de 1891, que tiene ya tiene muy deterioradas sus páginas por los muchos lectores que han abrevado en sus amarillentos folios. Como ustedes recordarán, las primeras líneas de la novela son éstas:

“Lector amigo: Si eres hombre corrido y poco asustadizo, conocedor de las miserias humanas y amante de la verdad, aunque esta amargue, éntrate sin miedo por las páginas de este libro; que no encontrarás en ellas nada que te sea desconocido o se te haga molesto. Mas si eres alma pía y asombradiza; si no has salido de esos limbos del entendimiento que engendra, no tanto la inocencia del corazón como la falta de experiencia; si la desnudez de la verdad te escandaliza o hiere tu amor propio su rudeza, detente entonces y no pases adelante sin escuchar primero lo que debo decirte. Porque témome mucho, lector amigo, que, de ser esto así y si no te mueven mis razones, te espera más de un sobresalto entre las páginas de este libro. Yo dejé correr en él la pluma con entera independencia, rechazando con horror, al trazar mi pintura, esa teoría perversa que ensancha el criterio de moralidad hasta desbordar las pasiones, ocultando de manera más o menos solapada la pérfida idea de hacer pasar por lícito todo lo que es agradable; mas confiésote de igual modo que, si no con espanto, con grave fastidio al menos, y hasta con cierta ira literaria, rechacé también aquel otro extremo contrario, propio de algunas conciencias timoratas que se empeñan en ver un peligro en dondequiera que aparece algo que deleita. Porque juzgo que, por sobra de valor, yerran los primeros, en no ver abismos donde puede haber flores; y tengo para mí que, por hartura de miedo, yerran también los segundos, en no concebir una flor sin que oculte detrás un precipicio.”

Cierto es que el padre Coloma ha sido acusado de ser un “católico integrista” a causa, entre otras, de la siguiente opinión suya:

“El origen de la confusión que prima en esta época está en la orgullosa suficiencia propia, en el desprecio de la autoridad legítimamente constituida, en la falta de profundidad y método en los estudios básicos y superiores, y, de manera ominosa, en el magisterio superficial, intruso, interesado y vulgar de los periódicos.”

Amigo lector, tal vez ya sea el tiempo de abandonar los esquemas ideológicos anticlericales y concederle posibilidad de verdad a las palabras del padre Coloma.

Me despido con este párrafo de las “Pequeñeces”:

“Es cierto, ciertísimo, lector pío y discreto, que peca de inmoral y merece toda censura el autor que encomia a los ladrones y recomienda sus hurtos y los facilita; o el que protestando contra ellos y reconociendo su inmoralidad, traza, sin embargo, con buenas intenciones y poquísima prudencia, cuadros de peligrosa belleza, de tentación seductora, que ejercen sobre el lector incauto, y aun sobre el que por tal no se tiene, la atracción siniestra del abismo.”

Discreto lector, coloca el nombre del novelista contemporáneo a la moda en el pasaje anterior y acertarás.

El ideal estético de Coloma es no escapar: aceptar la prosa de la vida.