/ miércoles 25 de mayo de 2022

Proteger el medio ambiente es cuidar nuestro descanso

A raíz de la vorágine de cambios que ha provocado en el medio ambiente el calentamiento global, se ha modificado la forma de ser y estar de los propios seres vivos en el planeta.

Estas repercusiones no sólo están relacionadas con el propio ecosistema, sino que también tienen una incidencia muy importante en la salud integral de las personas.

Al respecto, estudios de la Clínica de Trastornos del Sueño de la UNAM, han mostrado evidencia sobre cómo el cambio climático nos está quitando el sueño, lo cual no aplica solo en un sentido figurado.

Porque si bien pudiéramos pensar que la degradación del medio ambiente puede provocar una gran preocupación entre la humanidad, lo cierto es que el aumento de la temperatura causada por este fenómeno impide a las personas conciliar el sueño por más de 6 horas continuas.

En este sentido, especialistas han determinado que el aumento de la temperatura causada por el cambio climático, repercute en la frecuencia cardiaca, la temperatura corporal y la oxigenación.

Esto es muy importante, ya que tener un sueño reparador y agradable no sólo es un placer para el ser humano, sino que es necesario para su salud y bienestar.

Dormir es un proceso fisiológico al cual dedicamos -o deberíamos dedicar- un tercio de nuestras vidas, y es una condición que nos permite pensar claramente, reaccionar rápido y afianzar la memoria.

De acuerdo con la Fundación Nacional del Sueño de Estados Unidos, un joven adulto sano debe dormir un promedio de 7.5 horas, aunque esta cantidad puede variar, pues depende de factores internos del organismo. Por su parte un niño de preescolar puede dormir entre 11 o 12 horas y un adulto mayor entre 5 y 6 horas.

Hay estudios que enseñan que cuando una persona no duerme lo suficiente su habilidad de tomar decisiones y de asumir ciertos riesgos es diferente. Esto tiene implicaciones importantes en su trabajo y en su vida. Incluso tiene implicaciones directas para los estudiantes y su rendimiento académico.

El primer estudio que investigó y demostró que cuando hace mucho calor las personas no duermen bien, fue realizado por investigadores encabezados por Nick Obradovich, basado en unos datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) que contaba con información de 765 mil estadounidenses, a quienes contactaron entre el 2002 y el 2011.

Este estudio fue publicado en la revista Science Advances y encontró que por cada aumento en un grado centígrado de temperatura, se producían tres noches adicionales de sueño insuficiente por cada 100 personas por mes. Lo que se traducía en 110 millones de noches adicionales de sueño insuficiente por cada grado de elevación cada año en todo Estados Unidos.

De acuerdo a proyecciones realizadas por NASA Earth Exchange, si esta relación entre el cambio climático y el trastorno del sueño persiste, el calor en el futuro podría causar seis noches adicionales de sueño insuficiente por cada 100 personas para el 2050, y 14 noches adicionales de sueño insuficiente por cada 100 personas para finales de este milenio.

Ya de por sí en nuestro país, los investigadores de la UNAM estiman que alrededor del 45% de la población adulta presenta mala calidad del sueño. Lo anterior se refleja en la dificultad que las personas tienen para levantarse, así como en constante somnolencia y cansancio durante las primeras horas de la mañana.

Sin embargo, el no dormir bien, con calidad y suficiencia, va más allá de simplemente sentirse descansado. Sin un sueño reparador se tiende a subir de peso, se debilita el sistema inmunológico y aumenta el riesgo de padecer diabetes, enfermedades cardiovasculares e hipertensión. Se es más vulnerable a la depresión y a la ansiedad, la función cognitiva se ve afectada y se acelera el proceso de envejecimiento.

Es así que se vuelve imperioso visualizar propuestas de solución ante este grave problema, sin embargo, la cuestión no es tan fácil como simplemente señalar la necesidad de que las personas cuenten con sistemas de aire acondicionado que mitiguen el calor durante sus horas de descanso, ya que sin importar el país, el acceso a estos aparatos es limitado, dado que su instalación y funcionamiento requiere recursos económicos adicionales que no todas las familias pueden costear.

No pasemos por alto que la raíz del problema es el daño al ecosistema, por lo que una verdadera propuesta que abone a la solución estará en adoptar nuevos hábitos que pongan freno a la imperante contaminación y explotación de los recursos.

El calentamiento global requiere de acciones decididas que, literalmente, nos regresen el sueño y sobre todo contribuyan a mejorar la calidad de vida y un estado general de salud física, cognitiva y emocional estables. Hoy preguntémonos ¿Qué cambios podemos emprender para mejorar el ecosistema? y sobre todo llevémoslo a la práctica.

A raíz de la vorágine de cambios que ha provocado en el medio ambiente el calentamiento global, se ha modificado la forma de ser y estar de los propios seres vivos en el planeta.

Estas repercusiones no sólo están relacionadas con el propio ecosistema, sino que también tienen una incidencia muy importante en la salud integral de las personas.

Al respecto, estudios de la Clínica de Trastornos del Sueño de la UNAM, han mostrado evidencia sobre cómo el cambio climático nos está quitando el sueño, lo cual no aplica solo en un sentido figurado.

Porque si bien pudiéramos pensar que la degradación del medio ambiente puede provocar una gran preocupación entre la humanidad, lo cierto es que el aumento de la temperatura causada por este fenómeno impide a las personas conciliar el sueño por más de 6 horas continuas.

En este sentido, especialistas han determinado que el aumento de la temperatura causada por el cambio climático, repercute en la frecuencia cardiaca, la temperatura corporal y la oxigenación.

Esto es muy importante, ya que tener un sueño reparador y agradable no sólo es un placer para el ser humano, sino que es necesario para su salud y bienestar.

Dormir es un proceso fisiológico al cual dedicamos -o deberíamos dedicar- un tercio de nuestras vidas, y es una condición que nos permite pensar claramente, reaccionar rápido y afianzar la memoria.

De acuerdo con la Fundación Nacional del Sueño de Estados Unidos, un joven adulto sano debe dormir un promedio de 7.5 horas, aunque esta cantidad puede variar, pues depende de factores internos del organismo. Por su parte un niño de preescolar puede dormir entre 11 o 12 horas y un adulto mayor entre 5 y 6 horas.

Hay estudios que enseñan que cuando una persona no duerme lo suficiente su habilidad de tomar decisiones y de asumir ciertos riesgos es diferente. Esto tiene implicaciones importantes en su trabajo y en su vida. Incluso tiene implicaciones directas para los estudiantes y su rendimiento académico.

El primer estudio que investigó y demostró que cuando hace mucho calor las personas no duermen bien, fue realizado por investigadores encabezados por Nick Obradovich, basado en unos datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) que contaba con información de 765 mil estadounidenses, a quienes contactaron entre el 2002 y el 2011.

Este estudio fue publicado en la revista Science Advances y encontró que por cada aumento en un grado centígrado de temperatura, se producían tres noches adicionales de sueño insuficiente por cada 100 personas por mes. Lo que se traducía en 110 millones de noches adicionales de sueño insuficiente por cada grado de elevación cada año en todo Estados Unidos.

De acuerdo a proyecciones realizadas por NASA Earth Exchange, si esta relación entre el cambio climático y el trastorno del sueño persiste, el calor en el futuro podría causar seis noches adicionales de sueño insuficiente por cada 100 personas para el 2050, y 14 noches adicionales de sueño insuficiente por cada 100 personas para finales de este milenio.

Ya de por sí en nuestro país, los investigadores de la UNAM estiman que alrededor del 45% de la población adulta presenta mala calidad del sueño. Lo anterior se refleja en la dificultad que las personas tienen para levantarse, así como en constante somnolencia y cansancio durante las primeras horas de la mañana.

Sin embargo, el no dormir bien, con calidad y suficiencia, va más allá de simplemente sentirse descansado. Sin un sueño reparador se tiende a subir de peso, se debilita el sistema inmunológico y aumenta el riesgo de padecer diabetes, enfermedades cardiovasculares e hipertensión. Se es más vulnerable a la depresión y a la ansiedad, la función cognitiva se ve afectada y se acelera el proceso de envejecimiento.

Es así que se vuelve imperioso visualizar propuestas de solución ante este grave problema, sin embargo, la cuestión no es tan fácil como simplemente señalar la necesidad de que las personas cuenten con sistemas de aire acondicionado que mitiguen el calor durante sus horas de descanso, ya que sin importar el país, el acceso a estos aparatos es limitado, dado que su instalación y funcionamiento requiere recursos económicos adicionales que no todas las familias pueden costear.

No pasemos por alto que la raíz del problema es el daño al ecosistema, por lo que una verdadera propuesta que abone a la solución estará en adoptar nuevos hábitos que pongan freno a la imperante contaminación y explotación de los recursos.

El calentamiento global requiere de acciones decididas que, literalmente, nos regresen el sueño y sobre todo contribuyan a mejorar la calidad de vida y un estado general de salud física, cognitiva y emocional estables. Hoy preguntémonos ¿Qué cambios podemos emprender para mejorar el ecosistema? y sobre todo llevémoslo a la práctica.