/ jueves 18 de junio de 2020

Puebla resiliente: ¿estamos listos para el siguiente desastre natural?

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En la entrega pasada me referí a los riesgos que enfrentará el país, y nuestro estado, en esta temporada de lluvias y huracanes. En esta ocasión me quiero referir a otro tipo de amenaza natural que nos puede sorprender en cualquier momento y que, como sociedad y como gobierno, nos exige un mayor nivel de preparación: los sismos.

¿Qué pasaría si en medio de la crisis que vivimos por la pandemia hubiera un sismo de grandes magnitudes? En estos momentos en que las autoridades de gobierno están completamente concentradas en el problema de salud, ¿estaríamos preparados para reaccionar con rapidez y eficacia? ¿Tenemos listos los protocolos anti Covid en caso de sismo? ¿Cada municipio y cada colonia cuenta con su comité comunitario de protección civil con la información actualizada de los pasos a seguir en caso de un desastre natural de este tipo?

De acuerdo con el Banco Mundial, México ocupa la posición 23 a nivel global con mayor riesgo catastrófico ante fenómenos naturales. Con un promedio de 40 sismos diarios, México se clasifica como una de las zonas de más alta sismicidad del planeta. Y la zona en que se encuentran los estados de Puebla y Morelos es considerada como uno de los epicentros sísmicos activos del país.

En general, en Puebla la zona sísmica de alto riesgo se ubica al sur del estado, particularmente en municipios de Tehuacán, Acatlán e Izúcar de Matamoros. La zona sísmica de riesgo medio comprende básicamente municipios como San Martín Texmelucan, Cholula, Puebla capital, Oriental, Lara Grajales, Ciudad Serdán, Tecamachalco, Acatzingo y Atlixco. Mientras que la zona sísmica de bajo riesgo abarca la sierra norte y nororiental del estado, específicamente los municipios de Cuetzalan, Teziutlán y Zacatlán.

Muchos recuerdan todavía el terremoto de 1973 de magnitud 7.3 que afectó severamente Chalchicomula de Sesma y la capital poblana, así como el de 1980, de magnitud 7.1 que afectó principalmente la zona de Acatlán de Osorio, al sur de nuestro estado.

Pero sin duda, el terremoto del 15 de junio de 1999, con una magnitud de 7 grados, ha sido el que mayores daños ha causado en la zona sur, particularmente en Tehuacán, tanto por su costo en vidas como por el monto de los daños estimados en más de 100 millones de dólares.

El más reciente sismo que afectó nuestro estado ocurrió el 19 de septiembre de 2017, dos horas después del tradicional simulacro con motivo del aniversario del sismo de 1985. Con una magnitud de 7.1 y con epicentro en Axiochiapan, Morelos, según el Servicio Sismológico Nacional —aunque el Servicio Geológico de Estados Unidos lo ubicó en San Felipe Ayutla, en Izúcar de Matamoros— este terremoto cobró la vida de al menos 45 personas en Puebla. Más de 12 mil viviendas resultaron dañadas y al menos 250 inmuebles históricos presentaron severas afectaciones, 60 de los cuales fueron iglesias.

Además de las acciones de prevención y trabajo coordinado entre los tres órdenes de gobierno, una gran parte de la preparación ante el riesgo de un nuevo movimiento telúrico de grandes dimensiones tiene que ver con el trabajo comunitario en las zonas del estado consideradas de alto riesgo.

Aún en medio de la pandemia, es necesario tener perfectamente aceitados los mecanismos de prevención y preparación a nivel familiar y comunitario para enfrentar un evento como ese. Se requiere actualizar los mapas de riesgo para que cada persona tenga claro si vive o no en alguna zona de alto riesgo sísmico. Tampoco está de más actualizar y reforzar los protocolos de actuación considerando el factor Covid. Ante una eventual tragedia natural, lo peor que podría pasar es que no supiéramos qué hacer para proteger del coronavirus a la población desplazada o ubicada en albergues.

Tengamos siempre presente que, para construir una Puebla resiliente, es decir, capaz de sobreponerse a una situación adversa, e incluso salir fortalecidos de ella, es necesario construir día a día una cultura de prevención fincada en la solidaridad, la cohesión social y el sentido de pertenencia. Conviene aprovechar esta coyuntura de emergencia para apreciar el valor de saber que, en caso de ser necesario, contaremos con el apoyo de la familia, pero también de los vecinos y de las autoridades competentes, para salir adelante.

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