/ miércoles 8 de julio de 2020

Quien más habla más se equivoca

Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar

Ernest Hemingway

A dos años del triunfo de Andrés Manuel López Obrador, hoy presidente de la república de los Estados Unidos Mexicanos, la evaluación, de acuerdo a los analistas y estudios de la Ciencia Política, así como de comentaristas mediáticos y -por supuesto- la oposición, sostienen que no hay nada que festejar; por el contrario, sus seguidores acérrimos dicen que se sienten orgullosos de los resultados porque hay grandes beneficios.

Sostengo, si bien no es una frase mía, sino de la lógica política de sentido común, que no es lo mismo ser oposición (que solo ve lo malo del gobierno de turno), que gobernar (donde solo ven lo que conviene).

Cuando un político habla de que va a ser la panacea de todos los males del país, inmediatamente digo: ese será un fraude en el gobierno. Y claro que no voto por los que venden sueños si bien sí por quienes son más realistas.

Desde mi experiencia y práctica, cuando se ha dado la oportunidad, he recomendado a los políticos que no digan el “qué” sino tienen el “cómo”, incluso el “cuándo”, y de ser posible el “cuánto”. Que no engañen a la gente, que no jueguen con sus esperanzas.

Aunque ello tampoco es una garantía de que serán buenos gobernantes, porque estando ahí se les olvida lo dicho; les da indigestión de poder y ataques de avaricia. Muy pocos, casi ninguno en verdad, terminan bien su gestión, sin embargo, no dudo que haya alguno o alguna que sí.

No faltan los que en sus discursos cantan sobre las luces hermosas de las estrellas, que nadie puede alcanzar porque sencillamente es utópico. A eso le llamo poesía política o retórica poética. Cuando un discurso electoral suena a poesía es seguro que lo que viene como resultado son los no resultados de lo dicho.

Es muy fácil deducir cuando un político está entre el discurso idealista que sabe que no va a cristalizar tal cual lo dice, y la realidad. Palabras claves son: todo, nada, nadie, nunca, siempre, jamás.

Así las frases son: “Todo va a cambiar conmigo; todo lo que hicieron los otros fue para su beneficio”. “Nada de lo que hicieron los otros sirvió, no fue bueno”. “Nadie hará algo mejor”. “Nunca se han preocuparon por ustedes como nosotros”. “Siempre les tengo en mis pensamientos”. “Jamás les vamos a defraudar”.

Son frases trilladas a lo largo de la historia que han discurrido unos y otros. El asunto es que en sus discursos no ubican la realidad porque creen que pueden vulnerar sus intenciones de poder.

Por ejemplo, un opositor no hablaría de lo bien que ha hecho un gobernante, aunque lo haya obrado, porque sería avalarlo; es mejor decir que nada sirve.

El gobernante no le da la razón a la oposición, aunque la tenga porque eso sería perjudicar las posibilidades de que él o su partido sigan en el poder. Lo más fácil es predicar mitos para penetrar a las mayorías electoras para ganar su anuencia.

En esta realidad lo que deciden es hablar. Hablar para ocultar eso que saben que es real, que no les conviene decir. O decir nada, pero hablar buscando todas las formas de apagar sus defectos resaltando los defectos de quienes lo adversan.

La oposición hace exactamente lo mismo. Tapan sus errores resaltado las fallas de los gobernantes, porque lo que quieren es llegar al poder.

Estoy convencido que “QUIEN MÁS HABLA MÁS SE EQUIVOCA”, por lo mismo lo que hoy es el argumento de unos después será el de los otros. Es cíclico. Sólo hay que esperar y veremos resultados.

Un país no avanza por la decisión de una sola persona. Es imposible y fantástico creerlo. A todos nos toca algo qué hacer por el bien del país. ¿Le suena?

Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar

Ernest Hemingway

A dos años del triunfo de Andrés Manuel López Obrador, hoy presidente de la república de los Estados Unidos Mexicanos, la evaluación, de acuerdo a los analistas y estudios de la Ciencia Política, así como de comentaristas mediáticos y -por supuesto- la oposición, sostienen que no hay nada que festejar; por el contrario, sus seguidores acérrimos dicen que se sienten orgullosos de los resultados porque hay grandes beneficios.

Sostengo, si bien no es una frase mía, sino de la lógica política de sentido común, que no es lo mismo ser oposición (que solo ve lo malo del gobierno de turno), que gobernar (donde solo ven lo que conviene).

Cuando un político habla de que va a ser la panacea de todos los males del país, inmediatamente digo: ese será un fraude en el gobierno. Y claro que no voto por los que venden sueños si bien sí por quienes son más realistas.

Desde mi experiencia y práctica, cuando se ha dado la oportunidad, he recomendado a los políticos que no digan el “qué” sino tienen el “cómo”, incluso el “cuándo”, y de ser posible el “cuánto”. Que no engañen a la gente, que no jueguen con sus esperanzas.

Aunque ello tampoco es una garantía de que serán buenos gobernantes, porque estando ahí se les olvida lo dicho; les da indigestión de poder y ataques de avaricia. Muy pocos, casi ninguno en verdad, terminan bien su gestión, sin embargo, no dudo que haya alguno o alguna que sí.

No faltan los que en sus discursos cantan sobre las luces hermosas de las estrellas, que nadie puede alcanzar porque sencillamente es utópico. A eso le llamo poesía política o retórica poética. Cuando un discurso electoral suena a poesía es seguro que lo que viene como resultado son los no resultados de lo dicho.

Es muy fácil deducir cuando un político está entre el discurso idealista que sabe que no va a cristalizar tal cual lo dice, y la realidad. Palabras claves son: todo, nada, nadie, nunca, siempre, jamás.

Así las frases son: “Todo va a cambiar conmigo; todo lo que hicieron los otros fue para su beneficio”. “Nada de lo que hicieron los otros sirvió, no fue bueno”. “Nadie hará algo mejor”. “Nunca se han preocuparon por ustedes como nosotros”. “Siempre les tengo en mis pensamientos”. “Jamás les vamos a defraudar”.

Son frases trilladas a lo largo de la historia que han discurrido unos y otros. El asunto es que en sus discursos no ubican la realidad porque creen que pueden vulnerar sus intenciones de poder.

Por ejemplo, un opositor no hablaría de lo bien que ha hecho un gobernante, aunque lo haya obrado, porque sería avalarlo; es mejor decir que nada sirve.

El gobernante no le da la razón a la oposición, aunque la tenga porque eso sería perjudicar las posibilidades de que él o su partido sigan en el poder. Lo más fácil es predicar mitos para penetrar a las mayorías electoras para ganar su anuencia.

En esta realidad lo que deciden es hablar. Hablar para ocultar eso que saben que es real, que no les conviene decir. O decir nada, pero hablar buscando todas las formas de apagar sus defectos resaltando los defectos de quienes lo adversan.

La oposición hace exactamente lo mismo. Tapan sus errores resaltado las fallas de los gobernantes, porque lo que quieren es llegar al poder.

Estoy convencido que “QUIEN MÁS HABLA MÁS SE EQUIVOCA”, por lo mismo lo que hoy es el argumento de unos después será el de los otros. Es cíclico. Sólo hay que esperar y veremos resultados.

Un país no avanza por la decisión de una sola persona. Es imposible y fantástico creerlo. A todos nos toca algo qué hacer por el bien del país. ¿Le suena?