Nuestro sentido de la realidad está asociado a nuestra ubicación, no es lo mismo hablar del problema de la pobreza desde la academia, que hablar de la pobreza siendo pobre; ocurre lo mismo cuando hablamos de la iniciativa del presidente para reformar el Poder Judicial de la Federación, para la inmensa mayoría de mexicanos es un problema que claramente afecta a sus más de 50 mil trabajadores, pero no está claro lo que ven, si se trata de una lucha por la defensa de sus derechos laborales, una lucha para defender la división de poderes, o ambas.
Sucede que en México hemos normalizado el conflicto (cosa distinta al disenso) a tal grado que cualquier manifestación social es relativa y contingente; es más fácil adoptar cualquiera de las posturas en conflicto, o peor, ignorarlas, que escudriñar en las razones de una y otra para otorgarles algún grado de razón. Ser parte del debate es ser parte de las ideas.
El grueso de la población nunca ha pisado un juzgado federal, si acaso, la mayoría hemos tenido la penosa necesidad de acudir a un ministerio público para denunciarnos víctimas de algún delito, lo que ocurre después, es pura decepción, pues apenas existe el 1% de probabilidad de que nuestra denuncia sea resuelta. Por eso, la iniciativa presidencial que combate el Poder Judicial de la Federación goza de cabal salud, pues lo que vemos, depende en buena medida de lo que estamos dispuestos a comprender.
¿Comprender qué? Para empezar, que el presidente de la república no propone nada para eficientar a las fiscalías, tampoco propone nada en cuanto a la justicia laboral, civil o mercantil. En resumen se trata de colonizar. Quiere habitar en un espacio donde su poder no encuentra eco.
Los que nos encontramos en el espectro opositor debemos no solamente encarar el debate planteado por el oficialismo, también debemos hacer que otras y otros se muevan al campo de batalla con ideas.
¿Qué estamos viendo? Y ¿Qué queremos que otros vean? Estamos viendo un acontecimiento inédito provocado por un líder inédito. El ejercicio brutal de un poder que no encomia ningún límite moral ni legal. Y no debemos ser pueriles pensando que una solución es recriminar a quienes ejercieron su voto por Morena y aliados.
Debemos aspirar a lo más caro para cualquier sociedad: la razón. Hacer que otros vean con razones lo que está hecho sin ellas.