/ viernes 9 de noviembre de 2018

Retrospectiva (primera parte)

Hoy, a la distancia de setenta y ocho años me detengo a contemplar mi vida, con los claroscuros naturales de toda existencia humana. Soy yo y mis circunstancias, como dijera sabiamente Ortega y Gasset. Soy una extraña mezcla conjuntada de orador, declamador, político, abogado y metafísico, que abrevé en la esencia del pueblo por la influencia mixteca de mi padre, con orígenes en “el Tenso” y en “La gruta del diablo” de Atoyatempan, curtido en las plazas milenarias de Tepeaca y de Cholula en la venta de uno de los grandes símbolos de la mexicanidad, el rebozo, que como lo dijera el bardo poblano Gregorio de Gante: “… mereces que te extienda sobre el manto imperial de mi canto/ y en la prosaica era que nos tocó vivir, de signo adverso/ te alce, izado, en el asta de mi verso/ como triunfal bandera”. Mi padre me hizo el abogado que siempre quiso ser. Me dio la mejor formación de aquella época, la lasallista, y me llevaba a los certámenes de oratoria de la preparatoria del Instituto Oriente y de la Universidad de Puebla. Él me forjó férreamente, a veces hasta estoicamente, en el Benavente y en la Merced, pero gracias a ello soy lo que soy.

Mi madre, con más prosapia mestiza, me inició en los poemas y me incitaba siempre a “decirlos con el corazón”. Angelita fue musa y artista frustrada por la “inquisición” materna, partera y abnegada madre que me inició en las letras de Juan de Dios Peza y de Rubén Darío; pero también me hizo beber el néctar de la aventura y del amor en “El Brindis del Bohemio”. Sus puestas en escena de “El Cascanueces” en las noches navideñas, acompañada siempre de su querido hermano Arturo, mi inolvidable tío y mecenas, fueron una epopeya al arte improvisado y a la carpa. Cómo recuerdo esas noches de sábados y domingos, de plena tertulia familiar, en donde mi abuela Sarita cantaba, y mi madre y tío, alternaban en la actuación y en el canto, caracterizándose con lo que podían y encontraban a la mano, en torno de una mesa de comedor. Todo eso lo bebí hasta el fondo.

Igualmente me caló hasta los huesos mi tío Arturo, mi inolvidable “negro Alonso”, oscilando entre “El ríe payaso” y “El Don Juan Tenorio”, que precisamente por estas fechas de los Fieles Difuntos ponía en escena en el Colegio del Estado, hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, enfrente del Carolino, lo que hoy se conoce como la Plaza de la Democracia, caracterizándose como Don Juan. Hacía el papel de Don Luis, ni más ni menos que el ilustre Dr. Don Gonzalo Bautista O’ Farrill, que llegó a ser gobernador del Estado. El Chuti era el Dr. Raymundo Ruiz, conocido por su mote de estudiante como “el perro”. Arturo Alonso Hidalgo fue el verdadero iniciador y fundador del Teatro Universitario. El maestro Ignacio Ibarra Mazari vino después, lo recuerdo muy bien con su esposa en el teatro Principal, siguiendo las pautas que mi tío le daba en la puesta en escena de la obra francesa “Topacio”, donde por cierto actué como Pitar, un alumno desobediente del maestro To, obra de el gran dramaturgo, escritor y cineasta francés Marcel Pagnol; que también se puso en el teatro Guerrero que se encontraba donde hoy está Teatro de la Ciudad, en la planta baja del Palacio Municipal. “El negro” llegó hasta el cine nacional filmando dos películas con Joaquín Pardavé y Alma Rosa Aguirre: “Los viejos somos así” y “Ojos de Juventud”, en los años 45 y 46, del siglo pasado. Un futuro promisorio le esperaba al lado de Tito Junco como padrino, pero mi Abuela Sarita, su mamá, se interpuso y cortó ese destino. La vida lo llevaría después a otra obra de teatro: la política.

Continuaré la próxima semana. Escúchame mañana en ABC Radio, 12.80 de AM en mi programa “CONVERSACIONES”. Te recuerdo que “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”.

Hoy, a la distancia de setenta y ocho años me detengo a contemplar mi vida, con los claroscuros naturales de toda existencia humana. Soy yo y mis circunstancias, como dijera sabiamente Ortega y Gasset. Soy una extraña mezcla conjuntada de orador, declamador, político, abogado y metafísico, que abrevé en la esencia del pueblo por la influencia mixteca de mi padre, con orígenes en “el Tenso” y en “La gruta del diablo” de Atoyatempan, curtido en las plazas milenarias de Tepeaca y de Cholula en la venta de uno de los grandes símbolos de la mexicanidad, el rebozo, que como lo dijera el bardo poblano Gregorio de Gante: “… mereces que te extienda sobre el manto imperial de mi canto/ y en la prosaica era que nos tocó vivir, de signo adverso/ te alce, izado, en el asta de mi verso/ como triunfal bandera”. Mi padre me hizo el abogado que siempre quiso ser. Me dio la mejor formación de aquella época, la lasallista, y me llevaba a los certámenes de oratoria de la preparatoria del Instituto Oriente y de la Universidad de Puebla. Él me forjó férreamente, a veces hasta estoicamente, en el Benavente y en la Merced, pero gracias a ello soy lo que soy.

Mi madre, con más prosapia mestiza, me inició en los poemas y me incitaba siempre a “decirlos con el corazón”. Angelita fue musa y artista frustrada por la “inquisición” materna, partera y abnegada madre que me inició en las letras de Juan de Dios Peza y de Rubén Darío; pero también me hizo beber el néctar de la aventura y del amor en “El Brindis del Bohemio”. Sus puestas en escena de “El Cascanueces” en las noches navideñas, acompañada siempre de su querido hermano Arturo, mi inolvidable tío y mecenas, fueron una epopeya al arte improvisado y a la carpa. Cómo recuerdo esas noches de sábados y domingos, de plena tertulia familiar, en donde mi abuela Sarita cantaba, y mi madre y tío, alternaban en la actuación y en el canto, caracterizándose con lo que podían y encontraban a la mano, en torno de una mesa de comedor. Todo eso lo bebí hasta el fondo.

Igualmente me caló hasta los huesos mi tío Arturo, mi inolvidable “negro Alonso”, oscilando entre “El ríe payaso” y “El Don Juan Tenorio”, que precisamente por estas fechas de los Fieles Difuntos ponía en escena en el Colegio del Estado, hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, enfrente del Carolino, lo que hoy se conoce como la Plaza de la Democracia, caracterizándose como Don Juan. Hacía el papel de Don Luis, ni más ni menos que el ilustre Dr. Don Gonzalo Bautista O’ Farrill, que llegó a ser gobernador del Estado. El Chuti era el Dr. Raymundo Ruiz, conocido por su mote de estudiante como “el perro”. Arturo Alonso Hidalgo fue el verdadero iniciador y fundador del Teatro Universitario. El maestro Ignacio Ibarra Mazari vino después, lo recuerdo muy bien con su esposa en el teatro Principal, siguiendo las pautas que mi tío le daba en la puesta en escena de la obra francesa “Topacio”, donde por cierto actué como Pitar, un alumno desobediente del maestro To, obra de el gran dramaturgo, escritor y cineasta francés Marcel Pagnol; que también se puso en el teatro Guerrero que se encontraba donde hoy está Teatro de la Ciudad, en la planta baja del Palacio Municipal. “El negro” llegó hasta el cine nacional filmando dos películas con Joaquín Pardavé y Alma Rosa Aguirre: “Los viejos somos así” y “Ojos de Juventud”, en los años 45 y 46, del siglo pasado. Un futuro promisorio le esperaba al lado de Tito Junco como padrino, pero mi Abuela Sarita, su mamá, se interpuso y cortó ese destino. La vida lo llevaría después a otra obra de teatro: la política.

Continuaré la próxima semana. Escúchame mañana en ABC Radio, 12.80 de AM en mi programa “CONVERSACIONES”. Te recuerdo que “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”.