/ viernes 26 de mayo de 2017

Robots vs trabajadores, la versión posmoderna de la lucha de clases

El 16 de febrero de este año la Euro Cámara discutió una propuesta de código ético para regular el estatus legal de los robots. La cuarta revolución industrial ya está aquí, aunque no la percibamos del todo. Avanza imparable en centros de investigación y desarrollo tecnológico bajo una fuerte competitividad por conquistar nuevas fronteras y límites, sin tener en cuenta costos sociales y humanos. El trabajo como lo conocemos, mecánico y rutinario, está agonizando, y las predicciones de Jeremy Rifkin en su libro El fin del trabajo, escrito en los años 90 del siglo pasado, empiezan a ser una aterradora realidad para millones de trabajadores que en muy poco tiempo se enfrentarán al “horror económico” del que habla en su libro Vivian Forester, que consiste no solo en perder el trabajo, sino la clase de trabajo para el que nos preparamos y capacitamos.

Esto no es ciencia ficción, es una cruda realidad. Hoy la humanidad se prepara para sustituir en gran parte el trabajo humano por el robotizado. Así pensaría, el capitalismo planea la victoria total destruyendo o marginando el valor del trabajo para reducir su dependencia con el capital. La primera ofensiva fue el auge de la economía financiera frente a la economía industrial. Le siguió el aumento de la deuda como forma de ingreso negativo para aumentar el consumo. Ahora, en esta nueva ofensiva, lo financiero se combina con lo tecnológico para conformar una alianza diabólica contra el valor del trabajo.

Nosotros aquí, querida Puebla, aún no lo percibimos, salvo en las plantas de Volkswagen y Audi. Pero un ejército de robots está en marcha en el mundo; avanza hacia supermercados, fábricas, hospitales, aparcamientos, universidades y todo tipo de actividades productivas y comerciales. El mercado de los robots podría alcanzar en el 2019 los 135 mil millones de dólares, y China y Japón están a la cabeza en esta producción y de la reestructuración de su mercado laboral; y desde luego Estados Unidos, en la innovación y la comercialización. El ejemplo más actual y publicitado es el de los coches sin conductor, en donde empresas como Google, Ford y Tesla están a la vanguardia. Se calcula que para el 2035 habrá 54 millones de coches de este tipo operando en el mundo, con sus naturales consecuencias en lo urbanístico, en lo legal y en lo reglamentario… y me pregunto, ¿qué pasará para entonces con los millones de trabajadores, conductores de taxis, del transporte público, de transportes de mercancía y choferes particulares? El ya famoso estudio de Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, del Oxford Martin School, considera que el 47% de los puestos de trabajo en Estados Unidos se encontrará en riesgo en las próximas dos décadas debido al creciente uso de la computarización. Sectores como el transporte, ocupaciones logísticas, trabajos de oficina y administrativos son los más vulnerables. Pero otro estudio del McKinsey Global Institute indica que dos quintas partes de los empleados en los Estados Unidos desarrollan tareas que podrían automatizarse, especialmente vendedores al menudeo, cajeros en tiendas y servicios de comida. Pero también la mano de obra calificada y los mejores pagados como gerentes financieros, médicos, abogados y directores generales. El escritor John Lancester recuerda que la compañía más productiva en 1960 era la General Motors; generaba 7,600 millones de dólares anuales después de pagar sueldos e impuestos y empleaba a 600 mil personas. Hoy la compañía más productiva es Apple, que genera 89,000 millones de dólares y emplea tan solo 92,000 trabajadores.

Los robots se están convirtiendo en parte de nuestra vida diaria. La inteligencia artificial está en nuestros celulares, en nuestras casas, en nuestro entretenimiento, pero sobre todo en el entorno digital, y claro, es de esperarse que salte al entorno físico y social, que constituye la verdadera revolución y que indudablemente planteará serios riesgos y problemas legales y éticos. Ya en Europa se discute considerar a los robots como… ¡personas electrónicas! Y si el futuro del trabajo es una robotización destructora de empleo humano, sin pagar impuestos, sin capacidad de protesta y devaluadora de los salarios de los que supervivan en el trabajo, ¿cómo el Estado regulará el bienestar y la equidad de sus ciudadanos? ¿Si no hay trabajo cómo habrá consumo? ¿Quién pagará las jubilaciones y los retiros, si los robots no cotizarán a la seguridad social? Ante tantas interrogantes considero necesario el advenimiento de un nuevo contrato social. Y sobre todo que nuestros gobernantes adelanten y atiendan el problema que se avecina con los millones de trabajadores que serán desplazados. Estos deberán ser los temas centrales en la agenda de nuestro próximo Presidente de la República: El trabajo y la Seguridad Social.

Gracias Puebla, te recuerdo: “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”.

El 16 de febrero de este año la Euro Cámara discutió una propuesta de código ético para regular el estatus legal de los robots. La cuarta revolución industrial ya está aquí, aunque no la percibamos del todo. Avanza imparable en centros de investigación y desarrollo tecnológico bajo una fuerte competitividad por conquistar nuevas fronteras y límites, sin tener en cuenta costos sociales y humanos. El trabajo como lo conocemos, mecánico y rutinario, está agonizando, y las predicciones de Jeremy Rifkin en su libro El fin del trabajo, escrito en los años 90 del siglo pasado, empiezan a ser una aterradora realidad para millones de trabajadores que en muy poco tiempo se enfrentarán al “horror económico” del que habla en su libro Vivian Forester, que consiste no solo en perder el trabajo, sino la clase de trabajo para el que nos preparamos y capacitamos.

Esto no es ciencia ficción, es una cruda realidad. Hoy la humanidad se prepara para sustituir en gran parte el trabajo humano por el robotizado. Así pensaría, el capitalismo planea la victoria total destruyendo o marginando el valor del trabajo para reducir su dependencia con el capital. La primera ofensiva fue el auge de la economía financiera frente a la economía industrial. Le siguió el aumento de la deuda como forma de ingreso negativo para aumentar el consumo. Ahora, en esta nueva ofensiva, lo financiero se combina con lo tecnológico para conformar una alianza diabólica contra el valor del trabajo.

Nosotros aquí, querida Puebla, aún no lo percibimos, salvo en las plantas de Volkswagen y Audi. Pero un ejército de robots está en marcha en el mundo; avanza hacia supermercados, fábricas, hospitales, aparcamientos, universidades y todo tipo de actividades productivas y comerciales. El mercado de los robots podría alcanzar en el 2019 los 135 mil millones de dólares, y China y Japón están a la cabeza en esta producción y de la reestructuración de su mercado laboral; y desde luego Estados Unidos, en la innovación y la comercialización. El ejemplo más actual y publicitado es el de los coches sin conductor, en donde empresas como Google, Ford y Tesla están a la vanguardia. Se calcula que para el 2035 habrá 54 millones de coches de este tipo operando en el mundo, con sus naturales consecuencias en lo urbanístico, en lo legal y en lo reglamentario… y me pregunto, ¿qué pasará para entonces con los millones de trabajadores, conductores de taxis, del transporte público, de transportes de mercancía y choferes particulares? El ya famoso estudio de Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, del Oxford Martin School, considera que el 47% de los puestos de trabajo en Estados Unidos se encontrará en riesgo en las próximas dos décadas debido al creciente uso de la computarización. Sectores como el transporte, ocupaciones logísticas, trabajos de oficina y administrativos son los más vulnerables. Pero otro estudio del McKinsey Global Institute indica que dos quintas partes de los empleados en los Estados Unidos desarrollan tareas que podrían automatizarse, especialmente vendedores al menudeo, cajeros en tiendas y servicios de comida. Pero también la mano de obra calificada y los mejores pagados como gerentes financieros, médicos, abogados y directores generales. El escritor John Lancester recuerda que la compañía más productiva en 1960 era la General Motors; generaba 7,600 millones de dólares anuales después de pagar sueldos e impuestos y empleaba a 600 mil personas. Hoy la compañía más productiva es Apple, que genera 89,000 millones de dólares y emplea tan solo 92,000 trabajadores.

Los robots se están convirtiendo en parte de nuestra vida diaria. La inteligencia artificial está en nuestros celulares, en nuestras casas, en nuestro entretenimiento, pero sobre todo en el entorno digital, y claro, es de esperarse que salte al entorno físico y social, que constituye la verdadera revolución y que indudablemente planteará serios riesgos y problemas legales y éticos. Ya en Europa se discute considerar a los robots como… ¡personas electrónicas! Y si el futuro del trabajo es una robotización destructora de empleo humano, sin pagar impuestos, sin capacidad de protesta y devaluadora de los salarios de los que supervivan en el trabajo, ¿cómo el Estado regulará el bienestar y la equidad de sus ciudadanos? ¿Si no hay trabajo cómo habrá consumo? ¿Quién pagará las jubilaciones y los retiros, si los robots no cotizarán a la seguridad social? Ante tantas interrogantes considero necesario el advenimiento de un nuevo contrato social. Y sobre todo que nuestros gobernantes adelanten y atiendan el problema que se avecina con los millones de trabajadores que serán desplazados. Estos deberán ser los temas centrales en la agenda de nuestro próximo Presidente de la República: El trabajo y la Seguridad Social.

Gracias Puebla, te recuerdo: “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”.