/ viernes 10 de mayo de 2019

“Siéntelo”

Ella tenía cien años cuando se convirtió en espíritu. Cuando llegué a su casa lamentablemente ya había fallecido para el mundo. Toqué sus mejillas que aún permanecían calientes y la abracé con desesperación contra mi pecho, llorando por su partida terrenal. Estaba tan quieta, con una actitud tranquila. Su cara afilada y casi transparente me indicaba su partida, y aun cuando ahora entiendo metafísicamente lo que ese trance significa, constituye la frontera que en un ser querido, el más querido, se niega uno a aceptar.

Angelita fue siempre una luchadora, rebelde en muchos casos, lo cual me preparó para el combate de la vida, pero al mismo tiempo me inyectó su ternura para hablar en poesía. Ella siempre me decía “dilo con el corazón”, y yo le respondía, “¿qué es decirlo con el corazón?”, entonces se llevaba las manos al pecho y me decía “siéntelo”.

Desde entonces vivo la vida sintiéndolo todo, porque la vivo en poesía, y ello constituye para mí el gran legado de mi madre, que sólo ella pudo darme con su amor y su ternura. Los primeros versos que declamé a mi abuela y a mis tíos maternos fueron de su autoría. Los demás, creados por otros, llevan su sello: el sentimiento. Desde niño hasta hoy nunca declamo poemas si no los siento, fiel a su mandato: “siéntelo”.

El proceloso mar de la vida nunca me hizo plano ni cuadrado. Soy una “circunferencia” que nació del sentimiento y morirá en él. Que gira constantemente, como la vida misma, como la naturaleza, y que siempre vuelve a sus orígenes de amor.

Las luchas, los contratiempos, las caídas me hicieron fuerte, casi estoico… pero sentimental, entendiendo a la vida en poesía, con colores, con argumentos, con consonancias y armonías; eso sí, sin métricas y sin garigoleos, libre, muy libre como lo fue en su interior Angelita.

Y fui abogado por el ejemplo de mi padre, pero ahora soy “sanador con la palabra” por el ejemplo de mi madre que también era enfermera y partera. Y cerca de mi ocaso le sigo siendo fiel a su mandato, tratando de impregnar en todo lo que hago sentimiento, amor, y compasión, para paliar el sufrimiento de la gente que me escucha y que me sigue en “CONVERSACIONES”.

Su presencia fue tan fuerte y decisiva en mi vida que aun físicamente me parezco a ella y muchas de mis poses y mis gestos son suyos… me río como ella y lloro como ella. En casi todo lo que hago la imagino y me pregunto mentalmente si le gustaría o aprobaría tal o cual acción mía. Frecuentemente en forma inconsciente, al salir de mis clases tomo el rumbo de su casa, como cuando vivía y la iba a ver todos los días para pedirle su bendición.

No tengo culpa alguna con ella, si acaso un poco más de tiempo me faltó para dárselo. La primera paga que recibí en mi primer trabajo profesional, como juez de primera instancia en Tepeji, lo invertí en un abrigo que le gustaba, y hasta el final, ya sin su compañero de vida, velé por ella en compañía de mi hermano Jesús, para que nada le faltara.

Hoy, en este día de la madre, que para mí lo son todos los días, le rindo un tributo de amor y de emoción a quien fue, es y será por siempre mi razón de ser: ¡ANGELITA!

Gracias Puebla por leerme. Escúchame mañana en mi programa “CONVERSACIONES”, en el 12.80 de AM, en ABC Radio, a las 9 de la mañana… y te recuerdo que “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”

Ella tenía cien años cuando se convirtió en espíritu. Cuando llegué a su casa lamentablemente ya había fallecido para el mundo. Toqué sus mejillas que aún permanecían calientes y la abracé con desesperación contra mi pecho, llorando por su partida terrenal. Estaba tan quieta, con una actitud tranquila. Su cara afilada y casi transparente me indicaba su partida, y aun cuando ahora entiendo metafísicamente lo que ese trance significa, constituye la frontera que en un ser querido, el más querido, se niega uno a aceptar.

Angelita fue siempre una luchadora, rebelde en muchos casos, lo cual me preparó para el combate de la vida, pero al mismo tiempo me inyectó su ternura para hablar en poesía. Ella siempre me decía “dilo con el corazón”, y yo le respondía, “¿qué es decirlo con el corazón?”, entonces se llevaba las manos al pecho y me decía “siéntelo”.

Desde entonces vivo la vida sintiéndolo todo, porque la vivo en poesía, y ello constituye para mí el gran legado de mi madre, que sólo ella pudo darme con su amor y su ternura. Los primeros versos que declamé a mi abuela y a mis tíos maternos fueron de su autoría. Los demás, creados por otros, llevan su sello: el sentimiento. Desde niño hasta hoy nunca declamo poemas si no los siento, fiel a su mandato: “siéntelo”.

El proceloso mar de la vida nunca me hizo plano ni cuadrado. Soy una “circunferencia” que nació del sentimiento y morirá en él. Que gira constantemente, como la vida misma, como la naturaleza, y que siempre vuelve a sus orígenes de amor.

Las luchas, los contratiempos, las caídas me hicieron fuerte, casi estoico… pero sentimental, entendiendo a la vida en poesía, con colores, con argumentos, con consonancias y armonías; eso sí, sin métricas y sin garigoleos, libre, muy libre como lo fue en su interior Angelita.

Y fui abogado por el ejemplo de mi padre, pero ahora soy “sanador con la palabra” por el ejemplo de mi madre que también era enfermera y partera. Y cerca de mi ocaso le sigo siendo fiel a su mandato, tratando de impregnar en todo lo que hago sentimiento, amor, y compasión, para paliar el sufrimiento de la gente que me escucha y que me sigue en “CONVERSACIONES”.

Su presencia fue tan fuerte y decisiva en mi vida que aun físicamente me parezco a ella y muchas de mis poses y mis gestos son suyos… me río como ella y lloro como ella. En casi todo lo que hago la imagino y me pregunto mentalmente si le gustaría o aprobaría tal o cual acción mía. Frecuentemente en forma inconsciente, al salir de mis clases tomo el rumbo de su casa, como cuando vivía y la iba a ver todos los días para pedirle su bendición.

No tengo culpa alguna con ella, si acaso un poco más de tiempo me faltó para dárselo. La primera paga que recibí en mi primer trabajo profesional, como juez de primera instancia en Tepeji, lo invertí en un abrigo que le gustaba, y hasta el final, ya sin su compañero de vida, velé por ella en compañía de mi hermano Jesús, para que nada le faltara.

Hoy, en este día de la madre, que para mí lo son todos los días, le rindo un tributo de amor y de emoción a quien fue, es y será por siempre mi razón de ser: ¡ANGELITA!

Gracias Puebla por leerme. Escúchame mañana en mi programa “CONVERSACIONES”, en el 12.80 de AM, en ABC Radio, a las 9 de la mañana… y te recuerdo que “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”