/ miércoles 23 de marzo de 2022

Sin seguridad hídrica no hay futuro a salvo

Siempre que nos referimos al agua no podemos dejar de lado el resaltar su importancia como un elemento indispensable para la vida y la sostenibilidad de los ecosistemas, dado que no existe en el planeta ninguna otra sustancia que pueda sustituirla.


Todas y todos, desde muy pequeños, aprendemos que el cuidado del agua es necesario para conservar la calidad de vida de los seres vivos que habitamos en la tierra. En este sentido es que en el marco de la reciente conmemoración del Día Mundial del Agua, el pasado 22 de marzo, resulta prioritario realizar algunas reflexiones respecto a los nuevos retos a los que nos afronta la situación actual del “vital líquido”.


Por una parte, sabemos que poco más del 97% del volumen de agua existente en nuestro planeta es agua salada y está contenida en océanos y mares, mientras que apenas un poco menos del 3% es agua dulce o de baja salinidad, lo que permite su consumo.


Del volumen total de agua dulce, estimado en unos 38 millones de kilómetros cúbicos, algo más del 75% está concentrado en casquetes polares, nieves eternas y glaciares; el 21% está almacenado en el subsuelo, y el 4% restante corresponde a los cuerpos y cursos de agua superficial, como son los lagos y ríos.


Precisamente de lo anterior se desprende la propia complejidad del problema de la conservación del agua, ya que aunque es un recurso renovable gracias al ciclo hidrológico, tampoco se podría hablar de que sea inagotable, dado que su aprovechamiento tiene un límite.


Es así que uno de los principales problemas a los que se enfrenta la humanidad es el acceso a servicios de agua potable gestionados de forma segura, de lo cual carecen al menos 2 mil 200 millones de personas en el planeta, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la UNICEF.


Al respecto, hace un poco más de una década, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció el derecho de todos los seres humanos a tener acceso a una cantidad de agua suficiente para el uso doméstico y personal, segura, aceptable y asequible, así como accesible físicamente.


Lo anterior no depende solo de las políticas públicas emprendidas en este sentido de manera directa, sino de múltiples esfuerzos realizados en diversos ámbitos para combatir la sobreexplotación y la contaminación de los propios mantos freáticos.


Una de las principales amenazas al respecto es el propio crecimiento demográfico e industrial, así como la rápida urbanización, que de manera clara repercuten en el uso ineficiente de los recursos, la deforestación del planeta y en los efectos cada vez más graves del cambio climático.


Desafortunadamente, de manera cotidiana se habla ya de la presencia de estrés hídrico, fenómeno que se presenta cuando el suministro anual de agua cae por debajo de 1 mil 700 m3 por persona, es decir cuando la demanda de agua potable es más alta que la cantidad disponible.


Para la UNESCO, más del 50% de la población mundial habita en las zonas urbanas en donde se presentan serios problemas de estrés hídrico, panorama que no es diferente para México. De acuerdo a la organización Agua Capital, ocho de las 13 regiones hídricas del país padecen de este fenómeno, aunado a que ya hay sobreexplotación en 157 acuíferos de los 653 que existen a nivel nacional.


Asimismo, la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) prevé que durante los próximos 10 años el estrés hídrico se presente en 31 de los 32 estados del país.


En este sentido, es que una de las grandes apuestas en la agenda pública debe ser emprender acciones que permitan al país la conservación del agua para alcanzar una seguridad hídrica, es decir que las personas puedan acceder a este recurso en cantidad y calidad suficiente para sus necesidades, teniendo en cuenta la protección efectiva de la vida, los ecosistemas y los bienes materiales.


Tengamos presente que sin agua no hay vida, ya que sin ella no existe la posibilidad de enfrentar retos tan grandes como lo es la propia pandemia por covid-19 que no acaba.


Es por ello que hoy el llamado es a actuar y sumar esfuerzos entre todos los sectores: público, privado, social, académico, especialistas y la ciudadanía en general, para generar mecanismos que abonen a una estrategia holística a favor de la adecuada conservación del agua.


Es necesario ver más allá de lo evidente, porque si bien sí es importante cuidar los ríos, los lagos, los mantos friáticos, también lo es lograr que el crecimiento urbano de la sociedad se realice de manera ordenada, poniendo en marcha estilos de vida más empáticos con el planeta, su biodiversidad y con todas y todos quienes lo habitamos. Recordemos que sin seguridad hídrica, nada ni nadie estará a salvo en el futuro.


Siempre que nos referimos al agua no podemos dejar de lado el resaltar su importancia como un elemento indispensable para la vida y la sostenibilidad de los ecosistemas, dado que no existe en el planeta ninguna otra sustancia que pueda sustituirla.


Todas y todos, desde muy pequeños, aprendemos que el cuidado del agua es necesario para conservar la calidad de vida de los seres vivos que habitamos en la tierra. En este sentido es que en el marco de la reciente conmemoración del Día Mundial del Agua, el pasado 22 de marzo, resulta prioritario realizar algunas reflexiones respecto a los nuevos retos a los que nos afronta la situación actual del “vital líquido”.


Por una parte, sabemos que poco más del 97% del volumen de agua existente en nuestro planeta es agua salada y está contenida en océanos y mares, mientras que apenas un poco menos del 3% es agua dulce o de baja salinidad, lo que permite su consumo.


Del volumen total de agua dulce, estimado en unos 38 millones de kilómetros cúbicos, algo más del 75% está concentrado en casquetes polares, nieves eternas y glaciares; el 21% está almacenado en el subsuelo, y el 4% restante corresponde a los cuerpos y cursos de agua superficial, como son los lagos y ríos.


Precisamente de lo anterior se desprende la propia complejidad del problema de la conservación del agua, ya que aunque es un recurso renovable gracias al ciclo hidrológico, tampoco se podría hablar de que sea inagotable, dado que su aprovechamiento tiene un límite.


Es así que uno de los principales problemas a los que se enfrenta la humanidad es el acceso a servicios de agua potable gestionados de forma segura, de lo cual carecen al menos 2 mil 200 millones de personas en el planeta, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la UNICEF.


Al respecto, hace un poco más de una década, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció el derecho de todos los seres humanos a tener acceso a una cantidad de agua suficiente para el uso doméstico y personal, segura, aceptable y asequible, así como accesible físicamente.


Lo anterior no depende solo de las políticas públicas emprendidas en este sentido de manera directa, sino de múltiples esfuerzos realizados en diversos ámbitos para combatir la sobreexplotación y la contaminación de los propios mantos freáticos.


Una de las principales amenazas al respecto es el propio crecimiento demográfico e industrial, así como la rápida urbanización, que de manera clara repercuten en el uso ineficiente de los recursos, la deforestación del planeta y en los efectos cada vez más graves del cambio climático.


Desafortunadamente, de manera cotidiana se habla ya de la presencia de estrés hídrico, fenómeno que se presenta cuando el suministro anual de agua cae por debajo de 1 mil 700 m3 por persona, es decir cuando la demanda de agua potable es más alta que la cantidad disponible.


Para la UNESCO, más del 50% de la población mundial habita en las zonas urbanas en donde se presentan serios problemas de estrés hídrico, panorama que no es diferente para México. De acuerdo a la organización Agua Capital, ocho de las 13 regiones hídricas del país padecen de este fenómeno, aunado a que ya hay sobreexplotación en 157 acuíferos de los 653 que existen a nivel nacional.


Asimismo, la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) prevé que durante los próximos 10 años el estrés hídrico se presente en 31 de los 32 estados del país.


En este sentido, es que una de las grandes apuestas en la agenda pública debe ser emprender acciones que permitan al país la conservación del agua para alcanzar una seguridad hídrica, es decir que las personas puedan acceder a este recurso en cantidad y calidad suficiente para sus necesidades, teniendo en cuenta la protección efectiva de la vida, los ecosistemas y los bienes materiales.


Tengamos presente que sin agua no hay vida, ya que sin ella no existe la posibilidad de enfrentar retos tan grandes como lo es la propia pandemia por covid-19 que no acaba.


Es por ello que hoy el llamado es a actuar y sumar esfuerzos entre todos los sectores: público, privado, social, académico, especialistas y la ciudadanía en general, para generar mecanismos que abonen a una estrategia holística a favor de la adecuada conservación del agua.


Es necesario ver más allá de lo evidente, porque si bien sí es importante cuidar los ríos, los lagos, los mantos friáticos, también lo es lograr que el crecimiento urbano de la sociedad se realice de manera ordenada, poniendo en marcha estilos de vida más empáticos con el planeta, su biodiversidad y con todas y todos quienes lo habitamos. Recordemos que sin seguridad hídrica, nada ni nadie estará a salvo en el futuro.