/ martes 3 de marzo de 2020

Un Estado fallido

Noam Chomsky define a los estados fallidos como aquellos que carecen de capacidad o voluntad para proteger a sus ciudadanos de la violencia y quizás incluso de la destrucción, y se consideran más allá del alcance del derecho nacional o internacional, y padecen un grave déficit democrático que priva a sus instituciones de auténtica sustancia.

Recuerdo que el gran Santos Discépolo, famoso por su tango Cambalache, ha sido en repetidas ocasiones motivo de entregas del que esto escribe. La letra del celebérrimo tango no ha perdido sentido, profundidad, y por tanto, permanece vigente en este siglo XXI. En efecto, como dijera el nacido en Tucumán: El mundo fue y será una porquería ya lo sé, (…), hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor/ ignorante sabio, chorro, generoso estafador/ todo es igual / nada es mejor/ lo mismo un burro que un gran profesor / no hay ‘aplazaos’ ni escalafón/ los inmorales nos han ‘igualao’ si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición / da lo mismo que sea cura colchonero, rey de basto, caradura o polizón (…).

Ante el escaparate de un gobierno de la 4T que se ofrecía eficaz, eficiente e inmune a las crisis propias de la res publica, hoy nos damos cuenta que El Soberano se siente ‘robao’ y ‘amargao’; que los valores morales de campaña terminaron siendo una porquería en donde vivimos ‘revolcaos’.

Tengo una impresión muy contradictoria después de ver cómo todo va degenerando, no poco a poco, sino a pasos agigantados. Hay debidilidad, y auténtica incorrección y deseaseo en Puebla. Para nuestra desgracia, cada vez está peor. Todos los notan, para nadie es un secreto, pero la mayoría calla por temor. Los reflectores están puestos sobre nosotros y no precisamente por ser un ejemplo. Nuestros muchachos están en la calle pidiendo solamente poder vivir, ya no en paz, sino simplemente vivir.

Ante este escenario alarmante se han tomado decisiones que en nada abonan al proyecto original de la Cuarta Transformación, poniendo sobre el tablero del ajedrez alfiles quemados y piezas de reciclaje que ya habían sido sacadas del juego.

Me pregunto desde hace días, cuál es la estrategia (si es que la hay). Lo que sí noto es que empieza a entronizarse esa arrogancia que no deja pensar claramente. Los últimos nombramientos en el gabinete son del nivel de un jefe de almacén (sin demeritar a los mismos). No ha habido rigor y los filtros son endebles. No quería aceptarlo, pero es tiempo: en Puebla triunfa el gotopardismo (nuevamente).

Diría Serrat que: “las manzanas no huelen, que nadie conoce al vecino, (…) y mi tierra cayó en manos de unos locos con carnet / que todo es desechable y provisional.

Respetuosamente pido que se sirva a tomar medidas para llamar al orden a esos chapuceros que anidan en el gobierno, pero que lo hagan con urgencia para que no sea necesario contar cotidianamente más víctimas y más muertos, esperando algunos “milagros” que permitan centrar el quehacer del poderoso en favor de los desfavorecidos; sin caprichos y sin razones provenientes de personeros del mal.

Creí que no volvería a soltar frases tales como las que están en el párrafo anterior, pero no puedo; me niego a ser parte de la mascarada porque mi oficio ha sido siempre uno: que prevalezca la justicia.

La gratitud y la lealtad no son retóricas, son puntuales e irrefutables. Se es o no se es. Y yo he sido, he estado. ¡No nos andemos con pendejadas! Ya en mi artículo anterior recordé haber sido víctima durante algunos gobiernos de la improvisación y la estulticia. Ahora, desde este espacio digo: estoy harto de la incapacidad moral de quien chaquetea, blofea, y sin duda no sabe mandar. No estaré dispuesto nunca a consentir deslealtades ni actos infamantes salidos del bisbiseo de algunos liliputienses a los que consideran grandes funcionarios, sin serlo; y que por fuerza de la costumbre pasen de largo las promesas hechas, no a mi persona, sino a la gente que ha venido sufriendo año tras año, sexenio tras sexenio, la simulación y la impostura.

Estoy hablando (escribiendo) con la cabeza fría, por lo tanto no temo en externar mi desazón. De eso se trata la 4t, ¿o no? De no dejarse, de levantar la voz ante prácticas caducas, y eso mismo es lo que hago sin que me tiemble la mano.

Sé que tras leer esto, quienes temen cuestionar (aunque sea su labor) se darán vuelo ante lo que llamarán “el nuevo viraje de Carlos Meza”. Pues no, señores, esto no es un viraje porque quienes han tomado la vereda en lugar de permanecer en el camino son otros. En mi carrera política me conocieron tal cual soy: una mina que explota ante la inoperancia y la falta de compromiso y responsabilidad. Fui así con Bartlett (a quien extraño como a nadie por ser el estadista que fue), así con Melquiades (quien hizo del populismo ramplón su tarjeta de presentación más eficaz), así con Marín (al que consideraba mi amigo hasta que la visión se le llenó de humo), así con Moreno Valle (el que hizo de la megalomanía un monstruo de mil cabezas), así con Tony Gali (que vendió su alma al anterior mientras lo dejara cantar)…

Decir la verdad y extrenar nuestro descontento se condena en este país, lo sé. A quienes no estamos dispuestos a que las cosas se disfracen y se camuflen, se nos llama intolerantes. Se nos tilda desleales, se nos acomoda en las carpetas de los ardidos. Se nos califica de kamikazes, sin embargo, no es así. Porque estoy convencido que aquel que calla, le otorga al recipiendario de su queja el derecho de defecar mil veces sobre su cabeza. Y yo no estoy dispuesto a ser bacín de las excrecencias de nadie.

Sé que al leer esto, la prensa filibustera se dejará venir en hordas porque “hay carne”. Ante ese escenario, adelanto: se suplica al respetable que quien haya de criticar sea algún chimpancé o un mono tití que de vueltas histéticas dentro de su jaulita.

Soy hijo de mi alma máter, la BUAP, y sin chillidos ni escaramuzas literarias cobraré venganza por la ingratitud con la que se ha tratado a su población: futuros médicos, abogados, artistas y técnicos que vislumbran sus porvenires inciertos gracias a la indiferencia de quienes tienen que darles seguridad. Esto no es una amenaza; simple y sencillamente estoy siéndome fiel a mí mismo como un poblano que ama a su estado y al que le duele su estado. Un poblano más que poco a poco se va desguazando gracias a las ineptitudes de enanos que tienen puesto el dedo en el botón de la alarma y la desazón para que todo se pulverice.

Soy firme en mis convicciones y asumo mis dichos. No regateo espacios y nunca me verán mendigando un cargo porque no lo necesito. A mis 62 años he logrado construirme una reputación digna en mi oficio, al que amo y ejecuto con gran pasión, como con la misma pasión, y sin afán de ofender, escribo ahora mismo esto en un acto de congruencia.

No quiero un estado donde tengamos que importar abogados de quinta que vengan a resolver entuertos fantasmas; que grillen a placer y se jacten de saber –y conocer– lo que no conocen. Y si el jefe de este de Gobierno lo quisiera, me someteré alegremente a un debate para demostrar la ineficiencia e incapacidad jurídicas de sus exportados.

¡Lo digo sin acritud, pero lo digo!

Noam Chomsky define a los estados fallidos como aquellos que carecen de capacidad o voluntad para proteger a sus ciudadanos de la violencia y quizás incluso de la destrucción, y se consideran más allá del alcance del derecho nacional o internacional, y padecen un grave déficit democrático que priva a sus instituciones de auténtica sustancia.

Recuerdo que el gran Santos Discépolo, famoso por su tango Cambalache, ha sido en repetidas ocasiones motivo de entregas del que esto escribe. La letra del celebérrimo tango no ha perdido sentido, profundidad, y por tanto, permanece vigente en este siglo XXI. En efecto, como dijera el nacido en Tucumán: El mundo fue y será una porquería ya lo sé, (…), hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor/ ignorante sabio, chorro, generoso estafador/ todo es igual / nada es mejor/ lo mismo un burro que un gran profesor / no hay ‘aplazaos’ ni escalafón/ los inmorales nos han ‘igualao’ si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición / da lo mismo que sea cura colchonero, rey de basto, caradura o polizón (…).

Ante el escaparate de un gobierno de la 4T que se ofrecía eficaz, eficiente e inmune a las crisis propias de la res publica, hoy nos damos cuenta que El Soberano se siente ‘robao’ y ‘amargao’; que los valores morales de campaña terminaron siendo una porquería en donde vivimos ‘revolcaos’.

Tengo una impresión muy contradictoria después de ver cómo todo va degenerando, no poco a poco, sino a pasos agigantados. Hay debidilidad, y auténtica incorrección y deseaseo en Puebla. Para nuestra desgracia, cada vez está peor. Todos los notan, para nadie es un secreto, pero la mayoría calla por temor. Los reflectores están puestos sobre nosotros y no precisamente por ser un ejemplo. Nuestros muchachos están en la calle pidiendo solamente poder vivir, ya no en paz, sino simplemente vivir.

Ante este escenario alarmante se han tomado decisiones que en nada abonan al proyecto original de la Cuarta Transformación, poniendo sobre el tablero del ajedrez alfiles quemados y piezas de reciclaje que ya habían sido sacadas del juego.

Me pregunto desde hace días, cuál es la estrategia (si es que la hay). Lo que sí noto es que empieza a entronizarse esa arrogancia que no deja pensar claramente. Los últimos nombramientos en el gabinete son del nivel de un jefe de almacén (sin demeritar a los mismos). No ha habido rigor y los filtros son endebles. No quería aceptarlo, pero es tiempo: en Puebla triunfa el gotopardismo (nuevamente).

Diría Serrat que: “las manzanas no huelen, que nadie conoce al vecino, (…) y mi tierra cayó en manos de unos locos con carnet / que todo es desechable y provisional.

Respetuosamente pido que se sirva a tomar medidas para llamar al orden a esos chapuceros que anidan en el gobierno, pero que lo hagan con urgencia para que no sea necesario contar cotidianamente más víctimas y más muertos, esperando algunos “milagros” que permitan centrar el quehacer del poderoso en favor de los desfavorecidos; sin caprichos y sin razones provenientes de personeros del mal.

Creí que no volvería a soltar frases tales como las que están en el párrafo anterior, pero no puedo; me niego a ser parte de la mascarada porque mi oficio ha sido siempre uno: que prevalezca la justicia.

La gratitud y la lealtad no son retóricas, son puntuales e irrefutables. Se es o no se es. Y yo he sido, he estado. ¡No nos andemos con pendejadas! Ya en mi artículo anterior recordé haber sido víctima durante algunos gobiernos de la improvisación y la estulticia. Ahora, desde este espacio digo: estoy harto de la incapacidad moral de quien chaquetea, blofea, y sin duda no sabe mandar. No estaré dispuesto nunca a consentir deslealtades ni actos infamantes salidos del bisbiseo de algunos liliputienses a los que consideran grandes funcionarios, sin serlo; y que por fuerza de la costumbre pasen de largo las promesas hechas, no a mi persona, sino a la gente que ha venido sufriendo año tras año, sexenio tras sexenio, la simulación y la impostura.

Estoy hablando (escribiendo) con la cabeza fría, por lo tanto no temo en externar mi desazón. De eso se trata la 4t, ¿o no? De no dejarse, de levantar la voz ante prácticas caducas, y eso mismo es lo que hago sin que me tiemble la mano.

Sé que tras leer esto, quienes temen cuestionar (aunque sea su labor) se darán vuelo ante lo que llamarán “el nuevo viraje de Carlos Meza”. Pues no, señores, esto no es un viraje porque quienes han tomado la vereda en lugar de permanecer en el camino son otros. En mi carrera política me conocieron tal cual soy: una mina que explota ante la inoperancia y la falta de compromiso y responsabilidad. Fui así con Bartlett (a quien extraño como a nadie por ser el estadista que fue), así con Melquiades (quien hizo del populismo ramplón su tarjeta de presentación más eficaz), así con Marín (al que consideraba mi amigo hasta que la visión se le llenó de humo), así con Moreno Valle (el que hizo de la megalomanía un monstruo de mil cabezas), así con Tony Gali (que vendió su alma al anterior mientras lo dejara cantar)…

Decir la verdad y extrenar nuestro descontento se condena en este país, lo sé. A quienes no estamos dispuestos a que las cosas se disfracen y se camuflen, se nos llama intolerantes. Se nos tilda desleales, se nos acomoda en las carpetas de los ardidos. Se nos califica de kamikazes, sin embargo, no es así. Porque estoy convencido que aquel que calla, le otorga al recipiendario de su queja el derecho de defecar mil veces sobre su cabeza. Y yo no estoy dispuesto a ser bacín de las excrecencias de nadie.

Sé que al leer esto, la prensa filibustera se dejará venir en hordas porque “hay carne”. Ante ese escenario, adelanto: se suplica al respetable que quien haya de criticar sea algún chimpancé o un mono tití que de vueltas histéticas dentro de su jaulita.

Soy hijo de mi alma máter, la BUAP, y sin chillidos ni escaramuzas literarias cobraré venganza por la ingratitud con la que se ha tratado a su población: futuros médicos, abogados, artistas y técnicos que vislumbran sus porvenires inciertos gracias a la indiferencia de quienes tienen que darles seguridad. Esto no es una amenaza; simple y sencillamente estoy siéndome fiel a mí mismo como un poblano que ama a su estado y al que le duele su estado. Un poblano más que poco a poco se va desguazando gracias a las ineptitudes de enanos que tienen puesto el dedo en el botón de la alarma y la desazón para que todo se pulverice.

Soy firme en mis convicciones y asumo mis dichos. No regateo espacios y nunca me verán mendigando un cargo porque no lo necesito. A mis 62 años he logrado construirme una reputación digna en mi oficio, al que amo y ejecuto con gran pasión, como con la misma pasión, y sin afán de ofender, escribo ahora mismo esto en un acto de congruencia.

No quiero un estado donde tengamos que importar abogados de quinta que vengan a resolver entuertos fantasmas; que grillen a placer y se jacten de saber –y conocer– lo que no conocen. Y si el jefe de este de Gobierno lo quisiera, me someteré alegremente a un debate para demostrar la ineficiencia e incapacidad jurídicas de sus exportados.

¡Lo digo sin acritud, pero lo digo!