/ sábado 13 de noviembre de 2021

Usa tus bienes más tiempo para cuidar al planeta

Buscar tener siempre el último modelo de teléfono, la ropa de temporada más reciente o cualquier artefacto nuevo y, al mismo tiempo, proferir y hasta exigir un cuidado al planeta es una total contradicción. En este Buen Fin hay que pensar qué necesitamos realmente, no solo por una cuestión de ahorro, sino por salvar a la naturaleza.

Nuevamente llegamos a la época donde se nos anuncian grandes ofertas respecto a cualquier cosa que sea susceptible de comprar o vender, los grandes almacenes esperan recuperarse de las bajas ventas del año pasado, además de que los consumidores quieren tener diversos objetos, por necesidad, vanidad o simplemente por no dejar de participar en esta campaña.

Indudablemente el flujo de capital y las transacciones ayudan a mejorar las finanzas nacionales, recordando que el comercio y la guerra son las dos cosas que realmente mueven al mundo.

Apenas hace algunas décadas, lapso sumamente corto respecto a la edad del planeta, se empezó a tomar conciencia del cuidado al medio ambiente, dejando atrás siglos enteros de desarrollo tecnológico en el que este tema era no prioritario.

Hoy nos encontramos con muchos movimientos que buscan rescatar a la naturaleza, propósito que indudablemente es plausible y al cual debemos contribuir todos, sin embargo, vemos que hay una gran simulación en algunos activismos. Los grandes problemas de contaminación y desgaste del planeta no se solucionan pidiendo comida “orgánica” en un restaurante y subir las fotos de ello a las redes sociales.

Tomando como marco la presidencia que tiene México en el Consejo de Seguridad de la ONU, recordemos que las grandes decisiones de este planeta son tomadas por los países ricos y poderosos, así que el hacer peticiones en la red, poner “likes” o comprar un producto que dice ser amigable con el ambiente no contribuye efectivamente a una causa.

Al mismo tiempo que encontramos a muchos que se dicen ser activistas, tenemos una gran cantidad de personas que quieren poseer lo último de lo último en moda, tecnología o cualquier objeto técnico, situación que los hace comprar casi con un fanatismo religioso.

Pensemos las enormes filas, inclusive la gente que se queda a dormir afuera de las tiendas para poder comprar la última versión de un iphone, por solo mencionar el aparato más representativo de este fenómeno. Evidentemente tener un objeto nuevo es gratificante por diversas razones, pero pensemos que muchas cosas que desechamos pueden seguir siendo útiles por más tiempo.

Aquí entra el concepto de obsolecencia programada, es decir, las cosas están diseñadas para durar un determinado lapso, pero no más, con el fin de que el consumidor compre otra nueva, lo cual no es malo desde el punto de vista económico, pero sí desde el ecológico, ya que los recursos naturales son finitos y su explotación no puede ser permanente, así que cada vez que tenemos un producto nuevo en nuestras manos estamos asesinando un poco la naturaleza, lo cual es una acción necesaria, pero debe ser sustentable, lo cual solo es realizable mediante el visto bueno de las grandes potencias y el gran capital, situación que es una utopía infortunadamente.

Aun con todas las acusaciones que versan sobre los regímenes socialistas, recordemos que en esos países las cosas estaban hechas para durar por décadas, con el fin de que el consumidor no las tuviera que cambiar, prueba de ello tenemos algunos refrigeradores que todavía funcionan en la ex Alemania oriental. Esta situación evidentemente inhibe la innovación y el desarrollo tecnológico, pero debemos pensar ante todo que algo nos sirva, más allá de la sofisticación en sus componentes y funcionamiento, también no hay que caer en extremos, como que sucede en Cuba, donde los automóviles de los 50’s circulan por necesidad y de milagro.

Pienso ahora en el primer celular que tenía y lo maravilloso que me parecía hacer llamadas sin alambres, al contrario de la sensación de aburrimiento que alguien tiene al utilizar todas las app de su smartphone y experimentar depresión, es decir, lo importante es cómo nos hacen sentir las cosas y no estar preocupados por el nivel de tecnología. Personalmente menciono que tengo algunos objetos técnicos con 2, 3 y hasta 4 décadas de antigüedad, pero que sigo usando y no tengo intención de reemplazar.

Otro enemigo del planeta es la llamada obsolecencia psicológica, es decir, el sentir que tiene la gente respecto a valorar un objeto como viejo, lo cual hace que quieran la última versión del mismo, aunque los cambios sean sumamente minúsculos, lo cual ocasiona una nueva compra. Satisfagamos nuestras necesidades responsablemente y cuidemos el planeta, pero de verdad, sin pseudo activismos o ficciones. Hasta la próxima.

Dudas o comentarios: 22 25 64 75 05; vicente_leopoldo@hotmail.com; síganme en facebook por mi nombre y en twitter: @vicente_aven.


Buscar tener siempre el último modelo de teléfono, la ropa de temporada más reciente o cualquier artefacto nuevo y, al mismo tiempo, proferir y hasta exigir un cuidado al planeta es una total contradicción. En este Buen Fin hay que pensar qué necesitamos realmente, no solo por una cuestión de ahorro, sino por salvar a la naturaleza.

Nuevamente llegamos a la época donde se nos anuncian grandes ofertas respecto a cualquier cosa que sea susceptible de comprar o vender, los grandes almacenes esperan recuperarse de las bajas ventas del año pasado, además de que los consumidores quieren tener diversos objetos, por necesidad, vanidad o simplemente por no dejar de participar en esta campaña.

Indudablemente el flujo de capital y las transacciones ayudan a mejorar las finanzas nacionales, recordando que el comercio y la guerra son las dos cosas que realmente mueven al mundo.

Apenas hace algunas décadas, lapso sumamente corto respecto a la edad del planeta, se empezó a tomar conciencia del cuidado al medio ambiente, dejando atrás siglos enteros de desarrollo tecnológico en el que este tema era no prioritario.

Hoy nos encontramos con muchos movimientos que buscan rescatar a la naturaleza, propósito que indudablemente es plausible y al cual debemos contribuir todos, sin embargo, vemos que hay una gran simulación en algunos activismos. Los grandes problemas de contaminación y desgaste del planeta no se solucionan pidiendo comida “orgánica” en un restaurante y subir las fotos de ello a las redes sociales.

Tomando como marco la presidencia que tiene México en el Consejo de Seguridad de la ONU, recordemos que las grandes decisiones de este planeta son tomadas por los países ricos y poderosos, así que el hacer peticiones en la red, poner “likes” o comprar un producto que dice ser amigable con el ambiente no contribuye efectivamente a una causa.

Al mismo tiempo que encontramos a muchos que se dicen ser activistas, tenemos una gran cantidad de personas que quieren poseer lo último de lo último en moda, tecnología o cualquier objeto técnico, situación que los hace comprar casi con un fanatismo religioso.

Pensemos las enormes filas, inclusive la gente que se queda a dormir afuera de las tiendas para poder comprar la última versión de un iphone, por solo mencionar el aparato más representativo de este fenómeno. Evidentemente tener un objeto nuevo es gratificante por diversas razones, pero pensemos que muchas cosas que desechamos pueden seguir siendo útiles por más tiempo.

Aquí entra el concepto de obsolecencia programada, es decir, las cosas están diseñadas para durar un determinado lapso, pero no más, con el fin de que el consumidor compre otra nueva, lo cual no es malo desde el punto de vista económico, pero sí desde el ecológico, ya que los recursos naturales son finitos y su explotación no puede ser permanente, así que cada vez que tenemos un producto nuevo en nuestras manos estamos asesinando un poco la naturaleza, lo cual es una acción necesaria, pero debe ser sustentable, lo cual solo es realizable mediante el visto bueno de las grandes potencias y el gran capital, situación que es una utopía infortunadamente.

Aun con todas las acusaciones que versan sobre los regímenes socialistas, recordemos que en esos países las cosas estaban hechas para durar por décadas, con el fin de que el consumidor no las tuviera que cambiar, prueba de ello tenemos algunos refrigeradores que todavía funcionan en la ex Alemania oriental. Esta situación evidentemente inhibe la innovación y el desarrollo tecnológico, pero debemos pensar ante todo que algo nos sirva, más allá de la sofisticación en sus componentes y funcionamiento, también no hay que caer en extremos, como que sucede en Cuba, donde los automóviles de los 50’s circulan por necesidad y de milagro.

Pienso ahora en el primer celular que tenía y lo maravilloso que me parecía hacer llamadas sin alambres, al contrario de la sensación de aburrimiento que alguien tiene al utilizar todas las app de su smartphone y experimentar depresión, es decir, lo importante es cómo nos hacen sentir las cosas y no estar preocupados por el nivel de tecnología. Personalmente menciono que tengo algunos objetos técnicos con 2, 3 y hasta 4 décadas de antigüedad, pero que sigo usando y no tengo intención de reemplazar.

Otro enemigo del planeta es la llamada obsolecencia psicológica, es decir, el sentir que tiene la gente respecto a valorar un objeto como viejo, lo cual hace que quieran la última versión del mismo, aunque los cambios sean sumamente minúsculos, lo cual ocasiona una nueva compra. Satisfagamos nuestras necesidades responsablemente y cuidemos el planeta, pero de verdad, sin pseudo activismos o ficciones. Hasta la próxima.

Dudas o comentarios: 22 25 64 75 05; vicente_leopoldo@hotmail.com; síganme en facebook por mi nombre y en twitter: @vicente_aven.