/ jueves 14 de enero de 2021

Verdad a medias es media mentira

Ninguna autoridad de ningún nivel se hace responsable por las miles de vidas que sigue devorando la pandemia con hambre inaudita. La culpa la tiene el pueblo, la gente irresponsable, se van por la fácil los oficialistas para no quedar mal con el que deben quedar bien.

Y por ese camino le avanzan. Que la culpa fue de los ambulantes, también de las familias por reunirse en diciembre, que los restauranteros y antreros fueron los nefastos, que las festividades y tradiciones le pusieron combustible al virus.

Que los tianguistas no obedecen, tampoco el comercio informal, que las rutas colectivas y camiones urbanos trasladan bastantes pasajeros, en fin.

Se trata de medias mentiras. Cada país, provincia, estado o municipio cuenta con una autoridad legalmente establecida y es ella quien debe velar por la integridad de su gente, hacer respetar la ley, guiar a las personas de su demarcación por el rumbo correcto, trasparentar las finanzas públicas, administrar de la mejor forma los escenarios de crisis.

Y por muy rudas que sean las decisiones de esa autoridad, mientras se adopten para salvaguardar la vida de las personas, deben acatarse gusten o disgusten al pueblo que gobierna.

Exhortar a la gente a confinarse o decretar parálisis al comercio sin apoyos de ningún tipo es un engaño. La mayoría de la gente sale a trabajar por necesidad no por gusto pues en sus hogares existen obligaciones que cubrir.

Las ayudas gubernamentales se expresan en declaraciones, se leen en la prensa, pero la realidad es otra.

La peor administración de la crisis sanitaria fue de Estados Unidos, eso se sabe, pero después le siguen Brasil y México con cifras escalofriantes. Las estrategias de salud en estos tres peores casos mundiales fueron orientadas hacia el populismo en vez de la ciencia.

Se necesitaron voces autorizadas y conocedoras de la ciencia y la técnica, pero en vez de eso seguimos escuchando discursos políticos con conteos diarios de muertos y contagiados que sólo deprimen.

Quienes recurrieron a la ciencia para alumbrarse en esta oscura adversidad tuvieron los mejores resultados, China y Alemania sirven de ejemplos. Quienes se fueron por el discurso plagado de ánimo y hurras hoy cuentan las defunciones por millares.

Cierto es que ninguna nación estaba preparada para la primera ola de Covid, sin embargo, no existe excusa para utilizar el mismo argumento en el repunte que nos ahoga en semanas recientes.

Las noticias de que los hospitales y clínicas están rebasadas, el desabasto de medicamentos es asfixiante, el comercio agoniza y los empleos están en shock confirman lo que ya sabíamos, que las autoridades jamás tuvieron ni tienen ideas o estrategias que contengan o aminoren las secuelas de la pandemia.

Estamos a nuestra suerte con autoridades que nos conducen vendadas de ojos y obstruidas para crear políticas públicas de emergencia, apoyos sociales y económicos verdaderos y eficientes. Estamos a la buena de Dios es la verdad. Y las familias con la necesidad de comer y salir adelante. En un escenario tan crítico, la gente se juega la vida.



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Ninguna autoridad de ningún nivel se hace responsable por las miles de vidas que sigue devorando la pandemia con hambre inaudita. La culpa la tiene el pueblo, la gente irresponsable, se van por la fácil los oficialistas para no quedar mal con el que deben quedar bien.

Y por ese camino le avanzan. Que la culpa fue de los ambulantes, también de las familias por reunirse en diciembre, que los restauranteros y antreros fueron los nefastos, que las festividades y tradiciones le pusieron combustible al virus.

Que los tianguistas no obedecen, tampoco el comercio informal, que las rutas colectivas y camiones urbanos trasladan bastantes pasajeros, en fin.

Se trata de medias mentiras. Cada país, provincia, estado o municipio cuenta con una autoridad legalmente establecida y es ella quien debe velar por la integridad de su gente, hacer respetar la ley, guiar a las personas de su demarcación por el rumbo correcto, trasparentar las finanzas públicas, administrar de la mejor forma los escenarios de crisis.

Y por muy rudas que sean las decisiones de esa autoridad, mientras se adopten para salvaguardar la vida de las personas, deben acatarse gusten o disgusten al pueblo que gobierna.

Exhortar a la gente a confinarse o decretar parálisis al comercio sin apoyos de ningún tipo es un engaño. La mayoría de la gente sale a trabajar por necesidad no por gusto pues en sus hogares existen obligaciones que cubrir.

Las ayudas gubernamentales se expresan en declaraciones, se leen en la prensa, pero la realidad es otra.

La peor administración de la crisis sanitaria fue de Estados Unidos, eso se sabe, pero después le siguen Brasil y México con cifras escalofriantes. Las estrategias de salud en estos tres peores casos mundiales fueron orientadas hacia el populismo en vez de la ciencia.

Se necesitaron voces autorizadas y conocedoras de la ciencia y la técnica, pero en vez de eso seguimos escuchando discursos políticos con conteos diarios de muertos y contagiados que sólo deprimen.

Quienes recurrieron a la ciencia para alumbrarse en esta oscura adversidad tuvieron los mejores resultados, China y Alemania sirven de ejemplos. Quienes se fueron por el discurso plagado de ánimo y hurras hoy cuentan las defunciones por millares.

Cierto es que ninguna nación estaba preparada para la primera ola de Covid, sin embargo, no existe excusa para utilizar el mismo argumento en el repunte que nos ahoga en semanas recientes.

Las noticias de que los hospitales y clínicas están rebasadas, el desabasto de medicamentos es asfixiante, el comercio agoniza y los empleos están en shock confirman lo que ya sabíamos, que las autoridades jamás tuvieron ni tienen ideas o estrategias que contengan o aminoren las secuelas de la pandemia.

Estamos a nuestra suerte con autoridades que nos conducen vendadas de ojos y obstruidas para crear políticas públicas de emergencia, apoyos sociales y económicos verdaderos y eficientes. Estamos a la buena de Dios es la verdad. Y las familias con la necesidad de comer y salir adelante. En un escenario tan crítico, la gente se juega la vida.



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