/ domingo 26 de enero de 2020

Vita Aeterna

A Jesús Bonilla Fernández

Puesto a meditar sobre la unicidad o dualidad del ser humano, derivo (es náutica figuración) en la distinción crucial que existe entre “individuo” y “persona”, y concluyo que lo nuestro --mío y de los míos-- es ser personas, ergo, inconclusas creaturas siempre dialogantes interiormente, seres de conciencia, de preguntas constantes redactores. Tómese este pergeño como un ejercicio de inquisición que redacto en obsequio a un amigo. Sea.

Juan Ramón Jiménez, 1881-1958, en su libro “Eternidades” (1916,17), publicó este poema:

Yo no soy yo. Soy este que a mi lado va sin yo verlo, que a veces voy a ver, y que a veces olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera.

Uno lee y descubre que la poesía es, a un tiempo, una forma (crátera, ánfora, vaso, copa) y una vía (camino, método, ascesis) del conocimiento de la belleza y de lo absoluto; que la poesía es atisbo de la eternidad.

En este poema sugiere Juan Ramón Jiménez que la vida verdadera no existe. Y entonces brotan las preguntas: ¿No existe ahora o no existirá nunca?

En abono de la dilucidación del asunto recuerdo dos fórmulas:

[1] La vida está en otra parte, la vie est ailleurs, de Milán Kundera: el poeta Jaromil busca el absoluto en la sociedad estalinista de la Checoslovaquia del 1948.

[2] La vraie vie est absente, nous ne sommes pas u monde del poeta Rimbaud, de la segunda mitad del siglo XIX francés.

¿Es verdad que la vida siempre está en otra parte, que la vida verdadera está ausente de nuestros días, que nunca ocurre en el presente, o, en contrario, es verdad que la vida siempre está aquí, ahora?

¿Es verdad, acaso, que sólo soy una pobre alma (pauvre ame) que en el infierno reflexiona y clama por arribar al mundo verdadero, a la vida de la gracia?

La respuesta a la cuestión definirá el itinerario existencial del que medite, porque lo pondrá de frente con el rostro de la búsqueda de la eternidad.

En el escrito “Yo no soy yo” de Juan Ramón Jiménez, colegimos que la poesía es eterna y que el poeta es efímero; que la realidad invisible y esencial (de las esencias ontológicas) es el mundo de las ideas de Platón; y que el Invisible es el Daimon, de Platón; el Ángel custodio, del Devocionario católico o el Duende, de Federico García Lorca.

Adicionalmente, en escolio se propone que decir “yo soy” es proferir un flatus vocis, es decir, un ruido sin significado; una palabra de aire, de gas, de vaho, de vanitas. Que enunciar “yo soy” es síntoma de una afección moral furiosa: la sombra, circundada por el cosmos infinito e incognoscible, habla y dice, soberbia, “yo soy”; sin reparar en que está preso de su destino, que es su destino.

Sobre la poesía de Juan Ramón Jiménez, poeta predilecto de nuestros Reyes, Nervo y González Martínez, ha escrito, con fina sensibilidad, Gastón Baquero (1914-1997):

Nada puede secar el árbol de la poesía. (…) La poesía es la más misteriosa de todas las formas de creación porque en ella se advierte, siempre que el poeta sea un artista cabal, que lo realizado es tan solo, mínimamente, un recuerdo, una huella: la poesía siempre permanece victoriosa, del lado de allá de la creación, dejándose aprisionar sólo en destellos muy sutiles y contados…Esa burla, esa fuga constante de la Poesía, ha develado a muchos seres intensos desde que el mundo es mundo. (…) Pasan así a formar dos legiones esenciales los seres de utilidad suma para los humanos: a un lado los que hablan el lenguaje directo de Dios, los santos y los sacerdotes de todas la religiones, bajo el idioma de la religión dogmática, es decir, confirmada por la Revelación; y al otro lado, los que hablan el lenguaje metafórico de Dios, bajo el idioma de la Poesía. (…) En el fondo de la preocupación por la esencia de la poesía, lo que está latiendo es la preocupación por la ausencia de Dios. Desde Bremond hasta las páginas culminantes de Heidegger, montañas de páginas quieren explicarnos en qué consiste el ser y el querer de la Poesía.

Misteriosa, evanescente, sagrada. Chispa celestial, ignición, deflagración castálida que reconcilia el barro del tremedal con el oro solar. Poesía.

A Jesús Bonilla Fernández

Puesto a meditar sobre la unicidad o dualidad del ser humano, derivo (es náutica figuración) en la distinción crucial que existe entre “individuo” y “persona”, y concluyo que lo nuestro --mío y de los míos-- es ser personas, ergo, inconclusas creaturas siempre dialogantes interiormente, seres de conciencia, de preguntas constantes redactores. Tómese este pergeño como un ejercicio de inquisición que redacto en obsequio a un amigo. Sea.

Juan Ramón Jiménez, 1881-1958, en su libro “Eternidades” (1916,17), publicó este poema:

Yo no soy yo. Soy este que a mi lado va sin yo verlo, que a veces voy a ver, y que a veces olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera.

Uno lee y descubre que la poesía es, a un tiempo, una forma (crátera, ánfora, vaso, copa) y una vía (camino, método, ascesis) del conocimiento de la belleza y de lo absoluto; que la poesía es atisbo de la eternidad.

En este poema sugiere Juan Ramón Jiménez que la vida verdadera no existe. Y entonces brotan las preguntas: ¿No existe ahora o no existirá nunca?

En abono de la dilucidación del asunto recuerdo dos fórmulas:

[1] La vida está en otra parte, la vie est ailleurs, de Milán Kundera: el poeta Jaromil busca el absoluto en la sociedad estalinista de la Checoslovaquia del 1948.

[2] La vraie vie est absente, nous ne sommes pas u monde del poeta Rimbaud, de la segunda mitad del siglo XIX francés.

¿Es verdad que la vida siempre está en otra parte, que la vida verdadera está ausente de nuestros días, que nunca ocurre en el presente, o, en contrario, es verdad que la vida siempre está aquí, ahora?

¿Es verdad, acaso, que sólo soy una pobre alma (pauvre ame) que en el infierno reflexiona y clama por arribar al mundo verdadero, a la vida de la gracia?

La respuesta a la cuestión definirá el itinerario existencial del que medite, porque lo pondrá de frente con el rostro de la búsqueda de la eternidad.

En el escrito “Yo no soy yo” de Juan Ramón Jiménez, colegimos que la poesía es eterna y que el poeta es efímero; que la realidad invisible y esencial (de las esencias ontológicas) es el mundo de las ideas de Platón; y que el Invisible es el Daimon, de Platón; el Ángel custodio, del Devocionario católico o el Duende, de Federico García Lorca.

Adicionalmente, en escolio se propone que decir “yo soy” es proferir un flatus vocis, es decir, un ruido sin significado; una palabra de aire, de gas, de vaho, de vanitas. Que enunciar “yo soy” es síntoma de una afección moral furiosa: la sombra, circundada por el cosmos infinito e incognoscible, habla y dice, soberbia, “yo soy”; sin reparar en que está preso de su destino, que es su destino.

Sobre la poesía de Juan Ramón Jiménez, poeta predilecto de nuestros Reyes, Nervo y González Martínez, ha escrito, con fina sensibilidad, Gastón Baquero (1914-1997):

Nada puede secar el árbol de la poesía. (…) La poesía es la más misteriosa de todas las formas de creación porque en ella se advierte, siempre que el poeta sea un artista cabal, que lo realizado es tan solo, mínimamente, un recuerdo, una huella: la poesía siempre permanece victoriosa, del lado de allá de la creación, dejándose aprisionar sólo en destellos muy sutiles y contados…Esa burla, esa fuga constante de la Poesía, ha develado a muchos seres intensos desde que el mundo es mundo. (…) Pasan así a formar dos legiones esenciales los seres de utilidad suma para los humanos: a un lado los que hablan el lenguaje directo de Dios, los santos y los sacerdotes de todas la religiones, bajo el idioma de la religión dogmática, es decir, confirmada por la Revelación; y al otro lado, los que hablan el lenguaje metafórico de Dios, bajo el idioma de la Poesía. (…) En el fondo de la preocupación por la esencia de la poesía, lo que está latiendo es la preocupación por la ausencia de Dios. Desde Bremond hasta las páginas culminantes de Heidegger, montañas de páginas quieren explicarnos en qué consiste el ser y el querer de la Poesía.

Misteriosa, evanescente, sagrada. Chispa celestial, ignición, deflagración castálida que reconcilia el barro del tremedal con el oro solar. Poesía.