/ jueves 7 de febrero de 2019

¿Cómo afrontar los cambios?

La maravilla de las transformaciones es que nos abren un universo de posibilidades, solo que para afrontarlas debemos estar dispuestos a soportar las pérdidas que conllevan

Heráclito lo expresó hace cientos de años: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Y es que el agua y el tiempo fluyen inexorablemente y cuando alguien regresa al río sus aguas ya no son las mismas ni ese alguien es el que algún día fue.

El mundo está en constante cambio y también lo estamos cada uno de nosotros. Ese es un hecho inevitable e innegable: basta mirar a tu alrededor o hacia ti mismo para comprobarlo. Hace algún tiempo se me ocurrió que existían dos formas en las que el cambio puede presentarse en nuestra vida o en nuestro entorno. A la primera la llamé “cambio en pendiente” y a la segunda, “cambio de escalón”.

TIPOS DE CAMBIO

El cambio en pendiente está conformado por aquellas pequeñas transformaciones que ocurren día a día y que en la cotidianidad nos resultan imperceptibles. El desgaste de las cosas, el crecimiento de los niños o el envejecimiento son ejemplos de cambios en pendiente, pero hay otros fenómenos sutiles, como el paso del enamoramiento al amor, que también siguen a este patrón. Estos cambios son graduales e interrumpidos, por lo que solo nos percatamos de ellos cuando algo, una foto, un recuerdo o una larga ausencia nos confronta con el pasado.

El cambio de escalón, por otra parte, es aquel caracterizado por modificaciones de las cuales tenemos plena consciencia. A veces ocurren de manera programada y podemos preverlas, aunque en otras veces nos sorprendan o, más aún, nos golpean. Esto nos dice que la vida es dinámica, no estática y que, aunque nos guste estar en nuestra zona de confort, si no nos movemos, si no nos renovamos constantemente, la vida lo hace por nosotros.

Una mudanza, un nuevo trabajo, un nacimiento o muerte son acontecimientos que representan un cambio de escalón y ahí es un excelente momento para hacer esas renovaciones en nosotros, cerrar ciclos que se han quedado abiertos para poder abrir otros nuevos con toda la experiencia y sabiduría que hemos adquirido de la vida, incluyendo todas sus experiencias dolorosas.

En una relación de pareja, con nosotros mismos, en nuestro trabajo, siempre hay ciclos que cerrar y abrir, y es importante aceptar esto por más doloroso que sea, que entendamos que la vida así funciona y debemos fluir con ella no renegando de lo que nos sucede, sino agradeciendo todo porque ahí están nuestros grandes aprendizajes y las oportunidades para engrandecernos y evolucionar.

RESISTIRSE AL CAMBIO

El cambio es inevitable porque la vida es dinámica; no obstante, a veces hacemos todo lo posible para que las cosas permanezcan igual porque es nuestra zona de confort y los cambios nos pueden generar incertidumbre, miedo o esfuerzos. Intentamos retrasar el cambio, postergarlo o disminuirlo, borrarlo o deshacerlo.

Cuando todo esto no funciona, solemos utilizar otra estrategia: negarlo… “Aquí no ha pasado nada”. Y todavía queda un último recurso: trastocar las cosas o situaciones para que nada cambie, esto es, hacer las modificaciones necesarias para que la balanza siga en el mismo lugar. Lo llamativo del caso es que dichas actitudes pueden surgir incluso frente a cambios que la persona deseó o llegó a buscar activamente, pero que por ese miedo al cambio puede llegar a sabotear.

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CAMBIAR ES PERDER

Por lo tanto, pregunto: ¿por qué el cambio nos genera tanta resistencia? ¿Qué es lo que nos echa hacia atrás? La respuesta: nos resulta difícil aceptar el cambio porque todo cambio implica una PÉRDIDA. Cuando algo se transforma deja de ser de determinada manera y comienza a ser de otra: lo que era deja de ser… vale decir: no existe, nos queda un vacío. Y agrego algo: las pérdidas duelen. Entonces, nuestra resistencia al cambio es una resistencia a confrontar el dolor de perder todo aquello que antes fue. Y a veces ni siquiera nos hacía sentir plenos ni felices.

Pero entonces, me dirás: ¿no hay cambios positivos? ¿Hay cambios que impliquen una ganancia? ¡Por supuesto que sí! Toda pérdida tiene muchas ganancias, incluso aquellos cambios que resultan beneficiosos conllevan una situación de pérdida, o sea, un duelo, con todo lo que este conlleva: dolor, ansiedad, hubieras, etcétera.

Es posible que la ganancia sea mayor a la pérdida, pero no por ello se deja de sentir pesar. El dolor no se mide con relación costo-beneficio, más bien es la consecuencia de que algo que formaba parte de mí ha desaparecido, me afecta haberlo perdido aunque ya no lo desee, aunque lo que haya reemplazado me agrade más.

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PASAR EL DUELO

Es inevitable que cualquier cambio vaya acompañado por el dolor, el duelo de dejar algo atrás. Y dejar algo atrás es ya no volverlo a tener. Eso duele. Es inevitable, pero si no pasa esto no evolucionamos, no nos transformamos. Cada cambio transcurre en un periodo de duelo, un tiempo para la elaboración de la pérdida, lapso en que es natural sentir dolor.

Hay personas que, al tiempo de haber acabado una relación de pareja, se encuentran pensando en volver, se dicen a sí mismas: “siento tanto dolor… debe ser que todavía lo amo”. Confunden el dolor de una pérdida con el deseo de continuar la relación. Es posible que ese deseo exista, pero el dolor no es la medida. Como dije, lo que viene puede ser mejor, pero no por eso dejaremos de sentir pesar por lo que abandonamos o nos abandonó.

El tiempo, con su suave, casi invisible pendiente, es un constante impulsor de cambio, a cada momento estamos perdiendo algo, lo cual se convierte en pasado y se vuelve irrecuperable. El tiempo, como en el acertijo, lo toca todo: lugares, personas, vínculos y, aun antes de llevarlo a su desaparición, lo modifica minuto a minuto.

Esos cambios ocurren de manera tan paulatina que casi no nos damos cuenta, pero al mirarnos en una fotografía de algunos años atrás puede nacer en nosotros cierta nostalgia. Más allá de lo felices que fuimos entonces o de lo felices que seamos ahora, sentiremos añoranza, porque ese individuo que vemos en la fotografía ya no existe. Hoy somos otro. A cada momento perdemos a aquel que fuimos. Y eso que nos afecta, alguien o algo que quisimos ya no está, también puede ser liberador. Nada nos ata a nuestro pasado. Somos alguien nuevo cada día y, por ello, podemos elegir, cada día, qué hacer con nuestra vida.

Esa es la maravilla del cambio, pues nos abre un universo de posibilidades, solo que para afrontar los cambios que vendrán y aceptar los que nos han ocurrido debemos estar dispuestos a perder un poco o mucho. En retribución, ganaremos un abanico enorme de opciones y caminos posibles.

Si sientes o te das cuenta de que todavía tienes ciclos que no has cerrado, pérdidas que no has trabajado, no dudes en buscar apoyo, porque para seguir construyendo un futuro debes entender el para qué del pasado y sanarlo. Solo así podrás fluir y evolucionar con la vida.

* Contacto:

Teléfono: 2221199224

Trabajos con pérdidas, duelos, angeloterapia.

Niños, adolescentes y adultos.

Heráclito lo expresó hace cientos de años: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Y es que el agua y el tiempo fluyen inexorablemente y cuando alguien regresa al río sus aguas ya no son las mismas ni ese alguien es el que algún día fue.

El mundo está en constante cambio y también lo estamos cada uno de nosotros. Ese es un hecho inevitable e innegable: basta mirar a tu alrededor o hacia ti mismo para comprobarlo. Hace algún tiempo se me ocurrió que existían dos formas en las que el cambio puede presentarse en nuestra vida o en nuestro entorno. A la primera la llamé “cambio en pendiente” y a la segunda, “cambio de escalón”.

TIPOS DE CAMBIO

El cambio en pendiente está conformado por aquellas pequeñas transformaciones que ocurren día a día y que en la cotidianidad nos resultan imperceptibles. El desgaste de las cosas, el crecimiento de los niños o el envejecimiento son ejemplos de cambios en pendiente, pero hay otros fenómenos sutiles, como el paso del enamoramiento al amor, que también siguen a este patrón. Estos cambios son graduales e interrumpidos, por lo que solo nos percatamos de ellos cuando algo, una foto, un recuerdo o una larga ausencia nos confronta con el pasado.

El cambio de escalón, por otra parte, es aquel caracterizado por modificaciones de las cuales tenemos plena consciencia. A veces ocurren de manera programada y podemos preverlas, aunque en otras veces nos sorprendan o, más aún, nos golpean. Esto nos dice que la vida es dinámica, no estática y que, aunque nos guste estar en nuestra zona de confort, si no nos movemos, si no nos renovamos constantemente, la vida lo hace por nosotros.

Una mudanza, un nuevo trabajo, un nacimiento o muerte son acontecimientos que representan un cambio de escalón y ahí es un excelente momento para hacer esas renovaciones en nosotros, cerrar ciclos que se han quedado abiertos para poder abrir otros nuevos con toda la experiencia y sabiduría que hemos adquirido de la vida, incluyendo todas sus experiencias dolorosas.

En una relación de pareja, con nosotros mismos, en nuestro trabajo, siempre hay ciclos que cerrar y abrir, y es importante aceptar esto por más doloroso que sea, que entendamos que la vida así funciona y debemos fluir con ella no renegando de lo que nos sucede, sino agradeciendo todo porque ahí están nuestros grandes aprendizajes y las oportunidades para engrandecernos y evolucionar.

RESISTIRSE AL CAMBIO

El cambio es inevitable porque la vida es dinámica; no obstante, a veces hacemos todo lo posible para que las cosas permanezcan igual porque es nuestra zona de confort y los cambios nos pueden generar incertidumbre, miedo o esfuerzos. Intentamos retrasar el cambio, postergarlo o disminuirlo, borrarlo o deshacerlo.

Cuando todo esto no funciona, solemos utilizar otra estrategia: negarlo… “Aquí no ha pasado nada”. Y todavía queda un último recurso: trastocar las cosas o situaciones para que nada cambie, esto es, hacer las modificaciones necesarias para que la balanza siga en el mismo lugar. Lo llamativo del caso es que dichas actitudes pueden surgir incluso frente a cambios que la persona deseó o llegó a buscar activamente, pero que por ese miedo al cambio puede llegar a sabotear.

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CAMBIAR ES PERDER

Por lo tanto, pregunto: ¿por qué el cambio nos genera tanta resistencia? ¿Qué es lo que nos echa hacia atrás? La respuesta: nos resulta difícil aceptar el cambio porque todo cambio implica una PÉRDIDA. Cuando algo se transforma deja de ser de determinada manera y comienza a ser de otra: lo que era deja de ser… vale decir: no existe, nos queda un vacío. Y agrego algo: las pérdidas duelen. Entonces, nuestra resistencia al cambio es una resistencia a confrontar el dolor de perder todo aquello que antes fue. Y a veces ni siquiera nos hacía sentir plenos ni felices.

Pero entonces, me dirás: ¿no hay cambios positivos? ¿Hay cambios que impliquen una ganancia? ¡Por supuesto que sí! Toda pérdida tiene muchas ganancias, incluso aquellos cambios que resultan beneficiosos conllevan una situación de pérdida, o sea, un duelo, con todo lo que este conlleva: dolor, ansiedad, hubieras, etcétera.

Es posible que la ganancia sea mayor a la pérdida, pero no por ello se deja de sentir pesar. El dolor no se mide con relación costo-beneficio, más bien es la consecuencia de que algo que formaba parte de mí ha desaparecido, me afecta haberlo perdido aunque ya no lo desee, aunque lo que haya reemplazado me agrade más.

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PASAR EL DUELO

Es inevitable que cualquier cambio vaya acompañado por el dolor, el duelo de dejar algo atrás. Y dejar algo atrás es ya no volverlo a tener. Eso duele. Es inevitable, pero si no pasa esto no evolucionamos, no nos transformamos. Cada cambio transcurre en un periodo de duelo, un tiempo para la elaboración de la pérdida, lapso en que es natural sentir dolor.

Hay personas que, al tiempo de haber acabado una relación de pareja, se encuentran pensando en volver, se dicen a sí mismas: “siento tanto dolor… debe ser que todavía lo amo”. Confunden el dolor de una pérdida con el deseo de continuar la relación. Es posible que ese deseo exista, pero el dolor no es la medida. Como dije, lo que viene puede ser mejor, pero no por eso dejaremos de sentir pesar por lo que abandonamos o nos abandonó.

El tiempo, con su suave, casi invisible pendiente, es un constante impulsor de cambio, a cada momento estamos perdiendo algo, lo cual se convierte en pasado y se vuelve irrecuperable. El tiempo, como en el acertijo, lo toca todo: lugares, personas, vínculos y, aun antes de llevarlo a su desaparición, lo modifica minuto a minuto.

Esos cambios ocurren de manera tan paulatina que casi no nos damos cuenta, pero al mirarnos en una fotografía de algunos años atrás puede nacer en nosotros cierta nostalgia. Más allá de lo felices que fuimos entonces o de lo felices que seamos ahora, sentiremos añoranza, porque ese individuo que vemos en la fotografía ya no existe. Hoy somos otro. A cada momento perdemos a aquel que fuimos. Y eso que nos afecta, alguien o algo que quisimos ya no está, también puede ser liberador. Nada nos ata a nuestro pasado. Somos alguien nuevo cada día y, por ello, podemos elegir, cada día, qué hacer con nuestra vida.

Esa es la maravilla del cambio, pues nos abre un universo de posibilidades, solo que para afrontar los cambios que vendrán y aceptar los que nos han ocurrido debemos estar dispuestos a perder un poco o mucho. En retribución, ganaremos un abanico enorme de opciones y caminos posibles.

Si sientes o te das cuenta de que todavía tienes ciclos que no has cerrado, pérdidas que no has trabajado, no dudes en buscar apoyo, porque para seguir construyendo un futuro debes entender el para qué del pasado y sanarlo. Solo así podrás fluir y evolucionar con la vida.

* Contacto:

Teléfono: 2221199224

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