Foto: Jesús Manuel Hernández | El Sol de Puebla
Durante la infancia es cuando los padres educan a los hijos a comportarse en la mesa. El empleo de los cubiertos, el adecuado uso del tenedor y el cuchillo, la forma de masticar, de limpiarse los labios, de beber los líquidos, eran fundamentales como requisito de saberse portar en sociedad.
Muchos manuales aparecieron en el pasado para enlistar las recomendaciones sobre la urbanidad. Famoso fue el manual de Manuel Antonio Carreño, un español dedicado a escribir sobre los consejos para saber cómo portarse en el hogar, la escuela, el trabajo, etcétera, siempre bajo premisas de orden cristiano.
El Carreño apareció en 1865 y se reimprimió varias veces en Madrid, París, México, Perú y otras naciones, y ha trascendido hasta la actualidad, actualizado, pero sólo como libro anecdótico y de referencia.
El recuerdo le vino al aventurero Zalacaín al acudir a una invitación en Chipilo, Puebla, esa población donde los italianos del Véneto migraron en 1862 y se asentaron y dieron origen a una cultura diferente y a la producción de alimentos aceptados inmediatamente por los poblanos.
Zalacaín fue convocado a probar una excelente pizza elaborada por un chico de origen napolitano, sin duda esa era una garantía. La pizza de Nápoles es diferente a todas, para los historiadores ese puerto es la cuna de la pizza como hoy la conocemos, derivada quizá del pan griego.
La comida fue sumamente placentera, buenas pizzas y mejor charla. Y una anécdota para la historia.
En una de las mesas se encontraba una familia originaria de Nápoles, hablaban el dialecto de la antigua República de Partenopea, título con muy poca duración, del 21 de enero de 1799 al 13 de junio del mismo año, apenas unos cinco meses de independencia de Italia.
Una frase pronunciada por el padre del menor llamó la atención de Zalacaín quien recordó una breve historia. El chiquillo levantaba los espaguetis de uno en uno y los movía por encima de su boca para introducirlo lentamente. El padre le gritó “lazzaroni”.
Zalacaín recordaba el término usado en Nápoles para definir precisamente a un tipo de persona, cuya práctica en la mesa violentaba los usos y costumbres de la época. Los macarrones con tomate y queso eran un plarto popular entre la gente de escasos recursos, harina de trigo y agua formaban la masa para elaborar los también llamados “pluma”, “penne rigate” a los rayados por fuera, o “penne lisce” al liso. Los más grandes llamados “pennonni” eran más gruesos y llenaban más pronto el estómago de los lazzaroni.
Decía el diccionario del dialecto napolitano sobre esta palabra, usada para definir al truhan, sinvergüenza, cara dura, conchudo, granuja, estafador, bribón, pícaro, rufián, caco, pillo, andrajoso, mendrugo o necesitado.
La comida transcurrió en medio de anécdotas sobre los viajes y las vivencias del dueño de la pizzería.
Estos napolitanos pobres formaron un frente para defender la ciudad de la entrada de los franceses en 1799 y entonces el calificativo se unió a los calabreses como símbolo de autonomía y hasta una famosa pasta lleva su nombre.
El dialecto napolitano continuó fluyendo. El padre del menor dijo: “O barbiere te fa bello; o vine te fa guappo, a femmena te fa fesso”.
Y el amigo de la pizzería tradujo de inmediato para Zalacaín: “El barbero te hace guapo, el vino te hace valiente, y la mujer te hace preso”.
- elrincondezalacain@gmail.com
- YouTube: El Rincón de Zalacaín
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