/ miércoles 23 de enero de 2019

Explosión: es lo que sucede al unir nuestros cuerpos

Un relato de como tal vez la expresión corporal, a través del sexo, dice más que mil palabras

A veces, cuando escuchas aquellos relatos de pasión desenfrenada, cuyas circunstancias no ofrecen el mejor de los pronósticos te detienes a pensar en él hubiera e invariablemente siempre existen miles de posibilidades de respuesta y argumento para evitar el arrepentimiento, sobre todo cuando no eres tú el protagonista de esa historia, pero esta era mi historia y confirme que el calor de la pasión podría nublar hasta la razón más sustentada.

Eran principios de año y yo volvía a mis actividades habituales de oficinista, luego de un par de semanas en la que hasta mis 18 años había sido mi hogar, pero parecía que los cambios de clima y ritmo me habían llevado a un resfriado que me había nulificado las posibilidades de tener un plan para el viernes, y vaya que de forma tal vez inconsciente había buscado permanecer ocupada durante los últimos dos meses, como intentando no esperar una llamada o mensaje tuyo, aunque al final del día, siempre lo hacía.

Hacía dos meses que habías sugerido darnos un tiempo y pese a que esta determinación me tomaba por sorpresa al necesitarte conmigo, lo prudente era darte el espacio que habías pedido y es que para ti el problema radicaba en que yo no era capaz de dar el siguiente paso en la relación y para mí, era el tomarnos el tiempo suficiente para estar seguros de esa decisión, tal vez nuestras ideas se encontraban a destiempo, pero eso no determinaba lo mucho que te amaba y me amabas.


Y aquí estaba un viernes por la noche intentando no pensarte para no hacer más deprimente mi recuperación, dormitaba intentando dejar mis pensamientos en blanco, pero recibí un mensaje, mientras me convencía que podría ser cualquier otra persona intentaba que el corazón no se acelerara, realmente deseaba que estuvieras aquí, pero habría que respetar el acuerdo, solo unos días más y sabría qué rumbo tomaríamos. Me dispuse a tomar mis medicamentos y el teléfono sonó, las piernas me temblaban, si, eras tú llamándome, conteste, pero parecía que me había quedado sin palabras, mi silencio se interrumpió con tu voz: "¿Hola? Te escribí hace un rato, pero no me respondiste, sé que acordamos no hablar, pero no pude, estoy afuera de tu departamento, te necesito".

Todo acuerdo se desvaneció en ese instante, no sabía el motivo de esta visita inesperada, pero de lo que tenía certeza es que después de este tiempo nuestros deseos se sincronizaban de una forma inexplicable, sentía que me veía fatal, pero no me importaba, lo único que necesitaba era abrazarte y sentirte otra vez junto a mí.

Abrí la puerta y ahí estabas, un escalofrío sacudió mi cuerpo, me sentía incapaz de decir algo, no quería arruinarlo y es que no había palabras tal vez para describir lo mucho que te había extrañado, pero no era la única así, tú también estabas igual, y así sin decirnos nada te dispusiste a pasar, te sentaste en el mismo lugar del sofá, ese en donde solías acomodarte para que acto seguido yo te acompañara, permanecimos un tiempo en silencio, solo mirándonos, me pareció una eternidad, hasta que mi resfriado me delató y estornude "¿Estas bien?" preguntaste, "Es solo un resfriado".


Te acercaste por fin y comenzaste a acariciar mi cabello, la atmósfera de la habitación se tornó en el escenario idóneo para el suspenso, no pude más, te abracé, ambos temblábamos de la emoción, traté de estructurar el discurso apropiado pero tus besos interrumpieron mis intentos. "No digas nada, hoy no hace falta, déjame perderme en ti".

En realidad, no habría ningún discurso de amor que detuviera a dos cuerpos en celo en una habitación donde inundaba el frío de este invierno, muy probablemente teníamos muchas cosas que decirnos, pero tal vez no todos los discursos de amor se expresan de manera verbal, tal vez la expresión corporal a través del sexo dice más que mil palabras, y así lo asumimos esa noche cuando mordías cada parte de mí y yo rasguñaba tu espalda, en un sentido tal vez de reproche por haber estado separados todo este tiempo, pero después de forma casi inexplicable, besaba tu frente y tu acariciabas mi espalda como aquellas ocasiones en las que buscabas aquietar mis ansiedades, entonces la traducción de estas caricias eran la manifestación más tierna de los "te extraño" y los "lo siento" que nos debíamos el uno al otro y quedaba de forma expresa en el ambiente lo mucho que nos necesitábamos, aunque nuestros tiempos no se sincronizaban aún de forma perfecta como nuestros cuerpos.

CONTACTO:

Dr. Joaquín Alejandro Soto Chilaca

Médico Psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra Forense y Psicoterapeuta

Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología

www.vivemindful.com

A veces, cuando escuchas aquellos relatos de pasión desenfrenada, cuyas circunstancias no ofrecen el mejor de los pronósticos te detienes a pensar en él hubiera e invariablemente siempre existen miles de posibilidades de respuesta y argumento para evitar el arrepentimiento, sobre todo cuando no eres tú el protagonista de esa historia, pero esta era mi historia y confirme que el calor de la pasión podría nublar hasta la razón más sustentada.

Eran principios de año y yo volvía a mis actividades habituales de oficinista, luego de un par de semanas en la que hasta mis 18 años había sido mi hogar, pero parecía que los cambios de clima y ritmo me habían llevado a un resfriado que me había nulificado las posibilidades de tener un plan para el viernes, y vaya que de forma tal vez inconsciente había buscado permanecer ocupada durante los últimos dos meses, como intentando no esperar una llamada o mensaje tuyo, aunque al final del día, siempre lo hacía.

Hacía dos meses que habías sugerido darnos un tiempo y pese a que esta determinación me tomaba por sorpresa al necesitarte conmigo, lo prudente era darte el espacio que habías pedido y es que para ti el problema radicaba en que yo no era capaz de dar el siguiente paso en la relación y para mí, era el tomarnos el tiempo suficiente para estar seguros de esa decisión, tal vez nuestras ideas se encontraban a destiempo, pero eso no determinaba lo mucho que te amaba y me amabas.


Y aquí estaba un viernes por la noche intentando no pensarte para no hacer más deprimente mi recuperación, dormitaba intentando dejar mis pensamientos en blanco, pero recibí un mensaje, mientras me convencía que podría ser cualquier otra persona intentaba que el corazón no se acelerara, realmente deseaba que estuvieras aquí, pero habría que respetar el acuerdo, solo unos días más y sabría qué rumbo tomaríamos. Me dispuse a tomar mis medicamentos y el teléfono sonó, las piernas me temblaban, si, eras tú llamándome, conteste, pero parecía que me había quedado sin palabras, mi silencio se interrumpió con tu voz: "¿Hola? Te escribí hace un rato, pero no me respondiste, sé que acordamos no hablar, pero no pude, estoy afuera de tu departamento, te necesito".

Todo acuerdo se desvaneció en ese instante, no sabía el motivo de esta visita inesperada, pero de lo que tenía certeza es que después de este tiempo nuestros deseos se sincronizaban de una forma inexplicable, sentía que me veía fatal, pero no me importaba, lo único que necesitaba era abrazarte y sentirte otra vez junto a mí.

Abrí la puerta y ahí estabas, un escalofrío sacudió mi cuerpo, me sentía incapaz de decir algo, no quería arruinarlo y es que no había palabras tal vez para describir lo mucho que te había extrañado, pero no era la única así, tú también estabas igual, y así sin decirnos nada te dispusiste a pasar, te sentaste en el mismo lugar del sofá, ese en donde solías acomodarte para que acto seguido yo te acompañara, permanecimos un tiempo en silencio, solo mirándonos, me pareció una eternidad, hasta que mi resfriado me delató y estornude "¿Estas bien?" preguntaste, "Es solo un resfriado".


Te acercaste por fin y comenzaste a acariciar mi cabello, la atmósfera de la habitación se tornó en el escenario idóneo para el suspenso, no pude más, te abracé, ambos temblábamos de la emoción, traté de estructurar el discurso apropiado pero tus besos interrumpieron mis intentos. "No digas nada, hoy no hace falta, déjame perderme en ti".

En realidad, no habría ningún discurso de amor que detuviera a dos cuerpos en celo en una habitación donde inundaba el frío de este invierno, muy probablemente teníamos muchas cosas que decirnos, pero tal vez no todos los discursos de amor se expresan de manera verbal, tal vez la expresión corporal a través del sexo dice más que mil palabras, y así lo asumimos esa noche cuando mordías cada parte de mí y yo rasguñaba tu espalda, en un sentido tal vez de reproche por haber estado separados todo este tiempo, pero después de forma casi inexplicable, besaba tu frente y tu acariciabas mi espalda como aquellas ocasiones en las que buscabas aquietar mis ansiedades, entonces la traducción de estas caricias eran la manifestación más tierna de los "te extraño" y los "lo siento" que nos debíamos el uno al otro y quedaba de forma expresa en el ambiente lo mucho que nos necesitábamos, aunque nuestros tiempos no se sincronizaban aún de forma perfecta como nuestros cuerpos.

CONTACTO:

Dr. Joaquín Alejandro Soto Chilaca

Médico Psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra Forense y Psicoterapeuta

Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología

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