/ jueves 14 de mayo de 2020

La historia del té | El Rincón de Zalacaín

Se dispuso a preparar su calabaza cumpliendo todo el protocolo

Con gran entusiasmo el aventurero Zalacaín recibió el pedido de venta on-line. Antes era un poco problemático conseguir la hierba mate, los poblanos no están acostumbrados ni siquiera un poquito, a beber el mate. No es extraño, la costumbre se arraiga en Argentina y por supuesto en Uruguay.

Y se dispuso a preparar su calabaza cumpliendo todo el protocolo. Rosa la cocinera, le observaba y se refería a esa preparación como “un tecito” y preguntaba cuál era su función. ¿Acaso quita el dolor de barriga?, le cuestionó.

Entre la sociedad poblana el té está ampliamente identificado con la capacidad de aliviar males estomacales, digestivos, dolores, inflamaciones, resfriados, tos, infecciones de los ojos, etcétera.

Zalacaín le contó a Rosa cómo en la antigüedad las civilizaciones pasaron de comer alimentos crudos y luego a cocinarlos y entonces ingerirlos calientes o tibios. Lo mismo sucedió con las bebidas, el agua era fría o a temperatura ambiente; cuando se descubrió la fermentación y se obtuvo cerveza, vino, vinagre, etcétera, se consumió también en frío y luego caliente o tibio.

Los romanos bebían vino con agua caliente, le llamaban “calda” por los baños termales. En el siglo VI cuando Benito de Nursia escribe la “Regla del Señor”, recomendaba a los monjes después de comer, beber una mezcla de vinagre con agua caliente, llamada “posca”. Curiosamente en China se experimentaron similares usos del agua tibia o caliente mezclada con vino, vinagre y hierbas.

Y de ahí vino el tema del “té”. La bebida se conoció hasta el siglo XVII en Holanda y Francia, y se adaptó contundentemente entre la sociedad inglesa donde se le consideró como bebida nacional, dejando de lado al café.

Una crónica de Samuel Pepys, político y escritor, decía: “El día 28 de Septiembre de 1660, fue cuando tomé la primera taza de té”. Y con ello se fechó más o menos la aparición de la bebida favorecida por la reina Catalina de Braganza. Los ingleses empezaron a consumirlo y clasificarlo por el origen, entre más lejano, raro y caro, sería mejor.

En aquella época el precio de la libra de té llegó a compararse con el de la plata, eso convirtió a la bebida en una muestra de poder económico de quien la consumía.

Al poco tiempo los ingleses lo consumían de tres a cuatro veces al día, unas doce tacitas en promedio. Hubo casos famosos como el del obispo de Salisbury Gilberto Burnet quien bebía hasta 25.

El consumo excesivo de té llegó a convertirse en fiesta y estaba precedida de un protocolo. Los bebedores se sentaban alrededor de una mesa redonda, una vez consumido el té se entregaba la taza poniendo especial cuidado en cómo se dejaba la cucharilla, si estaba sobre el plato era seña de no querer beber más. En cambio, si la cucharilla estaba dentro de la taza, entonces se entendía el deseo de seguir bebiendo. Esta práctica no se explicaba a los extranjeros quienes eran condenados a una especie de tormento del agua caliente.

Además, las tazas estaban numeradas, lo mismo las cucharillas a fin de no revolverlas ente los bebedores.

Hace algunos años Zalacaín visitó en la madrileña Calle Mayor, una tienda inglesa especializada en té. Entró y le dieron a probar una tacita desechable con infusión mientras le preguntaban por su pedido. Zalacaín entregó el trozo de papel con las anotaciones: “Bai Hao Yin Zhen”. La dependiente puso cara de alegría, se trataba del exclusivo, Premium, de la provincia de Fujian de China, coloquialmente llamado “té blanco”.

Cuanto quiere, le preguntó, la compra mínima, 50 gramos. Zalacaín pensó si es un encargo muy especial y no lo hay en México, pues podría llevar quizá un kilo. La dependienta no se lo podía creer. El té costaba ¡400 euros el kilo!

Zalacaín recompuso el pedido y solo pidió 100 gramos.

  • elrincondezalacain@gmail.com

Con gran entusiasmo el aventurero Zalacaín recibió el pedido de venta on-line. Antes era un poco problemático conseguir la hierba mate, los poblanos no están acostumbrados ni siquiera un poquito, a beber el mate. No es extraño, la costumbre se arraiga en Argentina y por supuesto en Uruguay.

Y se dispuso a preparar su calabaza cumpliendo todo el protocolo. Rosa la cocinera, le observaba y se refería a esa preparación como “un tecito” y preguntaba cuál era su función. ¿Acaso quita el dolor de barriga?, le cuestionó.

Entre la sociedad poblana el té está ampliamente identificado con la capacidad de aliviar males estomacales, digestivos, dolores, inflamaciones, resfriados, tos, infecciones de los ojos, etcétera.

Zalacaín le contó a Rosa cómo en la antigüedad las civilizaciones pasaron de comer alimentos crudos y luego a cocinarlos y entonces ingerirlos calientes o tibios. Lo mismo sucedió con las bebidas, el agua era fría o a temperatura ambiente; cuando se descubrió la fermentación y se obtuvo cerveza, vino, vinagre, etcétera, se consumió también en frío y luego caliente o tibio.

Los romanos bebían vino con agua caliente, le llamaban “calda” por los baños termales. En el siglo VI cuando Benito de Nursia escribe la “Regla del Señor”, recomendaba a los monjes después de comer, beber una mezcla de vinagre con agua caliente, llamada “posca”. Curiosamente en China se experimentaron similares usos del agua tibia o caliente mezclada con vino, vinagre y hierbas.

Y de ahí vino el tema del “té”. La bebida se conoció hasta el siglo XVII en Holanda y Francia, y se adaptó contundentemente entre la sociedad inglesa donde se le consideró como bebida nacional, dejando de lado al café.

Una crónica de Samuel Pepys, político y escritor, decía: “El día 28 de Septiembre de 1660, fue cuando tomé la primera taza de té”. Y con ello se fechó más o menos la aparición de la bebida favorecida por la reina Catalina de Braganza. Los ingleses empezaron a consumirlo y clasificarlo por el origen, entre más lejano, raro y caro, sería mejor.

En aquella época el precio de la libra de té llegó a compararse con el de la plata, eso convirtió a la bebida en una muestra de poder económico de quien la consumía.

Al poco tiempo los ingleses lo consumían de tres a cuatro veces al día, unas doce tacitas en promedio. Hubo casos famosos como el del obispo de Salisbury Gilberto Burnet quien bebía hasta 25.

El consumo excesivo de té llegó a convertirse en fiesta y estaba precedida de un protocolo. Los bebedores se sentaban alrededor de una mesa redonda, una vez consumido el té se entregaba la taza poniendo especial cuidado en cómo se dejaba la cucharilla, si estaba sobre el plato era seña de no querer beber más. En cambio, si la cucharilla estaba dentro de la taza, entonces se entendía el deseo de seguir bebiendo. Esta práctica no se explicaba a los extranjeros quienes eran condenados a una especie de tormento del agua caliente.

Además, las tazas estaban numeradas, lo mismo las cucharillas a fin de no revolverlas ente los bebedores.

Hace algunos años Zalacaín visitó en la madrileña Calle Mayor, una tienda inglesa especializada en té. Entró y le dieron a probar una tacita desechable con infusión mientras le preguntaban por su pedido. Zalacaín entregó el trozo de papel con las anotaciones: “Bai Hao Yin Zhen”. La dependiente puso cara de alegría, se trataba del exclusivo, Premium, de la provincia de Fujian de China, coloquialmente llamado “té blanco”.

Cuanto quiere, le preguntó, la compra mínima, 50 gramos. Zalacaín pensó si es un encargo muy especial y no lo hay en México, pues podría llevar quizá un kilo. La dependienta no se lo podía creer. El té costaba ¡400 euros el kilo!

Zalacaín recompuso el pedido y solo pidió 100 gramos.

  • elrincondezalacain@gmail.com

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