Después de vivir más de décadas, de haber puesto un ejemplo entre la sociedad poblana desde la década de los cincuentas y haberse constituido como todo un hito en cuanto a la pastelería de la ciudad, el fin de semana dejó de vivir Amparo Martínez Alonso, viuda de Argüelles, doña Amparo, la señora Amparo, o simplemente Amparo, para sus amigos.
Nacida en Lugones, cerca de Oviedo, en Asturias, Amparo cruzó el Atlántico para contraer matrimonio con otro asturiano, Ramón Argüelles quien había migrado buscando mejores horizontes luego de haber participado en la Guerra Civil de España.
Amparo se integró a la familia y a la sociedad poblana, pero empezó a marcar su propio territorio y a dar un ejemplo notable cuando la muerte de su esposo la dejó como responsable de sus dos hijos.
El aventurero Zalacaín, la recordaba muy bien, más que bien, pues durante décadas había gozado no sólo de sus pasteles, el Brazo de Gitano en especial, sino de algunos otros guisos, como esa carne con verduras, propia de la comida dominical con la familia, en el antecomedor de su casa, donde en un trinchador estaban los recuerdos de su vida cotidiana.
Las charlas de sobremesa en navidades y noches viejas fueron un disfrute especial pues las anécdotas de la sociedad poblana de la segunda mitad del siglo pasado afloraban entretenidamente.
Marcó un ejemplo, pensaba Zalacaín, pues en sus épocas, las mujeres casadas no trabajaban, pero Amparo desde un principio apoyó a su marido y luego aprendió a hacer pasteles caseros y los empezó a vender entre la sociedad local.
¿De dónde había aprendido todo eso? Le preguntaban sus cercanos. Y Amparo contaba su experiencia de haber leído o tal vez conocido, nunca se sabrá, a María Manuela Eugenia Carolina Mestayer Jacquet, una mujer de Bilbao, inquieta, como Amparo, dedicada a aprender a cocinar con técnicas de alta cocina, interesada en la historia y con relaciones entre las mejores familias de Bilbao. Su inquietud le llevó a impartir cursos de cocina y repostería a las mujeres de la Acción Católica y luego a escribir bajo el pseudónimo de “Maritxu”, más tarde en 1929 debutó como la “Marquesa de Parabere”, sobrenombre sugerido por sus amigos y dado el parentesco con su primo Joaquín Aguirre Echaüe, quien ostentaba el marquesado de Parabere.
En 1930 apareció editado por Espasa Calpe su primer libro “Confitería y Repostería”, luego “La Cocina Completa”, un libro de mucho éxito y varias reediciones, y con el patrocinio de la levadura Royal un folleto de repostería.
Hacia 1940 la marquesa de Parabere y su esposo Ramón Echagüe Churruca, abren un restaurante de la más alta calidad en Madrid, cerca de Plaza del Sol en la calle de Cádiz número 9, esquina con Espoz y Mina, y nueve años más tarde murió.
Amparo pudo quizá haberla conocido en Madrid, pero segura si fue la adquisición de una de las primeras ediciones del libro “Confitería y Repostería” de donde extrajo las recetas para elaborar los pasteles en Puebla, el libro contiene anotaciones de mano de Amparo y ha sobrevivido a los años gracias al cuidado de su hijo Luis Miguel.
Su éxito fue rotundo, los mejores restaurantes y cafeterías de Puebla presumían en sus cartas de postres los pasteles de Doña Amparo Martínez, hechos en casa, con recetas antiguas, a mano, con el toque especial del chantilly, las salsas dulces, las frutas y demás ingredientes.
El restaurante “Alameda” de don Tomás Luna, en el Portal Hidalgo, fue quizá el favorito del aventurero para compartir una buena rebanada de Brazo de Gitano acompañado de un expreso y el escarceo del noviazgo.
Cotidiano era ver a sus hijos, principalmente al menor, Luis Miguel, llegar a los restaurantes a entregar la pastelería del día.
Pero la fama de Amparo empezó por las casas de los poblanos, primero debió meterse en la sociedad, darles a probar sus productos, sin marca, confeccionados en su casa de la colonia El Carmen, de ahí su pequeño negocio se amplió y empezó a sustituir la batidora casera por la industrial, la nevera de la cocina por el refrigerador o la cámara fría, toda una industria casera surgió después de los 60 para llevar a las casas de las familias poblanas el pastel del santo o del cumpleaños.
En aquella época, recordaba el aventurero con nostalgia, no podía entenderse una fiesta infantil sin la presencia de los pasteles de Amparo Martínez quien inició una tradición luego copiada por otras familias donde el toque casero y personal fue sustituido por la producción en masa, emergieron así las marcas un tanto comerciales disfrazadas de caseras, también confeccionadas en Puebla.
Amparo fue de alguna manera uno de los primeros ejemplos de esa repostería casera de la Angelópolis, donde se privilegiaba lo bien hecho, la calidad de los ingredientes y la tradición de conservar las recetas.
Al paso de los años su capacidad física le impidió continuar con el negocio, cerró la pastelería casera, sólo confeccionaba por encargo algún pastel para los familiares más cercanos o los amigos de su hijo. Tal vez la última producción para un restaurante la haya hecho en los primeros años del siglo XXI cuando preparaba uno o dos Brazos de Gitano para La Conjura, Casa de Comidas Lentas, ella misma los hacía, los envolvía y los entregaba conduciendo su automóvil, un asunto peculiar, pues aún a los 90 años sacaba el auto de su casa para ir al Parque España.
El aventurero recordó las numerosas ocasiones donde la comida les reunió y siempre, sin faltar nunca, aparecía el recuerdo de los pasteles de antaño. Descanse en paz Doña Amparo, la Señora Amparo, o Amparo para sus amigos.