/ lunes 16 de diciembre de 2019

Mi gran amor: mi verdugo

Dijiste que jamás te alejarías de mí, y en efecto, cumpliste esa promesa de una forma peligrosamente obsesiva

Dijiste que jamás te alejarías de mí, y en efecto, cumpliste esa promesa de una forma peligrosamente obsesiva; hoy me tienes entre tus brazos, te aferras a mi cuerpo frío e inerte, lleno de golpes, como si al aferrarte a mí me devolvieras la vida, pero la realidad es que yo ya no estoy más aquí, contigo, porque quizás, siendo paradójicamente honestos, comencé a morir desde el día que te conocí.

“¿Estás bien?” dijiste aquél primer día en la parada del autobús mientras yo, absorta en mis pensamientos, intentaba encontrar la solución para volver a la pensión universitaria en la que vivía hacía un par de meses, luego de haber sido asaltada y quedarme sin absolutamente nada, fuiste mi héroe, mi salvación, mi soporte en un momento en el que me sentía más sola y desamparada que nunca.

A partir de ese momento, no me dejaste, y aunque parecía el comienzo de una historia de amor demasiado perfecta, luego de huir de mi realidad de caos familiar que me obligó a buscar estudiar lo más lejos posible de mis seres queridos, la felicidad y seguridad que provocabas en mí, ensombrecía mi visión para entender que ya no era más dueña de mi vida, pues sigilosamente te apoderaste de cada una de mis decisiones, deseos y voluntades, coartando mis sueños, anhelos y esperanzas.

En un principio pensaba que el limitar mis amistades, itinerarios, salidas, llamadas o la ropa que me ponía era parte de querer protegerme del mundo, valoraba mucho tu deseo incesante de cuidarme, como nadie, quizás en toda mi vida, lo habría hecho, yo no entendía que amar a una persona no te dotaba de las facultades para cortarle las alas en cada vuelo que pretendiera emprender y que no entendieras el dolor que eso podría causar en mi “Todo lo hago por tu bien” decías.

Hasta que llegó el día en el que mientras me vigilabas sin darme cuenta en la universidad, atacaste a Martín, uno de mis compañeros que intentaba trabajar conmigo y Pamela mi amiga, en la definición del proyecto final, y es que de forma inexplicable lo comenzaste a golpear sin que hubiera poder humano que te detuviera, me gritaste que era una zorra ofrecida sinvergüenza al igual que a Pamela, lo que implicó mi baja definitiva de la universidad y con ello el abandono abrupto de uno de mis más grandes sueños.

Luego, te suplique que te alejaras de mí, pero seguiste acechándome, amenazándome con matarme si no volvía a tu lado, no entendía cómo en tan poco tiempo pudieras cambiar tanto, no te conocía, y generaste en mi un pavor incontenible. Poco a poco dejé de llevar una vida normal hasta encerrarme en las cuatro paredes de aquella pensión, que pensé, serían mi salvación, pero un día al salir a dejar la basura al camión recolector, tú me esperabas para raptarme y llevarme lejos contigo, a lo que yo denominé el infierno.

Me quitaste la vida a golpes y fue quizás en mí el último suspiro. Foto: Cortesía Khusen Rustamov

Durante 7 meses abusaste sin parar de mí, me humillaste en cada oportunidad cobrándote lo que según tú fue una traición y es que para ti era una cualquiera que tenía que ser tratada como tal, pero al mismo tiempo ya no era más yo sino una extensión de ti, que lastimabas insaciablemente, creyendo que de esa forma aliviarías tu rencor y yo simplemente no tenía escapatoria, lo intente, Dios sabe que intente huir por mi vida, y en cada intento fallaba ante tu inminente control sobre mí, lo que redundaba invariablemente en palizas que no sólo lastimaban mi cuerpo, sino también mi alma y con ello se apagaba en mí la esperanza de creer en una fuerza sobrenatural que me ayudara a salir de esto.

Un mañana, mientras intentaba borrar con el agua de la regadera tus asquerosas caricias en mi cuerpo, entraste al baño y comenzaste a insultarme por haberte despertado con mis sollozos, me abofeteaste y te dispusiste a abusar nuevamente de mí, te supliqué que no lo hicieras más, pero no me escuchaste y de manera instintiva mordí tu cuello hasta traspasar tu piel, nació en mí el deseo de dar la que sería mi última batalla, luché como nunca por mi vida, por mi libertad, pero tu odio pudo más y esta vez se apoderó de ti, me quitaste la vida a golpes y fue quizás en mí el último suspiro, cuando regresó a mí el sentido de alivio dentro de la agonía, de liberarme de esta, la más cruel cara del amor, que acabó conmigo, Ariadna de 19 años y el hijo que estaba por nacer producto del rencor profundo engendrado en ti.

CONTACTO:

  • Dr. Joaquín Alejandro Soto Chilaca
  • Médico Psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra Forense y Psicoterapeuta.
  • Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología.
  • www.vivemindful.com

Dijiste que jamás te alejarías de mí, y en efecto, cumpliste esa promesa de una forma peligrosamente obsesiva; hoy me tienes entre tus brazos, te aferras a mi cuerpo frío e inerte, lleno de golpes, como si al aferrarte a mí me devolvieras la vida, pero la realidad es que yo ya no estoy más aquí, contigo, porque quizás, siendo paradójicamente honestos, comencé a morir desde el día que te conocí.

“¿Estás bien?” dijiste aquél primer día en la parada del autobús mientras yo, absorta en mis pensamientos, intentaba encontrar la solución para volver a la pensión universitaria en la que vivía hacía un par de meses, luego de haber sido asaltada y quedarme sin absolutamente nada, fuiste mi héroe, mi salvación, mi soporte en un momento en el que me sentía más sola y desamparada que nunca.

A partir de ese momento, no me dejaste, y aunque parecía el comienzo de una historia de amor demasiado perfecta, luego de huir de mi realidad de caos familiar que me obligó a buscar estudiar lo más lejos posible de mis seres queridos, la felicidad y seguridad que provocabas en mí, ensombrecía mi visión para entender que ya no era más dueña de mi vida, pues sigilosamente te apoderaste de cada una de mis decisiones, deseos y voluntades, coartando mis sueños, anhelos y esperanzas.

En un principio pensaba que el limitar mis amistades, itinerarios, salidas, llamadas o la ropa que me ponía era parte de querer protegerme del mundo, valoraba mucho tu deseo incesante de cuidarme, como nadie, quizás en toda mi vida, lo habría hecho, yo no entendía que amar a una persona no te dotaba de las facultades para cortarle las alas en cada vuelo que pretendiera emprender y que no entendieras el dolor que eso podría causar en mi “Todo lo hago por tu bien” decías.

Hasta que llegó el día en el que mientras me vigilabas sin darme cuenta en la universidad, atacaste a Martín, uno de mis compañeros que intentaba trabajar conmigo y Pamela mi amiga, en la definición del proyecto final, y es que de forma inexplicable lo comenzaste a golpear sin que hubiera poder humano que te detuviera, me gritaste que era una zorra ofrecida sinvergüenza al igual que a Pamela, lo que implicó mi baja definitiva de la universidad y con ello el abandono abrupto de uno de mis más grandes sueños.

Luego, te suplique que te alejaras de mí, pero seguiste acechándome, amenazándome con matarme si no volvía a tu lado, no entendía cómo en tan poco tiempo pudieras cambiar tanto, no te conocía, y generaste en mi un pavor incontenible. Poco a poco dejé de llevar una vida normal hasta encerrarme en las cuatro paredes de aquella pensión, que pensé, serían mi salvación, pero un día al salir a dejar la basura al camión recolector, tú me esperabas para raptarme y llevarme lejos contigo, a lo que yo denominé el infierno.

Me quitaste la vida a golpes y fue quizás en mí el último suspiro. Foto: Cortesía Khusen Rustamov

Durante 7 meses abusaste sin parar de mí, me humillaste en cada oportunidad cobrándote lo que según tú fue una traición y es que para ti era una cualquiera que tenía que ser tratada como tal, pero al mismo tiempo ya no era más yo sino una extensión de ti, que lastimabas insaciablemente, creyendo que de esa forma aliviarías tu rencor y yo simplemente no tenía escapatoria, lo intente, Dios sabe que intente huir por mi vida, y en cada intento fallaba ante tu inminente control sobre mí, lo que redundaba invariablemente en palizas que no sólo lastimaban mi cuerpo, sino también mi alma y con ello se apagaba en mí la esperanza de creer en una fuerza sobrenatural que me ayudara a salir de esto.

Un mañana, mientras intentaba borrar con el agua de la regadera tus asquerosas caricias en mi cuerpo, entraste al baño y comenzaste a insultarme por haberte despertado con mis sollozos, me abofeteaste y te dispusiste a abusar nuevamente de mí, te supliqué que no lo hicieras más, pero no me escuchaste y de manera instintiva mordí tu cuello hasta traspasar tu piel, nació en mí el deseo de dar la que sería mi última batalla, luché como nunca por mi vida, por mi libertad, pero tu odio pudo más y esta vez se apoderó de ti, me quitaste la vida a golpes y fue quizás en mí el último suspiro, cuando regresó a mí el sentido de alivio dentro de la agonía, de liberarme de esta, la más cruel cara del amor, que acabó conmigo, Ariadna de 19 años y el hijo que estaba por nacer producto del rencor profundo engendrado en ti.

CONTACTO:

  • Dr. Joaquín Alejandro Soto Chilaca
  • Médico Psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra Forense y Psicoterapeuta.
  • Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología.
  • www.vivemindful.com

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