“Lencería roja” dijiste ante mi insistente pregunta de cuál sería el regalo de San Valentín ideal, en una de aquellas pláticas después del sexo, en el que nuestros cuerpos desnudos se mantenían juntos como queriendo perpetuar ese sentimiento de serenidad y paz, y que para mí eran mi parte favorita de hacer el amor.
Y es que este año, nuestra dinámica había dado un giro de 360 grados, debido a que, sin esperarlo ni planearlo, a nuestra vida llego nuestro primer bebé, cosa que sin duda alguna nos llenó de felicidad. Aitana nos había cambiado la vida para bien sin duda alguna, pero lo cierto es que, pese al paso del tiempo y a mis cuidados por recuperarme, prevalecía en mí ese sentimiento de inseguridad, no era la misma de antes y me costaba trabajo aceptar como mi cuerpo había cambiado.
Agradecía que día a día tuvieras los detalles para hacerme sentir hermosa y deseada, que cada vez que me hacías al amor, tuvieras el tacto para acariciarme y besarme como si fuera la primera vez y me susurraras al oído lo mucho que te gustaba, y que cuando me veías exhausta tras una noche de no dormir al acompañar a Aitana en sus noches de insomnio, me alojaras en tus brazos conforme amanecía después de haber esperado por mí pacientemente, y que ese instante, por muy breve que fuera, era otra forma tuya de hacer el amor.
Era un reto para mí sentirme cómoda, en un juego de lencería como me lo propusiste, pero tenía la sensación de que era un medio en el que tú me persuadías a confiar más en mí, y en ver más allá de los kilos y los cambios en mi cuerpo ganados; finalmente me convencí y fui en busca de este nuestro obsequio de San Valentín.
Finalmente llegó la fecha, y a la luz de las velas, conversábamos mientras bebíamos una copa de vino para brindar “Por ti, por toda esa vida y alegría que recreas a tu alrededor, de lo que soy el más fiel admirador” y enseguida acercaste a mí un obsequio, y al abrirlo, me encontré con un espejo y una nota que decía “porque nunca te olvides de que tu belleza no depende de las tallas o tu semblante cansado, sino de la felicidad que irradias en cada sonrisa, cada mirada y cada acto de amor, gracias por ser la mujer de mi vida y la madre de mi mejor regalo de vida, Aitana”.
Al instante, mis ojos se nublaron de lágrimas, pero de lágrimas de alegría, al tener a mi mejor cómplice en esta aventura de vida, que me amaba tal y como era, mientras yo por meses, me había concentrado en ser la misma de hace un año, al grado de no ver eso en lo que me había convertido y que tú me hacías ver a través de este espejo. Por primera vez me hacía consciente de que todo, absolutamente todo, valía la pena y que definitivamente no ser la misma de hace unos meses no era una condena, pues definitivamente había evolucionado para ser alguien mejor.
Al devolverme indirectamente ese impulso para retomar la confianza en mí misma, supe que era tiempo de mostrarte mi regalo, me dispuse a cambiarme y me recibiste en la recamara, esperabas pacientemente y cuando me miraste, tus ojos se iluminaron, me tomaste por la cintura y susurraste a mi oído “Qué bueno que volviste, te extrañaba así, tal altiva y hermosa, tan segura de lo que eres”.
CONTACTO:
- Dr. Joaquín Alejandro Soto Chilaca
- Médico Psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra Forense y Psicoterapeuta.
- Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología.
- www.vivemindful.com
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