/ miércoles 17 de junio de 2020

Refuerza los lazos con estos cinco consejos para ser un buen padre

Todos quieren ser el mejor papá del mundo, pero ¿qué es lo que se debe hacer para lograrlo?

Ser papá es una de las responsabilidades más complejas en la vida. Para ser un buen padre debes estar presente, poner ejemplo y ser comprensivo con las necesidades de tus hijos, sin importar su edad.

Un enorme desafío es ayudar a los hijos a sentirse seguros desde el inicio de sus vidas. Por eso es fundamental que te sintonices con ellos al tiempo que estableces límites claros y consistentes. Así construirás una relación que te permita saber lo que tu hijo necesita, qué es lo que piensa o lo que siente y él podrá manejar las dificultades del mundo externo con seguridad.

Para que cimientes una relación sana y feliz con tus hijos, y te conviertas en el mejor papá del mundo, sigue estos cinco consejos que hoy nos comparte Esperanza Ordaz Moreno, especialista en Desarrollo Humano.

ESTAR PRESENTE EN LA VIDA DE LOS HIJOS

Estar presente es dejar una huella amorosa en los hijos, tiene que ver con la calidad de la relación que se establece con ellos y los momentos que comparten. El objetivo es establecer una conexión profunda y significativa, es decirles “me importas” no solo con palabras, sino con acciones, dedicando tiempo, haciendo cosas con ellos. Algunos ejemplos: darles las buenas noches, reconocer sus logros, enseñarles cosas nuevas, platicar de temas en común, abrazarlos, disfrutar tiempo de ocio juntos.

SER CONGRUENTE (EDUCAR CON EL EJEMPLO)

Los padres son la primera y principal referencia que tienen los hijos y por lo tanto son las personas más confiables que ellos podrían tener. Precisamente, para mantener esa confianza --que será vital para su proceso de desarrollo--, es importante que las acciones de los padres le den credibilidad a lo que dicen a los hijos. Para educar con el ejemplo hay que cuidar que el pensar, el sentir y el actuar mantengan coherencia, pues “lo que los niños ven, es lo que hacen”. Ser congruente, además de darles seguridad, también les aportará a los padres bienestar y crecimiento personal.

ESCUCHAR A LOS HIJOS

Para escuchar, hay que callar… y no solo callar la voz, sino también los pensamientos propios (que a veces pueden tener un volumen muy alto y no nos dejan escuchar a los demás). Implica estar dispuesto a comprender, ser sensible a las necesidades, emociones e intereses de los hijos. Para escuchar hay que dedicar tiempo y prestar atención. Si se aprende a callar y a comprender, los hijos se sentirán aceptados y en confianza y tendrán más ganas de platicar con sus padres porque, aunque no lo digan a menudo, lo necesitan mucho. Escuchar es “entrar” en el mundo de los hijos para poder acompañarlos y guiarlos en su proceso de desarrollo.

Foto: Prostooleh | Freepik

ESTABLECER LÍMITES POSITIVOS

Los límites son actos de amor. Son actos educativos que ayudan a los hijos a mantenerse a salvo de peligros, pero además estimulan el desarrollo y crecimiento. Son puntos de referencia que van cambiando conforme los hijos van creciendo y para que sean sanos deben ser: claros, concisos, que se cumplan, que tengan consecuencias (¡no castigos! pues estos últimos dejan un mensaje de maltrato y no de aprendizaje) y que sean consistentes pero, sobre todo, que estén fundamentados en el amor y los valores que se quieren transmitir a los hijos.

Establecer límites positivos tiene efectos benéficos, pues los hijos saben que pueden confiar en sus padres, les da una sensación de seguridad y son un punto de referencia para estructurar su personalidad.

SER PACIENTE

La frase “cuenta hasta 10”, tiene su razón de ser. Si se aprende a evitar que el enojo o la frustración tomen el control será sumamente benéfico para la educación de los hijos, ya que cuando ellos perciben que sus padres mantienen la calma, saben ‘quién está a cargo’ y ellos también aprenden a tranquilizarse, además evita comportamientos violentos o agresivos que después tienden a lamentarse y hacen mucho daño.

La paciencia, al ser una virtud, solo puede desarrollarse y fortalecerse con la práctica; probar con ejercicios de relajación, mejorar la autoconciencia, poner más atención a las emociones son buenos puntos de partida.

Ser papá es una de las responsabilidades más complejas en la vida. Para ser un buen padre debes estar presente, poner ejemplo y ser comprensivo con las necesidades de tus hijos, sin importar su edad.

Un enorme desafío es ayudar a los hijos a sentirse seguros desde el inicio de sus vidas. Por eso es fundamental que te sintonices con ellos al tiempo que estableces límites claros y consistentes. Así construirás una relación que te permita saber lo que tu hijo necesita, qué es lo que piensa o lo que siente y él podrá manejar las dificultades del mundo externo con seguridad.

Para que cimientes una relación sana y feliz con tus hijos, y te conviertas en el mejor papá del mundo, sigue estos cinco consejos que hoy nos comparte Esperanza Ordaz Moreno, especialista en Desarrollo Humano.

ESTAR PRESENTE EN LA VIDA DE LOS HIJOS

Estar presente es dejar una huella amorosa en los hijos, tiene que ver con la calidad de la relación que se establece con ellos y los momentos que comparten. El objetivo es establecer una conexión profunda y significativa, es decirles “me importas” no solo con palabras, sino con acciones, dedicando tiempo, haciendo cosas con ellos. Algunos ejemplos: darles las buenas noches, reconocer sus logros, enseñarles cosas nuevas, platicar de temas en común, abrazarlos, disfrutar tiempo de ocio juntos.

SER CONGRUENTE (EDUCAR CON EL EJEMPLO)

Los padres son la primera y principal referencia que tienen los hijos y por lo tanto son las personas más confiables que ellos podrían tener. Precisamente, para mantener esa confianza --que será vital para su proceso de desarrollo--, es importante que las acciones de los padres le den credibilidad a lo que dicen a los hijos. Para educar con el ejemplo hay que cuidar que el pensar, el sentir y el actuar mantengan coherencia, pues “lo que los niños ven, es lo que hacen”. Ser congruente, además de darles seguridad, también les aportará a los padres bienestar y crecimiento personal.

ESCUCHAR A LOS HIJOS

Para escuchar, hay que callar… y no solo callar la voz, sino también los pensamientos propios (que a veces pueden tener un volumen muy alto y no nos dejan escuchar a los demás). Implica estar dispuesto a comprender, ser sensible a las necesidades, emociones e intereses de los hijos. Para escuchar hay que dedicar tiempo y prestar atención. Si se aprende a callar y a comprender, los hijos se sentirán aceptados y en confianza y tendrán más ganas de platicar con sus padres porque, aunque no lo digan a menudo, lo necesitan mucho. Escuchar es “entrar” en el mundo de los hijos para poder acompañarlos y guiarlos en su proceso de desarrollo.

Foto: Prostooleh | Freepik

ESTABLECER LÍMITES POSITIVOS

Los límites son actos de amor. Son actos educativos que ayudan a los hijos a mantenerse a salvo de peligros, pero además estimulan el desarrollo y crecimiento. Son puntos de referencia que van cambiando conforme los hijos van creciendo y para que sean sanos deben ser: claros, concisos, que se cumplan, que tengan consecuencias (¡no castigos! pues estos últimos dejan un mensaje de maltrato y no de aprendizaje) y que sean consistentes pero, sobre todo, que estén fundamentados en el amor y los valores que se quieren transmitir a los hijos.

Establecer límites positivos tiene efectos benéficos, pues los hijos saben que pueden confiar en sus padres, les da una sensación de seguridad y son un punto de referencia para estructurar su personalidad.

SER PACIENTE

La frase “cuenta hasta 10”, tiene su razón de ser. Si se aprende a evitar que el enojo o la frustración tomen el control será sumamente benéfico para la educación de los hijos, ya que cuando ellos perciben que sus padres mantienen la calma, saben ‘quién está a cargo’ y ellos también aprenden a tranquilizarse, además evita comportamientos violentos o agresivos que después tienden a lamentarse y hacen mucho daño.

La paciencia, al ser una virtud, solo puede desarrollarse y fortalecerse con la práctica; probar con ejercicios de relajación, mejorar la autoconciencia, poner más atención a las emociones son buenos puntos de partida.

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