/ sábado 3 de julio de 2021

La caída del muro de La Concordia | TURISTEANDO CON EL BARÓN ROJO

El atrio oculto de este templo fue rescatado en la segunda mitad del siglo XX así como cientos de templos más y recintos sagrados

Hola queridos lectores, gracias nuevamente, como cada sábado, agradeciéndoles el favor de abrirme Las puertas de sus hogares en este ya muy húmedo inicio de julio, siempre deseándoles que se encuentren muy bien en compañía de sus familias. En esta ocasión les voy a narrar la historia de la caída de un muro, un muro que al igual que el de la Alemania socialista levantado en 1963, también tuvimos el privilegio de verlo caer en el año de 1970, iniciemos esta narración.

Corrían los años de 1860, en la época de mayor auge del gobierno de Juárez, época en la que ya se acariciaban las imposiciones de las Leyes de Reforma las que, entre otras cosas, incluían la expropiación, incautación, decomiso y puesta en venta de todos los bienes de la iglesia. Acción que se vio aplicada hasta el año de 1867, cuando ya en los últimos años de la presidencia de Juárez, se aplican estas leyes bajo la mano de Sebastián Lerdo de Tejada, ordenando su incautación, y con la firma de Miguel Cástulo Alatriste, quien también bajo las órdenes de dicho presidente, ordena y firma el decreto de exclaustración de los recintos religiosos en el país, como conventos, monasterios, seminarios y miles de casas de asistencia para pobres.

Pero qué es lo que sucedió, pues después de cumplidas estas órdenes estipuladas en los decretos, los inmuebles pasan a manos del gobierno, mejor dicho, de los gobernantes, y son estos los que los ponen en venta, los que sufrieron la mejor suerte, pero miles vieron caerse bajo la piqueta ordenada por gobernantes y alcaldes en todo el país, pues vieron en los terrenos resultantes un gran filón de oro, los cuales ponen en venta para su fraccionamiento y edificación de casas particulares.

Foto: Cortesía | José de Jesús Zamora Martínez

No todo se perdió, se salvaron milagrosamente los templos y recintos sagrados, los cuales, después de que fueron liberados y devueltos al culto religioso, lograron preservarse como nuestro actual patrimonio religioso y, aun así, sus atrios fueron vendidos a particulares, como lo podemos ver claramente en el atrio de la iglesia de San Agustín, aquí en nuestra ciudad.

Ya terminada esta oleada de destrucción del patrimonio religioso surgen entre la sociedad, grupos empresariales y familias de altos recursos que, con sus contribuciones, rescatan cientos de templos a los que les es devuelto su esplendor arquitectónico. Un claro ejemplo de interés particular por preservar nuestro patrimonio lo tuvimos los poblanos con la ya desaparecida fundación Mary Street Jenkins, organismo civil que se funda en el año de 1957 bajo el patrocinio del norte americano y mexicano William Oscar Jenkins, quien heredó toda su fortuna para ser invertida, entre muchísimas obras civiles, en el rescate de los inmuebles religiosos, y es en 1970, cuando con su patrocinio se rescata el atrio oculto del templo de la concordia.

Así es, fue en 1970, cuando se destina una gran partida de dinero para financiar la apertura del atrio sellado del templo, colindante con la calle 9 poniente, comenzando su demolición en julio de ese año y terminada para ser inaugurada en la navidad de ese mismo año 1970.

Foto: Cortesía | José de Jesús Zamora Martínez

Cabe hacer notar querido lector, que entre la información recabada para escribir esta nota se mencionaba también el rescate de los cuatro predios ocupados del atrio de San Agustín y uno del atrio del templo de San Juan de Dios, en la 5 de mayo y la 16 oriente, ignoro los motivos por los cuales no fueron llevadas a cabo el rescate de estos dos atrios. ¿Cuándo serán recuperados?, jamás lo sabremos, pues el único organismo civil que patrocinaba estas obras ya paso a la historia, y dudo muchísimo que se llegue a fundar otra organización que se avoque al rescate de nuestro patrimonio poblano, estas instituciones solo existen una vez en la vida, al menos, su servidor dudo que vuelva a existir poblanos así de entregados en salvar nuestra historia, las futuras generaciones, tal vez si lo vean.

Soy Jorge Eduardo Zamora Martínez, el Barón Rojo y nos leemos el próximo sábado.

Foto: Cortesía | José de Jesús Zamora Martínez

Hola queridos lectores, gracias nuevamente, como cada sábado, agradeciéndoles el favor de abrirme Las puertas de sus hogares en este ya muy húmedo inicio de julio, siempre deseándoles que se encuentren muy bien en compañía de sus familias. En esta ocasión les voy a narrar la historia de la caída de un muro, un muro que al igual que el de la Alemania socialista levantado en 1963, también tuvimos el privilegio de verlo caer en el año de 1970, iniciemos esta narración.

Corrían los años de 1860, en la época de mayor auge del gobierno de Juárez, época en la que ya se acariciaban las imposiciones de las Leyes de Reforma las que, entre otras cosas, incluían la expropiación, incautación, decomiso y puesta en venta de todos los bienes de la iglesia. Acción que se vio aplicada hasta el año de 1867, cuando ya en los últimos años de la presidencia de Juárez, se aplican estas leyes bajo la mano de Sebastián Lerdo de Tejada, ordenando su incautación, y con la firma de Miguel Cástulo Alatriste, quien también bajo las órdenes de dicho presidente, ordena y firma el decreto de exclaustración de los recintos religiosos en el país, como conventos, monasterios, seminarios y miles de casas de asistencia para pobres.

Pero qué es lo que sucedió, pues después de cumplidas estas órdenes estipuladas en los decretos, los inmuebles pasan a manos del gobierno, mejor dicho, de los gobernantes, y son estos los que los ponen en venta, los que sufrieron la mejor suerte, pero miles vieron caerse bajo la piqueta ordenada por gobernantes y alcaldes en todo el país, pues vieron en los terrenos resultantes un gran filón de oro, los cuales ponen en venta para su fraccionamiento y edificación de casas particulares.

Foto: Cortesía | José de Jesús Zamora Martínez

No todo se perdió, se salvaron milagrosamente los templos y recintos sagrados, los cuales, después de que fueron liberados y devueltos al culto religioso, lograron preservarse como nuestro actual patrimonio religioso y, aun así, sus atrios fueron vendidos a particulares, como lo podemos ver claramente en el atrio de la iglesia de San Agustín, aquí en nuestra ciudad.

Ya terminada esta oleada de destrucción del patrimonio religioso surgen entre la sociedad, grupos empresariales y familias de altos recursos que, con sus contribuciones, rescatan cientos de templos a los que les es devuelto su esplendor arquitectónico. Un claro ejemplo de interés particular por preservar nuestro patrimonio lo tuvimos los poblanos con la ya desaparecida fundación Mary Street Jenkins, organismo civil que se funda en el año de 1957 bajo el patrocinio del norte americano y mexicano William Oscar Jenkins, quien heredó toda su fortuna para ser invertida, entre muchísimas obras civiles, en el rescate de los inmuebles religiosos, y es en 1970, cuando con su patrocinio se rescata el atrio oculto del templo de la concordia.

Así es, fue en 1970, cuando se destina una gran partida de dinero para financiar la apertura del atrio sellado del templo, colindante con la calle 9 poniente, comenzando su demolición en julio de ese año y terminada para ser inaugurada en la navidad de ese mismo año 1970.

Foto: Cortesía | José de Jesús Zamora Martínez

Cabe hacer notar querido lector, que entre la información recabada para escribir esta nota se mencionaba también el rescate de los cuatro predios ocupados del atrio de San Agustín y uno del atrio del templo de San Juan de Dios, en la 5 de mayo y la 16 oriente, ignoro los motivos por los cuales no fueron llevadas a cabo el rescate de estos dos atrios. ¿Cuándo serán recuperados?, jamás lo sabremos, pues el único organismo civil que patrocinaba estas obras ya paso a la historia, y dudo muchísimo que se llegue a fundar otra organización que se avoque al rescate de nuestro patrimonio poblano, estas instituciones solo existen una vez en la vida, al menos, su servidor dudo que vuelva a existir poblanos así de entregados en salvar nuestra historia, las futuras generaciones, tal vez si lo vean.

Soy Jorge Eduardo Zamora Martínez, el Barón Rojo y nos leemos el próximo sábado.

Foto: Cortesía | José de Jesús Zamora Martínez

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