/ sábado 13 de febrero de 2021

La pérdida del patrimonio poblano | TURISTEANDO CON EL BARÓN ROJO

Cientos de años se invirtieron en el pasado para forjar la belleza de nuestro Centro Histórico y este, en ocasiones, se ha destruido por ganar unos pesos

Hola queridos lectores, gracias nuevamente por abrirme las puertas de sus hogares, siempre con el deseo de su servidor de que se encuentre toda la familia muy bien y reunidos en este sábado 13 de febrero. En esta ocasión mi nota, más que una crónica de historia de la ciudad, es una triste realidad que estamos viviendo en la actualidad: la pérdida de nuestro patrimonio inmobiliario histórico poblano.

Una de las cualidades de la que me enorgullezco es el tener el privilegio de poder visitar cientos de casas de nuestro centro histórico. Por más de 40 años, desde la secundaria, he caminado estas calles siempre con el afán de conocer en lo posible, no calle por calle, sino casa por casa, nuestra ciudad y miren que casi lo he logrado.

Esto me ha servido para formarme un criterio muy amplio para poder expresar mis opiniones con pleno conocimiento de causa. Mucho de esto se lo debo a la experiencia que heredé de mi señor padre, arquitecto de profesión, de quien en las miles de lecciones que me dio en la vida, he reunido una gran cantidad de explicaciones del porqué de la arquitectura, sobre todo la poblana, y la más grande enseñanza que recibí de él fue el tenerle cariño a nuestra ciudad.

Esto lo escribo como preámbulo a lo que voy a narrar. En mis diarias caminatas por estas calles de Dios me he dado cuenta de qué fue lo que marcó el deceso de cientos de casas coloniales y cómo es que fueron destruidas poco a poco: en primer lugar la indiferencia de los propietarios, en segundo su marcada ignorancia de la puebla colonial, a continuación, la ambición desmedida, terminando por su carencia de amor a la ciudad.

EJEMPLOS HAY MUCHOS

Tan solo por mencionar que cientos de casas han sido víctimas de la destrucción de sus moradores con la complacencia de los dueños, a veces creo que con dolo, pues una vez destruida la casa se derrumba totalmente, provocando el aumento del valor del terreno, y a continuación la construcción de lo que yo personalmente he calificado como vulgares cajones de vidrio, inmuebles cuadrados, sin ningún sentido meritorio de arquitectura, incluso yo me atrevo a calificar estos diseños como la muestra de la falta de criterio y buen gusto de quienes se atrevieron a hacer cajas sin sentido, cuadradas, antiestéticas, frías en una palabra.

Otro detalle mencionado líneas arriba, la ambición. Muchas casonas coloniales fueron y son destruidas con un afán mal entendido de ambición inquilinaria, con tal de ofrecer locales comerciales más grandes destruyeron los patios coloniales, invadiendo los pasillos arcados con cuartuchos anti estéticos, destruyendo su belleza armónica.

¿Y todo para qué?, para ganar unos cuantos pesos más al ofrecer locales más amplios, sin que valoraran los dueños que vale más un patio colonial que un cuartucho destructor de su propio patrimonio, porque los dueños, cegados por la ambición, no se dieron cuenta que su inmueble pierde valor al ser destruido inmisericordemente.

¿Ejemplos?: el patio colonial de la esquina de la 8 Oriente y 5 de Mayo; la casa de las cabecitas, frente al templo de san Agustín; la casa de la 6 Norte 410 en el Barrio del Artista; la casona de la esquina de la 4 Oriente y la 6 Norte, frente al Museo Casa de Alfeñique y muchas más, todas mostrando como tristemente fueron destruidos sus bellos patios de pasillos arcados con vulgares cuartuchos amorfos.

Es cierto que el derecho romano les concede los tres derechos de la propiedad privada: de uso y abuso, de decisión y de destrucción. Pero ¡carambas!, estos también tienen un límite, ¿y cuál es este?, el sentido común, el menos común de los sentidos. Por ganar unos pesos más de rentas destruyeron su casa, su patrimonio, el de sus descendientes y de todos los poblanos, un patrimonio que se llevó cinco siglos en forjarlo y que tristemente se pierde día a día.

¿Algún día veremos recuperadas estas casonas coloniales?, ¿entrarán en razón algún día los propietarios? Solo Dios lo sabe, tal vez nuestros nietos sí lo lleguen a ver.

Soy Jorge Eduardo Zamora Martínez, el Barón Rojo. Nos leemos el próximo sábado.

WhatsApp: 22 14 15 85 38

Facebook: Eduardo Zamora Martínez

Hola queridos lectores, gracias nuevamente por abrirme las puertas de sus hogares, siempre con el deseo de su servidor de que se encuentre toda la familia muy bien y reunidos en este sábado 13 de febrero. En esta ocasión mi nota, más que una crónica de historia de la ciudad, es una triste realidad que estamos viviendo en la actualidad: la pérdida de nuestro patrimonio inmobiliario histórico poblano.

Una de las cualidades de la que me enorgullezco es el tener el privilegio de poder visitar cientos de casas de nuestro centro histórico. Por más de 40 años, desde la secundaria, he caminado estas calles siempre con el afán de conocer en lo posible, no calle por calle, sino casa por casa, nuestra ciudad y miren que casi lo he logrado.

Esto me ha servido para formarme un criterio muy amplio para poder expresar mis opiniones con pleno conocimiento de causa. Mucho de esto se lo debo a la experiencia que heredé de mi señor padre, arquitecto de profesión, de quien en las miles de lecciones que me dio en la vida, he reunido una gran cantidad de explicaciones del porqué de la arquitectura, sobre todo la poblana, y la más grande enseñanza que recibí de él fue el tenerle cariño a nuestra ciudad.

Esto lo escribo como preámbulo a lo que voy a narrar. En mis diarias caminatas por estas calles de Dios me he dado cuenta de qué fue lo que marcó el deceso de cientos de casas coloniales y cómo es que fueron destruidas poco a poco: en primer lugar la indiferencia de los propietarios, en segundo su marcada ignorancia de la puebla colonial, a continuación, la ambición desmedida, terminando por su carencia de amor a la ciudad.

EJEMPLOS HAY MUCHOS

Tan solo por mencionar que cientos de casas han sido víctimas de la destrucción de sus moradores con la complacencia de los dueños, a veces creo que con dolo, pues una vez destruida la casa se derrumba totalmente, provocando el aumento del valor del terreno, y a continuación la construcción de lo que yo personalmente he calificado como vulgares cajones de vidrio, inmuebles cuadrados, sin ningún sentido meritorio de arquitectura, incluso yo me atrevo a calificar estos diseños como la muestra de la falta de criterio y buen gusto de quienes se atrevieron a hacer cajas sin sentido, cuadradas, antiestéticas, frías en una palabra.

Otro detalle mencionado líneas arriba, la ambición. Muchas casonas coloniales fueron y son destruidas con un afán mal entendido de ambición inquilinaria, con tal de ofrecer locales comerciales más grandes destruyeron los patios coloniales, invadiendo los pasillos arcados con cuartuchos anti estéticos, destruyendo su belleza armónica.

¿Y todo para qué?, para ganar unos cuantos pesos más al ofrecer locales más amplios, sin que valoraran los dueños que vale más un patio colonial que un cuartucho destructor de su propio patrimonio, porque los dueños, cegados por la ambición, no se dieron cuenta que su inmueble pierde valor al ser destruido inmisericordemente.

¿Ejemplos?: el patio colonial de la esquina de la 8 Oriente y 5 de Mayo; la casa de las cabecitas, frente al templo de san Agustín; la casa de la 6 Norte 410 en el Barrio del Artista; la casona de la esquina de la 4 Oriente y la 6 Norte, frente al Museo Casa de Alfeñique y muchas más, todas mostrando como tristemente fueron destruidos sus bellos patios de pasillos arcados con vulgares cuartuchos amorfos.

Es cierto que el derecho romano les concede los tres derechos de la propiedad privada: de uso y abuso, de decisión y de destrucción. Pero ¡carambas!, estos también tienen un límite, ¿y cuál es este?, el sentido común, el menos común de los sentidos. Por ganar unos pesos más de rentas destruyeron su casa, su patrimonio, el de sus descendientes y de todos los poblanos, un patrimonio que se llevó cinco siglos en forjarlo y que tristemente se pierde día a día.

¿Algún día veremos recuperadas estas casonas coloniales?, ¿entrarán en razón algún día los propietarios? Solo Dios lo sabe, tal vez nuestros nietos sí lo lleguen a ver.

Soy Jorge Eduardo Zamora Martínez, el Barón Rojo. Nos leemos el próximo sábado.

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