Conforme el tiempo pasa, la gente tiende a separar la sexualidad de la esencia de cada individuo, y es que difícilmente concibes a una mujer mayor con deseos y pasiones; en mi caso, yo me encargué de desvincularme de todo este asunto desde muchos años atrás. Y es que mi primera memoria de sexo soy yo en la bañera a mis escasos 6 años, desnuda y con la mirada puesta en mi sexo, y sin más, mis manos comenzando a explorar ante la duda de qué es lo que tenía entre las piernas, pero mi juego no duró casi nada, cuando de forma intempestiva, recibí un manotazo de mi madre, así como un discurso desaprobador de mi intento de conocer mi cuerpo, yo asustada temblaba y lloraba, acogiendo desde ese entonces a mi sexualidad como algo turbio, sombrío y sucio.
A esto habría que agregar que mi padre, tradicional, conservador y con un fuerte sentido de la disciplina y constancia, hizo una introyección en mi desde pequeña sobre el discurso de que alguien en la vida se forja un lugar a través del trabajo y esfuerzo constantes, por lo que, concienzudamente me esmeré por ser la mujer más trabajadora y ocupada, lo suficiente como para dejar de lado el resto de mi vida.
Lo cierto es que ello no impidió que en algún momento de mi vida me enamorará como cualquier otra adolescente, ese amor, Mario, para ser exactos, fue esa persona que tambaleó mi mundo aquella cálida tarde en la que luego de mis deberes escolares, pasaba precipitadamente por el parque de la ciudad y de repente se posó frente a mí para pedirme que fuera su musa en el retrato que intentaba hacer de mí y que hacía un par de semanas sin poder conseguirlo “Siempre estás tan apurada y con la mirada en el piso que es imposible retratarte”, accedí, pero nuestra historia sería corta, pues pronto mis padres habrían notado el motivo de mis sonrisas.
El destino, tenía preparado para nosotros el volver a encontrarnos en un crucero de solteros al que había asistido, invadida por la nostalgia de verme envejecida, sola y sin haberme dedicado el tiempo para salir y explorar el mundo; y ahí estaba Mario, viudo y con una energía de comerse al mundo envidiable, volvíamos a ser él y yo, en ese juego de cortejo que me erizaba la piel y que hacía que el corazón se acelerara como hace mucho no lo hacía, sin embargo, los miedos se apoderaron de mí tan pronto como Mario deslizó sus dedos en mi espalda, hasta su parte baja, intentando despertar en mí el deseo y la pasión, a lo que reaccioné desconcertada, interrumpiendo la armonía y fluidez, ¿Cómo poderle explicar que esto era nuevo para mí? No encontré las palabras y él no encontró mis razones y al terminar nuestro viaje, desapareció otra vez, y quizás lo más doloroso era no poder dejarme llevar por esto que atesoraba hace años, simplemente sentir.
- Dr. Joaquín Alejandro Soto Chilaca
- Médico Psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra Forense y Psicoterapeuta
- Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología
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