Tres siglos después de la fundación de Puebla, los muertos eran muchos y en las iglesias ya no había espacio para ellos, porque antiguamente se acostumbraba sepultarlos en los templos y lo más cercano al altar posible para estar cerca de Dios.
Debido a esto y a la epidemia del cólera, surge el primer panteón provisional de la ciudad. A la par, las órdenes religiosas entraron en decadencia, había pocos frailes, los conventos eran gigantescos y tenían que mantenerse, entonces empezaron a alquilar espacios para enterrar a las personas, y así fue como surgieron los primeros cementerios de la ciudad.
ENTERRAMIENTOS ANTIGUOS
David Ramírez Huitrón, investigador y divulgador independiente, detalla que, de acuerdo con los ritos de enterramientos antiguos traídos de la España Medieval, las personas tenían que ser sepultadas en un lugar bendecido y lo más cercano a Dios posible y Puebla llegó a tener más de 70 iglesias en el Centro Histórico.
“Los muertos se enterraban en las iglesias que son un lugar consagrado. Se imitaba lo que se hacía en las catedrales europeas, existía un ranking social para enterrar a las personas: La gente más humilde era enterrada en la parte exterior y posterior de las iglesias, y casi siempre, por debajo de los altares se colocaba a la gente más selecta, la más pudiente y la más cercana a la autoridad. De una forma similar se fueron dando los entierros en Puebla, estaban basados en las jerarquías y las comunidades que se generaron alrededor de estas iglesias”, asegura.
Por otra parte, señala que no era lo mismo un sepulcro en una iglesia conventual, donde se sepultaban solo a los miembros de la orden (franciscanos, dominicos, jesuitas, etcétera) en el interior de sus templos, y solamente a través de cofradías o de la famosa tercera orden, conocida como “los terciarios”, podían tener un espacio reservado.
Asegura que el convento de San Francisco tenía su tercera orden, en la que cualquier particular se podía volver miembro. Dice que era como una especie de membresía, pagabas una contribución que te garantizaba que tuvieras tu lugar para que reposaran tus restos, ya fuera en la capilla o en los osarios que se excavaban debajo de las iglesias.
“La capilla de Dolores es un ejemplo de esto, fue construida por intercesión de una familia que donó una pieza de su casa par capilla, y posteriormente con la participación de una cofradía se convirtió en una iglesia esto se fue haciendo a través de las donaciones que iban dando los miembros de la cofradía, la iglesia fue creciendo y se fue convirtiendo en lo que actualmente es hoy”, dice.
“En la parte inferior se excavó un subterráneo para que ahí se guardaran los restos de todos los que habían cooperado con dinero para su construcción. Por eso cuando remodelaron por el sismo de 2017, encontraron un pasadizo subterráneo y un osario”, advierte.
ANTIGUO PANTEÓN DE LA CIUDAD
El investigador dice que cuando la ciudad fue trazada, se estableció un lugar para la primera iglesia que es donde actualmente está el Portal Juárez, antes portal Iturbide.
“La primera iglesia primitiva, estuvo en uso hasta que la cabecera de la diócesis se traslada a Puebla en 1538, y es cuando se abandona la iglesia primitiva para construir la Catedral donde residiría el cabildo eclesiástico”, detalla.
Comenta que el solar donde se encontraba esta primera iglesia, que colindaba con la Casa de los Leones, se convirtió en el primer cementerio de la ciudad (ahí en el portal de Iturbide) porque ahí se comenzaron a enterrar a los primeros vecinos que murieron en la Puebla de los Ángeles, esto de 1531 a 1538.
“Dicen que cuando se vendió el terreno de la antigua iglesia se empezaron a construir casas que pertenecían al propio portal y en algún momento, un particular empezó a excavar los cimientos para un nuevo edificio mucho más alto. Al momento de rascar se encontraron esqueletos, horrorizado, corrió a ver al obispo y le dijo que donde había rascado se había encontrado restos humanos. El padre lo tranquilizó y le dijo: ´hijo no te preocupes, resulta que ahí estuvo la primera iglesia y ahí están enterrados los primeros vecinos´”, esta fue la primera anécdota de un cementerio, asegura.
LOS PRIMEROS CEMENTERIOS
“Puebla fue creciendo demográficamente, eran tantos los muertos que ya no había espacio en las iglesias para sepultarlos y en 1831 ocurre la primera gran epidemia de cólera. Entonces el ayuntamiento por emergencia, busco un terreno para enterrar a la gran cantidad de muertos”, comenta.
Así fue como el Colegio Jesuita de San Javier que estaba abandonado y había pasado a ser propiedad del gobierno después de la expulsión de los Jesuitas en 1767, se convirtió provisionalmente en hospital, ahí se llevaban a todos los enfermos de cólera y los que morían se enterraban en su huerta.
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“La huerta estaba a un costado de Paseo Bravo, en avenida 3 poniente y 13 sur, ahí fue primer panteón utilizado para enterrar a todos los epidemiados. Pero este panteón solo funcionaba en época de epidemias; se utilizó en 1838, 1841 y 1843, cuando regresaba el cólera que es una enfermedad de temporada y llegaba por oleadas en verano”, asegura.
Por otro lado, las corporaciones religiosas para mantenerse habían adoptado algunas prácticas poco higiénicas pero beneficiosas para ellas: alquilar los espacios para los entierros condicionado a un ingreso para que ahí se sepultara a la gente en lugar de la iglesia. Así surgen “las gavetas”, que eran hileras con nichos en donde se sepultaba a la gente.
Las órdenes religiosas estaban en decadencia, cada vez había menos frailes y los conventos eran gigantescos así que en 1840, los franciscanos y otras órdenes religiosas, solicitaron al Ayuntamiento los permisos para poder ellos abrir sus propios cementerios.
De esta manera surgió el cementerio de San Francisco que se empezó a construir el 18 de diciembre de 1848, a espaldas del convento, en lo que fue el conocido Jardín de las Trinitarias y actualmente es un estacionamiento. Funcionó hasta 1880.
Otro cementerio fue el de los frailes Carmelitas, construido a un costado de su convento (5 de febrero de 1844), en la antigua calle de la lechería del Carmen, sobre lo que hoy es la 16 de septiembre entre la 17 y la 21 poniente.
“Era muy conocido por los habitantes del barrio porque en la portada de acceso de estilo neoclásico, había dos figuras femeninas que eran conocidas como ´Las comadres´. Los vecinos platican que al caer la noche se peleaban entre ellas, si pasabas se escuchaban alegando pero justo cuando amanecía se callaban. Estas estatuitas en realidad representaba a las Parcas, pero la gente que no sabía de iconografía greco-romana las nombró así”, asienta.
En 1833, el guardia del convento de San Antonio, pidió permiso para convertir en cementerio la huerta que ya habían dejado de utilizar pero en ese momento el Ayuntamiento no les dio permiso por su ubicación, en la 5 de mayo y 24 poniente, dijeron que era perjudicial que hubiera ahí un cementerio porque los vientos que soplan del norte en diciembre iban a traer los olores y las exhalaciones de los cadáveres. El permiso lo recibieron hasta 1849.
En 1854 el arquitecto José Manzo Jaramillo, diseño una portada espectacular para su acceso, era una joya arquitectónica como tal y además, remataba la 5 de mayo, justamente ahí topaba con pared, relata.
EL CAMPOSANTO ANTIGUO QUE AÚN EXISTE
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“En la época antigua había otro panteón que pertenecía al Hospital de San Pedro, existió de 1535 a 1548 en el interior del edificio, cuando el Ayuntamiento les dijo que ya no podían enterrar muertos ahí dentro y les dio una franja de terreno en la zona de Xanenetla”, comenta.
“Fue conocido como cementerio de San Pedro o camposanto de Xanenetla”, ahí hubo se construyó una capilla partir de 1790. Los muertos se llevaban en carretas desde el hospital, salían de la puerta que está en la 4 oriente 201, la calle fue conocida como Calle de las Cruces”, añade.
Dice que funcionó hasta 1888 y es el único cementerio que todavía existe pero el terreno está en ruinas, tiene lápidas en su interior y las ruinas de la capilla donde se celebraban los entierros. Se encuentra en el lado nor-poniente de la manzana que ocupa el City Club, 4 norte y 24 oriente, hoy es un terreno baldío rodeado por casas.
Por la cercanía del camposanto con el sitio donde ocurrió la Batalla del 5 de Mayo, ahí se sepultaron a varios de los caídos, tanto franceses como mexicanos. En 1863, al año siguiente de la batalla, los franceses volvieron a asaltar la ciudad y establecieron un sito de 63 días.
“Su cuartel general estaba en el cerro de San Juan, hoy La Paz, y su hospital en el Molino del batán del Puente de México, todos los que se morían después de los combates durante el sitio de Puebla los enterraban ahí”, advierte.
“En el actual fraccionamiento de San José del Puente hay un cementerio pequeñito donde están los restos de la mayoría de los soldados franceses que murieron durante el Sitio de Puebla, incluso hay un monumento dedicado a ellos. Lo interesante es que, más tarde, de ahí se exhumaron algunos restos para depositarlos en el monumento a los caídos del Panteón Francés”, añade.
EL PANTEÓN MUNICIPAL
Ramírez Huitrón dice que los cementerios funcionaron de forma regular durante 50 años hasta que en 1880, debido a ciertas irregularidades y por las Leyes de Reforma, el Ayuntamiento resolvió clausurarlos todos y abrir un nuevo panteón para la ciudadanía.
“Así ejecutan está clausura sistemática, con la finalidad de que, a partir de ese momento, todos los muertos se sepultaran en el panteón de Agua Azul. Para esto se había comprado el rancho Agua Azul y se acondicionó como cementerio. La historia del panteón civil empieza el 5 de mayo de 1880 cuando se sepulta a la niña María Mercedes Huerta”, advierte.
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Pero la gente no quería que sus muertos fueran sepultados en terrenos que no fueran consagrados. Así pasó todo un año en el que, según documentos oficiales, la gente no se moría porque solo hubo un entierro durante ese tiempo, en abril de 1881, se inhumó una señora que se llamaba Josefa López que era una doméstica de 45 años de edad.
“Cuando se moría un familiar, la gente le daba su mordida a los guardianes de los conventos o a los jardineros y de noche, se brincaban la barda para enterrar a sus muertos en estos cementerios. Así que, entre mordidas y ojos ciegos de la autoridad, se seguían enterrando muertos en los panteones clausurados”, señala.
Finalmente el Ayuntamiento clausuró definitivamente los cementerios, desapareció las fosas y vendió los lotes para que se construyeran casa encima de ellos y la gente no tuviera otra opción más que enterrar a sus muertos en el Panteón Civil o Municipal.
En 1891, el obispo Melitón Vargas, bendijo un terreno con capilla que estaba en La Piedad, que era la casa de campo de las monjas dominicas, donde enterraban a sus muertos, y así se convirtió en el Panteón de La Piedad y mucha gente prefería sepultar ahí a sus difuntos porque lo consideraban terreno consagrado.
“Al margen, ante las prohibiciones mucha gente empezó a adoptar la costumbre tétrica de sepultar a sus muertos en su propia casa, porque muchas de ellas tenían capillas en sus hogares”, concluye.