/ sábado 24 de septiembre de 2022

Así fue el comienzo del Colegio América hace 133 años | Los tiempos idos

El primer Colegio Teresiano de América Latina fue fundado en Puebla en 1889, en la propiedad conocida como la Casa de la Cadena, en lo que hoy es la calle 5 de Mayo

En 1876 nació en España la Compañía de Santa Teresa de Jesús, orden de religiosas que se comprometió a formar niños y jóvenes de todo el mundo por medio de la educación.

Llegaron a Puebla en 1888 y un año después fundaron el primer Colegio Teresiano para mujeres de México y América Latina. Comenzaron a impartir educación en la Casa de la Cadena que se encontraba en la antigua Calle de la Alcantarilla #2. A lo largo de su historia y a causa de diferentes conflictos, cambiaron tres veces de ubicación.

El Teresiano se convirtió en una de las instituciones más prestigiosas de la ciudad para señoritas, por sus pasillos circularon cientos de generaciones de mujeres orgullosas de la educación recibida. Hoy se imparte educación mixta en la institución ubicada en 39 poniente 115, conocida como Colegio América.

Inauguración del Colegio América en 1956. Se aprecia a monseñor Octaviano Márquez y Toriz, la madre superiora y un grupo de benefactores | Foto: Colección Pedro Sardá

Un proyecto educativo exitoso

La Compañía de Santa Teresa de Jesús fue fundada en junio de 1876 por el sacerdote catalán Enrique de Ossó, quien inspirado en la fuerza de la espiritualidad de Teresa de Ávila, descubrió la capacidad de la mujer para evangelizar y transformar la sociedad.

La orden de religiosas se comprometió a formar a Jesús en el corazón de niños y jóvenes por medio de la enseñanza en todo el mundo. De esta forma y a solicitud de Ramón Ibarra González (quien se convirtió en obispo de Puebla en 1902), un grupo de monjas llegó a la ciudad de Puebla en 1888.

El primer Colegio Teresiano de América es el de Puebla y la primera propiedad que ocuparon las religiosas, para empezar a dar clases el 3 de febrero de 1889, era conocida como la Casa de la Cadena ubicada en la Calle de la Alcantarilla # 2 (hoy 5 de Mayo 1002), expone el investigador Pedro Sardá.

Refiere que las madres teresianas ocuparon esa casa poco tiempo porque los sacerdotes dominicos les donaron el edificio de su Colegio de San Luis en 1890. La propiedad se encontraba en contra esquina de la Casa de la Cadena, en la actual calle 5 de Mayo 803.

“Los dominicos vieron de buena forma la labor de las monjas y por eso les cedieron su propiedad. El Colegio Teresiano fue sumamente exitoso, el poblano decidió que era una buena institución para sus hijas. Para 1892 ya contaba con 400 alumnas como mínimo”, subraya.

Edificio del Colegio de San Luis donado por los dominicos a las madres Teresianas en 1890 | Foto: Colección Pedro Sardá

Conflictos armados y restauración educativa

Instalado en el edificio de San Luis, el Colegio Teresiano permaneció ahí varios años, hasta que en 1914 el ejército constitucionalista liderado por el general Francisco Coss, tomó la ciudad de Puebla y sacó a las monjas y a las alumnas para hospedar ahí a sus tropas. Se les permitió regresar hasta 1916.

El investigador dice que para 1934 las madres teresianas y las alumnas volvieron a ser expulsadas del edificio por el general José Mijares Palencia, esto debido a la implantación de la llamada escuela socialista.

Protesta afuera del Colegio de San Luis debido a la implantación de la llamada escuela socialista | Foto: Colección Pedro Sardá

Los padres de familia organizaron una protesta que se realizó el 3 de octubre del mismo año frente a la puerta del edificio. Hubo una trifulca e incluso disparos, lo que causó muertos y heridos. Entonces se llevaron a los manifestantes para protegerlos a una casa ubicada en la calle 6 Oriente 203 (Santa Clara). A partir de ese momento y de forma velada, se empezó a impartir ahí la educación.

“Ya estando en mejores términos la cúpula religiosa y el gobierno federal, algunas órdenes religiosas regresaron a la docencia con un tipo de educación más relajado y en edificios que no eran los mismos. Una de las exigencias fue que los nombres de los colegios no tuvieran relación con la religión y así el Colegio Teresiano se convirtió en Colegio América”, puntualiza Sardá.

Cuando las monjas fueron expulsadas del colegio se mudaran a la casa de enfrente y comenzaron a portar vestimenta de civil | Foto: Colección Pedro Sardá

El Colegio de Santa Clara

Victorina Sanz Sota nació en Orizaba en 1937 y se vino a vivir a Puebla por recomendación médica hacia su madre quien había sufrido paludismo y quedó delicada de un pulmón. Junto con sus hermanos y su mamá, se mudaron a principios de los años cuarenta, mientras su papá se quedaba al frente del negocio y solo venia los fines de semana a verlos.


“Llegue a estudiar kínder al colegio de las señorita Mateos que era muy famoso pero solo había hasta sexto de primaria. Cuando mi hermana se fue al Teresiano de Santa Clara para estudiar secundaria me cambiaron con ella. Entré a tercero de primaria y estuve muy feliz en ese colegio”, dice.

Recuerda que tenía muy buena relación con las madres pero les hacían muchas travesuras, como el día que hicieron un pastel y cambiaron la harina por salvado. Les ofrecieron a todas las compañeras un pedazo y cuando le daban la mordida lo devolvían.

Grupo de alumnas del colegio de Santa Clara acompañadas por el padre Luis Garcés en un retiro espiritual en Cholula (1952) | Foto: Erika Reyes

“Nos pescó la monja y nos fue como en feria, pregunto ¿Quién fue la que hizo el pastel? y se hizo un silencio rotundo, entonces dijo: nadie va a salir de aquí hasta que sepa quién fue. Nos paramos las cinco que lo habíamos hecho y nos castigaron. Las compañeras nos inventaron una canción tipo corrido, no la recuerdo bien pero al final decía: ´y preguntando la madre Teresa quien ha sido la atrevida, Victorina se paró encabezando el batallón´”, comenta entre carcajadas.

La entrevistada comenta que cuando se prohibió la educación religiosa, un salón del colegio fue acondicionado como capilla y cada una de las alumnas tenía asignada una tarea para desmantelarla cuando llegara el inspector.

Lo teníamos que esconder todo, no podían ver nada que fuera religioso, y las monjas tenían que estar vestidas de civiles. En preparatoria nos iban a examinar sinodales de la BUAP, siempre nos querían revolcar para demostrar que las escuelas particulares no servían y cerrarlas”, asegura.

Victorina y amigas sus amigas cuando se graduaron, en la imagen se ve su maestra y la madre en el colegio de Santa Clara | Foto: Cortesía

El nuevo colegio

Para 1956 las madres de la Compañía de Santa Teresa de Jesús se trasladaron al edificio que alberga el Colegio Teresiano hasta el día de hoy y es conocido como Colegio América.

El terreno que hoy ocupa fue donado por Enrique Benítez, propietario del Molino de Huexotitla. El Colegio América fue inaugurado el 14 de Octubre de 1956 en presencia de monseñor Octaviano Márquez y Toriz, arzobispo de la Arquidiócesis de Puebla, la madre Loreto que era la superiora y un grupo de benefactores que hicieron aportaciones económicas.

“Las madres nos llevaron de excursión un día para conocer el terreno. Fuimos en autobús pero no llegaba hasta ahí solo hasta donde está el molino y de ahí nos fuimos caminando. Yo decía, mis papás no me van a dejar venir hasta acá, esto es un peligro, era increíble que nos pudiéramos ir hasta allá. Entonces empezó la colecta y a trabajar para recaudar fondos, hacíamos de todo”, puntualiza Victorina.

Victorina se casó con el asturiano Francisco Pendás Martínez y tuvieron cuatro hijas, Covadonga, Vicky, Pilar y Carmen María, todas estudiaron en el Teresiano. El matrimonio formó parte de la Mesa Directiva del colegio y participaron activamente en la recaudación de fondos para la construcción del nuevo edificio.

Grupo de mujeres acompañadas por la madre superiora el día de la inauguración del colegio en 1956 | Foto: Erika Reyes

Una tradición familiar

“Mi mamá, María Eguibar Miranda, y sus hermanas, mis tías Concha y Cecilia, fueron ex alumnas del colegio. A ellas les tocó el edificio de San Luis. Luego mi hermana Nene y yo estudiamos unos años en Santa Clara y después estrenamos el de la 39 Poniente”, comenta Marilupe Álvarez Valenciano Eguibar.


Relata que en primer año de primaria (en Santa Clara) la madre Eloísa les enseñaba a sumar y restar en su tiendita: “Era padrísimo, una vendía y otra compraba, por ejemplo, yo te vendía 5 centavos de frijol y te pagaba con 50 centavos, tenías que hacer la cuenta rápido para que me devolvieras el cambio. Había costalitos de frijol, arroz, refrescos, etcétera, y todo lo ibas poniendo en una bolsita para irlo sumando; pagábamos con monedas porque en ese tiempo un billete era mucho. En 2 o 3 meses aprendías con esa madre pero muchas le tenían miedo porque era muy exigente”.

Marilupe refiere que el colegio siempre tuvo internado porque en ese entonces no era fácil ir y venir. Ella tuvo compañeras que estaban internas y eran de las haciendas o de Orizaba, de Córdova y San Martín Texmelucan. “En el colegio de la 39 Poniente yo estuve medio interna, porque quedaba muy lejos, vivíamos en la 23 Poniente y 21 Sur”.

El uniforme del colegio era completamente café con blanco. En la foto, Marilupe Álvarez Valenciano Eguibar con Consuelo Odriozola y Concha Cortés | Foto: Cortesía

Nene, la hermana menor, recuerda que ella practicaba beisbol y el recreo era muy bueno: “A mí nunca me gusto estudiar, pero estuve muy contenta en el colegio. En esa época mi mamá hacia tortas de chorizo y tacos para vender en la tiendita y había unos conos riquísimos de chocolate rellenos con cajeta y malvavisco abajo, los hacía una ex alumna, Meche Mantilla, de la dulcería La Perla”.

“Nuestras generaciones fueron las que recaudaron fondos para la construcción del Colegio América. Mi mamá era presidenta de ex alumnas y hacía de todo: tés canasta, kermeses. Cuando lo inauguraron solo estaba el edificio y la capilla, después construyeron el auditorio, la alberca, etcétera, y nos metíamos entre la construcción para escondernos”, detallan las hermanas.

“En esa época se metían los hombres en coche a dar la vuelta al patio porque dejaban las puertas abiertas para que entraran los camiones; otro día entraron corriendo y las monjas se pusieron a corretearlos. La madre Luz María cogió a uno y le dijo: ¿por qué haces estas travesuras?, ¿Cómo te llamas?, y le contesto: Ángel de Dios. La monja pensó que le estaba viendo la cara pero no, así se llamaba, al final le dijo: pues eres Ángel del demonio”, concluye Marilupe a carcajadas.

Hasta la fecha, las hermanas Álvarez Valenciano Eguibar, se frecuentan con sus compañeras del colegio a quienes la une el carisma teresiano, entre ellas: Blanca Sierra, Rocío Calderón, Elvira Martínez, Rosa María García, Angelina Cabrera, Cristina Borja, Sonia Budid, Rosa Torroella, Maicha Vargas y las González.

Representación de la vida de Santa Teresa en el Colegio América | Foto: Cortesía Marilupe Álvarez Valenciano

Nuevas generaciones

Carmen María Pendás es la hija menor de Victorina Sanz y estudio en el Colegio América de kínder a preparatoria. Ella fue parte de la generación 1987, la última del colegio que cursó prepa de dos años.

“Primero de kínder todavía me tocó en el colegio grande, para segundo y preprimaria nos cambiamos al que construyeron a dos calles, con la madre Delfina. Era un colegio muy bonito de un piso y si había hombres. Nuestro recreo era en un jardincito que había al fondo y para la clase de deportes nos dejaban entrar a un patio que pertenecía al Molino de Huexotitla”, relata.

Para primaria regresó al colegio grande y recuerda que la convivencia a la hora del recreo era sentarse en rueditas entre amigas para platicar y comer tu torta de mole o requesón con chipotle que vendían en la tiendita. También a esperar que algún alumno del Colegio Benavente se saltara la barda o desde afuera, empezaran a aventar huevos o globos con agua, recuerda entre risas.

Carmen María Pendás con la madre Luz | Foto: Cortesía

Dice que cada salón tenía un baño grande al que se metían cuando no querían tomar clase y había veces que el maestro daba clases a 20 niñas en lugar de 40 porque una a una se iban metiendo al baño.

Esto pasó hasta que un día una compañera se estaba poniendo uñas postizas en el baño y de repente le saltó pegamento al ojo y salió pegando gritos. El profesor en ese momento era Walther Junghanns, que daba física, y no tenía idea que estaban en el baño, pero se llevó a la alumna corriendo con el papá de su amigo Gustavo del Castillo que era oftalmólogo.

“Creo que los hombres y las mujeres aprenden y se motivan de diferente forma. Yo veía que cuando hay niños, como mujer te tienes que cuidar de lo que dices o hasta como te sientas, en cambio entre mujeres no te tienes que cuidar de nada, eres más libre de ser tú, sin estar posando para el galancito. Era divertidísimo estudiar en un colegio de puras mujeres”, asegura.

Grupo de alumnas de tercero de secundaria del Colegio América con su profesor, Walther Junghanns en 1985 | Foto: Erika Reyes

Orgullo teresiano

Para Rosario Jacobo Yitani estudiar con las teresianas era una tradición y un complemento indispensable en la formación de toda mujer católica. En su caso, todas las generaciones de mujeres de su familia desde su abuelita, estudiaron ahí.


“Haber estudiado en el Colegio América significó el fundamento de las bases de lo que ahora soy. Le dio valores a mi vida que aprecio de una manera impresionante. Ahí aprendí el amor a Dios que ahora me sostiene en todo momento, y a la Virgencita que es mi apoyo total en situaciones difíciles y en mi vida diaria. También aprendimos las fortalezas de Santa Teresa de Jesús que ahora me doy cuenta del mujerón que fue”, enfatiza.

Marilupe Guzmán Carvajal y sus hermanas Teresa, Cecilia, Alicia y Heidi, así como sus primas, Aisha, Gaby, Ariadna y Sandy, estudiaron en el Colegio América de kínder a prepa.

“Me encanta ser Teresiana. En él América viví experiencias inolvidables y ahí conocí a mis mejores amigas. Gracias a esa educación soy una persona íntegra y autosuficiente. Recuerdo que mi primer proyecto o plan de vida lo hice en una clase que teníamos en secundaria con la madre Carmen, y todo lo que escribí e ilustre, ¡lo logré! Por eso ahora pongo mis sueños, metas y objetivos por escrito y no me detengo hasta hacerlos realidad. Eso que aprendí me ha servido toda la vida”, refrenda.

Generación 1987, la última que curso preparatoria de dos años en el Colegio América | Foto: Cortesía Pili Villarroel

Magüicha Martínez Haces hoy es escritora y asegura que, a pesar de haber estado solo cinco años en el Colegio América, le dejó grandes enseñanzas y amigas que, aunque la vida las llevó por caminos diferentes, guardan un lugar especial en su corazón.

“En el colegio cada una ponía al servicio de las otras sus mejores habilidades para ayudarnos, éramos solidarias con los demás y con nosotras mismas. Si había que imponer algún castigo por una falta cometida era a todas o a ninguna. Sabíamos pelear por nuestros derechos y las manifestaciones para conseguir algo parecían el debate de alguna estrategia mundial (...) Santa Teresa de Jesús me enseñó que, en el trabajo conjunto y en el servicio a los demás, encuentras lo que te hace grande como persona, que la paciencia todo lo alcanza y que, quien a Dios tiene, nada le falta”, puntualiza.

Alumnas teresianas en la puerta del colegio durante una kermesse en 1957 | Foto: Archivo el Sol de Puebla

Con el cambio de colegio vino el cambio de uniforme. Nene Álvarez Valenciano Eguibar con un grupo de amigas | Foto: Cortesía



En 1876 nació en España la Compañía de Santa Teresa de Jesús, orden de religiosas que se comprometió a formar niños y jóvenes de todo el mundo por medio de la educación.

Llegaron a Puebla en 1888 y un año después fundaron el primer Colegio Teresiano para mujeres de México y América Latina. Comenzaron a impartir educación en la Casa de la Cadena que se encontraba en la antigua Calle de la Alcantarilla #2. A lo largo de su historia y a causa de diferentes conflictos, cambiaron tres veces de ubicación.

El Teresiano se convirtió en una de las instituciones más prestigiosas de la ciudad para señoritas, por sus pasillos circularon cientos de generaciones de mujeres orgullosas de la educación recibida. Hoy se imparte educación mixta en la institución ubicada en 39 poniente 115, conocida como Colegio América.

Inauguración del Colegio América en 1956. Se aprecia a monseñor Octaviano Márquez y Toriz, la madre superiora y un grupo de benefactores | Foto: Colección Pedro Sardá

Un proyecto educativo exitoso

La Compañía de Santa Teresa de Jesús fue fundada en junio de 1876 por el sacerdote catalán Enrique de Ossó, quien inspirado en la fuerza de la espiritualidad de Teresa de Ávila, descubrió la capacidad de la mujer para evangelizar y transformar la sociedad.

La orden de religiosas se comprometió a formar a Jesús en el corazón de niños y jóvenes por medio de la enseñanza en todo el mundo. De esta forma y a solicitud de Ramón Ibarra González (quien se convirtió en obispo de Puebla en 1902), un grupo de monjas llegó a la ciudad de Puebla en 1888.

El primer Colegio Teresiano de América es el de Puebla y la primera propiedad que ocuparon las religiosas, para empezar a dar clases el 3 de febrero de 1889, era conocida como la Casa de la Cadena ubicada en la Calle de la Alcantarilla # 2 (hoy 5 de Mayo 1002), expone el investigador Pedro Sardá.

Refiere que las madres teresianas ocuparon esa casa poco tiempo porque los sacerdotes dominicos les donaron el edificio de su Colegio de San Luis en 1890. La propiedad se encontraba en contra esquina de la Casa de la Cadena, en la actual calle 5 de Mayo 803.

“Los dominicos vieron de buena forma la labor de las monjas y por eso les cedieron su propiedad. El Colegio Teresiano fue sumamente exitoso, el poblano decidió que era una buena institución para sus hijas. Para 1892 ya contaba con 400 alumnas como mínimo”, subraya.

Edificio del Colegio de San Luis donado por los dominicos a las madres Teresianas en 1890 | Foto: Colección Pedro Sardá

Conflictos armados y restauración educativa

Instalado en el edificio de San Luis, el Colegio Teresiano permaneció ahí varios años, hasta que en 1914 el ejército constitucionalista liderado por el general Francisco Coss, tomó la ciudad de Puebla y sacó a las monjas y a las alumnas para hospedar ahí a sus tropas. Se les permitió regresar hasta 1916.

El investigador dice que para 1934 las madres teresianas y las alumnas volvieron a ser expulsadas del edificio por el general José Mijares Palencia, esto debido a la implantación de la llamada escuela socialista.

Protesta afuera del Colegio de San Luis debido a la implantación de la llamada escuela socialista | Foto: Colección Pedro Sardá

Los padres de familia organizaron una protesta que se realizó el 3 de octubre del mismo año frente a la puerta del edificio. Hubo una trifulca e incluso disparos, lo que causó muertos y heridos. Entonces se llevaron a los manifestantes para protegerlos a una casa ubicada en la calle 6 Oriente 203 (Santa Clara). A partir de ese momento y de forma velada, se empezó a impartir ahí la educación.

“Ya estando en mejores términos la cúpula religiosa y el gobierno federal, algunas órdenes religiosas regresaron a la docencia con un tipo de educación más relajado y en edificios que no eran los mismos. Una de las exigencias fue que los nombres de los colegios no tuvieran relación con la religión y así el Colegio Teresiano se convirtió en Colegio América”, puntualiza Sardá.

Cuando las monjas fueron expulsadas del colegio se mudaran a la casa de enfrente y comenzaron a portar vestimenta de civil | Foto: Colección Pedro Sardá

El Colegio de Santa Clara

Victorina Sanz Sota nació en Orizaba en 1937 y se vino a vivir a Puebla por recomendación médica hacia su madre quien había sufrido paludismo y quedó delicada de un pulmón. Junto con sus hermanos y su mamá, se mudaron a principios de los años cuarenta, mientras su papá se quedaba al frente del negocio y solo venia los fines de semana a verlos.


“Llegue a estudiar kínder al colegio de las señorita Mateos que era muy famoso pero solo había hasta sexto de primaria. Cuando mi hermana se fue al Teresiano de Santa Clara para estudiar secundaria me cambiaron con ella. Entré a tercero de primaria y estuve muy feliz en ese colegio”, dice.

Recuerda que tenía muy buena relación con las madres pero les hacían muchas travesuras, como el día que hicieron un pastel y cambiaron la harina por salvado. Les ofrecieron a todas las compañeras un pedazo y cuando le daban la mordida lo devolvían.

Grupo de alumnas del colegio de Santa Clara acompañadas por el padre Luis Garcés en un retiro espiritual en Cholula (1952) | Foto: Erika Reyes

“Nos pescó la monja y nos fue como en feria, pregunto ¿Quién fue la que hizo el pastel? y se hizo un silencio rotundo, entonces dijo: nadie va a salir de aquí hasta que sepa quién fue. Nos paramos las cinco que lo habíamos hecho y nos castigaron. Las compañeras nos inventaron una canción tipo corrido, no la recuerdo bien pero al final decía: ´y preguntando la madre Teresa quien ha sido la atrevida, Victorina se paró encabezando el batallón´”, comenta entre carcajadas.

La entrevistada comenta que cuando se prohibió la educación religiosa, un salón del colegio fue acondicionado como capilla y cada una de las alumnas tenía asignada una tarea para desmantelarla cuando llegara el inspector.

Lo teníamos que esconder todo, no podían ver nada que fuera religioso, y las monjas tenían que estar vestidas de civiles. En preparatoria nos iban a examinar sinodales de la BUAP, siempre nos querían revolcar para demostrar que las escuelas particulares no servían y cerrarlas”, asegura.

Victorina y amigas sus amigas cuando se graduaron, en la imagen se ve su maestra y la madre en el colegio de Santa Clara | Foto: Cortesía

El nuevo colegio

Para 1956 las madres de la Compañía de Santa Teresa de Jesús se trasladaron al edificio que alberga el Colegio Teresiano hasta el día de hoy y es conocido como Colegio América.

El terreno que hoy ocupa fue donado por Enrique Benítez, propietario del Molino de Huexotitla. El Colegio América fue inaugurado el 14 de Octubre de 1956 en presencia de monseñor Octaviano Márquez y Toriz, arzobispo de la Arquidiócesis de Puebla, la madre Loreto que era la superiora y un grupo de benefactores que hicieron aportaciones económicas.

“Las madres nos llevaron de excursión un día para conocer el terreno. Fuimos en autobús pero no llegaba hasta ahí solo hasta donde está el molino y de ahí nos fuimos caminando. Yo decía, mis papás no me van a dejar venir hasta acá, esto es un peligro, era increíble que nos pudiéramos ir hasta allá. Entonces empezó la colecta y a trabajar para recaudar fondos, hacíamos de todo”, puntualiza Victorina.

Victorina se casó con el asturiano Francisco Pendás Martínez y tuvieron cuatro hijas, Covadonga, Vicky, Pilar y Carmen María, todas estudiaron en el Teresiano. El matrimonio formó parte de la Mesa Directiva del colegio y participaron activamente en la recaudación de fondos para la construcción del nuevo edificio.

Grupo de mujeres acompañadas por la madre superiora el día de la inauguración del colegio en 1956 | Foto: Erika Reyes

Una tradición familiar

“Mi mamá, María Eguibar Miranda, y sus hermanas, mis tías Concha y Cecilia, fueron ex alumnas del colegio. A ellas les tocó el edificio de San Luis. Luego mi hermana Nene y yo estudiamos unos años en Santa Clara y después estrenamos el de la 39 Poniente”, comenta Marilupe Álvarez Valenciano Eguibar.


Relata que en primer año de primaria (en Santa Clara) la madre Eloísa les enseñaba a sumar y restar en su tiendita: “Era padrísimo, una vendía y otra compraba, por ejemplo, yo te vendía 5 centavos de frijol y te pagaba con 50 centavos, tenías que hacer la cuenta rápido para que me devolvieras el cambio. Había costalitos de frijol, arroz, refrescos, etcétera, y todo lo ibas poniendo en una bolsita para irlo sumando; pagábamos con monedas porque en ese tiempo un billete era mucho. En 2 o 3 meses aprendías con esa madre pero muchas le tenían miedo porque era muy exigente”.

Marilupe refiere que el colegio siempre tuvo internado porque en ese entonces no era fácil ir y venir. Ella tuvo compañeras que estaban internas y eran de las haciendas o de Orizaba, de Córdova y San Martín Texmelucan. “En el colegio de la 39 Poniente yo estuve medio interna, porque quedaba muy lejos, vivíamos en la 23 Poniente y 21 Sur”.

El uniforme del colegio era completamente café con blanco. En la foto, Marilupe Álvarez Valenciano Eguibar con Consuelo Odriozola y Concha Cortés | Foto: Cortesía

Nene, la hermana menor, recuerda que ella practicaba beisbol y el recreo era muy bueno: “A mí nunca me gusto estudiar, pero estuve muy contenta en el colegio. En esa época mi mamá hacia tortas de chorizo y tacos para vender en la tiendita y había unos conos riquísimos de chocolate rellenos con cajeta y malvavisco abajo, los hacía una ex alumna, Meche Mantilla, de la dulcería La Perla”.

“Nuestras generaciones fueron las que recaudaron fondos para la construcción del Colegio América. Mi mamá era presidenta de ex alumnas y hacía de todo: tés canasta, kermeses. Cuando lo inauguraron solo estaba el edificio y la capilla, después construyeron el auditorio, la alberca, etcétera, y nos metíamos entre la construcción para escondernos”, detallan las hermanas.

“En esa época se metían los hombres en coche a dar la vuelta al patio porque dejaban las puertas abiertas para que entraran los camiones; otro día entraron corriendo y las monjas se pusieron a corretearlos. La madre Luz María cogió a uno y le dijo: ¿por qué haces estas travesuras?, ¿Cómo te llamas?, y le contesto: Ángel de Dios. La monja pensó que le estaba viendo la cara pero no, así se llamaba, al final le dijo: pues eres Ángel del demonio”, concluye Marilupe a carcajadas.

Hasta la fecha, las hermanas Álvarez Valenciano Eguibar, se frecuentan con sus compañeras del colegio a quienes la une el carisma teresiano, entre ellas: Blanca Sierra, Rocío Calderón, Elvira Martínez, Rosa María García, Angelina Cabrera, Cristina Borja, Sonia Budid, Rosa Torroella, Maicha Vargas y las González.

Representación de la vida de Santa Teresa en el Colegio América | Foto: Cortesía Marilupe Álvarez Valenciano

Nuevas generaciones

Carmen María Pendás es la hija menor de Victorina Sanz y estudio en el Colegio América de kínder a preparatoria. Ella fue parte de la generación 1987, la última del colegio que cursó prepa de dos años.

“Primero de kínder todavía me tocó en el colegio grande, para segundo y preprimaria nos cambiamos al que construyeron a dos calles, con la madre Delfina. Era un colegio muy bonito de un piso y si había hombres. Nuestro recreo era en un jardincito que había al fondo y para la clase de deportes nos dejaban entrar a un patio que pertenecía al Molino de Huexotitla”, relata.

Para primaria regresó al colegio grande y recuerda que la convivencia a la hora del recreo era sentarse en rueditas entre amigas para platicar y comer tu torta de mole o requesón con chipotle que vendían en la tiendita. También a esperar que algún alumno del Colegio Benavente se saltara la barda o desde afuera, empezaran a aventar huevos o globos con agua, recuerda entre risas.

Carmen María Pendás con la madre Luz | Foto: Cortesía

Dice que cada salón tenía un baño grande al que se metían cuando no querían tomar clase y había veces que el maestro daba clases a 20 niñas en lugar de 40 porque una a una se iban metiendo al baño.

Esto pasó hasta que un día una compañera se estaba poniendo uñas postizas en el baño y de repente le saltó pegamento al ojo y salió pegando gritos. El profesor en ese momento era Walther Junghanns, que daba física, y no tenía idea que estaban en el baño, pero se llevó a la alumna corriendo con el papá de su amigo Gustavo del Castillo que era oftalmólogo.

“Creo que los hombres y las mujeres aprenden y se motivan de diferente forma. Yo veía que cuando hay niños, como mujer te tienes que cuidar de lo que dices o hasta como te sientas, en cambio entre mujeres no te tienes que cuidar de nada, eres más libre de ser tú, sin estar posando para el galancito. Era divertidísimo estudiar en un colegio de puras mujeres”, asegura.

Grupo de alumnas de tercero de secundaria del Colegio América con su profesor, Walther Junghanns en 1985 | Foto: Erika Reyes

Orgullo teresiano

Para Rosario Jacobo Yitani estudiar con las teresianas era una tradición y un complemento indispensable en la formación de toda mujer católica. En su caso, todas las generaciones de mujeres de su familia desde su abuelita, estudiaron ahí.


“Haber estudiado en el Colegio América significó el fundamento de las bases de lo que ahora soy. Le dio valores a mi vida que aprecio de una manera impresionante. Ahí aprendí el amor a Dios que ahora me sostiene en todo momento, y a la Virgencita que es mi apoyo total en situaciones difíciles y en mi vida diaria. También aprendimos las fortalezas de Santa Teresa de Jesús que ahora me doy cuenta del mujerón que fue”, enfatiza.

Marilupe Guzmán Carvajal y sus hermanas Teresa, Cecilia, Alicia y Heidi, así como sus primas, Aisha, Gaby, Ariadna y Sandy, estudiaron en el Colegio América de kínder a prepa.

“Me encanta ser Teresiana. En él América viví experiencias inolvidables y ahí conocí a mis mejores amigas. Gracias a esa educación soy una persona íntegra y autosuficiente. Recuerdo que mi primer proyecto o plan de vida lo hice en una clase que teníamos en secundaria con la madre Carmen, y todo lo que escribí e ilustre, ¡lo logré! Por eso ahora pongo mis sueños, metas y objetivos por escrito y no me detengo hasta hacerlos realidad. Eso que aprendí me ha servido toda la vida”, refrenda.

Generación 1987, la última que curso preparatoria de dos años en el Colegio América | Foto: Cortesía Pili Villarroel

Magüicha Martínez Haces hoy es escritora y asegura que, a pesar de haber estado solo cinco años en el Colegio América, le dejó grandes enseñanzas y amigas que, aunque la vida las llevó por caminos diferentes, guardan un lugar especial en su corazón.

“En el colegio cada una ponía al servicio de las otras sus mejores habilidades para ayudarnos, éramos solidarias con los demás y con nosotras mismas. Si había que imponer algún castigo por una falta cometida era a todas o a ninguna. Sabíamos pelear por nuestros derechos y las manifestaciones para conseguir algo parecían el debate de alguna estrategia mundial (...) Santa Teresa de Jesús me enseñó que, en el trabajo conjunto y en el servicio a los demás, encuentras lo que te hace grande como persona, que la paciencia todo lo alcanza y que, quien a Dios tiene, nada le falta”, puntualiza.

Alumnas teresianas en la puerta del colegio durante una kermesse en 1957 | Foto: Archivo el Sol de Puebla

Con el cambio de colegio vino el cambio de uniforme. Nene Álvarez Valenciano Eguibar con un grupo de amigas | Foto: Cortesía



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