No hay poblano que no conozca la famosa “calle de los dulces” del centro histórico de Puebla, situada en la 6 oriente, entre 4 y 2 norte, que por tradición es llamada calle de Santa Clara, por el convento que lleva el mismo nombre.
Esta calle ganó fama mundial en el siglo XX, después de la Revolución Mexicana, pero los estudiosos dicen que desde el siglo 17, ahí ya se comercializaba rompope, galletas y dulces poblanos elaborados por las monjas Catalinas, y no por las Clarisas como siempre se ha dicho.
La calle se distingue por ¡el color y el sabor! de decenas de locales que ofrecen la forma más dulce de la gastronomía poblana en bocados, desde una tortita de Santa Clara hasta un delicioso camote, que puedes comprar para regalar, para compartir o para comértelo como un antojo.
SURGE LA DULCE TRADICIÓN
Jorge Eduardo Zamora Martínez, mejor conocido como el Barón Rojo, dice que la tradición de la confitería poblana surge desde la fundación de Puebla, en el siglo XVI, cuando llegaron las órdenes religiosas femeninas a la ciudad.
Refiere que, así como los sacerdotes, frailes y monjes tenían una tarea específica como la educación, evangelización o enseñar al campesino labores agrícolas; las congregaciones de monjas estaban dedicadas a la labor social en todos los aspectos: servicios hospitalarios, escuelas para mujeres, refugio de madres en desgracia, orfanatorios, asilos, ayuda médica para desahuciados, parturientas, niños y principalmente, casas de cuna.
“Dentro de las labores de ayuda de las órdenes religiosas femeninas estaba capacitar a mujeres para obtener un empleo o para realizar las tareas del hogar, y que les redituara un ingreso. Las monjas empezaron a experimentar con recetas dulces de origen español, francés, inglés, e incluso del Oriente Medio, pero sobre todo indígenas, porque en el México prehispánico también había dulces”, expone.
Así es como dentro de las actividades conventuales intramuros aparece la confitería poblana y las mujeres más humildes o amas de casa que recibían refugio en los conventos empiezan a elaborar dulces como los camotes, muéganos, alegrías, palanquetas, borrachitos, mazapanes, jamoncillos de leche, tortitas de Santa Clara, galletas de cochinito de panela, gallinitas de dulce de pepita de calabaza, cocadas, higos, acitrones, sin olvidar el rompope de huevo, esencias y saborizantes como la vainilla, menta, frutas diversas, conservas de frutas, mermeladas, etcétera.
RECETAS DE HERENCIA FAMILIAR
El historiador asegura que, contrario a lo que siempre se ha dicho, las monjas Clarisas del convento de Santa Clara nunca elaboraron dulces, porque ellas estaban dedicadas a la educación, tanto, que fueron las fundadoras de los colegios: Central, Yermo y Parres, y Esparza.
“Toda la confitería poblana se elaboraba en casas particulares, hasta la fecha, y con recetas de herencia familiar; tal vez algunas con orígenes de la Puebla colonial ya que la mayoría de estas recetas se originaron en el convento de las madres Catalinas, que se localizaba en la 3 norte entre 2 y 4 poniente, porque eran las que se dedicaban a hacer dulces”, detalla.
Refiere que el convento era una enorme construcción que se perdió cuando se aplicaron las leyes de Reforma, lo que propició su expropiación y consecuente destrucción. En este sitio se construyeron los cines Variedades y Coliseo, y actualmente es una tienda de telas. Agrega que lo único que se salvó de ser destruido es el templo y que la congregación de las madres Catalinas hoy tiene su sede a un costado del templo de Analco.
ORIGEN DE LAS TIENDAS DE DULCES
Zamora Martínez refiere que el origen de las tiendas de dulces se lo debemos a la familia Serdán ya que fue en 1910, cuando en esta calle se inicia el movimiento revolucionario con una gran balacera entre la familia Serdán y los guardias federales.
“El caso es que después de terminada la refriega surge en la ciudad un nuevo tipo de visitante, el turista nacional, preferentemente de la ciudad de México, que visita Puebla con la intención de conocer el sitio de la batalla entre los Serdán y las guardias nacionales, sobre todo cuando su casa se convirtió en museo”, señala.
“Entonces se funda la primera tienda de dulces típicos poblanos llamada “El Lirio”, estamos hablando de más o menos de 1917, y es tanta la demanda que a lo largo de toda la calle se establecen infinidad de dulcerías, todas ofreciendo dulces típicos. Esto es lo que da origen a la mundialmente famosa ´calle de los dulces´”, añade.
Pero antes de la Revolución Mexicana ya existía ahí un expendio de camotes que fue el primero de la ciudad y se fundó en 1892. Aún está situado a un costado de la casa de los hermanos Serdán, en la 6 oriente 208, y todavía pertenece a la familia fundadora, conserva no sólo su nombre, sino también la calidad de sus productos y la reputación por ser la más antigua de la calle de los dulces: “La Gran Fama”.
LA LEYENDA DEL CAMOTE POBLANO
“El camote poblano es el ícono de los dulces típicos poblanos, y alrededor de su origen existen tres diferentes versiones; sea cual sea la verdad de estas leyendas, el más típico de todos los dulces poblanos le ha dado fama mundial a la calle de Santa Clara”, expone Fernando Mario Salazar Aranda, fundador de la página de Facebook “Lo que quieres saber de Puebla”, quien a continuación relata estas historias.
La primera dice que niños de una población cercana querían jugarle una broma a una monja de un convento y entraron a hurtadillas a la cocina, donde estaba una olla con agua hirviendo; tomaron del huerto unos camotes que metieron en la olla y le agregaron un saquito de azúcar para que al consumirse el agua quedará una plasta que le costará limpiar. Pero la monja al regresar y sin saber quién lo había hecho, sacó la plasta y la probó, tanto le gustó que la invitó a las demás monjas.
Otra versión dice que una señorita de nombre María Guadalupe procedente de Oaxtepec, Morelos, llegó al convento de Santa Clara para ordenarse. Con el afán de enviarle un dulce a su padre, a quien le encantaban, una tarde recogió de la huerta camotes y los coció, agregó azúcar y ya cocidos hizo una masilla que dividió en dos, les dio forma de cilindros de una pulgada de diámetro por 15 centímetros de largo, los dejó secar y los envolvió en papel de china. El resultado fue ¡una delicia!
Se sabe que las monjas y los conventos subsistían por la caridad y las donaciones de las personas acaudaladas. Así que la tercera versión dice que un día las monjas de Santa Clara recibieron la visita de un alto funcionario del clero, por lo que estás se prepararon y ante la precaria situación económica compraron camotes que eran lo más barato, los cocinaron, le agregaron azúcar y cascarillas de limón. El postre fue servido y el hombre quedó muy satisfecho de su sabor y originalidad, ya que nunca había probado algo igual.