/ sábado 17 de diciembre de 2022

'Catorce Rojo', el crimen del siglo en Puebla (1ª Parte) | Los tiempos idos

En 1922 la ciudad entró en ebullición tras los asesinatos de los hermanos Moro, fue tal la sacudida que el gobierno local se tambaleó ante el impactante hecho

En febrero de 1922 la ciudad entró en ebullición tras los asesinatos de los hermanos Moro. Los disparos que cobraron su vida repercutieron con ecos estremecedores a la sociedad poblana y tuvieron alcance nacional. Fue tal la sacudida que el gobierno local se tambaleó ante el impactante hecho.

La secuela del proceso y su no menos dramático desenlace, mantuvieron en tensión a millares de personas.

“El crimen del siglo en Puebla” fue el encabezado de la serie de reportajes retrospectivos que, en abril de 1954, este diario realizó como una contribución renovada de la autoría del crimen así como una objetiva reconstrucción de hechos. Como fuente principal de información se recurrió a la crónica de la época e, incluso, “El Sol” abrió sus puertas a personas que aportaron más datos. Esta es la primera parte de la historia.

Alfonso Moro fue victimado en la antigua calle de Rayón donde ya abatido, los oficiales continuaron disparándole | Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

Borrascosa sesión en el Congreso

El 14 de febrero de 1922 una balacera producida en la Plaza de Armas (hoy Zócalo) rompió la tranquilidad en el corazón de la ciudad. Quienes se encontraban ahí, víctimas de pánico, corrieron despavoridos al sucederse uno tras otro los disparos: ¡bang!, ¡bang!, ¡bang!

Cuando se detuvo el fuego, Tranquilino Alonso, diputado del partido “gobiernista” de aquel entonces, agonizaba en el suelo tras haber recibido cinco balazos en un altercado que le costó la vida.

Alfonso Moro le había arrebatado la vida a Tranquilino al verse cegado por el coraje y el deseo de vengar a su hermano Antonio, quien era diputado del partido “independiente” y previamente había sido agredido por Alonso en sesión parlamentaria.

“En el pasillo que conducía a la sala de taquígrafos se increparon y un puño hendió el aire para estrellarse en el rostro de Moro, quien cayó al suelo con una ligera lesión en la frente (…) Los diputados ´independientes´ presintiendo cercanos y graves acontecimientos que parecían palparse en una atmósfera pesada y tensa, citaron para una nueva sesión a celebrarse esa tarde (…) Cuando comentaban el desagradable incidente, irrumpió en el salón el joven Alfonso Moro, hermano del diputado agredido. Con voz apremiante inquirió sobre la forma en que se desarrollaron los hechos, y puesto al tanto de lo ocurrido, volvió a salir, sin proferir palabra alguna”, se lee en la publicación.

Alfonso Moro, era el menor de los hermanos. Como estudiante del Colegio del Estado conquistó simpatías por su carácter franco y su don de gentes. Poco después pasó a la secretaría del Colegio y más tarde fue nombrado escribiente del Registro Civil, hasta lograr mejores ascensos. Cuando ocurrieron los hechos, desempeñaba diversas comisiones.

Arturo el “Tigre” Camarillo, era un inspector de la policía muy temido por sus instintos criminales | Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

El fuego cruzado

Los hechos ocurrieron poco después del mediodía cuando Alfonso Moro le había dado alcance a Tranquilino a su salida del Congreso. Fue junto a la caseta de los coches de sitio de la Plaza de Armas donde se hicieron de palabras y surgió el altercado: Simultáneamente, ambos sacaron sus pistolas y un disparó sucedió al otro, y otro a otros más.

Todos los balazos que recibió Tranquilino fueron de gravedad y, al verlo abatido, Moro emprendió la fuga para escapar de la policía, que tras el escándalo que se había suscitado y el descontrol, ya había aprehendido a un individuo que corría por la calle con la cabeza ensangrentada. Fue capturado por un policía que supuso que había participado en la balacera pero lo que sucedió es que, durante el fuego cruzado, un proyectil lo alcanzó a rozar.

El refugio de Moro

A esas alturas las voces de la balacera en la Plaza de Armas ya habían corrido por toda la ciudad y la policía había llevado la alarma a otros puntos en su desenfrenada carrera por encontrar a Moro.

En busca de refugio Moro se introdujo en la casa de los Escobar donde permaneció corto tiempo porque Eduardo Guerra y Aguillón Guzmán, secretario particular del Gobernador y secretario del Ayuntamiento, respectivamente, fueron informados del lugar en donde se encontraba y se dirigieron para allá.

En la casa de los Escobar, solicitaron a la familia les fuera entregado Moro, y les ofrecieron llevarlo a la cárcel municipal y no a la comisaría en donde estaría al alcance del general Arturo el “Tigre” Camarillo, un inspector de policía muy temido por sus instintos criminales.

Alfonso Moro fue aprehendido entre golpes brutales e injurias, y conducido a la Inspección de Policía y no a la cárcel como se había prometido.

A la misma hora, una víctima inocente, Fernando Moro, su hermano médico de profesión, era masacrado a las puertas de su casa ante la mirada horrorizada de su padre y su hermana.

Catorce rojo

Cuando Guerra y Guzmán se retiraron del domicilio en el que fue aprehendido Alfonso Moro, Enrique Escobar fue a la casa de este en la 7 sur 1100. Ahí estaba su padre, Antonio Moro, con sus hijos Fernando y Esperanza, quienes se disponían a comer ajenos a todos los hechos ocurridos.

“En cortas palabras y en el mismo patio de la casa, Enrique Escobar ponía en conocimiento de padre e hijo que Alfonso había sido detenido, cuando en el dintel de la puerta se destacó la amenazante silueta del general Camarillo”, refiere la nota.

¿Dónde está Moro? Preguntó, pero antes de obtener respuesta ya se había introducido en la casa junto con sus oficiales. Al ver a Fernando Moro, lo tomó de las solapas del saco y gritó: ¡A usted lo estaba buscando! ¡Sáquenlo de la casa!

Los disparos del teniente Miguel Ortega hicieron volver a Fernando Moro al centro de la acera en donde fue acribillado | Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

Entre las súplicas de su padre y hermana para que se detuvieran, el doctor Fernando fue sacado al exterior donde, con el rostro descompuesto, Camarillo ordenó: ¡Mátenlo! ¡Mátenlo! ¡Acaben de una vez!

Los oficiales desenfundaron sus pistolas. Fernando corrió a refugiarse al interior de la patrulla que estaba estacionada afuera de la casa pero los disparos del teniente Miguel Ortega lo hicieron volver al centro de la acera.

El agente Julio Sánchez, le vació la carga a corta distancia. Cuando el cuerpo de la inocente víctima se desplomaba, el oficial Jaime Méndez le hizo nuevos disparos. Dos testigos, Evelio Lozano y la señora Carmen Rico, vecinos de la familia enmudecieron de horror.

Cuando Camarillo volvió a la comisaría ya estaba preso Alfonso Moro y cegado por la pasión criminal, el jefe de la policía tomó un latiguillo con el que cruzó la cara de Moro, y gritó: ¡También maten a este!

“Con lujo de fuerza y crueldad, y sin haber rendido declaración ante autoridad alguna, se le sacó para conducirlo a la 7 sur, a la altura del 1109. Sin más los esbirros (oficiales) le dispararon a quemarropa y, cuando se volvía en sí exclamando: ´No tiren por la espalda´, diez proyectiles (todos en la cabeza) le cortaron la vida”, se detalla.

El día del crimen quedó marcado como el “catorce rojo” y la opinión pública se estremeció con tal fuerza que el engranaje gubernamental comenzó a tambalearse. Se avecinaban graves acontecimientos públicos.

¿Quién fraguó los asesinatos?

Los pasos del “Tigre” Camarillo marcan la secuencia de los crímenes de los hermanos Moro en la que su participación fue inminente.

Minutos después de que el diputado Tranquilino Alonso era trasladado agonizante al sanatorio, Camarillo tuvo conocimiento de ello y salió de la comisaría con sus subalternos hacia el Palacio de Gobierno en donde tendría una entrevista, a puerta cerrada, con el Gobernador, general José María Sánchez.

También: Puebla, sede del Mundial de 'La Ola' | Los tiempos idos


Dicen que del diálogo mantenido entre Sánchez y Camarillo, nació la sentencia de muerte para los Moro, pero el gobernador siempre negó haber tenido la mínima participación en ello.

No hubo testigos de la entrevista entre ambos pero cuando el inspector abandonó el despacho del Gobernador dio la orden a sus secuaces para iniciar la cacería y apuntó: “Hay que acabar con los Moro”.

El agente Julio Sánchez vació la carga de su revólver sobre el doctor Moro ante la mirada horrorizada de la familia y vecinos | Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

La ciudad en ebullición

La noticia de los asesinatos de los hermanos Moro se extendió por toda la ciudad. La opinión pública se canalizó hasta adquirir proporciones de protesta general. El comercio cerró sus puertas, lo que se hizo extensivo a casi todos los distritos del Estado. El gobierno se cimbraba de raíz.

Los cadáveres de Alfonso y Fernando Moro fueron trasladados al Colegio del Estado en donde se instaló la capilla ardiente, esto gestionado por académicos y estudiantes de la máxima casa de estudios. En las guardias destacaron las figuras de profesionistas e intelectuales, como el filósofo poblano Rafael Serrano, Hilario Ariza, Roberto Larragoiti, Alfredo Madrid Carrillo, Facundo Martínez y Carlos Soto Guevara.

En la ciudad solo se hablaba de los asesinatos y del castigo a los culpables. En la mente de las personas estaba fresca la sangre de Fernando Moro, una víctima inocente que nada tenía que ver con política. Fue un estudiante muy apreciado en el Colegio del Estado y murió solo dos meses después de haber recibido su título de médico cirujano y establecer su consultorio en la botica de San Agustín.

“Cuando su cadáver permanecía aún en la casa que habitara, junto a él su cuñada, la señora Amina Domínguez de Moro, inquirió en palabras cortadas en gemidos por la suerte que podía haber corrido su esposo el diputado Antonio Moro”, se lee.

Antonio Moro, el diputado y hermano mayor, se había refugiado en un edificio hasta donde llegaron sus compañeros del bloque “independiente” encabezados por el entonces diputado Gonzalo Bautista, y delegados de la Agrupación de Estudiantes del Colegio del Estado, con el propósito de ir a la Ciudad de México a solicitar justicia del Poder Ejecutivo Federal.

Intervención de Calles

La comisión poblana tenía preparado los memoriales para entregar al Presidente Álvaro Obregón, pero fueron informados que la fuerza política estaba controlada por el entonces Secretario de Gobernación, general Plutarco Elías Calles, quien les concedió la entrevista.

Estudiantes y diputados le dieron a conocer a Calles la situación que imperaba en la Angelópolis, pero dicen que fue Gonzalo Bautista, quien en dramática exposición, lo impresionó.

La primera orden que el “hombre fuerte” de México dictó a Cholita, su secretaria, estaba dirigida al gobernador José María Sánchez. En ella le solicitaba ejecutar la pronta aprehensión del general Camarillo y todos los involucrados en el asesinato de los hermanos Moro.

Cuando el primer mandatario de Puebla recibió el telegrama firmado por Calles entendió que la orden era imperativa. El general Camarillo y sus subalternos fueron conducidos a la cárcel.

Trece días después, los diputados del bloque “Independiente” desaforaron al gobernador del estado.

CONOCE LA SEGUNDA PARTE DE ESTA HISTORIA EL PRÓXIMO SÁBADO 24 DE DICIEMBRE...

En febrero de 1922 la ciudad entró en ebullición tras los asesinatos de los hermanos Moro. Los disparos que cobraron su vida repercutieron con ecos estremecedores a la sociedad poblana y tuvieron alcance nacional. Fue tal la sacudida que el gobierno local se tambaleó ante el impactante hecho.

La secuela del proceso y su no menos dramático desenlace, mantuvieron en tensión a millares de personas.

“El crimen del siglo en Puebla” fue el encabezado de la serie de reportajes retrospectivos que, en abril de 1954, este diario realizó como una contribución renovada de la autoría del crimen así como una objetiva reconstrucción de hechos. Como fuente principal de información se recurrió a la crónica de la época e, incluso, “El Sol” abrió sus puertas a personas que aportaron más datos. Esta es la primera parte de la historia.

Alfonso Moro fue victimado en la antigua calle de Rayón donde ya abatido, los oficiales continuaron disparándole | Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

Borrascosa sesión en el Congreso

El 14 de febrero de 1922 una balacera producida en la Plaza de Armas (hoy Zócalo) rompió la tranquilidad en el corazón de la ciudad. Quienes se encontraban ahí, víctimas de pánico, corrieron despavoridos al sucederse uno tras otro los disparos: ¡bang!, ¡bang!, ¡bang!

Cuando se detuvo el fuego, Tranquilino Alonso, diputado del partido “gobiernista” de aquel entonces, agonizaba en el suelo tras haber recibido cinco balazos en un altercado que le costó la vida.

Alfonso Moro le había arrebatado la vida a Tranquilino al verse cegado por el coraje y el deseo de vengar a su hermano Antonio, quien era diputado del partido “independiente” y previamente había sido agredido por Alonso en sesión parlamentaria.

“En el pasillo que conducía a la sala de taquígrafos se increparon y un puño hendió el aire para estrellarse en el rostro de Moro, quien cayó al suelo con una ligera lesión en la frente (…) Los diputados ´independientes´ presintiendo cercanos y graves acontecimientos que parecían palparse en una atmósfera pesada y tensa, citaron para una nueva sesión a celebrarse esa tarde (…) Cuando comentaban el desagradable incidente, irrumpió en el salón el joven Alfonso Moro, hermano del diputado agredido. Con voz apremiante inquirió sobre la forma en que se desarrollaron los hechos, y puesto al tanto de lo ocurrido, volvió a salir, sin proferir palabra alguna”, se lee en la publicación.

Alfonso Moro, era el menor de los hermanos. Como estudiante del Colegio del Estado conquistó simpatías por su carácter franco y su don de gentes. Poco después pasó a la secretaría del Colegio y más tarde fue nombrado escribiente del Registro Civil, hasta lograr mejores ascensos. Cuando ocurrieron los hechos, desempeñaba diversas comisiones.

Arturo el “Tigre” Camarillo, era un inspector de la policía muy temido por sus instintos criminales | Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

El fuego cruzado

Los hechos ocurrieron poco después del mediodía cuando Alfonso Moro le había dado alcance a Tranquilino a su salida del Congreso. Fue junto a la caseta de los coches de sitio de la Plaza de Armas donde se hicieron de palabras y surgió el altercado: Simultáneamente, ambos sacaron sus pistolas y un disparó sucedió al otro, y otro a otros más.

Todos los balazos que recibió Tranquilino fueron de gravedad y, al verlo abatido, Moro emprendió la fuga para escapar de la policía, que tras el escándalo que se había suscitado y el descontrol, ya había aprehendido a un individuo que corría por la calle con la cabeza ensangrentada. Fue capturado por un policía que supuso que había participado en la balacera pero lo que sucedió es que, durante el fuego cruzado, un proyectil lo alcanzó a rozar.

El refugio de Moro

A esas alturas las voces de la balacera en la Plaza de Armas ya habían corrido por toda la ciudad y la policía había llevado la alarma a otros puntos en su desenfrenada carrera por encontrar a Moro.

En busca de refugio Moro se introdujo en la casa de los Escobar donde permaneció corto tiempo porque Eduardo Guerra y Aguillón Guzmán, secretario particular del Gobernador y secretario del Ayuntamiento, respectivamente, fueron informados del lugar en donde se encontraba y se dirigieron para allá.

En la casa de los Escobar, solicitaron a la familia les fuera entregado Moro, y les ofrecieron llevarlo a la cárcel municipal y no a la comisaría en donde estaría al alcance del general Arturo el “Tigre” Camarillo, un inspector de policía muy temido por sus instintos criminales.

Alfonso Moro fue aprehendido entre golpes brutales e injurias, y conducido a la Inspección de Policía y no a la cárcel como se había prometido.

A la misma hora, una víctima inocente, Fernando Moro, su hermano médico de profesión, era masacrado a las puertas de su casa ante la mirada horrorizada de su padre y su hermana.

Catorce rojo

Cuando Guerra y Guzmán se retiraron del domicilio en el que fue aprehendido Alfonso Moro, Enrique Escobar fue a la casa de este en la 7 sur 1100. Ahí estaba su padre, Antonio Moro, con sus hijos Fernando y Esperanza, quienes se disponían a comer ajenos a todos los hechos ocurridos.

“En cortas palabras y en el mismo patio de la casa, Enrique Escobar ponía en conocimiento de padre e hijo que Alfonso había sido detenido, cuando en el dintel de la puerta se destacó la amenazante silueta del general Camarillo”, refiere la nota.

¿Dónde está Moro? Preguntó, pero antes de obtener respuesta ya se había introducido en la casa junto con sus oficiales. Al ver a Fernando Moro, lo tomó de las solapas del saco y gritó: ¡A usted lo estaba buscando! ¡Sáquenlo de la casa!

Los disparos del teniente Miguel Ortega hicieron volver a Fernando Moro al centro de la acera en donde fue acribillado | Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

Entre las súplicas de su padre y hermana para que se detuvieran, el doctor Fernando fue sacado al exterior donde, con el rostro descompuesto, Camarillo ordenó: ¡Mátenlo! ¡Mátenlo! ¡Acaben de una vez!

Los oficiales desenfundaron sus pistolas. Fernando corrió a refugiarse al interior de la patrulla que estaba estacionada afuera de la casa pero los disparos del teniente Miguel Ortega lo hicieron volver al centro de la acera.

El agente Julio Sánchez, le vació la carga a corta distancia. Cuando el cuerpo de la inocente víctima se desplomaba, el oficial Jaime Méndez le hizo nuevos disparos. Dos testigos, Evelio Lozano y la señora Carmen Rico, vecinos de la familia enmudecieron de horror.

Cuando Camarillo volvió a la comisaría ya estaba preso Alfonso Moro y cegado por la pasión criminal, el jefe de la policía tomó un latiguillo con el que cruzó la cara de Moro, y gritó: ¡También maten a este!

“Con lujo de fuerza y crueldad, y sin haber rendido declaración ante autoridad alguna, se le sacó para conducirlo a la 7 sur, a la altura del 1109. Sin más los esbirros (oficiales) le dispararon a quemarropa y, cuando se volvía en sí exclamando: ´No tiren por la espalda´, diez proyectiles (todos en la cabeza) le cortaron la vida”, se detalla.

El día del crimen quedó marcado como el “catorce rojo” y la opinión pública se estremeció con tal fuerza que el engranaje gubernamental comenzó a tambalearse. Se avecinaban graves acontecimientos públicos.

¿Quién fraguó los asesinatos?

Los pasos del “Tigre” Camarillo marcan la secuencia de los crímenes de los hermanos Moro en la que su participación fue inminente.

Minutos después de que el diputado Tranquilino Alonso era trasladado agonizante al sanatorio, Camarillo tuvo conocimiento de ello y salió de la comisaría con sus subalternos hacia el Palacio de Gobierno en donde tendría una entrevista, a puerta cerrada, con el Gobernador, general José María Sánchez.

También: Puebla, sede del Mundial de 'La Ola' | Los tiempos idos


Dicen que del diálogo mantenido entre Sánchez y Camarillo, nació la sentencia de muerte para los Moro, pero el gobernador siempre negó haber tenido la mínima participación en ello.

No hubo testigos de la entrevista entre ambos pero cuando el inspector abandonó el despacho del Gobernador dio la orden a sus secuaces para iniciar la cacería y apuntó: “Hay que acabar con los Moro”.

El agente Julio Sánchez vació la carga de su revólver sobre el doctor Moro ante la mirada horrorizada de la familia y vecinos | Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

La ciudad en ebullición

La noticia de los asesinatos de los hermanos Moro se extendió por toda la ciudad. La opinión pública se canalizó hasta adquirir proporciones de protesta general. El comercio cerró sus puertas, lo que se hizo extensivo a casi todos los distritos del Estado. El gobierno se cimbraba de raíz.

Los cadáveres de Alfonso y Fernando Moro fueron trasladados al Colegio del Estado en donde se instaló la capilla ardiente, esto gestionado por académicos y estudiantes de la máxima casa de estudios. En las guardias destacaron las figuras de profesionistas e intelectuales, como el filósofo poblano Rafael Serrano, Hilario Ariza, Roberto Larragoiti, Alfredo Madrid Carrillo, Facundo Martínez y Carlos Soto Guevara.

En la ciudad solo se hablaba de los asesinatos y del castigo a los culpables. En la mente de las personas estaba fresca la sangre de Fernando Moro, una víctima inocente que nada tenía que ver con política. Fue un estudiante muy apreciado en el Colegio del Estado y murió solo dos meses después de haber recibido su título de médico cirujano y establecer su consultorio en la botica de San Agustín.

“Cuando su cadáver permanecía aún en la casa que habitara, junto a él su cuñada, la señora Amina Domínguez de Moro, inquirió en palabras cortadas en gemidos por la suerte que podía haber corrido su esposo el diputado Antonio Moro”, se lee.

Antonio Moro, el diputado y hermano mayor, se había refugiado en un edificio hasta donde llegaron sus compañeros del bloque “independiente” encabezados por el entonces diputado Gonzalo Bautista, y delegados de la Agrupación de Estudiantes del Colegio del Estado, con el propósito de ir a la Ciudad de México a solicitar justicia del Poder Ejecutivo Federal.

Intervención de Calles

La comisión poblana tenía preparado los memoriales para entregar al Presidente Álvaro Obregón, pero fueron informados que la fuerza política estaba controlada por el entonces Secretario de Gobernación, general Plutarco Elías Calles, quien les concedió la entrevista.

Estudiantes y diputados le dieron a conocer a Calles la situación que imperaba en la Angelópolis, pero dicen que fue Gonzalo Bautista, quien en dramática exposición, lo impresionó.

La primera orden que el “hombre fuerte” de México dictó a Cholita, su secretaria, estaba dirigida al gobernador José María Sánchez. En ella le solicitaba ejecutar la pronta aprehensión del general Camarillo y todos los involucrados en el asesinato de los hermanos Moro.

Cuando el primer mandatario de Puebla recibió el telegrama firmado por Calles entendió que la orden era imperativa. El general Camarillo y sus subalternos fueron conducidos a la cárcel.

Trece días después, los diputados del bloque “Independiente” desaforaron al gobernador del estado.

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