/ sábado 28 de enero de 2023

Generaciones lasallistas que marcaron una época en Puebla | Los tiempos idos

La educación del colegio se volvió mixta y se generaron actividades que dejaron huella en la juventud poblana

En febrero de 1949, los hermanos de la congregación lasallistas de Puebla, se establecieron de forma definitiva en el edificio que ocupa en la actualidad la institución, sobre la 25 Oriente, en El Carmen.

Desde entonces a la fecha, pasaron de impartir una educación tradicional a innovar la formación académica y, desde hace casi cinco décadas, imparten educación mixta. Kermeses, inauguraciones deportivas y fonomímicas, estas últimas con connotación nacional, formaron parte de las actividades que marcaron a decenas de generaciones e, incluso, a la juventud poblana de la época.


Por sus pasillos han circulado miles de estudiantes orgullosos de su formación académica | Foto: Cortesía Colegio Benavente

Lasallistas en los setenta

“Yo vivía en un rancho que está entre Tlapacoyan (Veracruz) y Martínez de la Torre (en el mismo estado). Era una vida padrísima y estábamos a una hora de la playa, pero cuando venimos a Puebla (1974-75) me gustó y me adapté de inmediato. Tenía 10 años cuando llegué y entré a estudiar al Colegio Benavente, en cuarto de Primaria, con Miss Carmela”, expone Carlos Macip Lanzagorta, quien se siente orgulloso de la formación lasallista que recibió.

Refiere que la unión entre los lasallistas es evidente y aunque no pertenezcas a la misma generación, todos se conocen y se llevan entre ellos.

“En segundo de secundaria me fui a estudiar a Estados Unidos y cuando regresé no me revalidaron el año, tuve que cursar pero ahora con la generación de abajo. Ellos son mis amigos y nos seguimos llevando: Víctor Ferez, Manolo Núñez, José Luis López Caso, Enrique Gasca, Fernando Rauch (Q.E.P.D.), Rafael Álvarez, Ernesto Zavaleta, el padre Ángel Espinosa de los Monteros y Hugo Valdés”, detalla.

Recuerda con mucho cariño al hermano Manuel Arróyave Ramírez, que fue el director del Benavente muchos años y titular de secundaria. Cuando él regresó del extranjero ya estaba Manuel Mijares Ferreira, un hermano lasallista muy querido por todos, pero también temido.

“Mijares nos traía en orden, era muy rudo y se sabía el nombre de todos. Siempre andaba con la Gertrudis, una regla grande que dolía, y a veces traía a la Filomena, una chiquita y delgada que ardía más. Nos pegaba con ellas o nos daba cachetadas. Siempre preguntaba: ‘¿Quién fue?’ y tenías que levantarte y decir que tú, y ¡órale! Te daba. En el Benavente el que hacía algo tenía que confesar lo que hizo porque era más fácil que te corrieran por no hacerte responsable de haber hecho algo, que por ser flojo”, señala.


El uniforme escolar era solo para usarse en ocasiones especiales, como la entrega de calificaciones semestrales, en las que al auditorio se llenaba con la presencia de los padres de familia.

“Las entregas de calificaciones con Mijares eran buenísimas, pero feas para quien no estudiaba. Decía: ‘Con una materia reprobada, fulano de tal, y con siete reprobadas, tal, ¡qué asco! Para qué viene a estudiar si no hace nada, cómo puede ser tan holgazán’”, recuerda riendo.

Antes de Mijares, el señor Bordes era el director de la secundaria y la encargada de la oficina era la Miss Queta. Dice que ella era brava, pero cuando llegó Mijares se enojaba y le decía: “Maltrata mucho a mis niños”.

Hermanos lasallistas: Antonio Carrillo, Manuel Arróyave, Manuel Mijares y Rodolfo González, “Fito” | Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

Carlos recuerda que ya en la prepa se iban de pinta o se fugaban de clases y no regresaban al colegio hasta la salida.

“Sabíamos cómo salirnos por la casa de los hermanos o por la puerta principal, siempre encontrábamos la forma. A veces íbamos al rancho (Los Gavilanes, hoy fraccionamiento) de mi compadre (José Luis). Nos íbamos a nadar o andar a caballo, a jugar tenis o póquer, pero siempre íbamos a tomar. A veces invitamos amigas que también se pelaban de clases, pero traíamos un desmadre avanzado y cuando ellas querían regresar no se podían ir porque antes no había nada por allá, era pura terracería”, rememora entre risas.

Recuerda con mucho agrado las actividades que el colegio hacía para recaudar fondos o para la convivencia familiar, porque era un colegio de varones y esas eran las ocasiones para conocer niñas.

“Nosotros felices porque iban todas las niñas del (Colegio) América, se ponían padrísimas las kermeses, las fonomímicas y las inauguraciones deportivas que eran de todo el colegio. Todos los salones teníamos dos equipos de fútbol, el de primera división y el de segunda, había una liga y cada año cambiábamos el uniforme y el nombre del equipo”, dice.

“Desfilaba todo el colegio, era como las olimpiadas. Cada equipo tenía una mascota y su madrina. Siempre elegíamos a la hermana guapa o prima de un amigo. Empezaba en la tarde y terminaba en la noche con fuegos artificiales”, puntualiza.

Además de los equipos deportivos, el colegio tenía un buen número de scouts que pertenecían al grupo 10 de Puebla y se distinguían por usar pañoleta amarilla y negra. Había “lobatos”, que eran los niños pequeños y la “tropa”, niños de 11 a 17 años.

El 14 de febrero de 1949 se estrenó el edificio que actualmente ocupa el plantel de la 25 Oriente 9. Contaba con primaria, secundaria e internado | Foto: Cortesía Colegio Benavente

La tradición del sistema

El Benavente y el América siempre tuvieron una gran conexión porque la mayoría de las hermanas o primas de los varones lasallistas estudiaban ahí. Era típico que, a la salida del colegio, llegaran a ligar o a echar novio, y hasta hacer travesuras.

Luis Miguel Argüelles Martínez ingresó al Benavente en 1970 y terminó sus estudios de prepa ahí mismo, en 1982. Recuerda que él, junto con sus amigos, iba a aventar huevos al América mientras las niñas estaban en recreo, sentadas en su círculo, como es tradición.


“Un día nos copiaron unos de secundaria, fueron a aventar huevos pero los cacharon. El señor Mijares fue a hablar con las monjas y al otro día llevó a esos chavos y los puso en un corredor frente a todas las niñas para cachetearlos uno por uno”, asegura, y agrega que en esa época la disciplina en el colegio era a base de golpes o te dejaban bajo el rayo del sol.

“Los papás estaban felices de que nos dieran disciplina así. Mi mamá le decía al profesor: ‘Qué bueno que le pega para que entienda este animal’ y ¡hasta me iba a acusar! Hoy a nadie se le ocurriría un sistema así, todos acabarían en el bote (en la cárcel)… Y encima uno tenía que dar las gracias después de que lo madreaban”, recuerda entre sorprendido y sonriente.

Aspecto de inauguración deportiva en la década de los ochenta | Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

Añade que cuando llegó Mijares fue una revolución porque, a pesar de que enseñaba a golpes, trajo muchas innovaciones, como el permitir la calculadora para los exámenes, que en dicho momento estaba prohibido. Señala que el hermano los marcó a todos de alguna manera. Para él nada era imposible. Era una persona muy culta que estimuló mucho la unidad y la competencia. Era alpinista y así murió, escalando en el Nevado de Toluca.

Argüelles refiere que lo más padre de haber estudiado con los lasallistas es que, además de preparación, había una identidad. Recuerda que cuando empezabas una libreta comenzaban a escribir con cuatro crucecitas arriba del lado izquierdo, cuyo significado era Jesús, José, María y San Juan Bautista de La Salle. Menciona que era una especie de código secreto y todavía hay mucha gente que lo hace.

Al salir de clases los alumnos del colegio se iban a la tienda de la tía pelos, que hacía tortas y estaba sobre la 2 sur, a la de Paco, donde fumaban y estaba en la privadita Durango. Y si alguien se caía mal, se iban a la salida a pelear al “parquecito” (sobre la 25 Oriente, pasando la 2 sur).

“Ya en prepa teníamos la puntada de ir al bar La Peña, que estaba sobre la 7 Poniente, esquina con 3 Sur, era de Petronio Sáenz Caballero de los Olivos, que estudió en el Benavente. Íbamos a agarrar la jarra jueves y viernes. Era un botanerito, al llegar te daban caldito de camarón, después papas con chorizo y ya, a la tercera copa, te daban caracoles panteoneros con mole. Eran buenísimos”, detalla.

En la preparatoria había que elegir un área coordinada por un hermano lasallista: Leyes estaba a cargo de Miguel Martínez, Ingeniería la llevaba John Marcogliese y el responsable de Medicina era Antonio Carrillo, que además estaba a cargo del auditorio.

Fonomímica del grupo Wham! con la canción “Wake me up before you go go” | Foto: Cortesía Víctor Barnica

El fenómeno de las "fonos" en los ochenta

Víctor Raúl Barnica Cruz nació en Puebla pero muy pequeño se fue a vivir a Honduras porque su papá era de ese país. Alrededor de 1975 regresó a México y entró al colegio Benavente porque su tío estudiaba ahí. Llegó a segundo de primaria pero tuvo que alcanzar a su generación con medio año.

“A lo largo de todos los años me empecé a hacer un lugar, siempre estuve en los primeros lugares del colegio, quería destacar en todo y el mismo colegio te daba esa motivación. La parte católica también ayudaba a que tuviéramos un acercamiento a Dios que no era común en Centroamérica”, manifiesta.


Recuerda que en primaria lo mandaban a competir en concursos estatales de conocimiento y era padrísimo. Asegura que en deportes el colegio nunca había ganado nada y cuando estaba en tercero de secundaria, con el señor Arróyave de director, salieron de Puebla a un torneo de fútbol en el que ganó su generación y eso fue en 1982.

“A partir de ahí el colegio se volvió potencia, porque los compañeros de otros equipos, como el basquetbol, se empezaron a motivar y también ganaron. Ibas a cualquier cancha y éramos el favorito. De tercero de secundaria a tercero de prepa no perdimos más que el nacional que fue en Oaxaca y del cual me dio mucho pesar no haber ido”, asegura.

Roberto Rodríguez, Víctor Barnica y Rodolfo Stolberg en la cabina de sonido del auditorio. | Foto: Cortesía Víctor Barnica

Víctor formó parte de la generación de alumnos que recuperaron las fonomímicas, que se habían perdido como concurso interno entre los alumnos, y les dieron un nuevo aire al presentarlas como espectáculos musicales para toda la sociedad. Se cobraba la entrada con un propósito.

En las fonomímicas los alumnos imitaban a su cantante o grupo favorito. Se convirtieron en un fenómeno en la ciudad al reunir a jóvenes de todos los colegios y adultos de todas las edades para presenciar un espectáculo musical de calidad que hizo vibrar a la sociedad poblana en la década de los ochenta.

“Cuando nosotros pasamos a prepa cancelaron las fonomímicas. Logramos recuperarlas en primero y segundo pero todavía como concurso. Un día pensamos en hacer un show de fonomímica y el señor Carillo nos dio chance, fue en tercero de prepa. Él me eligió a mí como organizador, yo creo porque era el más creativo, y a partir de ahí a eso me dedique”, subraya.

Compañeros de prepa que imitaron al grupo Wham!: Hugo Reyes, Javier Vázquez, Ricardo Espinosa, Germán Rodríguez, Max Galina, José y Manolo Brito| Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

Estaba el grupo creativo que encabezaba Víctor y los técnicos de luces, sonido y tramoya. Entre ellos Beto Rodríguez, Gerardo Grajales, Fernando Campos, Rodolfo Elguea, Pedro Suárez, Carlos Carreón, Gerardo González (la pájara) y Joaquín Buxade.

La encomienda se la tomaron de forma muy seria y profesional. Empezaron a hacer castings en los que podían participar los alumnos pero también las hermanas, primas o niñas de otros colegios.

“Se volvió un fenómeno. Veía los videos y me aprendía los pasos para los montajes, quién sabe cuántas videocaseteras eché a perder de regresar y adelantar. Los demás colegios empezaron a copiarnos pero no les salía igual, para empezar no tenían auditorio. Las niñas se esforzaban por entrar. Ensayamos todos los días, era un maldito porque exigía demasiado”, advierte.

Algunas fonomímicas fueron “All Night Long”, “Staying Alive”y “Triller”, espectáculos musicales que cimbraron los corazones de los poblanos que aun los guardan en la memoria como un evento de calidad.

Alumnos imitando a Journey con la canción “Don´t stop believin”. A la derecha, Víctor Barnica como Loverboy, canción “Working for the weekend”. | Foto: Cortesía Víctor Barnica

“La fono de Thriller comenzó explosiva con ‘Fiesta en América’ de Chayanne, que era Carlos Reyes, y terminó diez veces más con triller. Algunos compañeros que salían eran el Yuca, era Juan Gabriel; Pablo Arratia fue Tarzan Boy; la Pájara era Miguel Bosé; Carlos Carreón, Sergio Peregrina y Jaime Díaz de Ribera era colado del (Instituto) Oriente pero era nuestro brother y bailaba padrísimo así que era comodín. Las amigas del América nos ayudaban a maquillarnos y a peinarnos: Claudia Regagnon, Pipis Aguilar y Nancy Jiménez”, señala.

El dinero recaudado de las fonomímicas lo utilizaron para pagar la graduación de su generación en 1985, que fue en el Centro Mexicano Libanés.

“A Carrillo le daba mucha risa que nos contrataran del Benavente de Tehuacán para ir a dar un show de fonomímica. También para ir a dar un show Córdoba y fuimos a otro a Veracruz…Cuando nos graduamos las fonos continuaron como tres o cuatro años y una vez vino Gloria Calzada a conducirla”, recuerda.

Fonomímica de “Staying a live” | Foto: Cortesía Víctor Barnica


El fantasma del auditorio

Los hermanos lasallistas compraron el terreno para construir el nuevo colegio en los años treinta del siglo XX. El hermano Antonio Carrillo comentaba que a él le constaba que ahí en los alrededores se habían descubierto osamentas. Decía que ese terreno había formado parte del panteón de los carmelitas y habían encontrado cuerpos enterrados que parece habían sido víctimas de la epidemia del cólera que azotó a Puebla en el siglo XIX.



Esta aseveración la hizo cuando lo entrevistaron para un programa de televisión y aseguró que en el auditorio (construido en 1955), que estaba a su cargo, había una presencia fantasmal.

Muchos alumnos nunca creyeron esta versión pero los que hacían obras o participaban en el equipo técnico empezaron a vivir momentos desconcertantes.

Staff del auditorio. Gerardo Grajales, Fernando Campos y Joaquín Buxade / Silvio de Simone, Pedro Suárez, Rodolfo Elguea y Gerardo González “La pájara” | Fotos: Cortesía Víctor Barnica

“La historia de Pancholín (el fantasma) nadie más que Carillo se la sabía. Pero sí pasaban cosas, era una cantidad de ruidos y acciones raras. Se veían sombras, te escondían el micrófono, cuando ya no había gente ibas a apagar la luz y se escuchaba un golpe fuerte. El último siempre salía corriendo por el pasillo pegado al muro”, asegura Víctor quien recuerda una anécdota que sucedió cuando ellos estaban.

“Un día hubo una fiesta y le pidieron a Carrillo disfraces de romanos. Les dijo que a tal hora los veía en el gimnasio porque este se había vuelto el vestuario del auditorio. Esas dos personas llegaron y les entregaron los trajes. Al otro día regresaron y estaba Carrillo, entonces le agradecieron el préstamo de los disfraces. Él dijo ‘¿cómo?, ¿qué señor?’, porque se le había olvidado y no había ido a entregarlos. Estas personas le dijeron que un señor se los había dado”, puntualiza.

Grupo mixto de compañeros cuando se graduaron en 1986 | Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

La mirada femenina

Muchos de los colegios para señoritas que había en Puebla no tenían preparatoria por lo que cuando las chicas pasaban a ese grado se tenían que buscar una escuela nueva. A mediados de los setenta la prepa del Benavente se volvió mixta y gracias a la formación que ofrecía muchas lo escogieron.

Silvia Sotomayor Madrigal es sonorense y llegó a radicar a la Angelópolis a la edad de 12 años. Ingresó en secundaria al Colegio Puebla y cuando pasó a preparatoria eligió el Benavente.

“Sí fue un mundo diferente porque los niños se conocían de toda la vida y las mujeres éramos las abonadas. La mayoría veníamos de colegios como el Puebla, el Central, el Esparza, el Unión y muy pocas del América, que sí tenía prepa”, comenta.

Silvia Sotomayor con un grupo de compañeras de preparatoria | Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

“Sí se percibió el rollo de venir de escuela de puras mujeres y ellos de estudiar puros hombres. Fue como darles rienda suelta y no solo porque estábamos en la adolescencia, porque la primera semana todos eran novios y a la siguiente semana cambiaban. Yo no me sentía inmersa en ese mundo porque yo tenía novio y nunca tuve en el colegio”, subraya.

Asegura que, en términos generales, fue un ambiente de compañerismo padre aunque sí hubo niñas que sufrieron lo que hoy conocemos como bullying, porque no eran muy bonitas o no venían de colegios ‘buenos’.

“Cuando llegamos nos dieron la clásica plática de las niñas y los niños. En clases había hombres que hacían albures finos con los maestros que ni entendíamos, pero sí eran respetuosos. Teníamos equipos deportivos femeninos de basquetbol y voleibol, y opciones como aerobics que estaban de moda y danza”, asegura.

Alguno compañeros de la generación 1986, treinta años después de haber egresado | Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

Recuerda al hermano Rodolfo González, conocido como “Fito”, que fue su titular en segundo “B” y en su opinión fue quien los unió.

“Él era joven y entendía el rollo. Un día hizo una fiesta de puros hombres, luego una de puras mujeres, y después hizo otra en la que nos juntó a todos. A partir de ahí ha sido una tradición que no se ha acabado. Yo lo disfruté mucho. Mi compañera María Isabel Fernández ahora es como mi hermana. Nos seguimos juntando cada cinco años y cada vez somos más. Somos una generación de 180 compañeros y nos hemos juntado más de cien”, concluye.

El edificio de la 25 Oriente 9, que alberga a la institución lasallista desde hace setenta y cuatro años, ha sido testigo del aprendizaje y de las vivencias de miles de estudiantes orgullosos de su formación académica.

El edificio construido en 1948, fue reconocido en 2021 por conservar y mantener vivas las características urbanas y arquitectónicas. Hoy forma parte de los 200 inmuebles con “valor artístico” del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).

El edificio construido en 1948, hoy forma parte de los 200 inmuebles con “valor artístico” del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura | Foto: José Luis Bravo | El Sol de Puebla

En febrero de 1949, los hermanos de la congregación lasallistas de Puebla, se establecieron de forma definitiva en el edificio que ocupa en la actualidad la institución, sobre la 25 Oriente, en El Carmen.

Desde entonces a la fecha, pasaron de impartir una educación tradicional a innovar la formación académica y, desde hace casi cinco décadas, imparten educación mixta. Kermeses, inauguraciones deportivas y fonomímicas, estas últimas con connotación nacional, formaron parte de las actividades que marcaron a decenas de generaciones e, incluso, a la juventud poblana de la época.


Por sus pasillos han circulado miles de estudiantes orgullosos de su formación académica | Foto: Cortesía Colegio Benavente

Lasallistas en los setenta

“Yo vivía en un rancho que está entre Tlapacoyan (Veracruz) y Martínez de la Torre (en el mismo estado). Era una vida padrísima y estábamos a una hora de la playa, pero cuando venimos a Puebla (1974-75) me gustó y me adapté de inmediato. Tenía 10 años cuando llegué y entré a estudiar al Colegio Benavente, en cuarto de Primaria, con Miss Carmela”, expone Carlos Macip Lanzagorta, quien se siente orgulloso de la formación lasallista que recibió.

Refiere que la unión entre los lasallistas es evidente y aunque no pertenezcas a la misma generación, todos se conocen y se llevan entre ellos.

“En segundo de secundaria me fui a estudiar a Estados Unidos y cuando regresé no me revalidaron el año, tuve que cursar pero ahora con la generación de abajo. Ellos son mis amigos y nos seguimos llevando: Víctor Ferez, Manolo Núñez, José Luis López Caso, Enrique Gasca, Fernando Rauch (Q.E.P.D.), Rafael Álvarez, Ernesto Zavaleta, el padre Ángel Espinosa de los Monteros y Hugo Valdés”, detalla.

Recuerda con mucho cariño al hermano Manuel Arróyave Ramírez, que fue el director del Benavente muchos años y titular de secundaria. Cuando él regresó del extranjero ya estaba Manuel Mijares Ferreira, un hermano lasallista muy querido por todos, pero también temido.

“Mijares nos traía en orden, era muy rudo y se sabía el nombre de todos. Siempre andaba con la Gertrudis, una regla grande que dolía, y a veces traía a la Filomena, una chiquita y delgada que ardía más. Nos pegaba con ellas o nos daba cachetadas. Siempre preguntaba: ‘¿Quién fue?’ y tenías que levantarte y decir que tú, y ¡órale! Te daba. En el Benavente el que hacía algo tenía que confesar lo que hizo porque era más fácil que te corrieran por no hacerte responsable de haber hecho algo, que por ser flojo”, señala.


El uniforme escolar era solo para usarse en ocasiones especiales, como la entrega de calificaciones semestrales, en las que al auditorio se llenaba con la presencia de los padres de familia.

“Las entregas de calificaciones con Mijares eran buenísimas, pero feas para quien no estudiaba. Decía: ‘Con una materia reprobada, fulano de tal, y con siete reprobadas, tal, ¡qué asco! Para qué viene a estudiar si no hace nada, cómo puede ser tan holgazán’”, recuerda riendo.

Antes de Mijares, el señor Bordes era el director de la secundaria y la encargada de la oficina era la Miss Queta. Dice que ella era brava, pero cuando llegó Mijares se enojaba y le decía: “Maltrata mucho a mis niños”.

Hermanos lasallistas: Antonio Carrillo, Manuel Arróyave, Manuel Mijares y Rodolfo González, “Fito” | Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

Carlos recuerda que ya en la prepa se iban de pinta o se fugaban de clases y no regresaban al colegio hasta la salida.

“Sabíamos cómo salirnos por la casa de los hermanos o por la puerta principal, siempre encontrábamos la forma. A veces íbamos al rancho (Los Gavilanes, hoy fraccionamiento) de mi compadre (José Luis). Nos íbamos a nadar o andar a caballo, a jugar tenis o póquer, pero siempre íbamos a tomar. A veces invitamos amigas que también se pelaban de clases, pero traíamos un desmadre avanzado y cuando ellas querían regresar no se podían ir porque antes no había nada por allá, era pura terracería”, rememora entre risas.

Recuerda con mucho agrado las actividades que el colegio hacía para recaudar fondos o para la convivencia familiar, porque era un colegio de varones y esas eran las ocasiones para conocer niñas.

“Nosotros felices porque iban todas las niñas del (Colegio) América, se ponían padrísimas las kermeses, las fonomímicas y las inauguraciones deportivas que eran de todo el colegio. Todos los salones teníamos dos equipos de fútbol, el de primera división y el de segunda, había una liga y cada año cambiábamos el uniforme y el nombre del equipo”, dice.

“Desfilaba todo el colegio, era como las olimpiadas. Cada equipo tenía una mascota y su madrina. Siempre elegíamos a la hermana guapa o prima de un amigo. Empezaba en la tarde y terminaba en la noche con fuegos artificiales”, puntualiza.

Además de los equipos deportivos, el colegio tenía un buen número de scouts que pertenecían al grupo 10 de Puebla y se distinguían por usar pañoleta amarilla y negra. Había “lobatos”, que eran los niños pequeños y la “tropa”, niños de 11 a 17 años.

El 14 de febrero de 1949 se estrenó el edificio que actualmente ocupa el plantel de la 25 Oriente 9. Contaba con primaria, secundaria e internado | Foto: Cortesía Colegio Benavente

La tradición del sistema

El Benavente y el América siempre tuvieron una gran conexión porque la mayoría de las hermanas o primas de los varones lasallistas estudiaban ahí. Era típico que, a la salida del colegio, llegaran a ligar o a echar novio, y hasta hacer travesuras.

Luis Miguel Argüelles Martínez ingresó al Benavente en 1970 y terminó sus estudios de prepa ahí mismo, en 1982. Recuerda que él, junto con sus amigos, iba a aventar huevos al América mientras las niñas estaban en recreo, sentadas en su círculo, como es tradición.


“Un día nos copiaron unos de secundaria, fueron a aventar huevos pero los cacharon. El señor Mijares fue a hablar con las monjas y al otro día llevó a esos chavos y los puso en un corredor frente a todas las niñas para cachetearlos uno por uno”, asegura, y agrega que en esa época la disciplina en el colegio era a base de golpes o te dejaban bajo el rayo del sol.

“Los papás estaban felices de que nos dieran disciplina así. Mi mamá le decía al profesor: ‘Qué bueno que le pega para que entienda este animal’ y ¡hasta me iba a acusar! Hoy a nadie se le ocurriría un sistema así, todos acabarían en el bote (en la cárcel)… Y encima uno tenía que dar las gracias después de que lo madreaban”, recuerda entre sorprendido y sonriente.

Aspecto de inauguración deportiva en la década de los ochenta | Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

Añade que cuando llegó Mijares fue una revolución porque, a pesar de que enseñaba a golpes, trajo muchas innovaciones, como el permitir la calculadora para los exámenes, que en dicho momento estaba prohibido. Señala que el hermano los marcó a todos de alguna manera. Para él nada era imposible. Era una persona muy culta que estimuló mucho la unidad y la competencia. Era alpinista y así murió, escalando en el Nevado de Toluca.

Argüelles refiere que lo más padre de haber estudiado con los lasallistas es que, además de preparación, había una identidad. Recuerda que cuando empezabas una libreta comenzaban a escribir con cuatro crucecitas arriba del lado izquierdo, cuyo significado era Jesús, José, María y San Juan Bautista de La Salle. Menciona que era una especie de código secreto y todavía hay mucha gente que lo hace.

Al salir de clases los alumnos del colegio se iban a la tienda de la tía pelos, que hacía tortas y estaba sobre la 2 sur, a la de Paco, donde fumaban y estaba en la privadita Durango. Y si alguien se caía mal, se iban a la salida a pelear al “parquecito” (sobre la 25 Oriente, pasando la 2 sur).

“Ya en prepa teníamos la puntada de ir al bar La Peña, que estaba sobre la 7 Poniente, esquina con 3 Sur, era de Petronio Sáenz Caballero de los Olivos, que estudió en el Benavente. Íbamos a agarrar la jarra jueves y viernes. Era un botanerito, al llegar te daban caldito de camarón, después papas con chorizo y ya, a la tercera copa, te daban caracoles panteoneros con mole. Eran buenísimos”, detalla.

En la preparatoria había que elegir un área coordinada por un hermano lasallista: Leyes estaba a cargo de Miguel Martínez, Ingeniería la llevaba John Marcogliese y el responsable de Medicina era Antonio Carrillo, que además estaba a cargo del auditorio.

Fonomímica del grupo Wham! con la canción “Wake me up before you go go” | Foto: Cortesía Víctor Barnica

El fenómeno de las "fonos" en los ochenta

Víctor Raúl Barnica Cruz nació en Puebla pero muy pequeño se fue a vivir a Honduras porque su papá era de ese país. Alrededor de 1975 regresó a México y entró al colegio Benavente porque su tío estudiaba ahí. Llegó a segundo de primaria pero tuvo que alcanzar a su generación con medio año.

“A lo largo de todos los años me empecé a hacer un lugar, siempre estuve en los primeros lugares del colegio, quería destacar en todo y el mismo colegio te daba esa motivación. La parte católica también ayudaba a que tuviéramos un acercamiento a Dios que no era común en Centroamérica”, manifiesta.


Recuerda que en primaria lo mandaban a competir en concursos estatales de conocimiento y era padrísimo. Asegura que en deportes el colegio nunca había ganado nada y cuando estaba en tercero de secundaria, con el señor Arróyave de director, salieron de Puebla a un torneo de fútbol en el que ganó su generación y eso fue en 1982.

“A partir de ahí el colegio se volvió potencia, porque los compañeros de otros equipos, como el basquetbol, se empezaron a motivar y también ganaron. Ibas a cualquier cancha y éramos el favorito. De tercero de secundaria a tercero de prepa no perdimos más que el nacional que fue en Oaxaca y del cual me dio mucho pesar no haber ido”, asegura.

Roberto Rodríguez, Víctor Barnica y Rodolfo Stolberg en la cabina de sonido del auditorio. | Foto: Cortesía Víctor Barnica

Víctor formó parte de la generación de alumnos que recuperaron las fonomímicas, que se habían perdido como concurso interno entre los alumnos, y les dieron un nuevo aire al presentarlas como espectáculos musicales para toda la sociedad. Se cobraba la entrada con un propósito.

En las fonomímicas los alumnos imitaban a su cantante o grupo favorito. Se convirtieron en un fenómeno en la ciudad al reunir a jóvenes de todos los colegios y adultos de todas las edades para presenciar un espectáculo musical de calidad que hizo vibrar a la sociedad poblana en la década de los ochenta.

“Cuando nosotros pasamos a prepa cancelaron las fonomímicas. Logramos recuperarlas en primero y segundo pero todavía como concurso. Un día pensamos en hacer un show de fonomímica y el señor Carillo nos dio chance, fue en tercero de prepa. Él me eligió a mí como organizador, yo creo porque era el más creativo, y a partir de ahí a eso me dedique”, subraya.

Compañeros de prepa que imitaron al grupo Wham!: Hugo Reyes, Javier Vázquez, Ricardo Espinosa, Germán Rodríguez, Max Galina, José y Manolo Brito| Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

Estaba el grupo creativo que encabezaba Víctor y los técnicos de luces, sonido y tramoya. Entre ellos Beto Rodríguez, Gerardo Grajales, Fernando Campos, Rodolfo Elguea, Pedro Suárez, Carlos Carreón, Gerardo González (la pájara) y Joaquín Buxade.

La encomienda se la tomaron de forma muy seria y profesional. Empezaron a hacer castings en los que podían participar los alumnos pero también las hermanas, primas o niñas de otros colegios.

“Se volvió un fenómeno. Veía los videos y me aprendía los pasos para los montajes, quién sabe cuántas videocaseteras eché a perder de regresar y adelantar. Los demás colegios empezaron a copiarnos pero no les salía igual, para empezar no tenían auditorio. Las niñas se esforzaban por entrar. Ensayamos todos los días, era un maldito porque exigía demasiado”, advierte.

Algunas fonomímicas fueron “All Night Long”, “Staying Alive”y “Triller”, espectáculos musicales que cimbraron los corazones de los poblanos que aun los guardan en la memoria como un evento de calidad.

Alumnos imitando a Journey con la canción “Don´t stop believin”. A la derecha, Víctor Barnica como Loverboy, canción “Working for the weekend”. | Foto: Cortesía Víctor Barnica

“La fono de Thriller comenzó explosiva con ‘Fiesta en América’ de Chayanne, que era Carlos Reyes, y terminó diez veces más con triller. Algunos compañeros que salían eran el Yuca, era Juan Gabriel; Pablo Arratia fue Tarzan Boy; la Pájara era Miguel Bosé; Carlos Carreón, Sergio Peregrina y Jaime Díaz de Ribera era colado del (Instituto) Oriente pero era nuestro brother y bailaba padrísimo así que era comodín. Las amigas del América nos ayudaban a maquillarnos y a peinarnos: Claudia Regagnon, Pipis Aguilar y Nancy Jiménez”, señala.

El dinero recaudado de las fonomímicas lo utilizaron para pagar la graduación de su generación en 1985, que fue en el Centro Mexicano Libanés.

“A Carrillo le daba mucha risa que nos contrataran del Benavente de Tehuacán para ir a dar un show de fonomímica. También para ir a dar un show Córdoba y fuimos a otro a Veracruz…Cuando nos graduamos las fonos continuaron como tres o cuatro años y una vez vino Gloria Calzada a conducirla”, recuerda.

Fonomímica de “Staying a live” | Foto: Cortesía Víctor Barnica


El fantasma del auditorio

Los hermanos lasallistas compraron el terreno para construir el nuevo colegio en los años treinta del siglo XX. El hermano Antonio Carrillo comentaba que a él le constaba que ahí en los alrededores se habían descubierto osamentas. Decía que ese terreno había formado parte del panteón de los carmelitas y habían encontrado cuerpos enterrados que parece habían sido víctimas de la epidemia del cólera que azotó a Puebla en el siglo XIX.



Esta aseveración la hizo cuando lo entrevistaron para un programa de televisión y aseguró que en el auditorio (construido en 1955), que estaba a su cargo, había una presencia fantasmal.

Muchos alumnos nunca creyeron esta versión pero los que hacían obras o participaban en el equipo técnico empezaron a vivir momentos desconcertantes.

Staff del auditorio. Gerardo Grajales, Fernando Campos y Joaquín Buxade / Silvio de Simone, Pedro Suárez, Rodolfo Elguea y Gerardo González “La pájara” | Fotos: Cortesía Víctor Barnica

“La historia de Pancholín (el fantasma) nadie más que Carillo se la sabía. Pero sí pasaban cosas, era una cantidad de ruidos y acciones raras. Se veían sombras, te escondían el micrófono, cuando ya no había gente ibas a apagar la luz y se escuchaba un golpe fuerte. El último siempre salía corriendo por el pasillo pegado al muro”, asegura Víctor quien recuerda una anécdota que sucedió cuando ellos estaban.

“Un día hubo una fiesta y le pidieron a Carrillo disfraces de romanos. Les dijo que a tal hora los veía en el gimnasio porque este se había vuelto el vestuario del auditorio. Esas dos personas llegaron y les entregaron los trajes. Al otro día regresaron y estaba Carrillo, entonces le agradecieron el préstamo de los disfraces. Él dijo ‘¿cómo?, ¿qué señor?’, porque se le había olvidado y no había ido a entregarlos. Estas personas le dijeron que un señor se los había dado”, puntualiza.

Grupo mixto de compañeros cuando se graduaron en 1986 | Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

La mirada femenina

Muchos de los colegios para señoritas que había en Puebla no tenían preparatoria por lo que cuando las chicas pasaban a ese grado se tenían que buscar una escuela nueva. A mediados de los setenta la prepa del Benavente se volvió mixta y gracias a la formación que ofrecía muchas lo escogieron.

Silvia Sotomayor Madrigal es sonorense y llegó a radicar a la Angelópolis a la edad de 12 años. Ingresó en secundaria al Colegio Puebla y cuando pasó a preparatoria eligió el Benavente.

“Sí fue un mundo diferente porque los niños se conocían de toda la vida y las mujeres éramos las abonadas. La mayoría veníamos de colegios como el Puebla, el Central, el Esparza, el Unión y muy pocas del América, que sí tenía prepa”, comenta.

Silvia Sotomayor con un grupo de compañeras de preparatoria | Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

“Sí se percibió el rollo de venir de escuela de puras mujeres y ellos de estudiar puros hombres. Fue como darles rienda suelta y no solo porque estábamos en la adolescencia, porque la primera semana todos eran novios y a la siguiente semana cambiaban. Yo no me sentía inmersa en ese mundo porque yo tenía novio y nunca tuve en el colegio”, subraya.

Asegura que, en términos generales, fue un ambiente de compañerismo padre aunque sí hubo niñas que sufrieron lo que hoy conocemos como bullying, porque no eran muy bonitas o no venían de colegios ‘buenos’.

“Cuando llegamos nos dieron la clásica plática de las niñas y los niños. En clases había hombres que hacían albures finos con los maestros que ni entendíamos, pero sí eran respetuosos. Teníamos equipos deportivos femeninos de basquetbol y voleibol, y opciones como aerobics que estaban de moda y danza”, asegura.

Alguno compañeros de la generación 1986, treinta años después de haber egresado | Foto: Cortesía Silvia Sotomayor

Recuerda al hermano Rodolfo González, conocido como “Fito”, que fue su titular en segundo “B” y en su opinión fue quien los unió.

“Él era joven y entendía el rollo. Un día hizo una fiesta de puros hombres, luego una de puras mujeres, y después hizo otra en la que nos juntó a todos. A partir de ahí ha sido una tradición que no se ha acabado. Yo lo disfruté mucho. Mi compañera María Isabel Fernández ahora es como mi hermana. Nos seguimos juntando cada cinco años y cada vez somos más. Somos una generación de 180 compañeros y nos hemos juntado más de cien”, concluye.

El edificio de la 25 Oriente 9, que alberga a la institución lasallista desde hace setenta y cuatro años, ha sido testigo del aprendizaje y de las vivencias de miles de estudiantes orgullosos de su formación académica.

El edificio construido en 1948, fue reconocido en 2021 por conservar y mantener vivas las características urbanas y arquitectónicas. Hoy forma parte de los 200 inmuebles con “valor artístico” del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).

El edificio construido en 1948, hoy forma parte de los 200 inmuebles con “valor artístico” del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura | Foto: José Luis Bravo | El Sol de Puebla

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