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A punto de esconderse el alba, los pobladores continúan con la tradición de evitar a toda costa caminar o rondar en las faldas del cerrito de San Miguel, en Atlixco. Los abuelos todavía advierten a los niños sobre un fenómeno curioso que sucede si eres travieso y pones demasiada atención al cielo, o quizás si solo tienes mala suerte.
Los mayores corretean a los niños y los apresuran a meterse en casa y les cuentan terribles sucesos que pasaron cuando ellos fueron niños.
—¡Son brujas! ¡Las mujeres feas son brujas!—, gritó Eufemia, de 84 años de edad, a dos chiquillos que no querían regresar a casa pese a la insistencia de su madre.
—Cuando tenía su edad, Pánfilo, mi hermano mayor, desobedeció a mi madre y fue allá, al cerrito—, les contó Eufemia, con voz agitada, a los niños, que, incrédulos, se detuvieron a escuchar su relato.
—Pánfilo y yo regresábamos a casa con un retazo de pan, que Panchita, nuestra madre, que Dios la tenga en su santa gloria, nos había encomendado. Pánfilo era muy atrabancado, inquieto. Vio en el cielo unas luces rojas. Las persiguió. ¡Yo le dije que no fuera! Jamás lo volvimos a ver.
¿Qué dice la leyenda?
—¡El demonio se suelta a las tres de la mañana! A esa hora, ellas le bailan y se tiran del cerrito convertidas en bolas de fuego-, gritaba Romina, una vieja que había quedado loca porque se le perdieron sus dos hijos pequeños. Desde entonces pregonaba por el pueblo tontería y media, o eso es lo que decía la gente de ella.
Pero, esa noche, después de los gritos de Romina, era una noche particular, pesada, como cuando uno va caminando y siente que se atraganta con su propio aire, como si la respiración no fuera suficiente, como si el mero hecho de existir incomodara.
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