/ viernes 12 de marzo de 2021

Adiós primo Alí | En la antesala del infierno

Hay muertes que duelen, pero la del miércoles por la noche sí me sacudió de pies a cabeza

Hay muertes que duelen, pero la del miércoles por la noche sí me sacudió de pies a cabeza.

Cuando escuché la voz de Isaías del otro lado del auricular llorando me decía que había pasado una tragedia en la familia, pensé en lo peor.

Jamás imaginé que fueras tú. Apenas alcanzó a articular palabras. Y me la soltó de golpe. “Alí acaba de morir en Monterrey”. ¡¡¡Qué!!! Fue mi grito como respuesta. “Sí, se nos acaba de ir Alí de un paro cardíaco”, confirmó.

Fue una noticia que me desgarró. Apenas ocho días antes había chateado con él, porque necesitaba dos números telefónicos de la familia.

Alí ya pasaba más tiempo en Veracruz, y acaba de inscribir al equipo del rancho -Rincón City, como le llamaba él- en la liga de veteranos Perfecto Vélez.

Ya su deseo era quedarse en Rincón, donde comenzaba a entrenar a un grupo de jóvenes, que buscaban seguir sus pasos, y para estar al pendiente de su papá -mi tío Kike- que desde hace ya varios años ha tenido complicaciones de salud.

Cómo no va a doler la muerte repentina, de un hombre que vino desde abajo, que se preparó desde pequeño allá en el rancho, que venció situaciones precarias, y logró que allá por 1978 los Cafeteros de Córdoba -vía Andrés Gutiérrez Delfín- lo firmaran para su organización.

Pensar que un año antes -1977- disfrutamos juntos, en la tele en blanco y negro en casa del profesor Jaime Lagunes -gran amigo de todos- esa final de Liga Mexicana entre Tecolotes y Diablos; y al siguiente ya andabas en Matamoros en la sucursal de los Cafeteros de Córdoba, donde fuiste marcado de inmediato como el sucesor de Gener Rivero.

Cómo no va a doler, si te vi entrenar, siendo yo niño, en esos arenales que estaban cerca de la casa de nuestra abuela, donde corrías y corrías para fortalecer tus piernas.

Cómo no va a doler, si en 1979 acompañé a mi tío, a mis escasos 12 años, para verte ya vestido en la franela de los Cafeteros, enfundado en ese uniforme con el número 12 a tus espaldas que siempre te acompañó.

Cómo no va a doler, si fuiste nuestra máxima inspiración, y era un deleite escuchar los juegos cuando ya estabas con los Tecolotes, y las entrevistas que te hacía Rafael Vergara Garnica cada vez que visitabas el viejo parque Deportivo Veracruzano para enfrentar al Águila de Veracruz.

Después tu paso por la ANABE, equipo al que llevaste a jugar a La Palma dentro de una campaña para reunir fondos, y donde te pude acompañar en diversos juegos durante las dos temporadas que estuviste en la Liga Nacional: primero en Veracruz, y más tarde nos reencontramos en Puebla, donde me colaba contigo hasta el dugout y desde allí disfrutaba los partidos.

Cómo no va a doler, si tu regreso a la Liga Mexicana en 1983 con los Sultanes de Monterrey fue a la par de mis inicios dentro de la crónica deportiva; y cuando Puebla volvió a tener beisbol en 1985, nos volvimos a reencontrar. Tú, como siempre, en las paradas cortas, y ahora un servidor, en el palco de prensa.

Cómo no va a doler, si a partir de entonces seguí cada una de tus actuaciones, hasta que decidiste poner fin a tu carrera de 13 campañas en 1993 cuando estabas con Aguascalientes, después de tu paso por Diablos, Saltillo y un leve regreso a Sultanes, a los 36 años de edad, cuando para mi gusto te quedaba mucho camino todavía como pelotero.

Cómo no va a doler, si me tocó cargar a tu primer hijo cuando visitaste Puebla, ya enfundado en el uniforme de los Diablos, en tu única campaña en 1986; nos tocó vernos en la postemporada donde Ángeles Negros eliminó a los Escarlatas, y más tarde en la final contra Sultanes te encontré hospedado en el hotel sede, porque el departamento aún lo ocupaba uno de tus compañeros de los Fantasmas que estaba en la final.

Cómo no va a doler, si tu fuiste mi estandarte y todo mundo me ligaba contigo durante todas y cada una de mis coberturas beisboleras que he realizado desde 1983 a la fecha.

Cómo no va a doler, si todavía recordamos tus saltos festejando cuando en el lejano febrero de 1986 los Águilas de Mexicali ganaron apenas la segunda Serie del Caribe en la historia para México.

Me decías, “no jugué, pero lo disfruté como nadie”, recordando aquel episodio.

Hoy, querido primo hermano, todos tus proyectos se quedan truncados. A tus 63 años tenías grandes planes para regresar a tus raíces, apoyar a jóvenes y veteranos de la región. Porque el beisbol siempre estaba pegado en tu sangre, y a tu edad, todavía seguías jugando de maravilla y haciendo lances de antología, ahora en la segunda base.

Duele tu partida querido primo hermano Alí Uscanga; y duele más porque te veías entero, lleno de vida, siempre con tu sinigual carcajada, que contagiaba a kilómetros de distancia.

Hoy solo te nos adelantas, pero en tus amigos -que son cientos- y tu familia, dejas un terrible dolor, de esos que taladran en lo más profundo y en lo más recóndito del alma.

Hasta siempre Siqui, como te decíamos en la familia; hasta siempre, querido primo hermano.

Hay muertes que duelen, pero la del miércoles por la noche sí me sacudió de pies a cabeza.

Cuando escuché la voz de Isaías del otro lado del auricular llorando me decía que había pasado una tragedia en la familia, pensé en lo peor.

Jamás imaginé que fueras tú. Apenas alcanzó a articular palabras. Y me la soltó de golpe. “Alí acaba de morir en Monterrey”. ¡¡¡Qué!!! Fue mi grito como respuesta. “Sí, se nos acaba de ir Alí de un paro cardíaco”, confirmó.

Fue una noticia que me desgarró. Apenas ocho días antes había chateado con él, porque necesitaba dos números telefónicos de la familia.

Alí ya pasaba más tiempo en Veracruz, y acaba de inscribir al equipo del rancho -Rincón City, como le llamaba él- en la liga de veteranos Perfecto Vélez.

Ya su deseo era quedarse en Rincón, donde comenzaba a entrenar a un grupo de jóvenes, que buscaban seguir sus pasos, y para estar al pendiente de su papá -mi tío Kike- que desde hace ya varios años ha tenido complicaciones de salud.

Cómo no va a doler la muerte repentina, de un hombre que vino desde abajo, que se preparó desde pequeño allá en el rancho, que venció situaciones precarias, y logró que allá por 1978 los Cafeteros de Córdoba -vía Andrés Gutiérrez Delfín- lo firmaran para su organización.

Pensar que un año antes -1977- disfrutamos juntos, en la tele en blanco y negro en casa del profesor Jaime Lagunes -gran amigo de todos- esa final de Liga Mexicana entre Tecolotes y Diablos; y al siguiente ya andabas en Matamoros en la sucursal de los Cafeteros de Córdoba, donde fuiste marcado de inmediato como el sucesor de Gener Rivero.

Cómo no va a doler, si te vi entrenar, siendo yo niño, en esos arenales que estaban cerca de la casa de nuestra abuela, donde corrías y corrías para fortalecer tus piernas.

Cómo no va a doler, si en 1979 acompañé a mi tío, a mis escasos 12 años, para verte ya vestido en la franela de los Cafeteros, enfundado en ese uniforme con el número 12 a tus espaldas que siempre te acompañó.

Cómo no va a doler, si fuiste nuestra máxima inspiración, y era un deleite escuchar los juegos cuando ya estabas con los Tecolotes, y las entrevistas que te hacía Rafael Vergara Garnica cada vez que visitabas el viejo parque Deportivo Veracruzano para enfrentar al Águila de Veracruz.

Después tu paso por la ANABE, equipo al que llevaste a jugar a La Palma dentro de una campaña para reunir fondos, y donde te pude acompañar en diversos juegos durante las dos temporadas que estuviste en la Liga Nacional: primero en Veracruz, y más tarde nos reencontramos en Puebla, donde me colaba contigo hasta el dugout y desde allí disfrutaba los partidos.

Cómo no va a doler, si tu regreso a la Liga Mexicana en 1983 con los Sultanes de Monterrey fue a la par de mis inicios dentro de la crónica deportiva; y cuando Puebla volvió a tener beisbol en 1985, nos volvimos a reencontrar. Tú, como siempre, en las paradas cortas, y ahora un servidor, en el palco de prensa.

Cómo no va a doler, si a partir de entonces seguí cada una de tus actuaciones, hasta que decidiste poner fin a tu carrera de 13 campañas en 1993 cuando estabas con Aguascalientes, después de tu paso por Diablos, Saltillo y un leve regreso a Sultanes, a los 36 años de edad, cuando para mi gusto te quedaba mucho camino todavía como pelotero.

Cómo no va a doler, si me tocó cargar a tu primer hijo cuando visitaste Puebla, ya enfundado en el uniforme de los Diablos, en tu única campaña en 1986; nos tocó vernos en la postemporada donde Ángeles Negros eliminó a los Escarlatas, y más tarde en la final contra Sultanes te encontré hospedado en el hotel sede, porque el departamento aún lo ocupaba uno de tus compañeros de los Fantasmas que estaba en la final.

Cómo no va a doler, si tu fuiste mi estandarte y todo mundo me ligaba contigo durante todas y cada una de mis coberturas beisboleras que he realizado desde 1983 a la fecha.

Cómo no va a doler, si todavía recordamos tus saltos festejando cuando en el lejano febrero de 1986 los Águilas de Mexicali ganaron apenas la segunda Serie del Caribe en la historia para México.

Me decías, “no jugué, pero lo disfruté como nadie”, recordando aquel episodio.

Hoy, querido primo hermano, todos tus proyectos se quedan truncados. A tus 63 años tenías grandes planes para regresar a tus raíces, apoyar a jóvenes y veteranos de la región. Porque el beisbol siempre estaba pegado en tu sangre, y a tu edad, todavía seguías jugando de maravilla y haciendo lances de antología, ahora en la segunda base.

Duele tu partida querido primo hermano Alí Uscanga; y duele más porque te veías entero, lleno de vida, siempre con tu sinigual carcajada, que contagiaba a kilómetros de distancia.

Hoy solo te nos adelantas, pero en tus amigos -que son cientos- y tu familia, dejas un terrible dolor, de esos que taladran en lo más profundo y en lo más recóndito del alma.

Hasta siempre Siqui, como te decíamos en la familia; hasta siempre, querido primo hermano.

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