A dos años de la detección del primer caso de Covid-19 en Puebla, la sociedad se vio obligada a avanzar a la par de una segunda epidemia: la desatención de la salud mental.
Pese a que las consecuencias parecen ser invisibles, Ericka Ileana Escalante Izeta, doctora en Pedagogía por la Universidad de Granada, España, y coordinadora de la Maestría en Desarrollo Humano en la Universidad Iberoamericana Puebla, afirma en entrevista que la crisis de la salud emocional ha aumentado gravemente la incidencia de padecimientos cognitivos en la población, e incluso ha disparado la violencia a niveles peligrosos. Alerta que el problema puede empeorar antes de mejorar.
Fue el 10 de marzo de 2020 cuando se informó del primer contagio de Coronavirus Covid-19 en la entidad. Desde entonces, el miedo, la frustración y la desesperanza se han colocado como sentimientos generalizados en el sentir colectivo en los años de confinamiento: “El miedo ha sido la gran pandemia de esta época”, asevera la especialista.
Una vez iniciada la transmisión comunitaria surgió el deseo de finalizar la pandemia en unos meses. No se cumplió. En el auge de las vacunas, la espera para recibir el fármaco fue mayor a lo esperado, dejando a muchas personas fallecidas incluso sin ser inoculadas. Una vez vacunada la población, nuevas cepas del SARS-CoV-2 amenazaron la contención del virus, sometiendo a la población a vivir bajo una desilusión constante y dañina.
Aunado a ello, la exposición permanente a las noticias relacionadas al virus, a través de medios de comunicación y redes sociales, principalmente, hizo que todo girara en torno a la enfermedad, llevando el tópico a una normalización inminente: “Lo peor no es sólo normalizarlo, sino también que lo empezamos a ver más cerca (...). Cuando [el virus llegó] a casa nos dio el susto [y] nos pasó muy cerquita”.
Y aunque la detección de esos sentimientos no asegura ningún diagnóstico clínico definitivo, la especialista externa que, de ampliar la accesibilidad de los servicios de salud mental a toda la población, podrían detectarse resultados alarmantes, pues sostiene que la evidencia observada al momento indica que, durante estos dos años, se ha disparado la incidencia en la detección de padecimientos como ansiedad y depresión.
Explica que, en gran medida, este aumento de pacientes con trastornos asociados a la salud mental se debe al aislamiento que ha cercado las capacidades humanas de contacto social, esencialmente, y que al mismo tiempo incita también a comportamientos violentos: “Eso va de la mano, no sólo de consecuencias psicológicas, sino también [en] relaciones, por eso se han disparado las violencias domésticas y comunitarias”.
Además de las violencias que atentan contra terceros, la poca atención que se la ha dado a la estabilidad anímica y cognitiva ha traído consigo un aumento en los casos de suicidio y de autolesiones, fija Escalante Izeta.
La investigadora reconoce que, aunque las afectaciones a la salud mental han impactado a la totalidad de personas, las poblaciones jóvenes y adultas han sido golpeadas aún más por la crisis.
En ese sentido, otro de los padecimientos que ha sometido a esos grupos demográficos específicamente, además de la ansiedad y la depresión, ha sido la neurosis noógena.
Este trastorno se caracteriza por la presencia de aburrimiento, sensación de frustración, y sensación de vacío: “Se siente [como] si tu vida no tuviera sentido y no valiera nada”. Además de las afectaciones emocionales, esta neurosis ha causado problemas psicosomáticos como migraña, dermatitis, y daños gástricos.
Aunque no existe una fórmula de transmisión de estos padecimientos emocionales, la académica fija que, al formar parte de un sistema, generalmente los cambios en una persona tienen repercusiones colectivas, por ello explica que esos mismos sentimientos parecen ser percibidos por otros.
Para conocer más sobre las vivencias individuales durante la pandemia de Covid-19, este medio contactó a un puñado de poblanos que compartieron cuáles han sido los estragos anímicos y emocionales que han experimentado desde marzo de 2020 a la fecha.
ANDREA, COMUNICÓLOGA
A Andrea Soto Valerio le llegó la pandemia de Covid-19 cuando cursaba sus últimos semestres de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Para ella fue especialmente difícil tener que adaptarse a la educación a distancia y atender las necesidades de su hogar, simultáneamente. Su madre padece esclerosis múltiple y desde hace dos años tuvo que interrumpir sus procesos terapéuticos, trayendo una gran carga de responsabilidades para ella.
El encierro no sólo provocó la desestabilidad médica de su mamá, también ocasionó que se alejara incluso de sus familiares y amistades cercanas bajo el temor de contagiarse y transmitir el virus a sus padres: “Dejé de ver a mis hermanos [porque teníamos] miedo de que se llegara a enfermar mi mamá o mi papá, porque ya son personas de la tercera edad (...). Nos volvimos más reservados”, asevera la joven.
Andrea experimentó su primera crisis de ansiedad durante la pandemia. Y aunque ella nunca se contagió de Covid-19, el pavor de llevar el virus a casa era latente cada vez que salía de su hogar; el temor aumentó cuando iniciaron los contagios en su colonia: “No sabía quién estaba contagiado”, expone.
Aún después de dos años, e incluso una vez inoculados ella y sus padres contra SARS-CoV-2, la ansiedad de saludar de beso e incluso de abrazar a su familia sigue siendo un miedo irremediable, confiesa.
Por su parte, la relación con su familia también se vio afectada: “La dinámica entre mis padres y yo cambió (...). El encierro ya nos tenía hartos y ya no nos aguantábamos entre sí. Era muy explosiva nuestra actitud y eso nos afectó muchísimo. A cada ratito teníamos discusiones”.
Incluso, señala que antes de que el virus afectara su vida, ella recibía consejería psicológica en su universidad [Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP)], por lo que considera, su estabilidad emocional iba en mejoría entonces, pues presume que era paciente y empática; sin embargo, a consecuencia del encierro dejó de recibir ese acompañamiento profesional y no ha recibido otro en estos dos años: “Me volví más explosiva y temperamental”, añade.
Buscar ayuda psicológica no es una opción viable en este momento, pues al momento de priorizar las necesidades en su hogar ella decidió pagar las terapias de su madre, en lugar de las suyas, por esa razón lamenta que exista una brecha de accesibilidad a los servicios de salud mental, siendo estos un lujo para muchos, puntualiza.
Aunado a esa crisis, la egresada de Comunicación enfrentó una pérdida irreparable: la muerte de su abuela. Esto solo empeoró su situación, pues al atravesar por el duelo, los ataques de ansiedad fueron constantes y crecientes: “Fue muy doloroso asimilar la muerte de una persona que estuvo conmigo durante mis 22 años de vida”, admite.
DANIEL, PSICÓLOGO
Daniel Silverio Zempoaltécatl es psicólogo forense adscrito al Poder Judicial del Estado de Puebla. Él adquirió su empleo recientemente, pues en abril de 2020 lo despidieron de su antiguo trabajo. Posterior a ello, enfermó gravemente de Covid-19, por lo que, aunado a la presión de no generar ingresos, el temor a presentar un cuadro agudo del padecimiento aumentó sus niveles de frustración y ansiedad.
El dinero que ahorró al laborar fue usado en su totalidad para el pago de su tratamiento contra SARS-CoV-2. Por esa razón, solicitó apoyo económico a su familia, quien accedió solidariamente a ayudarlo, sin embargo, Daniel Silverio reconoce que ese mismo acercamiento provocó tensiones con sus seres queridos, generando un particular daño emocional para él.
Otro de los problemas que el profesionista enfrentó en estos dos años fue el de carecer de seguridad social. Después de haber sido despedido, él sabía que contar con un seguro médico sería fundamental, sobre todo ante la crisis que vivió, sin embargo, tuvo que avanzar sin ese servicio.
Esto pronto traería consecuencias para él, pues en agosto de 2021 tenía que ser intervenido quirúrgicamente y la gran mayoría de hospitales públicos disponibles sólo atendían a pacientes enfermos de Covid-19. Después de un largo camino de incertidumbre, y sin éxito en los centros de salud pública, finalmente recibió la atención médica en el Hospital Christus Muguerza de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).
Una vez superada la crisis en su salud física, Daniel Silverio obtuvo un nuevo empleo. A partir de entonces, empezó a atender finalmente su salud mental, pues reconoce que tanto la ansiedad como la distimia ya empezaban a generarle trastornos alimenticios y desórdenes emocionales.
Recientemente inició dos procesos terapéuticos: uno con su psiquiatra y otro con su psicólogo. Aunque asegura que no ha sido sencillo vivir estos dos años de pandemia sometido a una serie de eventos catastróficos, por ello le ha servido priorizar su bienestar general, incluso antes de sus expectativas laborales: “Aprendí a darme mi tiempo y un espacio personal”.
Las secuelas que el confinamiento ocasionó en él han sido tales que el simple hecho de estar expuesto a noticias o historias dramatizadas sobre pandemias globales le causaron graves episodios de ansiedad. Ahora, como herramienta terapéutica, decide leer historias donde elementos como el cubrebocas y los virus simplemente no existen.
WILLIAM, MERCADÓLOGO
William Jiménez Alcalá, licenciado en Mercadotecnia, padeció Covid-19 en septiembre de 2021. Después de haber enfrentado los efectos graves del SARS-CoV-2 reconoce que el término ‘nueva normalidad’ le provoca pensar en falsas expectativas, además de que asume que muchas personas lo utilizan como justificante para descuidar las medidas de protección sanitaria: “No me gusta el término, siento que no está muy adaptado a lo que realmente es o será”.
Con base en su experiencia, la visión de ‘nueva realidad’ impide que la gente tome responsabilidad de su salud física y emocional. En su caso, aunado a los síntomas críticos de la enfermedad, su fuente de ingresos se vio gravemente afectada, al punto de desencadenar un cuadro de depresión, confiesa.
NUEVA NORMALIDAD
La doctora Escalante Izeta niega rotundamente que el término ‘nueva normalidad’ tenga que ser validado o acuñado como una forma para mirar al futuro con esperanza. Al hacerlo de esta forma, la sociedad solo se rehúsa a sí misma a formar parte de un proceso inédito en la historia humana: “No nos damos cuenta que estamos viviendo una etapa histórica (...) en la que después de una pandemia mundial (...) somos sobrevivientes”, insiste.
Por su parte, Dulce María Judith Pérez Torres, doctora en Pedagogía por la UPAEP, refiere en entrevista que la conocida ‘nueva normalidad’ no es más que una muestra de la capacidad de resiliencia humana ante las adversidades.
“Ese concepto de nueva realidad está tomando una nueva connotación para todos nosotros. Yo no sé si la nueva normalidad será cuando nos quiten el cubrebocas o cuando estemos vacunados cada año (...). La mayoría de la gente aspira a que nos [pongan] la última vacuna y nos digan ‘esta enfermedad se volvió endémica’”, encuadra.
SE REQUIERE COHESIÓN SOCIAL
Escalante Izeta, académica de la Ibero Puebla, asegura que el Estado debe ser precursor de una cohesión social, desde el acceso a la salud emocional, antes de que sea demasiado tarde: “No hay ninguna política que fomente la salud mental (...) o la participación comunitaria, mismas que tendrían que ser cosas básicas que se tendrían que promover como políticas públicas (...). [Tenemos] que ir construyendo más cohesión social”, insiste.
Las especialistas consultadas por este medio coinciden en que en esta nueva etapa histórica se requiere de resiliencia y voluntad de cambio. Para hacer frente a las secuelas emocionales de la enfermedad, la desestabilización de la cotidianidad individual, e incluso el duelo, es necesario evaluar nuestra historia y tomar acción por nuestra salud mental.
“Es momento de ir cerrando ciclos, haciendo despedidas. Nos tenemos que despedir de esta etapa de miedo y de encierro. Cuando cerremos este ciclo podremos comenzar uno nuevo, para iniciar a redefinirnos”, agrega Ericka Escalante.
Finalmente, Pérez Torres invita a caminar con responsabilidad, y preferentemente con acompañamiento psicoemocional, los procesos de adaptación y duelo que ponen a prueba a la población continuamente: “Tal vez antes de la pandemia éramos felices y no lo sabíamos (...) [pero] aprendimos a ser resilientes ante las pérdidas (...) y a cuidarnos entre nosotros (...), porque muchas de las personas que vimos por última vez [hoy ya no están]”.