Habilitados en pequeños espacios, los talleres familiares que han prosperado gracias a los tradicionales carnavales, guardan piezas de arte que cada año lucen en las danzas y bailables que se desarrollan inmediatamente antes de la cuaresma católica en las calles de las ciudades.
En ese municipio los artistas - y hay quien se considera artesano- convierten las telas, los hilos o las chaquiras en coloridas túnicas, gaznes, tocados con plumas, sombreros de palma, chaquetines, capuchas o zapatos; y piezas de madera de cedro o colorín en máscaras de “vasallos”.
Pablo Romero González es escultor de máscaras para el carnaval y trabaja actualmente con la tercera generación de danzantes, es decir, con los nietos que su abuelo Alberto Romero tenía como clientes.
Desde la cochera de su casa, que ha habilitado como taller para esta temporada de carnavales, elaboraba 40 máscaras de madera de cedro, como encargo de integrantes de cuadrillas, cada una con un valor de 5 mil pesos, porque no existen muchos como él, pues alrededor de 10 personas son perfectos escultores en el estado de Puebla, según comentó.
Una máscara, sin embargo, puede alcanzar un valor de 50 mil pesos si tiene décadas de antigüedad y su vida útil alcanza los 100 años. Hay danzantes que buscan reproducir la pieza que usaba su abuelo o alguno de sus ancestros, que Romero imita de forma idéntica, por eso es conocido, aunque también puede elaborar máscaras con rostros de algún artista famoso, pero por pedido.
Sin embargo, su trabajo actual es convertir trozos de madera en máscaras para los carnavales, aunque no el de Huejotzingo sino los que se llevan a cabo en la ciudad de Puebla y en algunas regiones de Tlaxcala, ya que las de este municipio se elaboran con piel como material base; no obstante, el resto del año se dedica a crear esculturas religiosas de madera, cuadros al óleo o a dar mantenimiento a figuras sacras en un taller rodante.
Este hombre de 35 años de edad es originario de Veracruz y aprendió el oficio a la edad de 16 años cuando se mudó con su abuelo al estado de Tlaxcala, en donde vendía máscaras para el carnaval, posteriormente, en el año de 1995 se instaló en ese municipio en el estado de Puebla desde donde elabora las tradicionales piezas de estas festividades.
La idea de Romero es que sus hijos continúen el oficio que inició su abuelo, ya que, de 40 nietos, fue el único que continuó el trabajo, pues como él mismo lo dijo, “no es fácil que alguien tenga el talento” para ser un artista, aunque su risa tímida delata que aún no se considera uno, a pesar de que sus manos trabajen con maestría el tallado de madera.
LOS VESTIDOS
Una familia que ha encontrado una forma de vida en la confección de trajes típicos de zapadores, zacapoaxtlas, indios serranos y turcos es la de Silvia Ibarra Cortés, pues actualmente 10 personas tienen todo el año empleo porque el pequeño taller que tiene 20 años de existencia, ha encontrado un sistema que permite a los clientes adquirir su traje y a éste tener ingresos financieros constantes.
Las hijas de Ibarra, los yernos y sus sobrinos trabajan para elaborar diferentes accesorios de un traje, que puede alcanzar un precio hasta de 40 mil pesos, porque una sola pieza se lleva días de trabajo porque toda la pedrería y los dibujos en hilo se trabajan de manera manual y es, por tanto, una obra de artesanía, dijo la mujer que tiene 47 años de edad y más de 20 aportando al carnaval de Huejotzingo.
En los pasillos de su local se exhiben los sombreros de los indios o los zacapoaxtlas, y los accesorios más elaborados en vitrinas como las túnicas, gaznes o tocados con plumas, y el precio por pieza es elevado pues una túnica puede tener un costo hasta de 6 mil pesos, un sombrero de turco 500 pesos y los zapatos hasta mil 500 pesos.
EL APRENDIZAJE
Ibarra Cortés no tuvo la oportunidad de tener a un familiar que le enseñara a elaborar los vestidos típicos del carnaval, a diferencia de Romero, por lo que ella representa a la primera generación que se mantiene gracias al tradicional carnaval que iniciará este sábado y permanecerá hasta al martes, un día antes del denominado miércoles de ceniza.
Esta madre de familia inició su empresa cuando a los 20 años de edad tomó un curso de corte y confección en la Casa de Cultura del municipio, pero trabajaba de manera esporádica y fue hasta que se casó cuando retomó los conocimientos y los aplicó.
“En ese lapso -20 años- fui echando a perder, fui modificando, fui creando, fui innovando. No son diferentes –los trajes-, pero sí son únicos porque son personalizados porque cada cual tiene su historia, no es como una computadora que se programa, sino que estos tienen su parte personalizada”, destacó en entrevista y dijo que los dedicados, como ella, a la elaboración de trajes son celosos con sus conocimientos, por lo que tuvo que aprender a hacerlos sola.
La idea de Ibarra, así como la de Romero, es que sus hijos continúen el trabajo, pues para la madre de familia, aunque tiene hijas profesionistas, el campo laboral es difícil y en el taller, que piensa colarlo algún día, hay ingresos constantes, aunque reconoció que este 2019 fue complicado porque algunos de sus clientes no han tenido la capacidad financiera de liquidar sus pedidos.
EL CARNAVAL
Se dice que a finales del siglo XVIII y principios del XIX jinetes bajaron de los cerros con mosquetes, disparando a los zapadores, quienes vigilaban el ahora Ayuntamiento de Huejotzingo, pues la intención era que el bandido noble Agustín Lorenzo se robara a la bella hija del corregidor de ese municipio, a quien él amaba. Logró su cometido, pero días después los zapadores quemaron la choza donde vivían los enamorados.