/ viernes 11 de mayo de 2018

Aún en otra vida, mamás reciben flores y serenata

“Ella era todo nuestro universo, nuestro centro”

“Aunque es el día de las mamis, tenemos que estar pendientes”. En ausencia de sus tres hijos, Manuel Rosas asume la responsabilidad cada 10 de mayo de comprar flores para su esposa Martha y llevárselas hasta su tumba.

Manuel acude solo al panteón Valle de Los Ángeles. Sosteniendo una cubeta con agua y un ramo de flores, avanza con dificultad por el pasto hasta una lápida blanca. “A ella le gustaban mucho las rosas”, aclara.

-¿Cómo se llamaba ella?

-No, no, se llama. Yo hablo siempre en presente, ella vive conmigo, platico con ella, peleo con ella. Le digo, “oye, mi reina, ¿qué?, ¿yo voy a hacer de guisar?”.

Martha Tlacuilo murió hace casi seis años pero Manuel, tras 48 años de matrimonio, mantiene vivo su recuerdo, especialmente cada Día de la Madre, una de las celebraciones favoritas de la familia. “Hacíamos una fiestecita que nos amanecíamos al día siguiente, eran las 5 o 6 de la mañana y todavía estábamos ahí, en una situación tranquila pero bailando, degustando, tranquilos en la casa”, recuerda.

Entonces estaban presentes sus tres hijos, ahora ya no. Entre el trabajo y los ocho nietos les resulta difícil, justifica Manuel, escaparse un rato al panteón. Este 10 de mayo el recinto estaba, sin embargo, bastante concurrido.

“ELLA ERA TODO NUESTRO UNIVERSO, NUESTRO CENTRO”

La música clásica de una orquesta, las charlas de los promotores de ventas de Valle de Los Ángeles y el ruido de una podadora acompañaban a los poblanos entre flores cortadas y cubetas de agua. Desde hace casi tres décadas, José Ángel Orea realiza cada 10 de mayo la misma travesía hacia una tumba, desecha las rosas secas y limpia las letras grabadas en la piedra. Su madre, Paula, murió cuando todavía no había cumplido la mayoría de edad.

“Recuerdo que como yo era aún chiquito le daba por el día de la Madre regalos que mi padre o mis hermanos compraban”, sonríe, ante la atenta mirada de Jessica, su hija de 17 años, y de su esposa, María del Rocío. “Ella era todo nuestro universo, nuestro centro, era todo en ese momento”.

A pesar del dolor por perder a la mamá, ayer se vivía un ambiente festivo en el panteón Valle de los Ángeles. Muchos niños acompañaban a sus padres, recordando muchas veces a las abuelas que no conocieron. “Es como una cadenita, si ellos ven que venimos acá, ellos también van a hacer lo mismo cuando ya estén grandes”, confía Patricia, quien acudió con sus nietos a visitar a su madre Teresa, fallecida en septiembre. “Yo creo que debe ser todos los días el día de las mamás, pero todo se festeja”.

Menos de cinco meses después de su fallecimiento, el esposo, dos de sus cinco hijos y varios nietos de Ninfa Rodríguez se acercaron ayer de nuevo a su tumba, decorada con flores y rehiletes. “Solíamos ir a visitarla y hacerle la comida, le gustaba mucho el camarón, el marisco. Era muy contenta, muy feliz, siempre estaba pendiente de nosotras”, rememora Socorro Lara, su hija. “Es una mezcla de tristeza porque ya no está con nosotros, pero de alegría porque recordamos todos”.

A pesar de celebrar también ayer ella y su hermana el día de la Madre, prefirieron acudir al panteón con todos sus hijos. “Queremos que nunca se olviden de su abuelita, de nosotras como madres, que todo se los hemos dado cuando se puede”, explica Jeannette Lara. “Que no nada más se necesita ser 10 de mayo para querer a la mamá”.

“Aunque es el día de las mamis, tenemos que estar pendientes”. En ausencia de sus tres hijos, Manuel Rosas asume la responsabilidad cada 10 de mayo de comprar flores para su esposa Martha y llevárselas hasta su tumba.

Manuel acude solo al panteón Valle de Los Ángeles. Sosteniendo una cubeta con agua y un ramo de flores, avanza con dificultad por el pasto hasta una lápida blanca. “A ella le gustaban mucho las rosas”, aclara.

-¿Cómo se llamaba ella?

-No, no, se llama. Yo hablo siempre en presente, ella vive conmigo, platico con ella, peleo con ella. Le digo, “oye, mi reina, ¿qué?, ¿yo voy a hacer de guisar?”.

Martha Tlacuilo murió hace casi seis años pero Manuel, tras 48 años de matrimonio, mantiene vivo su recuerdo, especialmente cada Día de la Madre, una de las celebraciones favoritas de la familia. “Hacíamos una fiestecita que nos amanecíamos al día siguiente, eran las 5 o 6 de la mañana y todavía estábamos ahí, en una situación tranquila pero bailando, degustando, tranquilos en la casa”, recuerda.

Entonces estaban presentes sus tres hijos, ahora ya no. Entre el trabajo y los ocho nietos les resulta difícil, justifica Manuel, escaparse un rato al panteón. Este 10 de mayo el recinto estaba, sin embargo, bastante concurrido.

“ELLA ERA TODO NUESTRO UNIVERSO, NUESTRO CENTRO”

La música clásica de una orquesta, las charlas de los promotores de ventas de Valle de Los Ángeles y el ruido de una podadora acompañaban a los poblanos entre flores cortadas y cubetas de agua. Desde hace casi tres décadas, José Ángel Orea realiza cada 10 de mayo la misma travesía hacia una tumba, desecha las rosas secas y limpia las letras grabadas en la piedra. Su madre, Paula, murió cuando todavía no había cumplido la mayoría de edad.

“Recuerdo que como yo era aún chiquito le daba por el día de la Madre regalos que mi padre o mis hermanos compraban”, sonríe, ante la atenta mirada de Jessica, su hija de 17 años, y de su esposa, María del Rocío. “Ella era todo nuestro universo, nuestro centro, era todo en ese momento”.

A pesar del dolor por perder a la mamá, ayer se vivía un ambiente festivo en el panteón Valle de los Ángeles. Muchos niños acompañaban a sus padres, recordando muchas veces a las abuelas que no conocieron. “Es como una cadenita, si ellos ven que venimos acá, ellos también van a hacer lo mismo cuando ya estén grandes”, confía Patricia, quien acudió con sus nietos a visitar a su madre Teresa, fallecida en septiembre. “Yo creo que debe ser todos los días el día de las mamás, pero todo se festeja”.

Menos de cinco meses después de su fallecimiento, el esposo, dos de sus cinco hijos y varios nietos de Ninfa Rodríguez se acercaron ayer de nuevo a su tumba, decorada con flores y rehiletes. “Solíamos ir a visitarla y hacerle la comida, le gustaba mucho el camarón, el marisco. Era muy contenta, muy feliz, siempre estaba pendiente de nosotras”, rememora Socorro Lara, su hija. “Es una mezcla de tristeza porque ya no está con nosotros, pero de alegría porque recordamos todos”.

A pesar de celebrar también ayer ella y su hermana el día de la Madre, prefirieron acudir al panteón con todos sus hijos. “Queremos que nunca se olviden de su abuelita, de nosotras como madres, que todo se los hemos dado cuando se puede”, explica Jeannette Lara. “Que no nada más se necesita ser 10 de mayo para querer a la mamá”.

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