La película “Roma” detonó una gama de situaciones y reacciones que pocos productos fílmicos pueden darse el lujo de lograr en la historia. Lo más evidente es el destape del clasismo y racismo de los mexicanos, de aquel público que se encarga de añorar la Época de Oro del Cine Nacional, denostando el cine de ficheras, frustrado por el nacimiento del Nuevo Cine Mexicano –parto con dolor, diría yo—, esa misma gente que va actualmente a las salas a ver refritos de películas extranjeras enfundadas en producciones locales (“No manches Frida”, copia de la germana “Fack ju Göhte”, hasta el tráiler es una copia al carbón; “Perfectos desconocidos”, fusilada de la italiana “”Perfetti Sconosciuti”, etc.), muchas veces sin saber que lo son y sin quejarse tanto, cinéfilos que se desgastan en exigir un cine con identidad azteca, para que, el día que sucede, comentan con gran desprecio “Roma no es la gran cosa”, sí, ese mismo público. Ya te vi, Sergio Goyri, no te hagas, no te escondas detrás de tu bigote.
Cada que un compatriota, Iñárritu, Del Toro, Cuarón o el chivo Lubezki ha sido nominado o gana un Oscar, o logra un reconocimiento en festivales de cine importantes a nivel mundial, se comenta en redes sociales “pero no es cine mexicano, es una producción extranjera, con un director/fotógrafo mexicano, pero con actores y lana de otro país”, y entonces sucede lo que menciona el actor John Leguizamo en su show de Stand Up, “John Leguizamo’s Latin History for Morons”, no hay peor enemigo de un latino, que otro latino, y del mismo país, palabras más, palabras menos; minimizar el logro de un connacional en lugar de sentir orgullo, o tener una real actitud crítica que motive un desarrollo y madurez social, es el verdadero deporte nacional, por encima del futbol. Con esto, no quiero decir que solo nos fumemos sin chistar todo lo que se produzca únicamente por ser del país o hecho por un mexicano; por ejemplo, a mí no me gustó “La forma del agua”, de Del Toro; ha tenido mejores trabajos, como “El Laberinto del Fauno”, porque me estorba la configuración del personaje acuático súper parecido a Abraham Sapien, del universo de “Hellboy” creado en cómic por Mike Mignola y hecho película por el mismo Guillermo; más bien, sugiero un rasero parejo para todo producto que vean nuestros ojazos. Como dato extra, hasta es el mismo actor, Doug Jones, haciendo a ambos personajes y también come huevos podridos.
COMO EN COLISEO ROMANO, LA NETFLIX
Mientras todo esto parece girar alrededor de la oaxaqueña Yalitza dentro del territorio mexica, hay otras cosas que suceden en el resto del globo terráqueo. Para ellos, para los extranjeros, ¿qué es lo que ha sido alterado dentro de la industria? No sé si ustedes estén enterados, pero a Netflix le habían hecho el feo en los festivales de cine, porque dentro de sus reglas, consideraban que al ser un streaming y no estrenar en salas de cine, sus películas no tenían el nivel de realización como para entrarle a las competencias con las grandes productoras, y bueno, las tensas relaciones con “las mafias del poder” del cine llegaban a las rechiflas y tomatazos en el Festival de Cannes del 2017, cuando la plataforma online osó sentarse en la misma mesa, y no, no es un desfile de perros, pero parecía. Digamos que Netflix era como la Cleo de las grandes compañías (o sea, gracias por salvar a los chamacos, pero ve por los gansitos).
Cuarón no imagina cosas chingonas, las hace (atención, Selección Nacional, no hagan eso, los goles imaginarios son señal de esquizofrenia), logró con su producto romper algo más que los estereotipos del cine mexicano, empoderado cual gladiador romano, hizo la hazaña de entrar a un festival de cine de clase A con una película envasada por Netflix y llevarse el León de Oro en 2018, el máximo galardón de la Muestra de Venecia (lo cual me recuerda a Russell Crowe en “El Gladiador” cuando tuvo de cerca a unos felinos que le querían rascar la espalda por si tenía comezón). Y no, Galilea, un gladiador no es el que vende gladiolas. Con la ayuda del mexicano, se muestra el músculo de una plataforma a la que el año pasado no le había ido bien en las finanzas por ir a la baja en el precio de sus acciones, temiendo sufrir la suerte de la ya finada Blockbuster, además de que Disney, al comprar el streaming de Fox y retirar todos sus productos y los de Marvel de los convenios de producción, parecía darle los santos óleos, y prácticamente iba a hacerle compañía a “mamá Coco”. Justo cuando Netflix estaba a punto de decir la ya clásica frase: “no me quiero ir, señor Stark”, Cleo logra dar el carismazo, suavizando las relaciones con los grandes festivales, llevando el encanto y crudeza de nuestro México –tan golpeado pero siempre sonriente—a través del apoyo directo e indirecto de la crítica y el revuelo público, haciendo ver a los viejos estudios que ser inflexible, y provocar a las masas, les puede hacer lo que las videocaseteras le hicieron antes a las salas de cine. Hasta los emperadores romanos prefirieron tener contentas a las multitudes.
Hoy por hoy, Roma, Yalitza y Cuarón son referentes de cambio, de romper las reglas, de hacer las cosas de una manera diferente, nos muestran que una película mexicana original sí puede ganar premios en otros países (ganó el Óscar a mejor película extranjera, ni más ni menos) e impactar culturalmente, que una piel morena e indígena puede lucir hermosa en una revista de Vanity Fair o Vogue, que un director azteca puede ser el puente entre las viejas y las nuevas estructuras del cine, y de paso, ser la clave para salvar a una plataforma y ayudarle a ganar respeto. Dejemos de ser las Galileas y los Goyri, seamos los Maximus Decimus Meridius.
P.D.: Méndigo Fermín, nada más que te vea…
P.D.: Y no, Goyri, no creo que Cuarón te llame. A menos que haga “Harry Potter y el Pelavacas Filosofal”.
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