El 3 de mayo de 1959, San Pedro Temamatla, una pequeña comunidad de Ciudad Serdán, Puebla, vio nacer a José Germán Enríquez Galicia, quien a pesar de las carencias de la infancia salió adelante para convertirse en un respetado, querido y admirado docente que dejó una huella de fortaleza y perseverancia en sus alumnos. Sus logros fueron aplaudidos con gran efusividad por colegas, amigos y familiares, mismos que el pasado 19 de mayo lo despidieron tras perder la vida a causa del coronavirus.
El maestro dedicó más de la mitad de su vida a la docencia. De los 61 años que estuvo en vida, 38 los consagró a la enseñanza, siendo el Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec (CENHCH) donde encontró un semillero para compartir sus conocimientos, pero, sobre todo, para ofrecer su hombro amigo en el que alumnos y colegas encontraron un apoyo sincero.
DEL CAMPO A LA DOCENCIA
“La vida solamente tiene un rumbo y ese es hacia adelante, siempre adelante”, eran las palabras que constantemente les compartía a sus hijos Enggie Davani y Emanuel Enríquez a quienes les inculcó que la dedicación y responsabilidad son el motor para alcanzar las metas y, como ejemplo, les recordaba las vivencias que tuvo en su infancia.
De pequeño laboró en el campo junto a su padre. Durante algunos años se dedicó a cuidar a los animalitos que tenían y a la par se dedicaba a estudiar. Años más tarde decidió moverse para la Ciudad de México, ahí se dedicó a la albañilería y los fines de semana se daba un espacio para estudiar la secundaria.
“Mi padre decía: ustedes no saben lo que es estudiar con una vela prendida en el rincón de la construcción o mientras los compañeros de al lado están diciendo vaciladas. Algunos me decían que para qué estudiaba si yo era albañil, pero siempre tuve en mi mente el querer prepararme”, fueron parte de las experiencias que el maestro Germán le compartió a su hija Enggie.
Además de su gusto por el estudio hubo otro elemento que se convirtió en su inseparable: la guitarra.
Durante algunos años, el maestro Galicia padeció epilepsia, pero los sonidos que emanaban de su guitarra le sirvieron como paliativo tras los difíciles episodios que sufría su cuerpo. Así fue como generó una conexión especial con este instrumento.
La guitarra se convirtió en su compañera de historias, alegrías y sonrisas, mismas que compartió con el amor de su vida, Amelia Sorcia Solís, su esposa, con quien duró más de ocho años de novios para posteriormente formar una familia.
EXIGENTE Y DISCIPLINADO
Aunque sus hijos lo describen como un hombre sumamente cariñoso, reconocen que también fue exigente, disciplinado y metódico, pues estaba convencido de que la disciplina era parte fundamental para hacer correctamente las cosas.
Esto se convirtió en la base para recibir una gran cantidad de reconocimientos por su esmero y dedicación, aunque los premios no solo eran para él. La institución a la que se entregó con pasión fue merecedora en reiteradas ocasiones de premios a nivel estatal y nacional, principalmente en concursos de rondalla y español, debido a los proyectos que él lideró.
“Él siempre se sintió muy orgulloso de la docencia. Se sentía muy feliz de saber cómo había empezado y hasta dónde había llegado. Recuerdo verlo rodeado siempre de sus libros y trabajando en sus planeaciones”, coinciden sus hijos.
UN HOMBRE DE GRAN CORAZÓN
Pero no solo ellos reconocen su labor como docente, sus colegas y pupilos se unieron a esta pena quienes no daban crédito de la noticia.
“Se va un gran maestro, pero nos deja grandes enseñanzas”, “más que un maestro, un amigo”, “una gran persona y músico”, “fue mi profesor y siempre le tuve gran aprecio”, “una persona de gran corazón”, “Dios necesitaba a un gran músico en el cielo y se llevó al mejor de todos: al más alegre, carismático y sobre todo de gran corazón”, fueron solo algunas de las tantas dedicatorias que la familia recibió en redes sociales por aquellos que tuvieron el gusto de coincidir en su camino.
EL ADIÓS
Un día de abril, el maestro Germán emanó un par de melodías de su guitarra y la colgó en el lugar de siempre, sin saber que ésta sería la última vez que la tendría en sus manos.
Fue justamente el 27 de abril cuando una ligera tos se hizo presente y paulatinamente se fue complicando a causa de su diabetes. Pese a que su estado pulmonar era grave, su hijo recuerda haberlo visto fuerte hasta los últimos momentos de su vida.
“Mientras siga respirando, aún hay una esperanza”, compartió el maestro a su familia en reiteradas ocasiones, pero finalmente su respiración se detuvo el 19 de mayo, dieciséis días después de su último cumpleaños.
Con tristeza, se despidieron a la distancia, pero el cariño que el maestro sembró en todos sus seres queridos permitió que su amor se mantuviera cercano y que su memoria viva por siempre.