/ sábado 28 de agosto de 2021

El Toreo de Puebla, el majestuoso y extinto recinto que se adelantó a los tiempos

El escenario taurino construido en 1936 en lo que hoy es una tienda departamental fue el primero de concreto en el país, y aún perdura en el recuerdo de los poblanos

Historia, nostalgia, recuerdos y una época maravillosa para la tauromaquia poblana, quedaron sepultadas aquel mes de abril de 1974 cuando comenzó la demolición del Toreo de Puebla, una de las obras más majestuosas edificadas en los años 30 que se distinguió, además, por ser el primer escenario taurino construido con concreto en todo el país.

Un Toreo de Puebla, que puso a temblar en su momento a la Plaza México, y que 38 años después de su edificación sobre la calle 19 Sur entre 9 y 11 Poniente (o 9 Poniente entre 19 y privada de la 21 Sur) y ver pasar sobre su ruedo a las grandes figuras del toreo de esa época como el inmortal Manuel Rodríguez “Manolete”, se convirtió en una montaña de escombros, para marcar el nacimiento en el mismo predio de la tienda departamental Blanco, que más tarde fue Gigante y en la actualidad Chedraui.

Ese mismo toreo que fue construido en solo siete meses, inaugurado un domingo 29 de noviembre de 1936 con un mano a mano entre los matadores Alberto Balderas y Jesús Solórzano, y que hoy casi 85 años después de su memorable apertura, es parte de esos tiempos inolvidables de la Puebla colonial y taurina, que no volverán jamás.

MODERNIDAD

La construcción del moderno Toreo de Puebla nació por iniciativa de su propietario, el empresario español Jesús Cienfuegos, dueño del Teatro Guerrero, después que la plaza de madera del Paseo Bravo (11 Sur entre 3 y 5 Poniente) ya había dado lo suyo después de 90 años de historia.

Las construcciones en el Cerro de La Paz ni siquiera existían”, recuerda el decano de la crónica taurina en Puebla, don Jaime Silva Gutiérrez, a quien recién llegado a los nueve años de edad (1939) de su natal Oaxaca le tocó vivir toda la efervescencia del Toreo.

Hoy, a sus 91 años, don Jaime rememora claramente cómo aquel domingo de 1942 caminaba por la zona de La Paz y escuchó un estruendo de júbilo a la distancia.

Foto: Cortesía

Se acercó llamado por la curiosidad y supo que allí estaba la plaza de toros. Se coló a su interior y después de lo que vio supo su vida serían los toros, y este Toreo que por su majestuosidad y capacidad, se adelantó a los tiempos.

“Vi un faenón de Carlos Vera “Cañitas”, un torero originario de Ciudad Juárez, que alternaba con José González “Carnicerito”. En verdad quedé impresionado por la faena que le hizo al toro de Ayala. Fue el único que vi, pero con eso fue suficiente para enamorarme de los toros.

“Esa tarde a los toreros y al ganadero se los llevaron a hombros hasta las cercanías del zócalo, donde estaba el hotel donde se hospedaban”, rememoró don Jaime.

SU HISTORIA

La primera piedra del Toreo de Puebla, hecho a similitud del Toreo Ciudad de México, se colocó el 22 de abril de 1936 y siete meses después, un 29 de noviembre tuvo su magna inauguración con el mano a mano entre Balderas y Solórzano con toros de San Mateo, después del esfuerzo de 800 trabajadores poblanos que la construyeron en tiempo récord.

Para la época, el Toreo de Puebla era una construcción moderna de concreto -a diferencia del toreo capitalino que era de madera-, con costo aproximado de 235 mil pesos, una gran inversión para esos tiempos, con una capacidad para albergar entre 12 y 14 mil aficionados, obra a cargo de los ingenieros Miguel Atristáin y Carlos Octenjak, bajo la supervisión del ingeniero Federico Ortega.

Entre su parte alta y el ruedo había una distancia de 26 metros, y contaba con 24 filas de tendido, además de tres filas de azotea con los costos más bajos; tres quintas partes de sombra, dos quintas partes de sol; contaba con cinco escaleras de acceso al público más tres a la azotea, dos puertas de sombra, dos de sol y una para servicio; 48 palcos de contrabarrera y cuatro filas de barrera.

El máximo escenario poblano inaugurado en 1936 tenía capacidad para entre 12 y 14 mil aficionados | Foto: archivo Jaime Silva

La medida del redondel era de 40 metros y la barrera de madera era sostenida por soportes de viguetas de acero de tres pulgadas de grosor en forma de ele, con tablones de madera de dos pulgadas de diámetro colocadas al tope y sujetas con tornillos, de tal manera que se podía desarmar para cualquier otro acto público, según se relata en las crónicas del pasado.

SU INTERIOR

Ya en el interior contaba con dos corrales y burladeros, ambos corredizos, para facilitar las maniobras, además de par de corrales más para novillos, bueyes de arrastre y dos para caballos.

Tenía dos cuartos bien acondicionados para los matadores, un área de enfermería para dos personas, totalmente equipado, casa del administrador, bodega y el matadero.

Sus servicios sanitarios eran de primera con instalaciones de luz eléctrica ocultas, magna voz y áreas de transmisión para radio.

En su edificación se utilizaron 600 toneladas de cemento, 150 toneladas de fierro, 1,700 metros cúbicos de concreto armado de diferentes proporciones y cerca de 200.mil tabiques, de acuerdo a los datos que se conocen de esos tiempos.

En el último festival en 1974, antes de su demolición, participaron grandes figuras del toreo | Foto: archivo Jaime Silva

Una plaza que para esos tiempos (85 años atrás) era un verdadero monstruo por su tamaño, tomando en cuenta que la población de la ciudad era de aproximadamente 200 mil habitantes.

“Para que tengan una idea, la ciudad de Puebla al Norte terminaba en Santa María, al Nororiente por Xonaca, al Sur en El Carmen, al Poniente en el Barrio de Santiago y en el Oriente en Aviación”, relata el historiador Jorge Zamora Martínez.

Como contraste, hoy la ciudad presume una población de dos millones 391 mil 218 habitantes -según INEGI- y cuenta con una plaza que alberga 5 mil aficionados, que ni siquiera se llena.

GRANDES TARDES, GRANDES TOREROS

Al ser el primer inmueble de concreto en el país, el escenario poblano se convirtió en un verdadero atractivo, y su dueño no dudó en traer a las grandes figuras del toreo nacional, ya que en esos tiempos estaban anuladas las relaciones taurinas entre México y España.

A la muerte del señor Cienfuegos, asesinado un 2 de enero de 1941 frente al mismo Teatro Guerrero, la administración pasó a manos de su esposa, quien se apoyó en don Carlos Reyes, tío del cronista taurino Horacio Reiba, para manejar la empresa.

A partir de allí hubo un desfile de empresarios, y fue precisamente Carlos García Robles, además presidente de la Peña Taurina de Puebla, quien aprovechó la reanudación de las relaciones con los toreros españoles para traer a la figura del momento, Manuel Rodríguez “Manolete”.

Fue el 1 de enero de 1947 cuando el inmortal diestro cordobés se presentó en el Toreo de Puebla alternando con el maestro de Saltillo, Fermín Espinoza “Armillita” y Felipe González “El Talismán Poblano”.

Foto: archivo Jaime Silva

El diestro español repitió 26 días después en un espectacular mano a mano con Lorenzo Garza “El Ave de las Tempestades”.

“Fue un entradón, incluso tiempo después en el Royalty colocaron una placa para exaltar la presencia de “Manolete”, quien se hospedó en ese hotel”, recordó don Jaime.

A la par llegaron toreos como Manuel Benítez “El Cordobés”, Capetillo, Procuna, Calesero y el propio Lorenzo Garza, que se despidió muchas veces en el Toreo, y quien en 1958 otorgó la alternativa al torero poblano, Agustín Espinoza, originario de Tlancualtican, un poblado cercano a Chiautla de Tapia.

Entre otros hechos, don Jaime recordó la Opera Carmen que se realizó en ese escenario en 1940 y los festejos de cumpleaños de Maximino Ávila Camacho, en la última semana de agosto, con verdaderos cartelazos hasta su muerte en 1945.

“Lo que jugó en contra del Toreo fue la movilidad de los empresarios, en 1948 apareció don Reyes Huerta y Paco Lozano, quien también fue asesinado por problemas con otra empresa, que quería llevar a su plaza a un torero que ya él tenía firmado”, agrega don Jaime.

Tras el lamentable hecho, Reyes Huerta se asocia con Manuel Molina y presentan una variedad de festivales con novilleros, aunque manteniendo las grandes corridas dominicales.

LA DECADENCIA

Fue en esos tiempos cuando la viuda del señor Cienfuegos decidió vender el Toreo al exitoso empresario Gabriel Alarcón, quien la siguió alquilando a diversos empresarios para mantenerla en actividad.

Pero ya nada fue igual. La decadencia del Toreo apareció, cuando, ya con la Plaza México en plena efervescencia en la capital del país, recibió un duro golpe al aparecer una cláusula en esos años, según la cual los espadas contratados por la empresa del Coloso de Insurgentes que dirigía Alfonso Gaona, no podían torear a menos de una distancia de 150 kilómetros de ese recinto.

El Toreo no cumplía con esos parámetros y empezó a cavar su tumba, aunque el empresario de esos tiempos optó por traer espectáculos artísticos entre 1950 y 1955, eso sí con figuras de la época como Pedro Infante y María Victoria, además de festejos con actores cómicos, donde aparecieron genios como Cantinflas, Tin Tan y Manuel Medel.

Foto: archivo Jaime Silva

Y cuando en la década de los 60 apareció Guillermo Carvajal que tomó en serio el reto de revivir la fiesta brava en Puebla con la presencia de toreros como César Girón y novilleros como Antonio Campos “El Imposible”, surgió la figura de Alfonso Gaona, quien sabiendo que se le estaba haciendo sombra a la Plaza México, convenció al dueño del toreo Gabriel Alarcón para arrendárselo para convertirlo en un elefante blanco que presentaba entre tres o cuatro festejos al año.

Los dos últimos empresarios del Toreo fueron, a partir de 1972, Carlos de la Vega y Paco Sandoval, quienes presentaron los festejos finales, entre ellos el de aquel 1 de enero de 1973 cuando se despidió el “León de Tetela”, Joselito Huerta, con una encerrona con seis toros.

La última corrida de impacto se dio el 5 de mayo de ese mismo año con la presencia del regiomontano Manolo Martínez, “El Torero Charro” Mariano Ramos y Francisco Ruiz Miguel con seis toros de Reyes Huerta.

La despedida grande fue el 30 de enero de 1974 con un festival taurino donde participaron Carlos Arruza hijo, Manuel Capetillo, Joselito Huerta, Calesero, El Voluntario y Chucho Arroyo, aunque poco antes de su demolición hubo un festival de periodistas, donde participó José Luis Crespo, quien durante años fue el cronista taurino de esta casa editorial.

DE TOREO A TIENDA DEPARTAMENTAL

Ya con el poco interés de empresarios y la misma afición, el señor Alarcón vendió el predio a Casa Blanco, que un 25 de abril de 1974 comenzó la demolición del escenario taurino, que duró seis meses, - casi el tiempo que se necesitó para su construcción-, llevándose entre sus escombros, inolvidables recuerdos y gran parte de la historia taurina de Puebla.

Así, la desaparición del Toreo de Puebla marcó el nacimiento de la tienda departamental Blanco que se mantuvo hasta mediados de los 90, cuando fue vendida para convertirse en Gigante, y desde hace poco más de una década hasta nuestros días, ese predio de la 19 Sur entre 11 y 9 Poniente, alberga las instalaciones de un nuevo Chedraui.

“El día que empezó la demolición pasé con mi esposo y le dije: no quiero ni voltear. El Toreo es un recuerdo de la historia de Puebla, y me respondió, imagínate yo, que ahí recibí la alternativa”, rememoró doña Judith Pozos Cajica, esposa del matador Agustín Espinoza, que habló en representación de su cónyuge que hoy presume 92 años de edad.

Tres tiendas departamentales diferentes han existido en el predio donde estaba construido el toreo desde 1974 a la fecha | Foto: Iván Venegas | El Sol de Puebla

Pero, así como él, hubo otros como el matador Raúl Ponce de León, quien en su época como novillero allá por 1968 vio frustrado el sueño de pisar el ruedo del toreo cuando en pleno sorteo se soltó una tromba y la novillada donde alternaría con Ángel García “El Chaval” y Jorge Blandón fue cancelada.

“Fue frustrante y nunca más volví, ni como espectador ni como torero”, se resignó el matador.

“Era una gran plaza, había mucha afición en estos tiempos, el coso era imponente, agradable y cuando se llenaba se veía impresionante”, remató con nostalgia don Jaime Silva.

Historia, nostalgia, recuerdos y una época maravillosa para la tauromaquia poblana, quedaron sepultadas aquel mes de abril de 1974 cuando comenzó la demolición del Toreo de Puebla, una de las obras más majestuosas edificadas en los años 30 que se distinguió, además, por ser el primer escenario taurino construido con concreto en todo el país.

Un Toreo de Puebla, que puso a temblar en su momento a la Plaza México, y que 38 años después de su edificación sobre la calle 19 Sur entre 9 y 11 Poniente (o 9 Poniente entre 19 y privada de la 21 Sur) y ver pasar sobre su ruedo a las grandes figuras del toreo de esa época como el inmortal Manuel Rodríguez “Manolete”, se convirtió en una montaña de escombros, para marcar el nacimiento en el mismo predio de la tienda departamental Blanco, que más tarde fue Gigante y en la actualidad Chedraui.

Ese mismo toreo que fue construido en solo siete meses, inaugurado un domingo 29 de noviembre de 1936 con un mano a mano entre los matadores Alberto Balderas y Jesús Solórzano, y que hoy casi 85 años después de su memorable apertura, es parte de esos tiempos inolvidables de la Puebla colonial y taurina, que no volverán jamás.

MODERNIDAD

La construcción del moderno Toreo de Puebla nació por iniciativa de su propietario, el empresario español Jesús Cienfuegos, dueño del Teatro Guerrero, después que la plaza de madera del Paseo Bravo (11 Sur entre 3 y 5 Poniente) ya había dado lo suyo después de 90 años de historia.

Las construcciones en el Cerro de La Paz ni siquiera existían”, recuerda el decano de la crónica taurina en Puebla, don Jaime Silva Gutiérrez, a quien recién llegado a los nueve años de edad (1939) de su natal Oaxaca le tocó vivir toda la efervescencia del Toreo.

Hoy, a sus 91 años, don Jaime rememora claramente cómo aquel domingo de 1942 caminaba por la zona de La Paz y escuchó un estruendo de júbilo a la distancia.

Foto: Cortesía

Se acercó llamado por la curiosidad y supo que allí estaba la plaza de toros. Se coló a su interior y después de lo que vio supo su vida serían los toros, y este Toreo que por su majestuosidad y capacidad, se adelantó a los tiempos.

“Vi un faenón de Carlos Vera “Cañitas”, un torero originario de Ciudad Juárez, que alternaba con José González “Carnicerito”. En verdad quedé impresionado por la faena que le hizo al toro de Ayala. Fue el único que vi, pero con eso fue suficiente para enamorarme de los toros.

“Esa tarde a los toreros y al ganadero se los llevaron a hombros hasta las cercanías del zócalo, donde estaba el hotel donde se hospedaban”, rememoró don Jaime.

SU HISTORIA

La primera piedra del Toreo de Puebla, hecho a similitud del Toreo Ciudad de México, se colocó el 22 de abril de 1936 y siete meses después, un 29 de noviembre tuvo su magna inauguración con el mano a mano entre Balderas y Solórzano con toros de San Mateo, después del esfuerzo de 800 trabajadores poblanos que la construyeron en tiempo récord.

Para la época, el Toreo de Puebla era una construcción moderna de concreto -a diferencia del toreo capitalino que era de madera-, con costo aproximado de 235 mil pesos, una gran inversión para esos tiempos, con una capacidad para albergar entre 12 y 14 mil aficionados, obra a cargo de los ingenieros Miguel Atristáin y Carlos Octenjak, bajo la supervisión del ingeniero Federico Ortega.

Entre su parte alta y el ruedo había una distancia de 26 metros, y contaba con 24 filas de tendido, además de tres filas de azotea con los costos más bajos; tres quintas partes de sombra, dos quintas partes de sol; contaba con cinco escaleras de acceso al público más tres a la azotea, dos puertas de sombra, dos de sol y una para servicio; 48 palcos de contrabarrera y cuatro filas de barrera.

El máximo escenario poblano inaugurado en 1936 tenía capacidad para entre 12 y 14 mil aficionados | Foto: archivo Jaime Silva

La medida del redondel era de 40 metros y la barrera de madera era sostenida por soportes de viguetas de acero de tres pulgadas de grosor en forma de ele, con tablones de madera de dos pulgadas de diámetro colocadas al tope y sujetas con tornillos, de tal manera que se podía desarmar para cualquier otro acto público, según se relata en las crónicas del pasado.

SU INTERIOR

Ya en el interior contaba con dos corrales y burladeros, ambos corredizos, para facilitar las maniobras, además de par de corrales más para novillos, bueyes de arrastre y dos para caballos.

Tenía dos cuartos bien acondicionados para los matadores, un área de enfermería para dos personas, totalmente equipado, casa del administrador, bodega y el matadero.

Sus servicios sanitarios eran de primera con instalaciones de luz eléctrica ocultas, magna voz y áreas de transmisión para radio.

En su edificación se utilizaron 600 toneladas de cemento, 150 toneladas de fierro, 1,700 metros cúbicos de concreto armado de diferentes proporciones y cerca de 200.mil tabiques, de acuerdo a los datos que se conocen de esos tiempos.

En el último festival en 1974, antes de su demolición, participaron grandes figuras del toreo | Foto: archivo Jaime Silva

Una plaza que para esos tiempos (85 años atrás) era un verdadero monstruo por su tamaño, tomando en cuenta que la población de la ciudad era de aproximadamente 200 mil habitantes.

“Para que tengan una idea, la ciudad de Puebla al Norte terminaba en Santa María, al Nororiente por Xonaca, al Sur en El Carmen, al Poniente en el Barrio de Santiago y en el Oriente en Aviación”, relata el historiador Jorge Zamora Martínez.

Como contraste, hoy la ciudad presume una población de dos millones 391 mil 218 habitantes -según INEGI- y cuenta con una plaza que alberga 5 mil aficionados, que ni siquiera se llena.

GRANDES TARDES, GRANDES TOREROS

Al ser el primer inmueble de concreto en el país, el escenario poblano se convirtió en un verdadero atractivo, y su dueño no dudó en traer a las grandes figuras del toreo nacional, ya que en esos tiempos estaban anuladas las relaciones taurinas entre México y España.

A la muerte del señor Cienfuegos, asesinado un 2 de enero de 1941 frente al mismo Teatro Guerrero, la administración pasó a manos de su esposa, quien se apoyó en don Carlos Reyes, tío del cronista taurino Horacio Reiba, para manejar la empresa.

A partir de allí hubo un desfile de empresarios, y fue precisamente Carlos García Robles, además presidente de la Peña Taurina de Puebla, quien aprovechó la reanudación de las relaciones con los toreros españoles para traer a la figura del momento, Manuel Rodríguez “Manolete”.

Fue el 1 de enero de 1947 cuando el inmortal diestro cordobés se presentó en el Toreo de Puebla alternando con el maestro de Saltillo, Fermín Espinoza “Armillita” y Felipe González “El Talismán Poblano”.

Foto: archivo Jaime Silva

El diestro español repitió 26 días después en un espectacular mano a mano con Lorenzo Garza “El Ave de las Tempestades”.

“Fue un entradón, incluso tiempo después en el Royalty colocaron una placa para exaltar la presencia de “Manolete”, quien se hospedó en ese hotel”, recordó don Jaime.

A la par llegaron toreos como Manuel Benítez “El Cordobés”, Capetillo, Procuna, Calesero y el propio Lorenzo Garza, que se despidió muchas veces en el Toreo, y quien en 1958 otorgó la alternativa al torero poblano, Agustín Espinoza, originario de Tlancualtican, un poblado cercano a Chiautla de Tapia.

Entre otros hechos, don Jaime recordó la Opera Carmen que se realizó en ese escenario en 1940 y los festejos de cumpleaños de Maximino Ávila Camacho, en la última semana de agosto, con verdaderos cartelazos hasta su muerte en 1945.

“Lo que jugó en contra del Toreo fue la movilidad de los empresarios, en 1948 apareció don Reyes Huerta y Paco Lozano, quien también fue asesinado por problemas con otra empresa, que quería llevar a su plaza a un torero que ya él tenía firmado”, agrega don Jaime.

Tras el lamentable hecho, Reyes Huerta se asocia con Manuel Molina y presentan una variedad de festivales con novilleros, aunque manteniendo las grandes corridas dominicales.

LA DECADENCIA

Fue en esos tiempos cuando la viuda del señor Cienfuegos decidió vender el Toreo al exitoso empresario Gabriel Alarcón, quien la siguió alquilando a diversos empresarios para mantenerla en actividad.

Pero ya nada fue igual. La decadencia del Toreo apareció, cuando, ya con la Plaza México en plena efervescencia en la capital del país, recibió un duro golpe al aparecer una cláusula en esos años, según la cual los espadas contratados por la empresa del Coloso de Insurgentes que dirigía Alfonso Gaona, no podían torear a menos de una distancia de 150 kilómetros de ese recinto.

El Toreo no cumplía con esos parámetros y empezó a cavar su tumba, aunque el empresario de esos tiempos optó por traer espectáculos artísticos entre 1950 y 1955, eso sí con figuras de la época como Pedro Infante y María Victoria, además de festejos con actores cómicos, donde aparecieron genios como Cantinflas, Tin Tan y Manuel Medel.

Foto: archivo Jaime Silva

Y cuando en la década de los 60 apareció Guillermo Carvajal que tomó en serio el reto de revivir la fiesta brava en Puebla con la presencia de toreros como César Girón y novilleros como Antonio Campos “El Imposible”, surgió la figura de Alfonso Gaona, quien sabiendo que se le estaba haciendo sombra a la Plaza México, convenció al dueño del toreo Gabriel Alarcón para arrendárselo para convertirlo en un elefante blanco que presentaba entre tres o cuatro festejos al año.

Los dos últimos empresarios del Toreo fueron, a partir de 1972, Carlos de la Vega y Paco Sandoval, quienes presentaron los festejos finales, entre ellos el de aquel 1 de enero de 1973 cuando se despidió el “León de Tetela”, Joselito Huerta, con una encerrona con seis toros.

La última corrida de impacto se dio el 5 de mayo de ese mismo año con la presencia del regiomontano Manolo Martínez, “El Torero Charro” Mariano Ramos y Francisco Ruiz Miguel con seis toros de Reyes Huerta.

La despedida grande fue el 30 de enero de 1974 con un festival taurino donde participaron Carlos Arruza hijo, Manuel Capetillo, Joselito Huerta, Calesero, El Voluntario y Chucho Arroyo, aunque poco antes de su demolición hubo un festival de periodistas, donde participó José Luis Crespo, quien durante años fue el cronista taurino de esta casa editorial.

DE TOREO A TIENDA DEPARTAMENTAL

Ya con el poco interés de empresarios y la misma afición, el señor Alarcón vendió el predio a Casa Blanco, que un 25 de abril de 1974 comenzó la demolición del escenario taurino, que duró seis meses, - casi el tiempo que se necesitó para su construcción-, llevándose entre sus escombros, inolvidables recuerdos y gran parte de la historia taurina de Puebla.

Así, la desaparición del Toreo de Puebla marcó el nacimiento de la tienda departamental Blanco que se mantuvo hasta mediados de los 90, cuando fue vendida para convertirse en Gigante, y desde hace poco más de una década hasta nuestros días, ese predio de la 19 Sur entre 11 y 9 Poniente, alberga las instalaciones de un nuevo Chedraui.

“El día que empezó la demolición pasé con mi esposo y le dije: no quiero ni voltear. El Toreo es un recuerdo de la historia de Puebla, y me respondió, imagínate yo, que ahí recibí la alternativa”, rememoró doña Judith Pozos Cajica, esposa del matador Agustín Espinoza, que habló en representación de su cónyuge que hoy presume 92 años de edad.

Tres tiendas departamentales diferentes han existido en el predio donde estaba construido el toreo desde 1974 a la fecha | Foto: Iván Venegas | El Sol de Puebla

Pero, así como él, hubo otros como el matador Raúl Ponce de León, quien en su época como novillero allá por 1968 vio frustrado el sueño de pisar el ruedo del toreo cuando en pleno sorteo se soltó una tromba y la novillada donde alternaría con Ángel García “El Chaval” y Jorge Blandón fue cancelada.

“Fue frustrante y nunca más volví, ni como espectador ni como torero”, se resignó el matador.

“Era una gran plaza, había mucha afición en estos tiempos, el coso era imponente, agradable y cuando se llenaba se veía impresionante”, remató con nostalgia don Jaime Silva.

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