Zapatos de todos los colores, formas, estilos y materiales, desfilan a diario por el mostrador de don José Lázaro Gordillo, quien, desde hace 45 años, se ha dedicado al ramo de la reparación de calzado, oficio que aprendió desde pequeño gracias a las enseñanzas de su padre.
Don José tomó nota y aprendió cada detalle de las técnicas y materiales necesarios para realizar un trabajo de calidad, conocimientos que años más tarde, le permitió independizarse de su padre y abrir su propio negocio en el Barrio de Santiago, símbolo urbano que, además de resguardar infinidad de historias en sus vecindades, preserva entre sus calles el acogedor y colorido taller “Gordillo” el cual es visitado por satisfechos clientes, tanto nuevos como de antaño, que dan fe de su experiencia y buen servicio.
A lo largo de este tiempo, don José ha sido testigo de los cambios en las modas del calzado e incluso de la manufactura, la cual recuerda era totalmente diferente a la que se hace ahora.
Las suelas eran pegadas y, para reforzarlas, se les ponía pequeños clavitos alrededor; ahora, con las nuevas máquinas simplemente se pega o se cose
La reparación de calzado asegura, es una actividad tan noble que, como dice él “nunca te deja sin comer, siempre hay una gotita de trabajo constante. Actualmente esa gotita ya es más separada, pero aun así nunca falta el trabajo”.
Reconoce que a la fecha hay muy pocos zapateros, por la misma situación: la clientela ha bajado; sin embargo, mientras nos comparte sus experiencias, tiene el placer de atender a varios de sus clientes quienes, tras recibir sus zapatos reparados, se despiden de él con una gran sonrisa agradeciendo siempre el buen trabajo.
Uno se va ganando la confianza de los clientes, porque saben que conmigo no hay imposibles, cualquier zapato lo puedo reparar
Reconoce que en varias ocasiones le han llegado zapatos en muy mal estado, los cuales prácticamente están para tirarse, pero, el valor sentimental es tan grande para el cliente que, sin hacer mayores cuestionamientos, él pone manos a la obra para aplicar el típico “así entran, así salen”.
“Es algo muy laborioso, requiere de mucha paciencia. Hay algunos pares que tengo que rehacerlos, pero son retos y satisfacciones que se cumplen con gusto”, explica entre sonrisas.
Además del calzado también repara bolsas, maletas e incluso balones: “por ejemplo, este es un balón que cuesta aproximadamente 900 pesos; ya está reventado, pero yo le puedo dar nueva vida”, dice con gran satisfacción mientras le pasa 20 finas puntadas al cotizado esférico que minutos más tarde lucirá como nuevo.
Don José todo el día está rodeado de suelas, tacones, cuero, pegamento, lustrador, agujetas, cortadoras, calzadores y un sinfín de zapatos, pero también se encuentra acompañado de dos imágenes importantes para él: San Crispín y San Crispiniano, patronos de los zapateros.
Además de recibir la protección de sus santos, sus conocimientos y su gran experiencia le han ayudado a mantenerse vigente en un ramo que se niega a desaparecer: “afortunadamente nunca he tenido reclamación de nada y me atrevo a decir que este es un trabajo artesanal, un trabajo que se hace con mucho gusto y sobre todo con paciencia, así que aquí los esperamos en la 13 poniente 1922 en el Barrio de Santiago para darle nueva vida sus zapatos”, finalizó.