Izúcar de Matamoros.- La pobreza, la falta de empleo y el deseo de probar suerte en el extranjero, llevaron a Lucas a emigrar a la unión americana cuando solo tenía 18 años de edad. Su sueño era tener un mejor futuro para su familia, pero nunca pensó en quedarse allá.
Nacido en octubre de 1966, en la comunidad de La Galarza, perteneciente al municipio de Izúcar de Matamoros, apenas tocaba la mayoría de edad cuando tomó una de las decisiones más duras de su vida. Lo pensó una y mil veces, pero desde un principio lo tenía claro, tenía que hacerlo, debía probar suerte, pues no podía esperar a que sus circunstancias mejoraran y entonces decidió emprender el viaje.
Corrían los meses de diciembre de 1984 cuando recibió el que podría ser el último abrazo de su madre y con lágrimas en los ojos emprendió el camino, fueron más de 38 horas de viaje desde su pueblo natal hasta Tijuana.
Con los brazos cansados, en sus manos una caja de cartón con un par de prendas y mil recuerdos de su naciente familia, conformada por su entonces joven esposa y su primer hijo que apenas estaba en camino, asumió la decisión sin conocer el futuro que le esperaba.
Primero lo intentó solo, con la “bendición de Dios”, sin embargo, perdió la primera batalla al ser detenido antes de pisar tierras extranjeras, regresó desanimado y permaneció pocos días en el norte del país para volver a insistir. Fue hasta la tercera ocasión que, en compañía de sus hermanas y más personas conocidas, consiguieron el objetivo: ver una lámpara al final de una vereda que parecía no tener final y que tenían que cruzar a pie, sin agua y con su calzado casi en pedazos.
Todo fue un calvario durante su migración, muchos desistieron en el camino, otros perdieron la vida a causa de las inclemencias de la naturaleza, la falta de agua y la hipotermia por el tiempo decembrino, sin embrago, Lucas llegó a su destino final.
Su primera parada fue en el condado de Orange, del estado de California, aunque tardó más de dos meses para que diera aviso a su madre y esposa que se encontraba sano y salvo.
“Dios es grande, porque pensaba que no lo iba a lograr, es un calvario este recorrido, sufrimos las inclemencias del tiempo. Solo ver a mi familia feliz y estable, con el deseo de regresar a mi pueblo, por llevar el pan de cada día”, señaló.
Trabajó como todo paisano, desempeñando labores de lavaplatos, limpieza, empleado de fábrica y finalmente en la yarda, experiencia que lo llevó a ser sensible en las necesidades de la gente que llega a otro país extranjero lejos de su patria y seres queridos.
Compartió lagrimas con personas de otros países como del Salvador y Guatemala; a pesar de la discriminación constante, decidió ponerse la camiseta de todo migrante trabajador y siguió su meta.
“La discriminación era mayor, al grado de sentirnos miserables por los dueños de las grandes empresas y los nacidos allá, pero seguí adelante hasta lograr adquirir mi tractor y dinero para regresar”, recordó.
Muy pocas veces tenía comunicación con su familia, pues en aquel tiempo para conseguir una llamada de país a país era complicado, pero tenía bien en claro ahorrar para comprar un tractor y regresar a su tierra, pues vivir todo el tiempo en un país que no era suyo no era su meta. Después de 15 largos años, después de tener su propia casa y adquirir su gran unidad, decidió regresar.
Hoy en día, a sus 54 año de edad, es muy difícil volver a ese país y ni desea regresar, ya que no encajaba: “no era un lugar para vivir sus últimos años de vejez”, es más, invita a todos aquellos que tienen ese sueño, a mejor buscar las posibilidades de una visa de trabajo, pues como indocumentado casi la muerte es muy segura en el intento por cruzar.
“Es mejor trabajar acá y si desean emigrar, piénselo dos veces. Esto no es un juego, es la vida o la muerte”, advirtió.