/ viernes 3 de noviembre de 2017

Música, baile y cerveza en el Día de Muertos en Atlixco 

ATLIXCO, Pue.- Sí, quizá es una o dos veces al año la visita.Quizá en cada noviembre son menos los dolientes con deseos devisitar a sus muertos en el camposanto. Pero una cosa es cierta:cuando deciden hacerlo, y desde luego en fechas tan significativascomo Todos Santos, “tiran la casa por la ventana”:

Por ejemplo, hacen la ‘vaquita’ para pagar a una bandasinaloense hasta seis canciones, la mayoría de Valentín Elizalde.Y sin el menor rubor ponerse a bailar entre incienso, tumbas,cempasúchil y latas de cerveza.

Los vecinos miran entre asombro. “¡No importa!, la visita anuestros muertos no debe... es más, no puede ser triste. Ellos noestarían felices de llorarles”, dijo en medio de la músicaManuel, quien estaba a punto de interpretar una rola del “Gallode Oro”.

No muy lejos, sobre el pasillo principal del panteón, caminauna familia vestida de rojo. Son cerca de una decena y acaban dedesembarcar de San Juan Tianguismanalco, municipio cercano alPopocatépetl.

Alguien logró convencerlos de la posibilidad de cobrar dinerocantando ahí. Literal: a ritmo de Banda. El más grande de edadhace el trato de 5 ó 6 canciones por un buen fajo de billetes. Yel más pequeño llama la atención por el mini instrumento en susmanos.

“Que falta mehace mi padre... cómo lo voy a olvidar”, retumbó en la bocinajalada con un carrito de llantitas, de esos desupermercado. Al medio día el calor esagobiante. El cementerio, como deber ser advirtió un sepulturero,es una mezcla de olores humanos, humo, lodo, nieves de pitaya ymelón, fritangas a las afueras, tacos de arroz y huevo hervidocerca de las tumbas, basura y hasta de una misa.

Al mediodía, los cálculos oficiales indican ya la llegada demás de 4 mil 500 personas.

Bueno, hasta una “santa” sepultura hubo ayer. Todos ahí,cumpliendo con quienes, cuenta la creencia, regresan a abrazarnos ya estar con nosotros por un momento.

“¡Otra,chingaoooo!, de Valentín Elizalde!”, grita el hombre moderno degorra para deleite de sus familiares. Y mientras arranca lamúsica, un grupo de mujeres de la tercera edad rompe el protocoloante la sepultura de una de ellas, quien las dejó hace dos años:risas desbordadas, tras risas desbordadas.“¿Por qué debemos estar tristes?...no, ni madres”, remató eltrompeta de la banda sinaloense.

ATLIXCO, Pue.- Sí, quizá es una o dos veces al año la visita.Quizá en cada noviembre son menos los dolientes con deseos devisitar a sus muertos en el camposanto. Pero una cosa es cierta:cuando deciden hacerlo, y desde luego en fechas tan significativascomo Todos Santos, “tiran la casa por la ventana”:

Por ejemplo, hacen la ‘vaquita’ para pagar a una bandasinaloense hasta seis canciones, la mayoría de Valentín Elizalde.Y sin el menor rubor ponerse a bailar entre incienso, tumbas,cempasúchil y latas de cerveza.

Los vecinos miran entre asombro. “¡No importa!, la visita anuestros muertos no debe... es más, no puede ser triste. Ellos noestarían felices de llorarles”, dijo en medio de la músicaManuel, quien estaba a punto de interpretar una rola del “Gallode Oro”.

No muy lejos, sobre el pasillo principal del panteón, caminauna familia vestida de rojo. Son cerca de una decena y acaban dedesembarcar de San Juan Tianguismanalco, municipio cercano alPopocatépetl.

Alguien logró convencerlos de la posibilidad de cobrar dinerocantando ahí. Literal: a ritmo de Banda. El más grande de edadhace el trato de 5 ó 6 canciones por un buen fajo de billetes. Yel más pequeño llama la atención por el mini instrumento en susmanos.

“Que falta mehace mi padre... cómo lo voy a olvidar”, retumbó en la bocinajalada con un carrito de llantitas, de esos desupermercado. Al medio día el calor esagobiante. El cementerio, como deber ser advirtió un sepulturero,es una mezcla de olores humanos, humo, lodo, nieves de pitaya ymelón, fritangas a las afueras, tacos de arroz y huevo hervidocerca de las tumbas, basura y hasta de una misa.

Al mediodía, los cálculos oficiales indican ya la llegada demás de 4 mil 500 personas.

Bueno, hasta una “santa” sepultura hubo ayer. Todos ahí,cumpliendo con quienes, cuenta la creencia, regresan a abrazarnos ya estar con nosotros por un momento.

“¡Otra,chingaoooo!, de Valentín Elizalde!”, grita el hombre moderno degorra para deleite de sus familiares. Y mientras arranca lamúsica, un grupo de mujeres de la tercera edad rompe el protocoloante la sepultura de una de ellas, quien las dejó hace dos años:risas desbordadas, tras risas desbordadas.“¿Por qué debemos estar tristes?...no, ni madres”, remató eltrompeta de la banda sinaloense.

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