/ miércoles 17 de abril de 2019

"No somos ladrones, rateros, violadores o delincuentes", afirman engrillados

Hombres relatan su motivación y aseguran encontrarse consigo mismos y dialogar con Dios

Omar y Germán acumulan juntos un cuarto de siglo como engrillados. Una década el primero y 15 años el segundo, continuos, sin parar, y durante una charla por separado con este diario coinciden en dos cosas: la primera es la relacionada con el fin de su promesa o manda de ser engrillado. “En mi caso hasta encontrar la señal del cuerpo de ya no más. Eso deseo y quiero”, sentenció el primero.

“Ya son 15 sin fallar y busco varios más. Es una sensación a la cual terminas acostumbrándote”, retó el segundo.

Y dos: “los engrillados no somos ladrones, rateros, violadores o delincuentes, como escuchamos en ocasiones de quienes acompañan la procesión. Muchos hombres y mujeres piden a sus hijos no acercarse a nosotros por ser malas personas. Y desde luego no es así”, insistieron.

Realmente, destacaron, muy pocas personas logran detenerse a preguntar las razones de su papel de dolor, sufrimiento y hasta gusto. “Solo los periodistas toman fotos buscando el morbo, o la gente termina mirándonos como culpables... como si fuéramos basura”.

LAS RAZONES

Para ambos casos es distinta. Germán, un hombre de baja estatura, moreno y tatuado, decidió hacerlo primero cinco años para evitar caer en el mismo fondo de su padre: el alcoholismo.

“Murió de cirrosis a los 36 años, y no podía pasarme igual. A los 20 años comencé con la idea de dejar la botella. Y desde el 2004 no pruebo nada. Dios hizo su parte y yo la mía. Después encontré gusto no al dolor, y si a encontrarme conmigo”.

Omar, más joven, buscó una respuesta para el alivio de su dolor y para el fin de la enfermedad de un familiar muy cercano.

“Y encontré refugio, respuestas, paz y tranquilidad en el grupo de engrillados de San Francisco. Ya son diez años. Estoy feliz por ser otra persona y por platicar con Dios. La única ocasión sin tomar el papel éste fue tras el accidente vial. Estuve en coma varias semanas hasta encontrarme con mi abuela en un jardín. Ella pidió regresar y desperté en la cama del hospital. Entonces entendí estoy en el camino correcto”.

Ambos están listos para este viernes santo. Un poco preocupados por el cambio de horario. Antes comenzaban el largo recorrido a las 9:30 de la mañana. En 48 horas será a las 12 del día. En pleno sol.

Omar y Germán acumulan juntos un cuarto de siglo como engrillados. Una década el primero y 15 años el segundo, continuos, sin parar, y durante una charla por separado con este diario coinciden en dos cosas: la primera es la relacionada con el fin de su promesa o manda de ser engrillado. “En mi caso hasta encontrar la señal del cuerpo de ya no más. Eso deseo y quiero”, sentenció el primero.

“Ya son 15 sin fallar y busco varios más. Es una sensación a la cual terminas acostumbrándote”, retó el segundo.

Y dos: “los engrillados no somos ladrones, rateros, violadores o delincuentes, como escuchamos en ocasiones de quienes acompañan la procesión. Muchos hombres y mujeres piden a sus hijos no acercarse a nosotros por ser malas personas. Y desde luego no es así”, insistieron.

Realmente, destacaron, muy pocas personas logran detenerse a preguntar las razones de su papel de dolor, sufrimiento y hasta gusto. “Solo los periodistas toman fotos buscando el morbo, o la gente termina mirándonos como culpables... como si fuéramos basura”.

LAS RAZONES

Para ambos casos es distinta. Germán, un hombre de baja estatura, moreno y tatuado, decidió hacerlo primero cinco años para evitar caer en el mismo fondo de su padre: el alcoholismo.

“Murió de cirrosis a los 36 años, y no podía pasarme igual. A los 20 años comencé con la idea de dejar la botella. Y desde el 2004 no pruebo nada. Dios hizo su parte y yo la mía. Después encontré gusto no al dolor, y si a encontrarme conmigo”.

Omar, más joven, buscó una respuesta para el alivio de su dolor y para el fin de la enfermedad de un familiar muy cercano.

“Y encontré refugio, respuestas, paz y tranquilidad en el grupo de engrillados de San Francisco. Ya son diez años. Estoy feliz por ser otra persona y por platicar con Dios. La única ocasión sin tomar el papel éste fue tras el accidente vial. Estuve en coma varias semanas hasta encontrarme con mi abuela en un jardín. Ella pidió regresar y desperté en la cama del hospital. Entonces entendí estoy en el camino correcto”.

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