Bajo un pertinaz chipi-chipi, lluvia tradicional en la Sierra Norte de Puebla, poco antes del amanecer, a las 6:43 horas, se recibió el pasado 12 de marzo el Año Nuevo Azteca 2018 —Chicuase Tochtli Xiuitl, Año Seis Conejo— con los mejores deseos de alegría, buenaventura y esperanza para México y los mexicanos,
En medio de sahumerios, el sonido del Teksispitsali, (caracol marino o caracola en náhuatl) que se usa para pedir permiso a los cuatro vientos, junto con el rítmico Teponzatli, los atabales, cascabeles, flautas y evoluciones de la danza del grupo Xoxhipitzahua, integrada por talentosos jóvenes conservadores de las tradiciones indígenas Mexicas lucieron quienes incansables, profesionales, la celebración se realizó un año más.
El ritual, en el que participaron autoridades locales del municipio, miembros de la comunidad de Nopala, periodistas, visitantes, estudiosos de las costumbres ancestrales del pueblo azteca así como representantes de pueblos indígenas se llevó a cabo con respeto y dignidad.
En ese centro ceremonial, a los pies de la pirámide de Nopala, cuya silueta apenas se adivinaba en la penumbra de la madrugada, en la cumbre del cerro, se creó un ambiente propicio para entender nuestra herencia indígena, mágica y colorida.
Entre la música, el humo del copal y la pertinaz lluvia que no lograba disiparlo, a gritos se entendía -en ese mágico ambiente- la necesidad de rescatar el centro ceremonial ancestral de Nopala y restaurar la dignidad sagrada que nuestros antepasados le concedieron, desde hace siglos.
LA PIRÁMIDE DE NOPALA
La pirámide de Nopala hoy, bajo una cubierta de floresta baja, maleza y árboles que la mantienen en un ambiente sombrío, recubierta por una gruesa capa de hojarasca húmeda de la cual emana el característico olor de la putrefacción, producto de la biodegradación natural de la materia orgánica, posee una permanente sombra y un agradable calor que convierte al sitio en caldo de cultivo adecuado para la proliferación de hongos, insectos, pequeños mamíferos, aves y reptiles, flora y fauna ésta que medra a sus anchas.
Orientada hacia el Norte y los cuatro puntos cardinales, su diseño incluye un patio ceremonial circundado por un valladar de piedra, todo velado por la tierra y el pasto, oculto por el más absoluto abandono oficial.
Saqueadas las piedras de su construcción, han sido usadas para “pavimentar un camino”, incluso los propietarios del terreno construyeron un tanque de agua para el ganado con material proveniente de la piedra que hace siglo fue diligentemente tallada por expertas manos indígenas, acusaron vecinos del lugar quienes, dicen, no pueden hacer nada, “porque es terreno particular”.
EL RITUAL DEL AÑO NUEVO
El ritual comenzó con una danza agradeciendo a los dioses su benevolencia por un año más de vida, alabanzas a los cuatro puntos cardinales. Todo esto en medio del sonido del Teponaztli, los tambores, el rítmico cascabeleo del artilugio que los danzantes llevan atados a los pies, las chirimías y las flautas, además del característico y profundo clamor del Teksispitsali, que eleva plegarias y clama perdones a los cuatro vientos plegarias y que hace levantar los ojos al cielo. Es a través de este sonido milenario, la danza, las alabanzas tradicionales y el altar prehispánico que el público forma parte del ceremonial de bienvenida al año Seis Conejo.
Las autoridades llevaron a cabo el ritual del Xiuhmolpilli o Atado de Años, de gran importancia ya que además de llevar la cuenta de los años que pasan hasta llegar a los 13 años, se resguarda cada Atado, cada Trecena hasta completar cuatro atados que suman 52 años y da paso, cada medio siglo, al ritual del Fuego Nuevo.
El Fuego Nuevo, un ritual más profundo y que se llevaba a cabo como unión de la nación mexica y que, al mismo tiempo, dentro de la cosmovisión indígena, representa el equilibrio y orden del universo. Para ello, era intrínseco el conocimiento astronómico cuya base era el sol por el cenit y la presencia en los cielos del Tianquiztli, un cúmulo estelar conocido como Las Pléyades o Las Siete Hermanas. La ceremonia del Año Nuevo Azteca en la pirámide de Nopala, una tradición milenaria que se rescató en Huauchinango hace poco más de 30 años.