/ martes 28 de marzo de 2017

La 14 poniente, el escaparate de la prostitución en Puebla

“¿Ya te persignaste?”, pregunta una vendedora de pepitas auna joven blanca que no pasa de los 20 años en la calle 14Poniente, donde decenas de mujeres de todas las edades ofrecen susservicios sexuales custodiadas por hombres que circulan en lacalle, vigilando que nadie -ajeno a los clientes- se lesacerque.

Eran tan solo las 15:00 horas del sábado pasado cuando la jovenya había dado su primer servicio. Le esperaba una largajornada.

Sobre la calle 14 Poniente -que activistas como Rosi Orozcotienen identificada como sedes de posible trata- además de laventa de plásticos, dulcerías, ferreterías y otros locales, haymujeres que ofrecen su cuerpo. Algunas que no pasan los 20 años yotras que exceden los 40.

Por 130 pesos –lo que un poblano puede pagar por un viaje entaxi o lo que lo que se gasta en dos comidas corridas- las mujeressostienen relaciones sexuales con sus clientes.

Parte de la población cree que una prostituta viste deminifalda, tacones de aguja y bustier, acompañados de una sonrisasensual; sin embargo, no todas las trabajadoras de la 14 Ponientelucen ese atuendo. Algunas de ellas esperan clientela con tenis,leggins y una chamarra casual. Todas tienen maquillaje en excesopero algunas esperan resignadas la hora de trabajar, pues susmiradas apuntan al abismo.

Aun cuando hay luz solar, en las inmediaciones del Exconvento deSanta Rosa, las jóvenes comienzan su trabajo. Sus carasmaquilladas no se pierden entre la intensa humareda de ambulantesque ofrecen fresas, calcetines, juguetes, ropa de imitación,mochilas o pilas para celular.

Las mujeres se encuentran de pie; algunas solas y otras enparejas. Pocas son las que tienen celular en mano. La mayoría solofija la vista en algún punto pero no sonríen ni se percatan dequiénes pasan por la angosta banqueta.

Mientras ellas están ensimismadas, algunos hombres las examinana unos metros, viendo sus senos y el trasero. Ninguno tiene lafinta de oficinista o estudiante, sino que incluso, algunos parecenhaber salido de cualquier cantina cercana, pues la mirada ya estáalgo perdida.

Por fin se deciden a preguntar el precio. “Ciento treinta”,dice una. Llegan a un acuerdo y se pierden entre ambulantes,paseantes, el transporte público que tiene paso en esa calle yhombres que parecen los guardias de aquellas mujeres.

Las chicas que se prostituyen en la zona –sean obligadas o pordecisión propia-, tienen en común una cobertura de maquillaje,portar bolsas pequeñas que se cuelgan de forma cruzada, y lapermanencia cerca de una pared o negocio.

El peso, la altura o la edad no importan para el negocio, puestodas participan, todas compiten por persignarse con algúncliente. Esto también ocurre en calles aledañas como la 12, 16 y18 Poniente, aunque en menor cantidad.

Sobra decir que no hay elementos de la policía Municipal oEstatal. Al menos no haciendo rondines en la zona.

“¿Ya te persignaste?”, pregunta una vendedora de pepitas auna joven blanca que no pasa de los 20 años en la calle 14Poniente, donde decenas de mujeres de todas las edades ofrecen susservicios sexuales custodiadas por hombres que circulan en lacalle, vigilando que nadie -ajeno a los clientes- se lesacerque.

Eran tan solo las 15:00 horas del sábado pasado cuando la jovenya había dado su primer servicio. Le esperaba una largajornada.

Sobre la calle 14 Poniente -que activistas como Rosi Orozcotienen identificada como sedes de posible trata- además de laventa de plásticos, dulcerías, ferreterías y otros locales, haymujeres que ofrecen su cuerpo. Algunas que no pasan los 20 años yotras que exceden los 40.

Por 130 pesos –lo que un poblano puede pagar por un viaje entaxi o lo que lo que se gasta en dos comidas corridas- las mujeressostienen relaciones sexuales con sus clientes.

Parte de la población cree que una prostituta viste deminifalda, tacones de aguja y bustier, acompañados de una sonrisasensual; sin embargo, no todas las trabajadoras de la 14 Ponientelucen ese atuendo. Algunas de ellas esperan clientela con tenis,leggins y una chamarra casual. Todas tienen maquillaje en excesopero algunas esperan resignadas la hora de trabajar, pues susmiradas apuntan al abismo.

Aun cuando hay luz solar, en las inmediaciones del Exconvento deSanta Rosa, las jóvenes comienzan su trabajo. Sus carasmaquilladas no se pierden entre la intensa humareda de ambulantesque ofrecen fresas, calcetines, juguetes, ropa de imitación,mochilas o pilas para celular.

Las mujeres se encuentran de pie; algunas solas y otras enparejas. Pocas son las que tienen celular en mano. La mayoría solofija la vista en algún punto pero no sonríen ni se percatan dequiénes pasan por la angosta banqueta.

Mientras ellas están ensimismadas, algunos hombres las examinana unos metros, viendo sus senos y el trasero. Ninguno tiene lafinta de oficinista o estudiante, sino que incluso, algunos parecenhaber salido de cualquier cantina cercana, pues la mirada ya estáalgo perdida.

Por fin se deciden a preguntar el precio. “Ciento treinta”,dice una. Llegan a un acuerdo y se pierden entre ambulantes,paseantes, el transporte público que tiene paso en esa calle yhombres que parecen los guardias de aquellas mujeres.

Las chicas que se prostituyen en la zona –sean obligadas o pordecisión propia-, tienen en común una cobertura de maquillaje,portar bolsas pequeñas que se cuelgan de forma cruzada, y lapermanencia cerca de una pared o negocio.

El peso, la altura o la edad no importan para el negocio, puestodas participan, todas compiten por persignarse con algúncliente. Esto también ocurre en calles aledañas como la 12, 16 y18 Poniente, aunque en menor cantidad.

Sobra decir que no hay elementos de la policía Municipal oEstatal. Al menos no haciendo rondines en la zona.

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