/ jueves 3 de junio de 2021

La bicicleta, la historia de un vehículo contestatario

Este transporte ha apadrinado la Revolución China y femenina; pero también le ha mostrado al mundo cómo librar la crisis provocada por los hidrocarburos

Vehículo contestatario a lo largo del tiempo, al menos desde el Siglo XIX hasta nuestros días, la bicicleta, “bicla”, “cleta”, “baika” o “birula” se ha adaptado a las demandas de la humanidad tanto o más como sobrenombres le ha dado ésta para llamar a ese artefacto de dos ruedas.

Si hace dos siglos los hombres juzgaban como incivilizada la idea de trasladarse andando sobre sus pies y mejor se subían sobre un artefacto rígido llamado velocípedo inventando por un alemán de apellido von Drais; 200 años después el género comienza a juzgar igual de incivilizado el viajar en automóvil cuando le acecha una pandemia más peligrosa que la del COVID-19, la de la obesidad.

Y es que desde hace par de centurias la bicicleta no sólo ha sido un instrumento de viaje, esparcimiento o deportivo; ha abanderado también revoluciones como la china, donde antes de tomarla como el vehículo estandarte del proletariado, la generación anterior a Mao renegó de su uso en el Siglo XIX porque la creían única de la clase privilegiada inglesa avecindada por entonces en puertos como el de Hong Kong.

Pero la bici no sólo acompañó a esas revoluciones consumadas o reconocidas a base de fregadazos; también acogió como suya la lucha de las mujeres en los 60 del Siglo XX, pues para salir a quemar sostenes sobre dos ruedas en los Estados Unidos era necesario deshacerse de los corsés y las faldas reforzadas por ropa más cómoda.

Ya lo decía o vaticinaba la activista Susan B. Anthony una centuria antes, “el uso de la bicicleta ha hecho más por la emancipación de la mujer que cualquier otra cosa en el mundo”.

Todo esto cuando el imperio más importante por entonces del planeta, el británico, era comandado por una mujer (la reina Victoria), pero donde de forma paradójica las féminas carecían de voz y voto porque los manuales de comportamiento de la época dejaban muy claro que lo último que debía hacer una dama en la calle era llamar la atención.

Pero la mujer entendió que la bicicleta le brindaba la chance de desplazarse con libertad y rapidez en un mundo que las reducía al enclaustramiento de la “vida” en familia.

“(La mujer) está montando en bicicleta para conseguir más libertades, por una mayor igualdad con el hombre, para adquirir el hábito de cuidarse de sí misma y por los nuevos puntos de vista en el asunto de la filosofía de las ropas”, reseñaba sobre el uso de la bici en 1895 la revista The Columbian.

En pleno 2021, la idea sobre el por qué las mujeres montan en bici no ha cambiado. Inclusive los motivos sobre andar en dos ruedas se comparten ahora con los varones, en una sociedad que se mueve lentamente hacia la equidad de género… en dos ruedas.

Sin embargo, la bici también ha caído en desgracia o ha llevado a los hombres en casi 200 años de historia a perder la cabeza tal y como lo hizo con el ahora villano Lance Armstrong.

El estadounidense, ganador siete veces del afamado y desgastante Tour de Francia, cayó en desgracia cuando admitió en 2012 el uso de sustancias prohibidas (EPO) para todas sus conquistas.

La historia del hombre que desafió y venció al cáncer para salir del lecho de muerte para inspirar al mundo o motivarlo a moverse en dos ruedas se iba al caño en menos de un tris.

Armstrong terminaba por ser igual de falso que aquel montaje que le atribuía a Leonardo Da Vinci la invención de la bici.

Pero a pesar del golpe al ciclismo, la bici regresó por sus fueros y se ha instaurado como el vehículo del futuro con 200 años encima cuando el cambio climático y los hidrocarburos amenazan con llevar al mundo a la escena faltante dentro de la zaga Mad Max. Por eso la bicicleta, “cleta”, “baika” o “birula” es un vehículo contestario, pues ante el aferre de los gobiernos a los combustibles fósiles; brinda respuestas a… quien quiera subirse a ella a probarla.

Ya sus beneficios quedaron por demostrados en plena pandemia del COVID-19 cuando la movilidad en el transporte público suponía el escenario ideal para la propagación del virus, pues a partir de su uso se minimizó el número de huéspedes para el SARS-Cov2 y les mostró a las grandes urbes como la Ciudad de México cómo salir u olvidarse del tráfico.

Vehículo contestatario a lo largo del tiempo, al menos desde el Siglo XIX hasta nuestros días, la bicicleta, “bicla”, “cleta”, “baika” o “birula” se ha adaptado a las demandas de la humanidad tanto o más como sobrenombres le ha dado ésta para llamar a ese artefacto de dos ruedas.

Si hace dos siglos los hombres juzgaban como incivilizada la idea de trasladarse andando sobre sus pies y mejor se subían sobre un artefacto rígido llamado velocípedo inventando por un alemán de apellido von Drais; 200 años después el género comienza a juzgar igual de incivilizado el viajar en automóvil cuando le acecha una pandemia más peligrosa que la del COVID-19, la de la obesidad.

Y es que desde hace par de centurias la bicicleta no sólo ha sido un instrumento de viaje, esparcimiento o deportivo; ha abanderado también revoluciones como la china, donde antes de tomarla como el vehículo estandarte del proletariado, la generación anterior a Mao renegó de su uso en el Siglo XIX porque la creían única de la clase privilegiada inglesa avecindada por entonces en puertos como el de Hong Kong.

Pero la bici no sólo acompañó a esas revoluciones consumadas o reconocidas a base de fregadazos; también acogió como suya la lucha de las mujeres en los 60 del Siglo XX, pues para salir a quemar sostenes sobre dos ruedas en los Estados Unidos era necesario deshacerse de los corsés y las faldas reforzadas por ropa más cómoda.

Ya lo decía o vaticinaba la activista Susan B. Anthony una centuria antes, “el uso de la bicicleta ha hecho más por la emancipación de la mujer que cualquier otra cosa en el mundo”.

Todo esto cuando el imperio más importante por entonces del planeta, el británico, era comandado por una mujer (la reina Victoria), pero donde de forma paradójica las féminas carecían de voz y voto porque los manuales de comportamiento de la época dejaban muy claro que lo último que debía hacer una dama en la calle era llamar la atención.

Pero la mujer entendió que la bicicleta le brindaba la chance de desplazarse con libertad y rapidez en un mundo que las reducía al enclaustramiento de la “vida” en familia.

“(La mujer) está montando en bicicleta para conseguir más libertades, por una mayor igualdad con el hombre, para adquirir el hábito de cuidarse de sí misma y por los nuevos puntos de vista en el asunto de la filosofía de las ropas”, reseñaba sobre el uso de la bici en 1895 la revista The Columbian.

En pleno 2021, la idea sobre el por qué las mujeres montan en bici no ha cambiado. Inclusive los motivos sobre andar en dos ruedas se comparten ahora con los varones, en una sociedad que se mueve lentamente hacia la equidad de género… en dos ruedas.

Sin embargo, la bici también ha caído en desgracia o ha llevado a los hombres en casi 200 años de historia a perder la cabeza tal y como lo hizo con el ahora villano Lance Armstrong.

El estadounidense, ganador siete veces del afamado y desgastante Tour de Francia, cayó en desgracia cuando admitió en 2012 el uso de sustancias prohibidas (EPO) para todas sus conquistas.

La historia del hombre que desafió y venció al cáncer para salir del lecho de muerte para inspirar al mundo o motivarlo a moverse en dos ruedas se iba al caño en menos de un tris.

Armstrong terminaba por ser igual de falso que aquel montaje que le atribuía a Leonardo Da Vinci la invención de la bici.

Pero a pesar del golpe al ciclismo, la bici regresó por sus fueros y se ha instaurado como el vehículo del futuro con 200 años encima cuando el cambio climático y los hidrocarburos amenazan con llevar al mundo a la escena faltante dentro de la zaga Mad Max. Por eso la bicicleta, “cleta”, “baika” o “birula” es un vehículo contestario, pues ante el aferre de los gobiernos a los combustibles fósiles; brinda respuestas a… quien quiera subirse a ella a probarla.

Ya sus beneficios quedaron por demostrados en plena pandemia del COVID-19 cuando la movilidad en el transporte público suponía el escenario ideal para la propagación del virus, pues a partir de su uso se minimizó el número de huéspedes para el SARS-Cov2 y les mostró a las grandes urbes como la Ciudad de México cómo salir u olvidarse del tráfico.

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