/ miércoles 10 de marzo de 2021

¡Preocupación e impotencia! Enseñanza, reto para los padres en el confinamiento

Luego de la inesperada forma en que los estudiantes tuvieron que tomar sus clases desde casa, fueron sus padres quienes asumieron la responsabilidad de llevar el control de su educación pese a las carencias en sus viviendas

“Yo soy asesor patrimonial y tengo que estar haciendo cotizaciones y darle seguimiento a mi cartera de clientes. En casa teníamos una Tablet y una computadora de escritorio que era la que yo utilizaba, pero cuando empezó la pandemia mis hijas tenían que utilizarlas todo el día y fue la locura; una recámara se volvió ´primero A´, el comedor ´segundo B´ y mi habitación, Seguros Monterrey”, expone Mónica Hidalgo quien es madre de dos hijas en edad escolar, de 13 y 14 años de edad.

Relata que para tomar clases sus hijas se turnaban los dispositivos y el espacio, cambiaban cada día para hacer el estudio más dinámico y ella utilizaba su celular para hacer su trabajo cuando podía porque tenía que estar ayudando a las niñas, lo que también era un problema porque la ni la computadora ni la Tablet tenían la capacidad para utilizar los programas y plataformas que se requieren.

“Además el internet no era suficiente porque en clases no solo te conectas a zoom, los maestros también piden que abran otras pestañas para consulta o lectura. A veces nos daban las 10 de la noche en la computadora, porque las niñas tenías que turnarse para hacer tarea y después mandar la evidencia de lo que hicieron”, explica.

“Al cabo de un año cada quien tiene su laptop y contratamos unos amplificadores que hacen que llegue bien las señal a todos los lugares de la casa, además los colegios han hecho adecuaciones”, añade.

Otro reto al que se ha enfrentado es que a sus hijas les arden los ojos y les da dolor de cabeza de estar todo el día frente a la computadora y utilizar audífonos para que los ruidos de la casa no interfieran en sus clases, además dolor de espalda de estar todo el día sentadas. Por eso a la hora del recreo aprovecha para que hagan estiramientos o desayunen juntas, aunque ellas prefieren conectarse con sus amigas para comer el lunch.

“Las mamás teníamos todas las mañanas para hacer nuestras cosas, ahora no tengo tiempo para mí. Hay que hacer comida, quehacer, hacer el súper que también se lo haga a mi mamá y a veces ´pides esquina´; y encima ¡ya tuvimos Covid!”, advierte.

Foto: Cortesía Mónica Hidalgo

Refiere que su marido empezó con síntomas y se aisló en la casa, pero a la semana le bajo la oxigenación y lo llevó a internar al hospital donde estuvo 6 días que a ella le parecieron 6 meses porque no sabía si lo iba a volver a ver. A pesar de que ella se sentía muy bien, se hizo la prueba y salió positivo. Eso fue en noviembre y su esposo sigue con secuelas y tuvo que ir a rehabilitación pulmonar.

“Entre el dolor de cabeza y la poca socialización, las niñas están muy intolerantes, todos lo estamos, de repente tienes mucho menos paciencia y estás con la mecha corta porque estás harto de la situación, a ellas se les juntó la pubertad con el encierro. Y aunque las colegiaturas este año se han mantenido, en uno de los colegios de mis hijas no te puedes atrasar porque te cancelan el acceso a la plataforma y no puedes entrar a clases”, enfatiza.

La pandemia ha servido para que sus hijas se involucren en las actividades de la casa y conozcan el trabajo que hay que hacer. Se han unido más como familia y han compartido cosas que antes no hacían como andar en bici y pasear al perro, también han descubierto juegos de mesa como Catán y El Plan que son propios para su edad y se han puesto hacer rompecabezas en familia de mil piezas.

PREOCUPACIÓN E IMPOTENCIA

Sandra Bonilla Pérez, empleada del hogar, tiene una hija de 11 años que va a en quinto grado y asegura que no está aprendiendo lo que debe porque no es lo mismo que ellos como papás le ayuden a que los maestros les enseñen.

“Tengo que estar con ella cuando está con su cuadernillo para explicarle pero luego me hace preguntas que yo no entiendo y se tiene que esperar a que llegue la vecina”, advierte.

Relata que aunque todos los lunes le mandan la información del cuadernillo a su WhatsApp prefiere ir a comprarlo porque es más fácil de entender y que su hija haga en esas hojas la tarea. Le cuesta entre 45 y 50 pesos, pero cuando no tiene dinero va por él a media semana.

Cuando empezó la pandemia tanto ella como su marido, que es maestro albañil, se quedaron sin trabajo. Sobrevivieron con unos ahorros que tenían pero cuando se acabó, sus dos hijos varones de 15 y 17 años, ayudaron a traer el sustento familiar con su trabajo en un auto lavado al que nunca dejaron de ir.

“Cuando llegaban mis hijos nos sentábamos a comer todos juntos, cosa que no hacíamos antes. Después veíamos una película, cada quien opinaba y convivíamos, y conocí más a mis hijos que me platicaban más”, comenta.

Para mantener ocupada a su hija salen al jardín a arreglar las plantas, la lleva a la tienda a comprar la comida, o la pone a hacer el quehacer. Pero la niña ya se harto y quiere regresar a la escuela.

“A mí me ha afectado emocionalmente porque estoy acostumbrada a estar sola apurándome con mis cosas, al principio que tenía aquí a mi hija y a mi esposo todo el día, quería salir corriendo. Ahora que ya estoy yendo a trabajar me quedó con la preocupación de que ella se quede sola. Nos hemos sentido muy impotentes, uno como grande se aguanta pero los niños que están creciendo tienen que comer”, finaliza.

“Yo soy asesor patrimonial y tengo que estar haciendo cotizaciones y darle seguimiento a mi cartera de clientes. En casa teníamos una Tablet y una computadora de escritorio que era la que yo utilizaba, pero cuando empezó la pandemia mis hijas tenían que utilizarlas todo el día y fue la locura; una recámara se volvió ´primero A´, el comedor ´segundo B´ y mi habitación, Seguros Monterrey”, expone Mónica Hidalgo quien es madre de dos hijas en edad escolar, de 13 y 14 años de edad.

Relata que para tomar clases sus hijas se turnaban los dispositivos y el espacio, cambiaban cada día para hacer el estudio más dinámico y ella utilizaba su celular para hacer su trabajo cuando podía porque tenía que estar ayudando a las niñas, lo que también era un problema porque la ni la computadora ni la Tablet tenían la capacidad para utilizar los programas y plataformas que se requieren.

“Además el internet no era suficiente porque en clases no solo te conectas a zoom, los maestros también piden que abran otras pestañas para consulta o lectura. A veces nos daban las 10 de la noche en la computadora, porque las niñas tenías que turnarse para hacer tarea y después mandar la evidencia de lo que hicieron”, explica.

“Al cabo de un año cada quien tiene su laptop y contratamos unos amplificadores que hacen que llegue bien las señal a todos los lugares de la casa, además los colegios han hecho adecuaciones”, añade.

Otro reto al que se ha enfrentado es que a sus hijas les arden los ojos y les da dolor de cabeza de estar todo el día frente a la computadora y utilizar audífonos para que los ruidos de la casa no interfieran en sus clases, además dolor de espalda de estar todo el día sentadas. Por eso a la hora del recreo aprovecha para que hagan estiramientos o desayunen juntas, aunque ellas prefieren conectarse con sus amigas para comer el lunch.

“Las mamás teníamos todas las mañanas para hacer nuestras cosas, ahora no tengo tiempo para mí. Hay que hacer comida, quehacer, hacer el súper que también se lo haga a mi mamá y a veces ´pides esquina´; y encima ¡ya tuvimos Covid!”, advierte.

Foto: Cortesía Mónica Hidalgo

Refiere que su marido empezó con síntomas y se aisló en la casa, pero a la semana le bajo la oxigenación y lo llevó a internar al hospital donde estuvo 6 días que a ella le parecieron 6 meses porque no sabía si lo iba a volver a ver. A pesar de que ella se sentía muy bien, se hizo la prueba y salió positivo. Eso fue en noviembre y su esposo sigue con secuelas y tuvo que ir a rehabilitación pulmonar.

“Entre el dolor de cabeza y la poca socialización, las niñas están muy intolerantes, todos lo estamos, de repente tienes mucho menos paciencia y estás con la mecha corta porque estás harto de la situación, a ellas se les juntó la pubertad con el encierro. Y aunque las colegiaturas este año se han mantenido, en uno de los colegios de mis hijas no te puedes atrasar porque te cancelan el acceso a la plataforma y no puedes entrar a clases”, enfatiza.

La pandemia ha servido para que sus hijas se involucren en las actividades de la casa y conozcan el trabajo que hay que hacer. Se han unido más como familia y han compartido cosas que antes no hacían como andar en bici y pasear al perro, también han descubierto juegos de mesa como Catán y El Plan que son propios para su edad y se han puesto hacer rompecabezas en familia de mil piezas.

PREOCUPACIÓN E IMPOTENCIA

Sandra Bonilla Pérez, empleada del hogar, tiene una hija de 11 años que va a en quinto grado y asegura que no está aprendiendo lo que debe porque no es lo mismo que ellos como papás le ayuden a que los maestros les enseñen.

“Tengo que estar con ella cuando está con su cuadernillo para explicarle pero luego me hace preguntas que yo no entiendo y se tiene que esperar a que llegue la vecina”, advierte.

Relata que aunque todos los lunes le mandan la información del cuadernillo a su WhatsApp prefiere ir a comprarlo porque es más fácil de entender y que su hija haga en esas hojas la tarea. Le cuesta entre 45 y 50 pesos, pero cuando no tiene dinero va por él a media semana.

Cuando empezó la pandemia tanto ella como su marido, que es maestro albañil, se quedaron sin trabajo. Sobrevivieron con unos ahorros que tenían pero cuando se acabó, sus dos hijos varones de 15 y 17 años, ayudaron a traer el sustento familiar con su trabajo en un auto lavado al que nunca dejaron de ir.

“Cuando llegaban mis hijos nos sentábamos a comer todos juntos, cosa que no hacíamos antes. Después veíamos una película, cada quien opinaba y convivíamos, y conocí más a mis hijos que me platicaban más”, comenta.

Para mantener ocupada a su hija salen al jardín a arreglar las plantas, la lleva a la tienda a comprar la comida, o la pone a hacer el quehacer. Pero la niña ya se harto y quiere regresar a la escuela.

“A mí me ha afectado emocionalmente porque estoy acostumbrada a estar sola apurándome con mis cosas, al principio que tenía aquí a mi hija y a mi esposo todo el día, quería salir corriendo. Ahora que ya estoy yendo a trabajar me quedó con la preocupación de que ella se quede sola. Nos hemos sentido muy impotentes, uno como grande se aguanta pero los niños que están creciendo tienen que comer”, finaliza.

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