“Cuando me dijeron que mi abuelito se había muerto ´sentí una grieta en mi corazón´ porque lo quería mucho (…) ahora él está en la tumba pero también en mi mente y en mi corazón”, relata Jeremy Alan Zacaula Hernández, quien con 6 años de edad tuvo que enfrentar la pérdida de su abuelo materno que murió por Covid-19 en junio del año pasado.
Norberto Hernández Morales, era el nombre del “abuelito Beto”, quien tenía una relación paterno-filial con el niño; más que un abuelo fue la figura paterna de Jeremy porque sus papás se separaron cuando él tenía tan solo 2 años.
“Él siempre estaba conmigo, cuando me lavaba las manos, cuando comía, cuando dormía y cuando veía la tele (…) a veces jugaba con él a tirar botellas, poníamos unas sillas, una tabla grande y agarramos piedras para tirarlas (…) salíamos a pasear, se enfermó porque iba al ´Mariachi´ (tienda) sin cubrebocas y vino el Covid”, explica con inocencia.
“Por eso tenemos que usar cubrebocas y también nos tenemos que lavar las manos y si estornudamos nos tenemos que poner ´así´ el brazo (usando el pliegue del codo)”, añade con énfasis.
EL DOLOR TRAS LA PÉRDIDA
Amigo, cómplice y compañero, el abuelito Beto cuidaba todo el tiempo de Jeremy porque vivían en la misma casa y él era quien lo despertaba por las mañanas, a veces lo llevaba a la escuela y lo iba a recoger; también lo motivaba a estudiar para que llegara a ser “licenciado o doctor”, refiere Valentina Hernández Becerril, la mamá del niño, quien dice además que su papá era un persona muy cariñosa y quería mucho a Jeremy, su nieto más pequeño.
Enfermera de profesión, Valentina relata que cuando su papá desarrollo los síntomas de la Covid-19, todos se contagiaron de forma asintomática, a excepción del niño: “todos cogimos el virus al mismo tiempo pero el que se puso más grave fue mi papá, nosotras estuvimos en recuperación en casa; primero él estuvo aquí y cuando se complicó tuvo que ir al hospital. Después de una semana falleció a las 7 de la mañana un jueves 12 de junio y a las 12 del día ya se estaba sepultando”.
Cuando el abuelo falleció, nuevamente se enfermaron las mujeres que viven en la casa: la abuela Trinidad y sus 3 hijas, incluida la mamá del niño. Entonces Jeremy se tuvo que ir con sus abuelos paternos y estuvo en cuarentena con ellos. Valentina dice que el niño le hablaba para preguntarle si ya había regresado su abuelo, y cuando él volvió a casa le decía que no llorara porque un día su abuelo iba a salir de la tumba para regresar con ellos.
“Él tenía la idea de que iba a regresar y cuando yo le decía que no, se ponía a llorar. Un día me dijo ´toda la familia estaba triste, pero yo estaba más; toda la familia lloraba, pero yo lloré más´. Su comportamiento era bastante diferente, no salía del cuarto, dejaba sus juguetes, no quería hacer tarea y expresaba que extrañaba mucho a su abuelo”, expone la madre.
“Yo no quería estudiar para ir a ver a mi abuelito (…) se fue hace 8 meses y lo sigo extrañando mucho”, señala el pequeño.
Valentina comenta que un día Jeremy vio la película “Coco” y empezó a asimilarlo, estaba menos triste. El niño se aprendió la canción y en noviembre, el día de muertos, la mamá lo caracterizó y fueron al panteón, llevó su guitarra y se puso a cantar: “recuérdame, hoy me tengo que ir, mi amor, recuérdame, no llores, por favor, te llevo en mi corazón, y cerca me tendrás, a solas yo te cantaré, soñando en regresar…”
“Aquí se acostumbra ir dejando flores por donde pasa la cruz y Jeremy me dijo: ´mira mami no quites las flores porque esas flores llaman a nuestros ancestros a casa´. La mayoría de las noches viene a donde está el altar con su foto, me dice ¡cárgame! y le da un beso y lo abraza”, detalla.
UN ÁNGEL EN SU CAMINO
Lupita Arenas Huerta, es maestra de tercer año de Jeremy y le ha ayudado a enfrentar su pérdida y sus emociones porque dice que “ser maestro no solo es atender la parte pedagógica de los alumnos sino también la emocional”.
Después de lo ocurrido observó un nivel de desempeño diferente en el niño, asegura que él era muy participativo en clases e incluso interrumpía a otros compañeros o los motivaba, porque aprendió a encender el micrófono solito.
“En agosto, al inicio del año escolar, Jeremy cambió totalmente; en las clases por zoom yo veía un rostro y una mirada muy diferentes, se distraía, comenzaba a moverse y se salía estando en clase en línea”, expone.
Preocupada por su alumno y consciente de que las emociones impactan los aprendizajes, hizo una video llamada personal con el niño para platicar con él. Entonces tomó la decisión de planear estrategias para motivarlo y que el Jeremy volviera a ser el de siempre.
Busco los medios para hacerlo y lo visitó en su casa llevándole una carpeta, crayolas y acuarelas, para que a través del dibujo expresara sus sentimientos. Asimismo han trabajado con mándalas, ejercicio de relajación y meditación, para canalizar sus emociones.
“Justo después de que fue al panteón a cantarle a su abuelito volví a sentir a un Jeremy con ganas. En dos meses su semblante y su carita cambiaron, volvió a ser el niño brillante, participativo y alegre que siempre ha sido”, concluye miss Lupita, quien gracias a su carácter empático, ayudó en la recuperación del pequeño.